A medida que pasa el tiempo disponemos de más medios para observar el cielo, cada vez con mayor calidad y detalle. Sabemos que unos pequeños prismáticos tienen una gran virtud, y es el campo visual tan grande que ofrecen, que nos permite disfrutar de objetos extensos y poblados campos de estrellas. El extremo de este tipo de instrumentos, en cuanto a extensión del campo, es este exótico invento que llegó a mis manos hace unos meses. Estos ojos de búho son unos pequeños binoculares con un aumento de tan sólo 2.3, si bien tienen una apertura de 4 cm, lo cual significa, básicamente, que veremos enormes trozos de cielo y seremos capaces de distinguir objetos mucho más débiles que los que veríamos a simple vista. Con los ojos de búho podemos ver estrellas y objetos de cielo profundo hasta dos magnitudes más débiles de lo habitual, así que podremos apreciar las constelaciones en su totalidad de espacio con sus principales objetos.
Llevaba un tiempo queriendo probar los ojos de búho con Sagitario, y hace unas semanas tuve la oportunidad. El horizonte sur no era el mejor desde nuestro lugar de observación, pero aun así apunté a la constelación y no pude evitar soltar una exclamación. Así que así debía verse el cielo desde los lugares más oscuros del mundo… La Vía Láctea no era una nube difusa sino un bloque marmóreo que brillaba con fuerza, con bordes perfectamente delimitados, entrantes y salientes que parecían la línea de costa de unos acantilados vistos desde arriba. Multitud de estrellas brillaban donde antes no había nada, pero lo que más me sorprendió fue la inmensa cantidad de condensaciones que aparecieron ante mis ojos. La más evidente, cómo no, era la Nebulosa de la Laguna, que aparecía como una mancha alargada y brillante, ¡e incluso podían distinguirse dos partes principales separadas por una zona oscura! M20, la Trífida, era notoria por encima de ella, y una pequeña estrella la apartaba de contrastado M21, el cúmulo abierto que se encuentra a su izquierda.
Me sorprendió, justo bajo M8, la presencia de un entrante de la Vía Láctea que se adentraba en el lo que los anglosajones llaman «Dark Rift», ese vacío oscuro que separa las dos vertientes de la Vía Láctea desde nuestro punto de vista. El entrante contrastaba enormemente con la zona negra como el tizón, y no era difícil imaginar a una cercana nebulosa oscura proyectando su sombra sobre el resto de las estrellas. A la izquierda de Kaus Borealis, la estrella que conforma el «tejado de la casa», podía verse sin ninguna dificultad M22, el famoso cúmulo globular, como una pequeña mancha redondeada, aunque más brillante que las estrellas que había a su alrededor. El cúmulo abierto M25 brillaba alargado sobre M22, amparado bajo 3 estrellas. M24, la «Nube de Sagitario», dejaba asomar su región más meridional, anticipando las maravillas que podíamos encontrar si alzábamos la mirada un poco más. M23 formaba un triángulo con M20 y Saturno, que se dejaba ver como una brillante estrella amarillenta que, por supuesto, no parpadeaba como sus compañeras. Si seguía hacia abajo, podía ver, a la derecha de Nash, otra nebulosa oscura alargada y acodada, como una bota, que se corresponde con la nebulosa oscura Barnard 295. Por esta zona la vista se iba, sin poder evitarlo, al frondoso Cúmulo de Ptolomeo o M7, en cuyo interior podían incluso distinguirse unas cuantas estrellas salpicadas. Por supuesto, también brillaba a su lado M6, algo más pequeño y alargado. Probablemente pude haber visto algunos otros cúmulos del catálogo NGC, pero dibujar un campo tan grande acaba cansando la vista y la mano, así que decidí dejar la observación ahí, no sin antes dar unos paseos rápidos por el resto de la Vía Láctea, disfrutando de las constelaciones del Cisne, el Escudo, Casiopea… Guardé los ojos de búho con la certeza de que este verano me proporcionarán largas horas de disfrute, tumbado en una hamaca en lo alto de una montaña. No apreciaremos detalles sobre objetos concretos, pero las panorámicas que nos ofrece son, sin duda, algo excepcional.
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