Conocemos bien las zonas más meridionales de Ofiuco, el serpentario, habiendo visto ya varios de sus cúmulos globulares y planetarias. Hoy vamos a ir a una región menos conocida pero no por ello menos interesante, situada en la parte superior de la constelación. Si la noche es oscura veremos un grupito de estrellas que adoptan, por un lado, la forma de la letra “V”, destacando al oeste otras dos estrellas más aisladas. Podríamos asemejar esa letra “V” con las famosas Hyades, en Tauro, y no en vano guarda cierta relación, pues antaño fue una constelación denominada Taurus Poniatovii, o Toro de Poniatowski, en honor al rey de Polonia en el siglo XVIII. La constelación fue después despojada de su título y sus estrellas volvieron a pertenecer a Ofiuco y a Aquila, quedando Tauro como único bóvido de la esfera celeste. Alrededor de esta extinta constelación vamos a viajar con nuestros telescopios para observar la tremenda variedad de objetos que podemos encontrar en esta zona del cielo: desde grandes cúmulos a lejanas galaxias, pasando por una interesante planetaria y, como no, por la estrella más veloz que podemos observar.
Vamos a comenzar en el centro de toda esta región, dominada por una manchita perceptible a simple vista, que constituye un cúmulo verdaderamente interesante. Se trata de IC 4665, también conocido como el Gran Cúmulo de Ofiuco, una agrupación de una treintena de jóvenes estrellas que se disponen en un área equivalente a dos lunas. Su edad se ha estimado en unos 36 millones de años, más joven que las famosas Pléyades, aunque no hay rastro de la nebulosa que propició su nacimiento. Curiosamente no fue descrito por Messier, a pesar de que seguramente lo notaría brillar tímidamente en el cielo oscuro de su época. Probablemente se deba a que su gran tamaño hace que sea difícil de percibir con telescopios de campo reducido. Fue descrito, sin embargo, por Caroline Herschel (siendo el objeto número 21 de su catálogo), aunque su primera observación se atribuye a Philippe Loys de Chéseaux.
IC 4665 es, como podemos imaginar, un objeto para disfrutar con prismáticos o con un ocular de gran campo, ya que de otra manera no veremos más que algunas estrellas brillantes sin ninguna relación entre sí. En mi caso usé el ocular de 34 mm, que me proporcionaba unos 44 aumentos, suficientes para encuadrar todo el cúmulo en el mismo campo. Una docena de estrellas con un tinte blanco-azulado destacaban con fuerza en un campo bastante poblado de fondo, adquiriendo cierta estructura simétrica entre ellas. Por el buscador del telescopio el cúmulo cobraba mayor entidad, apareciendo más pequeño y aglomerado, dando una mayor sensación de agrupación.
Nos desplazamos poco más de 3 grados al oeste para encontrar una galaxia, NGC 6384, objeto peculiar en esta zona veraniega del cielo. Es una espiral barrada muy llamativa que se encuentra inclinada unos 45º con respecto a nosotros, mostrando dos brazos principales que se van dividiendo progresivamente. Se encuentran poblados con multitud de manchas más rosadas, regiones HII, mientras que el núcleo aparece más amarillento, debido a la presencia de estrellas de edad avanzada. Recientemente la galaxia ha sufrido un aumento en su formación estelar gracias a la barra central, que canaliza el gas de los brazos y promueve el nacimiento de nuevas estrellas. Es considerada una galaxia LINER (low-ionization nuclear emission-line region), una galaxia cuyas líneas de emisión características se pueden explicar, o bien por un agujero negro supermasivo central, o por la emisión generada en grandes regiones HII.
El cielo parece algo estático, y podemos pensar que el movimiento de las estrellas es demasiado lento como para que lo apreciemos durante nuestra corta vida humana. Pero estaríamos equivocados si pensamos así, ya que hay algunas estrellas con un movimiento aparente lo suficientemente rápido como para apreciarlo en un lapso de tiempo asequible. La estrella más rápida que vemos desde nuestro humilde planeta tiene nombre propio, conocida como la Estrella de Barnard en honor a su descubridor, Edward Emerson Barnard, que la describió en 1916.
Se encuentra a 5.98 años luz de nosotros y está acercándose al sol rápidamente, de manera que en el año 9800 se aproximará a tan sólo 3.75 años luz de distancia. Es casi la estrella más cercana, tan sólo superada por el sistema de Alfa Centauri. Es una enana roja de tipo espectral M4, cinco veces más pequeña que nuestro sol. En la década de los 70 se llegó a la conclusión de que estaba siendo orbitada por, al menos, un gigante gaseoso, si bien hoy se ha descartado esa posibilidad, aunque se sigue buscando la presencia de planetas de tipo rocoso. Es una estrella muy antigua, con una edad estimada entre los 7.000 y 12.000 millones de años, bastante mayor que nuestro sol. Sin embargo, aunque debería estar relativamente tranquila, se observó en 1998 una alteración en los parámetros espectrales concordante con la emisión de una llamarada, como si fuera una estrella fulgurante, un patrón típico de estrellas más jóvenes y activas. Nos queda todavía mucho por conocer, pero lo cierto es que esas grandes llamaradas no son lo más adecuado para los hombrecillos verdes…
La estrella de Barnard tiene el movimiento propio más rápido que podemos ver desde la Tierra, el equivalente a 90 km por segundo. A la distancia a la que se encuentra, corresponde a unos 10.3 segundos de arco cada año, de manera que, observándola cada cierto tiempo, podemos ser testigos del movimiento del astro. Su magnitud de 9.51, además, la hace asequible a cualquier instrumento, siendo recomendable usar altos aumentos para notar mejor las diferencias en su posición de un año para otro. Este dibujo tiene poco valor de forma individualizada, pero en los siguientes años podré compararlo con más imágenes para, de esa manera, observar el movimiento de la estrella.
Tras esta observación estelar vamos a observar miles de estrellas aglomeradas entre sí, formando el curioso cúmulo globular NGC 6426. Los cúmulos globulares pueden diferenciarse en cuanto a su metalicidad, es decir, en cuanto a la presencia en ellos de elementos químicos más pesados que el helio. Aquellos de baja metalicidad tienen una edad más avanzada, ya que al formarse no había muchos elementos pesados en la galaxia. Suelen ser más frecuentes en el halo galáctico, mientras que los de alta metalicidad predominan en zonas más internas, en el bulbo. NGC 6426 pertenece al primer grupo, y es, de hecho, uno de los cúmulos con menor metalicidad que conocemos. Su edad se ha estimado unos 700 millones de años mayor que la de M92, convirtiendo al globular en uno de los más ancianos de nuestra galaxia. Su distancia a nosotros, de unos 67.000 años luz, así como el polvo que se interpone en nuestra línea de visión, hacen que no sea uno de los globulares más vistosos, aunque bien merece una visita. Con el Dobson de 30 cm, a 214 aumentos se apreciaba como una pequeña esfera de unos 3 o 4 minutos de arco de diámetro, difusa, con un centro más brillante que iba decreciendo hacia la periferia. Su núcleo medía aproximadamente un minuto de arco, y una quincena de débiles estrellas hacían gala de su brillo a pesar de la distancia, apareciendo por toda su extensión con relativa homogeneidad. Es un cúmulo de categoría IX en la clasificación de Shapley-Sawyer, si bien personalmente le habría dado una categoría algo más concentrada.
Vamos a terminar esta visita con la guinda del pastel, una nebulosa planetaria conocida como NGC 6572 o la Nebulosa de la Raqueta Azul. Es uno de los objetos más fascinantes que podemos encontrar en la constelación, y el misterio no hace más que aumentar cuanto mayor es la abertura utilizada. De entrada su nombre ya indica que es una planetaria colorida, con observaciones que van desde el azul hasta el verde (también es conocida como el Ojo Esmeralda), pasando por el turquesa. Personalmente no tengo muy buena distinción de estos colores, pero pude apreciarla de un color azul claro bastante llamativo. Situada a unos 4800 años luz de distancia, fue descubierta por el buscador de dobles Wilhelm von Struve en 1825. Es una planetaria joven de forma cilíndrica, con su estrella central rodeada por un torus gaseoso que “estrangula” a la nebulosa en el ecuador. Sin embargo, no la vemos así porque se nos presenta de frente, apareciendo como un disco muy brillante con algunas prolongaciones hacia los lados. Su estrella central es variable, con estimaciones que van desde la décima magnitud hasta la 14.
Con una extensión de 14 segundos de arco (que corresponden a un tercio de un año luz a la distancia a la que se encuentra) es un objetivo pequeño, aunque extremadamente brillante. Tiene una magnitud de 8.1, mucho más brillante que M57, y es fácilmente visible con unos prismáticos como una estrella más. Basta mirar con el telescopio y usar elevados aumentos para apreciarla como un pequeño disco brillante de color azulado. Brilla más que cualquiera de las estrellas que hay a su alrededor, y con visión periférica, a 214 aumentos, pude apreciar una débil estrella central. Personalmente no creo que fuera tan débil, diría que es el efecto atenuante de estar inmersa en una masa gaseosa tan distintiva. A 300 aumentos adquirió un tamaño levemente ovalado, y durante los momentos de estabilidad aparecían dos pequeños arcos abrazando a la nebulosa en lugares opuestos, como el comienzo de unos brazos galácticos en espiral. Sorprendido por el descubrimiento (no había visto previamente imágenes de la nebulosa), seguí disfrutando algunos minutos más, y entonces fui consciente de que la planetaria estaba rodeada de una esfera muy débil y más amplia, como si fuera un halo externo. Me recordaba mucho al halo de humedad que rodea a las estrellas brillantes algunas noches, cuando se observa a muchos aumentos, así que moví el telescopio hacia otras estrellas brillantes, comprobando que dicho halo desaparecía. Volví de nuevo a NGC 6572 y allí estaba, extremadamente débil, esa etérea capa apenas visible. Leyendo posteriormente encontré que O’Meara comenta en su libro “Deep Sky Companions: Hidden Objects” que también ha llegado a apreciar alguna vez un halo, así como también lo han documentado otros astrónomos observando por grandes telescopios. La lógica habla en su contra, pues, al parecer, la planetaria es bastante joven (poco más de 2000 años) como para haber desarrollado una envoltura tan grande. Tampoco he encontrado fotografías donde se vea esa capa, pero el hecho de no ser el único que la ha visto hace que me replantee el asunto. Personalmente, debería volver a observarla bajo condiciones idóneas para comprobar que se repite su visión, aunque la transparencia de esa noche, a 3.000 metros de altura en lo alto del Veleta, es difícil de superar. Bueno, está claro que la astronomía puede dar sorpresas y comeduras de coco a partes iguales, y ahí radica parte de su encanto. Adoptaré un punto de vista agnóstico: no negaré la existencia de esa capa gaseosa ni me empecinaré en confirmarla. Simplemente, me llevo para mí la sensación de asombro que sentí esa noche, y posteriores observaciones ya se encargarán de inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Pingback: Recorrido por Ofiuco | Turismo Astronómico
Buen artículo y muy interesante. Me ha gustado como todos los anteriores. No dejes de escribir, porque gracias a tí y personas como tú se aprende mucho.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias Francisco, me alegro de que te guste, la verdad es que yo también aprendo un montón mientras los escribo. ¡Un saludo!
Me gustaMe gusta
Pingback: Cómo ver un agujero negro con un pequeño telescopio | El nido del astrónomo