Observación en Sierra Nevada (28/11/16)

Cuando alguien está esperando algo durante mucho tiempo, la simple palabra «puede» es capaz de hacer que remueva cielo y tierra hasta conseguirlo. Tras casi dos meses sin tener un cielo en condiciones (nubes, luna…), ayer por fin la previsión del tiempo auguraba algunos momentos claros por la noche en lo alto de Sierra Nevada. El resto de Granada permanecería bajo gruesas nubes, pero, al parecer, en las alturas podría verse el cielo, eso sí, con un frío considerable. Sin tener certeza sobre el punto de corte de las nubes, me armé de abrigo y monté el equipo en el coche, consciente de que iba a ser la única noche que me ofrecía alguna posibilidad. Llovía cuando salí, y el termómetro comenzó a descender un grado cada 4 minutos. A medio camino de mi lugar de observación una imponente niebla rodeó al coche, impidiendo la visión dos metros más allá, con finas gotas que golpeaban el cristal. Se fue de repente, y comprendí entonces que era una densa nube, que ahora quedaba atrás. Me sumergí en otra nube, disminuyendo la velocidad en las curvas del camino. Entonces pude ver la primera estrella, tímida y emborronada, y supe que iba a salir bien. Al girar una curva un deslumbrante Venus me saludó por el oeste, más brillante de lo que lo había visto nunca, y paulatinamente el cielo se fue poblando de puntos luminosos. Una vez arriba pude contemplar el mar de nubes que quedaba bajo mis pies, tapando la luz que, como una fuente, escupía Granada. En el cielo, un millar de estrellas esperaban a ser exploradas. No eran las mejores condiciones, una fina capa luminosa recorría el firmamento, probablemente por pequeñas motas de humedad, pero, después de dos meses sin una buena noche, me pareció el mismo paraíso. A las 20:30 ya estaba sentado frente al Dobson, navegando por la constelación de Casiopea.

Mis primeros objetivos fueron dos cúmulos, NGC 559 y NGC 225, que tienen al lado sendas nebulosas oscuras. Sin embargo, desconocía el lugar exacto de las nebulosas y esa leve «claridad» del cielo rompía el contraste que necesitaba para apreciarlas, por lo que cambié de objeto, yendo a Perseo para ver NGC 1491. Es una nebulosa de emisión que en fotografías muestra una silueta similar a una pisada de animal con tres garras, y visualmente es brillante y llamativa, curvándose alrededor de una estrella. El filtro UHC resaltaba la visión, mostrando con mayor claridad esa nube en la que se están formando estrellas. Le tocó el turno después al cadáver de una estrella que está provocando un verdadero espectáculo. Se trata de Sh2-188, una nebulosa planetaria esférica que está interaccionando con el medio interestelar, dejando una estela de gas tras de sí que puede apreciarse en fotografías de larga exposición. Sólo pude ver el lado de la esfera que arremete contra el espacio, gracias al filtro OIII, muy tenue y tras un buen rato de adaptación, pero no todos los días podemos ver algo así. Van der Bergh 1, abreviada VdB 1, es una nebulosa de reflexión que se sitúa cerca de Caph o Beta Cas, y se mostraba como una débil nebulosidad asociada a un triángulo brillante de estrellas.

En ese momento el cielo se estropeó un poco, apareciendo la imagen de las estrellas algo distorsionada, así que decidí probar con algo fácil, como los cúmulos M34 y M37, ambos espectaculares y muy distintos entre sí. M34, brillante y disperso, contrastaba con M37, que presenta una multitud de pequeñas estrellas, más de un centenar, dispuestas de forma triangular. Tras observar M37 aproveché para hacer un repaso de los cúmulos M36 y M38, siempre interesantes de ver, e incluso estuve un rato observando IC 410, la impresionante nebulosa que rodea a un poblado cúmulo abierto, y que resalta mágicamente con el filtro UHC. Volví al coche a calentarme: el termómetro llegó a marcar los 5 grados bajo cero y, aunque llevaba ropa especialmente abrigada, las manos se resentían un poco. Tras unos minutos entrando en calor decidí ir a cazar galaxias, viajando al infinito en la constelación de Fornax. Comencé con Fórnax A, una enorme galaxia elíptica con un agujero negro supermasivo en su interior, responsable de emitir intensas ondas de radio, y luego disfruté de NGC 1635, una preciosa galaxia barrada que muestra dos llamativos brazos que salen de su barra central y adoptan forma de letra Z. Por último, observé el corazón del Cúmulo de Fórnax, sorprendiéndome de la cantidad de manchas dispersas y brillantes que aparecían por el ocular, a pesar de estar muy bajas sobre el horizonte. Después de viajar por esos lugares tan remotos descansé la vista con un sistema solar realmente peculiar, la conocida Sigma Orionis, un sistema de 6 estrellas que giran formando caprichosas órbitas en la constelación de Orión. Viendo sus principales 4 estrellas, no resultaba difícil imaginarlas girando entre sí, con la brillante estrella principal en el centro, como el eje de una gran rueda cósmica.

El frío me venció a las 00:30, tras cuatro hora de disfrute que sirvieron para matar el gusanillo y poder aguantar un poco más en medio de este tiempo invernal. Mientras volvía por la carretera Orión, a mi izquierda, parecía acompañarme desde la distancia, y Sirio apareció brillando sobre la montaña, conformando la bella imagen que preconiza la llegada del invierno.

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