Planetarias australes (NGC 1360 y NGC 1535)

Los cielos más meridionales guardan tesoros fascinantes para descubrir. A los observadores del hemisferio norte no nos queda más remedio que sorprendernos con estas maravillas intentando cazarlas a vuelo bajo sobre el horizonte. En esta ocasión me topé, casi sin quererlo, con dos bonitas planetarias de las constelaciones Fornax y Eridanus. Una madrugada con el cielo especialmente limpio busqué en mi lista de objetos a observar. Como desde mi casa hay cierta contaminación lumínica (cielos suburbanos cercanos a Granada) decidí echar un ojo a nebulosas planetarias que tuviera apuntadas. Gracias a esa inesperada y clara noche descubrí estos dos objetos.

El primero de ellos, NGC 1360, es una nebulosa planetaria que se encuentra cerca de alfa fornacis. Resulta raro este término, y es que Fórnax es una de esas constelaciones “extrañas” cuya culpa es viajar a tan baja altura. Además, esta estrella, la más brillante de la constelación, brilla con una magnitud de 3.90, con lo cual podemos hacernos una idea de lo débil que es. Sus estrellas tienen una disposición característica que, personalmente, en nada recuerdan a un horno, y es fácil que las confundamos con otras vecinas, por lo que es importante conocernos bien la zona para poder movernos con efectividad. Por cierto, aunque había una diosa griega del pan y la cocción, esta constelación tiene su origen en un homenaje a Lavoisier, el famoso químico del siglo XVIII.

NGC 1360 se encuentra cerca de un triángulo de estrellas brillantes, cerca de dos de ellas que presentan una curiosa disposición simétrica que se aprecia muy bien por el buscador. Cuando apunté a donde debía estar la nebulosa apenas vi nada, “algo” neblinoso alrededor de una estrella débil… Pero no me cabía duda, ahí debía estar NGC 1360. Decidí poner entonces el filtro OIII y no pude contener una exclamación. ¡Eso sí que es aprovechar un filtro! Como por arte de magia, una enorme nebulosa apareció ante mis ojos, con una forma totalmente inusual para mí, un óvalo alrededor de la estrella, con una luz fantasmagórica pero de bordes muy bien delimitados. Mediría unos 10 minutos de arco de longitud, algo más de la mitad de anchura. A 65x la visión era muy cómoda, empeorando a mayores aumentos. Con el filtro eso sí, la estrella central prácticamente se desvanecía.

NGC 1360


 Teniendo en cuenta las condiciones del cielo no puedo quejarme de la observación, si bien tendré que apuntarle desde cielos más oscuros para intentar ver alguna irregularidad de su superficie y una mayor cantidad de estrellas en el campo. Por suerte no va a desaparecer próximamente.

La siguiente sorpresa, que se convirtió en uno de mis objetos favoritos, fue NGC 1535. Es otra nebulosa planetaria situada, esta vez, en Eridanus, no muy lejos del anterior. Nada más aparecer en el ocular impregnó mi retina de un bonito color azul, el primer color que realmente distingo, y me quedé intentando recordar si había leído algo sobre ella. No recordé nada, así que me dispuse a disfrutar como un niño chico, que ya luego habría tiempo de buscar información.

NGC 1535

A bajos aumentos la vislumbré fácilmente, una esfera pequeña y brillante, muy brillante, resaltando sobre todas las estrellas de alrededor. A mayores aumentos fui descubriendo las maravillas que tenía. Una estrella brillaba en el centro fácilmente visible, rodeada por la nebulosa, que resaltaba bastante con el filtro OIII, aunque decidí no usarlo para no perder el atractivo de la estrella. A 214 aumentos, con el cielo nítido, la visión era espectacular. La estrella central se encontraba rodeada por un anillo más denso, y éste, a su vez, por una corona difuminada de gas, perfectamente definida, con ese color azul tan característico. Me costó trabajo despegarme del ocular.

Luego comprobé en Internet su forma, idéntica a lo que había visto, y el nombre por el que se la conoce, “El Ojo de Cleopatra” (probablemente por el color azul, aunque no se sabe realmente Foto NGC 1535cómo tenía los ojos. Elisabeth Taylor, que hizo de Cleopatra en la gran pantalla, sí los tenía azulados). Como dato extra, unos días después la apunté de nuevo en un cielo mucho más oscuro pero con peor seeing. Curiosamente la imagen fue bastante peor que desde mi terraza, a pesar de una diferencia de casi dos magnitudes en el cielo. Con este ejemplo me ha quedado más claro que, a la hora de ver la mayoría de planetarias, el seeing es el que manda. A unos 5.000 años luz de distancia, las distintas capas que la componen no son más que suspiros que han ocurrido separados en el tiempo, latidos de la enana blanca que habita en su centro, pulsos que se irán espaciando hasta que se apague por completo. En un acto de heroísmo, esos gases acabarán formando el corazón de nuevas estrellas.

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