Hidra es la constelación más extensa que podamos observar en el cielo (si bien no la más brillante), asomando la cabeza por el cielo de invierno y con la cola en pleno cielo de primavera. Así, a medias entre dos estaciones, Hidra recorre el cielo llevando en su lomo a Corvus y Crater. Estas tres constelaciones se relacionan en la mitología griega. Apolo tenía a un cuervo como sirviente, y lo envío a recoger agua. El cuervo descansó a mitad de camino, y como excusa por la tardanza trajo a Apolo una culebra de agua, alegando que le había retrasado. El dios se dio cuenta del engaño y, enojado, lanzó a la culebra, al cuervo y a la taza de agua al cielo, donde se convirtieron, respectivamente, en las constelaciones de Hidra, Corvus y Crater. Estos griegos no saben qué inventar, pero debía ser fascinante escuchar esas historias hace más de dos mil años, en una época en la que los dioses y la magia estaban de moda.
Los tres objetos de este capítulo se sitúan alrededor de la región central del gran monstruo, y comenzaremos con una pequeña pero bonita nebulosa planetaria. A medio camino entre Puppis y Alphard, la alfa de Hidra, encontramos a NGC 2610, una pequeña planetaria de magnitud 12.8. La noche que abordé su observación una creciente luna iluminaba el cielo desde el oeste, pero aun así no me resultó difícil verla como una pequeña esfera de apenas 1 minuto de arco, visible con visión directa pero más evidente con mirada periférica. Como planetaria aislada es interesante, pero lo más llamativo es que parece tener una piedra preciosa engarzada en su reborde como si fuera un anillo. La gema es una estrella de la magnitud 11.5, no muy brillante pero en una posición muy acertada, convirtiendo una débil planetaria en una pequeña joya. Y no es la única que veremos hoy…
El siguiente objetivo es una galaxia, una gran espiral situada a unos 41 millones de años luz. En fotografías de alta resolución muestra una pequeña barra en torno a su núcleo, más brillante, y al menos 6 brazos que se arremolinan hacia el exterior. Numerosas regiones HII pueblan toda la zona, aunque son más evidentes en uno de sus lados, sugiriendo una posible interacción con alguna otra galaxia en el pasado. Fue descubierta en 1884 por Wilhelm Tempel, y su magnitud de 10.3 la pone al alcance de la mayoría de instrumentos, incluso de unos prismáticos bien firmes en un cielo oscuro.
NGC 2835 se encuentra unos 12 grados al este de NGC 2610 y la noche que la vi, a pesar de la luna, resaltó desde el primer momento con el Hyperion de 13 mm a 125 aumentos. Destacaba un núcleo más brillante con un halo de forma alargada, disminuyendo de intensidad conforme se alejaba de la periferia. Con visión lateral sus dimensiones aumentaban de tamaño, alcanzando unos 5 minutos de arco en su lado mayor. No pude ver indicios de ningún brazo. Quizás necesite una noche más oscura, sin luna, o simplemente mayor aumento del espejo del telescopio. Sea como sea, la imagen de una galaxia siempre llama la atención cuando “se ve con la mente”, no necesitando distinguir los brazos para notar esa sensación de vértigo.
El último de la lista es un objeto tremendamente fotogénico. Si decíamos que NGC 2610 es una pequeña anillo, la nebulosa que nos ocupa ahora, Abell 33, es la más maravillosa alianza que puede haber en el cielo. El Very Large Telescope, en el desierto de Atacama, Chile, capturó este objeto dando lugar a una de las imágenes de nebulosas planetarias más exquisita que pueda existir. Abell 33 se encuentra a unos 2.700 años luz de distancia, y posee una superficie perfectamente simétrica, una esfera expandiéndose a través del especio a partir de una pequeña enana blanca que se acerca a la magnitud 16. El efecto del anillo se consigue gracias a la estrella HD 83535, que con una magnitud de 7 deslumbra ante cualquier objetivo, rozando el borde engrosado de la nebulosa. En fotografías de larga exposición pareciera que es un sol amaneciendo tras una pompa de jabón. Suaves irregularidades se pueden apreciar en el interior de Abell 33, fruto de las corrientes que provoca la estrella central mientras realiza sus últimas espiraciones
Abell 33 tiene una magnitud de 13.4, pero su extensión de más de 4 minutos de arco de diámetro hace que el brillo superficial sea extremadamente bajo. Cuando me dispuse a verla la Luna aún no se había marchado del todo, pero quise intentarlo de todas formas. Una vez localizado el sitio exacto no conseguí ver absolutamente nada, tan sólo la estrella HD 83535 acompañada de algunas más poblando el ocular a 125 aumentos. Probé con distintos aumentos, pero el resultado fue el mismo. Cuando volví a colocar el Hyperion de 13 mm, sin embargo, la adaptación a la oscuridad me permitió notar “algo” ocupando el centro del ocular. De entrada no pude definir lo que era, es simplemente la sensación de que algo de aspecto brumoso está justo delante, tan débil que es apenas imperceptible. Entonces coloqué el filtro OIII, y ese “algo” cobró forma drásticamente, manifestándose como la característica esfera de las fotografías. Seguía siendo extremadamente débil, pero entonces su presencia era evidente. Con visión periférica se apreciaban sin mucha dificultad sus bordes perfectamente definidos, desapareciendo en cuanto fijaba la mirada. En los momentos de mayor estabilidad y con la vista relajada, la imagen era extremadamente clara, si bien no pude notar sus irregularidades internas. No obstante, ver esta joya en el cielo ya es suficiente motivo para apuntar a ella en las frías noches de invierno. El tiempo que le dediquemos, sin duda, merecerá la pena.