Más allá de la cola del Cisne, en dirección al Lagarto, podremos distinguir, si observamos con prismáticos bajo un cielo oscuro, una multitud de pequeñas manchas nebulosas, grandes familias estelares para todos los gustos. M39 es, probablemente, el cúmulo más grande y brillante de la zona, pero otros muchos esperan a ser conocidos. Hoy nos centraremos en uno que encontré por casualidad, mientras buscaba la nebulosa IC 5146. Fue el primero de muchos que pasaron tras mi ocular, pero su aspecto delicado me hizo querer capturarlo con el lápiz.
Se trata de NGC 7062, un cúmulo abierto que se encuentra a unos 4800 años luz de distancia. Debemos su descubrimiento a William Herschel en 1788, gracias a un telescopio de 45 cm de apertura. NGC 7062 colinda con Cygnus X, la gran región de formación estelar que forma parte, al igual que el Sol, de la rama de Orión, esa franja de estrellas que comunica el Brazo de Sagitario y el de Perseo. Por tanto, al mirar hacia NGC 7062 estamos atravesando miles de años luz repletos de estrellas y nebulosas; tenemos suerte de poder distinguir objetos tras este frondoso bosque. Las estrellas de NGC 7062 se distribuyen por un área de unos 3.5 años luz de diámetro, que corresponden a unos 6 minutos de arco tras nuestros instrumentos. El núcleo del cúmulo parece estar sufriendo un lento colapso, como si algo estuviera apretando sus estrellas entre sí. Todo apunta como causante a una nube molecular que se acerca inexorablemente hacia el cúmulo, como si fuera una mano que amasa un puñado de arcilla. La inmensa cantidad de polvo que se interpone entre NGC 7062 y nosotros dificultad su estudio, aunque parece que cuenta con una masa equivalente a 1560 soles, un número nada desdeñable. Su edad se ha estimado en unos mil millones de años, la cual no deja de ser una cifra elevada si tenemos en cuenta la aparente concentración de estrellas que posee.
Al telescopio NGC 7062 no deslumbrará con el brillo de cien soles, ni tampoco destacará por su enorme tamaño o curiosa forma, no. NGC 7062 es uno de esos cúmulos cuyo encanto reside en su delicadeza, mostrándose como una débil nubecilla ovalada en la que chisporrotean, lejanas, numerosas estrellas titilantes. Cuatro de ellas son más brillantes y forman una especie de trapecio que parece enmarcar al resto, al menos una veintena, protegiéndolo de las restantes estrellas. Curiosamente, en sus alrededores no encontramos una gran densidad estelar, y es que el polvo en esta región de la Vía Láctea se deja ver en cada rincón, por lo que no es de extrañar que todo parezca un poco más apagado.
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