Pocas constelaciones hay tan pequeñas y “oscuras” como Canes Venatici y tan ricas en espectaculares galaxias de todos los tipos y formas, de manera que uno puede pasar la primavera entera tratando de verlas todas y quedándose apenas en el principio. Hoy le toca el turno a una de las estampas más conocidas entre los aficionados y ajena al catálogo Messier, una prueba más de que no todos los objetos asequibles e impresionantes pertenecen a esa lista de objetos.
Las protagonistas de esta entrada se conocen con el sobrenombre de “la Ballena” y “el palo de Hockey”, y se encuentran rozando el cúmulo Melotte 111, en la Cabellera de Berenice. Forman, más concretamente, parte de la Nube de Galaxias Coma I, una agrupación de galaxias (junto con M64, NGC 4656 y otras) que están siendo atraídas por el Cúmulo de Virgo. Tienen mucho que mostrar, así que iremos siguiendo un orden estricto para no dejar nada en el tintero. Comenzaremos por la Ballena, que está formada por NGC 4631 y NGC 4627. La galaxia principal, el cuerpo del cetáceo, es NGC 4631. Situada a unos cercanos 22 millones de años luz, es una espectacular galaxia espiral barrada que nos muestra un perfil extremadamente curioso, deformado por la interacción persistente con sus galaxias compañeras. Su núcleo y la zona más ancha parecen estar desviados hacia un lado, con áreas desgarradas y múltiples condensaciones aquí y allá, reflejo de estos tejemanejes intergalácticos. La galaxia ha sido a su vez sede de una inmensa cantidad de supernovas en los últimos millones de años. En longitud de onda de radio presenta dos grandes burbujas de gas, la mayor de las cuales mide 10.000 años luz de diámetro, que podrían explicarse como consecuencia de la explosión de miles de supernovas. NGC 4631 presenta diversos puentes, hasta 5 de ellos, que la unen con las galaxias colindantes que veremos a continuación, formados a raíz de interacciones en el pasado. La principal causante de la deformación de NGC 4631, y a quien debemos su peculiar forma, es NGC 4627, la galaxia elíptica enana que podemos ver a escasos 3 minutos del centro de NGC 4631. Junto con su compañera, ambas forman parte del catálogo Arp de Galaxias Peculiares con el número 281. La pequeña NGC 4627 es bastante más débil que la ballena. Mientras que NGC 4631 tiene una magnitud de 9.8, NGC 4627 apenas alcanza la magnitud 13.

Fotografía captada por Juan Antonio Sánchez JASP
Igualmente interesante es NGC 4656, también conocida como la galaxia del Palo de Hockey, debido a que aparece como una larga barra que acaba deformada hacia un lado. Al principio se tomó a esta desviación como una galaxia independiente, de manera que recibe su propia denominación como NGC 4657. Sin embargo, hoy todo apunta a que no es más que una región externa de NGC 4656 que se desvió, resultado de la interacción con NGC 4631. Sí, NGC 4656 también ha participado en este juego intergaláctico, algo que sabemos por dos motivos. Por un lado, comparte el mismo desplazamiento al rojo que la Ballena, con lo cual se encuentran a la misma distancia, separadas por unos 140.000 años luz. Por otro lado, como ya comentábamos previamente, se han encontrado restos galácticos conectando ambas galaxias a modo de puente estelar. NGC 4656 es una galaxia espiral barrada que el tiempo está convirtiendo en una galaxia de tipo irregular, similar a las Magallánicas que rodean a nuestra Vía Láctea. Está, al igual que NGC 4631, plagada de brillantes asociaciones estelares y regiones HII.
Un instrumento de pequeña abertura nos mostrará el grupo de galaxias en un bonito marco, con sus características formas bien visibles si la noche no está contaminada. Sin embargo, un telescopio de mayor tamaño nos abre nuevas posibilidades, permitiéndonos apreciar las regiones HII que pueblan ambas galaxias. NGC 4631 aparece espectacular, ocupando a 214 aumentos todo el campo del ocular, destacando su zona ensanchada desviada hacia un lado, con una brillante estrella que marca el centro de la galaxia. NGC 4627 parece el chorro de agua que la ballena expulsa por su espiráculo, lanzado hacia el solitario espacio.
Hasta 8 regiones más densas pude contar con mi Dobson de 30 cm. Dos de ellas se disponen en el centro, bajo la estrella, y justo al lado destaca #35/36, una brillante asociación estelar con una forma perfectamente redondeada que se puede apreciar con el telescopio usando visión lateral (estos números hacen referencia al atlas de regiones HII elaborado por Hodge y Kennicutt en 1983). Hacia uno de los extremos, ocupando el ojo de la ballena, está la región #19, una brillante nebulosa rica en HII, a juzgar por su color rojizo, que no debe ser. Justo abajo, un conjunto de condensaciones estelares (#17/18/21/22) se desmarca de la galaxia como si fuera una prominencia independiente, probablemente fruto de su interacción con NGC 4656. Hacia el otro lado, a medida que la galaxia se va estrechando, pude distinguir otras tres asociaciones estelares, denominadas #63/64, #79 y #91-94. Mientras observaba detenidamente estos “accidentes geográficos” no podía creer que estuviera topografiando con tanto detalle una galaxia ajena a la nuestra, convirtiéndose así NGC 4631 en la galaxia que más detalles muestra a telescopios de moderada abertura (compartiendo el podio, probablemente, con M101).
NGC 4656, a su lado, parece bastante pobre, aunque también muestra más detalles que la mayoría de galaxias. Es alargada, y la parte visible, apenas la mitad de la galaxia, ocupa un tercio del ocular a 214 aumentos. La zona final del “Stick” se dobla llamativamente y muestra tres brillantes condensaciones, siendo la última más alargada e independiente, dando la sensación, efectivamente, de ser otra galaxia atraída por NGC 4656. Al otro extremo destaca enormemente el núcleo, con dos condensaciones intensas y otra que parece sobresalir de la galaxia hacia el lado contrario del otro extremo. Tenuemente, la galaxia continúa su camino más allá del núcleo, aunque en seguida se pierde su rastro por su extremada debilidad, dejando nada más que una prolongación fantasmal. Esta zona del cielo requiere, sin duda, de todo el tiempo que podamos dedicarle, ya que el número de sorpresas será proporcional al de minutos (incluso horas) que pasemos ante el ocular.
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