Las nebulosas planetarias tienen algo que nos fascina, quizás sea el hecho de poder contemplar una estrella despidiéndose, o conocer de primera mano cómo acabará sus días nuestro sol… Incluso las más pequeñas tienen algo de mágico, una pequeña esfera entre tanta estrella puntual, y resulta estimulante imaginar cómo sería su visión desde unos pocos años luz de distancia si pudiéramos viajar hasta ella. Hay una inmensa variedad en cuanto a forma, tamaño e incluso color, y todas ellas tienen un origen similar, comenzando el proceso cuando la estrella tiene unos cuantos miles de millones de años.
La estrella ha consumido el hidrógeno, su principal fuente de combustible, por lo que la gravedad gana terreno y comienza a contraer todo su volumen. Este colapso aumenta la densidad y, con ello, la temperatura, por lo que la fusión de hidrógeno se reactiva en las capas externas de la estrella y su atmósfera crece enormemente, convirtiéndose en una gigante roja. Al mismo tiempo, el aumento de la temperatura condiciona que, en el núcleo, el helio se pueda fusionar y dar lugar a oxígeno y carbono, elementos inservibles para una estrella de masa media (menor de 8 masas solares). El helio es un elemento bastante sensible a la temperatura, por lo que pequeños cambios de temperatura originan importantes aumentos en la intensidad de sus reacciones nucleares. Esto deriva en que la estrella comienza a emitir pulsaciones de energía, fuertes latidos que producen, paulatinamente, la expulsión de sus capas más externas de gas, formando una envoltura que recibe el nombre de nebulosa planetaria. Cuando la estrella pierde suficientes capas de su atmósfera deja en evidencia al brillante núcleo, que ha pasado a denominarse “enana blanca”, y su radiación ioniza los átomos de la envoltura gaseosa, que emite luz propia, fotones que llegan a nuestros telescopios y nos permiten maravillarnos con este interesante proceso. Proceso, además, extremadamente rápido, al menos en términos astronómicos, ya que la fase de nebulosa planetaria dura unos 10.000 años, tras los cuales el gas queda dispersa por el espacio, con una mínima densidad, y la estrella central, la enana blanca, se convierte en un silencioso espectador del cosmos que, poco a poco, se irá apagando en un completo anonimato.
Hoy vamos a ilustrar esta fase de la vida de una estrella con dos interesantes objetos que se encuentran en Pegaso. Esta constelación es famosa, principalmente, por sus numerosas galaxias, por lo que se agradece poder disfrutar en ella de dos nebulosas planetarias. La primera, la más pequeña, es NGC 7094, una esfera filamentosa situada a unos 5500 años luz de distancia, que comparte cielo muy cerca de M15, por lo que podemos aprovechar para observar el cúmulo globular de paso. NGC 7094 puede parecer una nebulosa relativamente normal, pero lo cierto es que muestra algunas características que la hacen especial. Su estrella central pertenece a una categoría denominada “estrellas PG 1159”, estrellas con altas concentraciones de helio, carbono y oxígeno, pero deficientes en hidrógeno, que representan un breve episodio de transición entre la estrella central de una nebulosa planetaria y una enana blanca que ha perdido su envoltura. Por lo tanto, NGC 7094 es una planetaria en vías de extinción, y su estrella, aunque brilla con una magnitud de 13, está apagándose a gran velocidad. El astro pertenece, concretamente, a un subtipo conocido como “estrella PG 1159 híbrida”, ya que muestra en su espectro líneas de Balmer correspondientes al hidrógeno. Sólo hay tres objetos que cumplen estos requisitos (siendo los restantes Sh2-68 y Abell 43, que veremos en otra ocasión) y las causas de su composición no se conocen bien aún. Estudiando NGC 7094 se ha encontrado la presencia de fuertes vientos estelares que pueden estar haciendo que pierda masa a una velocidad relativamente alta, así como una pequeña variabilidad de brillo y temperatura que podrían corresponder a los últimos esfuerzos de la estrella por mantener su compostura.

Crédito: CHART32
Con un diámetro de 1 minuto y medio de arco, no es difícil de encontrar si disponemos de un mapa detallado, ya que a bajo aumento se distingue sin problema su estrella central, de magnitud 13, en un campo relativamente poblado teniendo en cuenta la zona del cielo en la que nos encontramos. La magnitud de la nebulosa se ha estimado en 13.7, pero su pequeño diámetro hace que podemos verla sin problema si usamos aumentos adecuados. En mi caso, con el Dobson de 30 cm, la mejor visión la obtuve a 214 aumentos, apareciendo la nebulosa como una pequeña esfera bien definida, con la estrella causante justo en el centro. El filtro OIII mejoraba mínimamente la imagen en detrimento de las estrellas, así que decidí disfrutar de ella sin más cristales de por medio (cuando el cielo es bueno, el uso de filtros se reduce muchísimo). Mirando el paisaje celeste que aparecía ante el ocular no podía dejar de maravillarme pensando que esa diminuta estrella, embebida en la nube de gas, dejaría de brillar en lo que dura un suspiro, mostrando una vez más que el cielo no es un cuadro indeleble, sino un lugar en constante movimiento y actividad.
La segunda planetaria de la noche resultó ser una sorpresa mayúscula. Ya de entrada su nombre nos pone sobre aviso, ya que Jones 1 no es un nombre que relacionemos automáticamente con un objeto celeste. Dicho nombre hace referencia Rebecca Jones, la astrónoma que la descubrió en 1941. Se encuentra más cerca que la anterior, a 2300 años luz de distancia, por lo que su tamaño también es mayor, sobrepasando los 5 minutos de arco de diámetro. A la distancia estimada obtenemos un tamaño real de unos 3.5 años luz, convirtiéndose así Jones 1 en una de las mayores nebulosas planetarias conocidas. Hay varias estimaciones en cuanto a su magnitud visual, variando entre 13 y 15, si bien lo cierto es que presenta un brillo superficial extremadamente bajo. Su estrella central, de magnitud 16, se escapa en este caso a nuestro telescopio, aunque con mayor abertura y mejores cielos no debe ser muy complicada de ver.
T.A. Rector/Univ.Alaska Anchorage, H. Schweiker/NOAO/AURA/NSF
Tiene una forma peculiar, esferoidal, aunque sus bordes son algo irregulares y engrosados en forma de letra C. Destaca en la imagen anterior una zona anaranjada justo bajo la planetaria que corresponde a una masa de hidrógeno, más bien característica de las zonas de formación estelar, por lo que es independiente de Jones 1. No podemos negar, sin embargo, que produce un llamativo contraste de color. Al telescopio, pude apreciar la nebulosa planetaria con el Hyperion de 13 mm, a 115 aumentos, como una nube informe y extremadamente tenue, tan sólo visible cuando movía ligeramente el tubo. Sin embargo el filtro OIII en este caso sí aportó una importante mejoría, apareciendo, como por arte de magia, una nubecilla de forma levemente ovalada. No pude ver ninguna estrella en su interior, tampoco contaba con ello, pero lo que sí pude apreciar fueron sus dos arcos más brillantes, situados en bordes opuestos, sobre todo con visión periférica. Aunque seguía siendo débil, conforme pasaban los minutos la veía con mayor facilidad, sorprendido por esa estructura de la que hace gala en las fotografías de larga exposición y preguntándome cómo no había oído hablar de ella con anterioridad. Por muchas noches que haya estado alguien bajo las estrellas y por muchos objetos que haya visto, siempre se pueden encontrar maravillas escondidas que requieren una búsqueda algo más intrincada. El resultado siempre merece la pena.
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