Todas las constelaciones guardan secretos, objetos tenues y poco conocidos que esperan el momento de ser encontrados. El que nos ocupa hoy se encuentra en Casiopea y, a pesar de denominarse Sh2-188, no es una región HII. Más bien al revés, es una nebulosa planetaria excepcionalmente tenue, tanto que no fue descubierta hasta 1951 por el observatorio Simiez en Rusia, siendo catalogada posteriormente por Sharpless. En la siguiente imagen de Ken Crawford, del observatorio Rancho del Sol, podemos apreciar su espectacular despliegue:
De entrada puede parecernos muy similar a Abell 21 o Sh2-274, la nebulosa de la Medusa, y puede que ambos objetos compartan más de un atributo. Sh2-188 fue considerada, al principio, un remanente de supernova, debido a la presencia en su parte más brillante de desgarrados filamentos que sugerían un evento especialmente catastrófico, y posteriormente se la consideró una región HII, momento en que fue incluida en el catálogo Sharpless. Sin embargo, años después se llegó a conocer su verdadera naturaleza gracias al espectro de su masa gaseosa, rica, entre otros elementos, en oxígeno ionizado. La estrella causante de tal espectáculo es una diminuta bola de gas cuya superficie supera los 100.000 kelvin. De hecho, en la anterior fotografía podemos verla, situada justo encima de la estrella anaranjada que ocupa el centro de la mitad izquierda de la nebulosa. Ese pequeño punto azulado es la estrella central.
Sh2-188 es una planetaria anular cuya estructura no ha sido especialmente distorsionada, ya que todavía podemos ver la forma anular principal, que comenzó a formarse hace más de 20.000 años. La característica más llamativa de esta nebulosa es la estela de gas que va dejando a su paso, algo que captó la atención de astrofísicos desde su descubrimiento. En la génesis de las nebulosas planetarias, según los modelos actuales, tienen una gran importancia los vientos estelares, de manera que durante la fase principal de la estrella, cuando se convierte en una gigante roja, va generando un viento a baja velocidad que es alcanzado por el viento rápido que la estrella genera posteriormente, cuando comienza a colapsarse por la gravedad. El viento rápido interactúa con el viento lento y se produce un frente de ionización, dando lugar a la forma característica que vemos en la mayoría de planetarias, una envoltura que se expande a unos 45 km por segundo. Y aquí entra a colación el motivo por el que Sh2-188 es especial. Normalmente los objetos se van moviendo a través del universo, porque como hemos visto en innumerables ocasiones el cosmos no es algo estático. La mayoría de nebulosas planetarias viaja a una velocidad entre 30 y 50 km por segundo, alcanzando algunas los 70 km por segundo. Sin embargo, Sh2-188 rompe estas barreras llegando a la vertiginosa velocidad de 125 km por segundo. De la misma manera que si sacamos la mano llena de harina por la ventanilla del coche los polvos van desperdigándose y formando una estela tras nuestro paso, el gas de Sh2-188 va quedando esparcido a su veloz paso a través del medio interestelar (conocido por las siglas ISM en inglés).
Visualmente no debemos esperar gran cosa, pues sólo podemos aspirar a atisbar la zona más brillante de la porción anular de la nebulosa, esa “onda de choque” que es la primera en golpear el medio interestelar. Sin embargo, conocer lo que estamos viendo convierte el desafío en algo excitante, aunque tendremos que disponer de cielos muy oscuros para intentarlo. La localización de Sh2-188 es extremadamente sencilla, cerca de Ruchbah o delta Cas, una brillante gigante blanca de tipo espectral A5 y magnitud 2.66, que se encuentra a unos 100 años luz de distancia. De ahí saltaremos a Chi Cas, una gigante amarilla de 4.68 de magnitud, y muy cerca podremos ver a la bonita gigante roja HD 9352, de magnitud 5.7 y un tono rojizo que delatará su presencia a bajo aumento. Muy cerca, a menos de medio grado de distancia, se encuentra Sh2-188, aunque para localizarla con exactitud será mejor tomar como referencia unas brillantes parejas de estrellas que hay un poco más lejos. Una vez conocida la posición exacta puede que no veamos nada, al menos si observamos con un telescopio “normal” en un cielo “normal”. Pero ya sabemos que, a veces, las cosas no son fáciles, así que es mejor ponernos cómodos y tener paciencia. El filtro OIII se hace imprescindible, a costa de sacrificar estrellas.
Nuestro objetivo será cazar la parte más brillante, la “proa”, la región que va golpeando en primer lugar la materia interestelar. Con mi Dobson de 30 cm, a 115 aumentos, apareció tras un largo rato como un tenue filamento alargado, sin bordes definidos, que desapareció en cuestión de segundos. Insistí y persistí, y de nuevo se dejó entrever por un espacio corto de tiempo. Allí, entre dos débiles estrellas, podía adivinarlo con visión periférica, extremadamente débil, extremadamente etéreo. Cuando la vista no muestra una imagen espectacular, nuestra mente debe encargarse de ello, así que no tardé en imaginarme ese filamento como la onda de choque de una inmensa nube de gas que atravesaba el espacio como un fugaz meteoro, provocando chispas de luz que ahora, 3150 años más tarde, llegaban a mi retina. Puede que mucha gente se pregunte si merece la pena tanto esfuerzo y frío para ver una mancha tan débil que roza la frontera con lo invisible; vaya si lo merece…
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