Hay algunos objetos del catálogo Messier cuya existencia pasa algo más desapercibida debido, entre otras cosas, a su situación meridional, sumado a que no posee un brillo excepcionalmente elevado. Ya el buscador de cometas se encontró con dificultades a la hora de localizar el cúmulo globular M55, que había sido descrito en 1751 por Nicolas Louis de Lacaille. Ambos astrónomos vieron una esfera nebulosa sin ninguna estrella en su interior, siendo William Herschel quien lo resolvió años después por primera vez.
M55, también conocido como NGC 6809, es un cúmulo globular relativamente cercano, situado a unos 17.000 años luz de distancia en una zona lo suficientemente alejada del núcleo de la galaxia como para que no se vea especialmente mermado por el polvo interestelar. Es un cúmulo de categoría XI en la clasificación de Shapley-Sawyer, lo cual habla a favor de una mínima concentración de estrellas hacia el núcleo, apareciendo todas uniformemente diseminadas a lo largo de sus 19 minutos de arco de diámetro. Sus componentes tienen una metalicidad muy baja, de apenas un 1% de la de nuestro sol, siendo así M55 uno de los cúmulos globulares más antiguos que conocemos. Entre las 100.000 estrellas que lo componen se ha encontrado un número reducido de variables, así como algunas rezagadas azules formadas probablemente por el contacto entre dos estrellas antiguas.
Este cúmulo globular no es de los más fáciles de encontrar, encontrándose inmerso en la gran constelación de Sagitario, más al sur de la característica “tetera”. Comencé a buscarlo a partir de las estrellas que forman el mango, y cuando abandoné esa zona con el buscador me sentí como un explorador que zarpa a aguas desconocidas, dejando atrás tierra firme. Saltando de estrella en estrella fui avanzando hacia el horizonte, hasta que pude distinguir una pequeña mancha redondeada y tenue. Cuando puse el ojo tras el ocular no pude evitar soltar una exclamación. Había pecado de creer que sería un globular sin un interés especial, y cuando vi esa enorme esfera formada por multitud de estrellas supe que me encontraba ante un cúmulo muy especial. Lo primero que se me pasó por la mente fue su gran parecido con el famoso Omega Centauri, con la única diferencia del tamaño aparente, siendo éste último bastante más extenso. Aun así, a 115 aumentos M55 ocupaba dos terceras partes del campo, perfectamente redondeado, salpicado por débiles estrellas resueltas desde el mismísimo núcleo hasta el exterior. La zona interna, algo más brillante, tenía una especie de bocado en su periferia, aunque el número de estrellas era tan elevado que sólo se apreciaba con visión indirecta. No es un cúmulo con un llamativo gradiente: su brillo va disminuyendo desde el centro a la corona muy discretamente, sin grandes saltos en la magnitud de sus componentes.
A menudo me sorprendo escuchando una canción por primera vez y pensando cómo me pudo haber pasado desapercibida hasta ese momento. Con la astronomía pasa algo similar: no puedo imaginar la cantidad de objetos que quedan ahí arriba capaces de ponernos la piel de gallina.