Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que la distancia a las estrellas era una incógnita, no habiendo medio alguno que sirviera como pista para conocerla. Uno de los primeros pasos en el camino para conocer las distancias estelares fue comprobar que algunas estrellas se movían más rápido que otras por el firmamento. Por ejemplo, el rápido movimiento aparente de la Estrella de Barnard hacía suponer que se encontraba más cerca que el resto de astros, aunque hacían falta nuevas herramientas para poder confirmarlo y poner números objetivos a las hipótesis. Una estrella de la constelación del Cisne fue crucial para entender la magnitud de las distancias estelares, y será la protagonista de la entrada de hoy: 61 cygni.
En 1792 Giuseppe Prazzi se dio cuenta de que 61 cygni, una bonita estrella doble, parecía haberse movido 3 minutos de arco con respecto a la última medida de que disponía, hacía ya 40 años. Estudiándola con detenimiento pudo comprobar su rápido movimiento aparente, surcando el cielo a razón de unos 5 segundos de arco cada año: 61 cygni fue conocida como la “estrella voladora de Piazzi”. A principios del siglo XVIII los astrónomos se lanzaron a la caza de estrellas cercanas para descubrir, por vez primera, la distancia real que las separaba del Sol. A falta de otros métodos más modernos, se basaron en la paralaje, un medio que nuestros propios ojos usan para que podamos apreciar el entorno en tres dimensiones. Podemos entender lo que es la paralaje con un sencillo experimento: cerremos un ojo y coloquemos el dedo de nuestra mano delante, a unos 20 centímetros. Ahora miremos con el otro ojo: el dedo parecerá haberse movido con respecto a los objetos del fondo. Sabiendo la distancia que hay entre nuestros dos ojos y el ángulo que forma el dedo con los objetos del fondo podremos obtener, mediante la más sencilla trigonometría, la distancia que nos separa del dedo. De la misma manera se pensaba que podríamos conocer la distancia a estrellas cercanas, comparando su posición relativa al resto de las estrellas desde distintas posiciones. En la Tierra, con un diámetro de unos 12.000 km, no podemos separarnos lo suficiente como para apreciar ningún movimiento en las estrellas (es como si nuestros ojos, en el ejemplo anterior, estuvieran prácticamente juntos y el dedo muy lejano). Hacía falta aumentar la separación entre los dos puntos de observación, algo que podía conseguirse si observásemos en distintos momentos del año. El 1 de enero, por ejemplo, la Tierra se encuentra en su punto más lejano al lugar que ocupa el 1 de julio, distando entre ambos puntos unos 300 millones de km, de manera que, observando en esos dos días extremos, podríamos agrandar la distancia entre “nuestros ojos”, permitiendo distinguir, en teoría, desplazamientos más pequeños.
Y así fue. Con la mejora de los instrumentos de medida, en 1838 Friedrich Bessel hizo historia al comprobar la paralaje de 61 cygni, convirtiéndose así en la primera estrella cuya distancia se conoció. Bessel comprobó que, desde puntos distantes, la estrella parecía moverse 0.314 segundos de arco con respecto al fondo, estimando que se encontraba a 10.4 años luz, distancia bastante parecida a la estimada hoy en día, 11.36 años luz. A partir de entonces la distancia a las estrellas dejó de ser un misterio y se abrió un nuevo mundo a ojos del ser humano, que fue consciente, bruscamente, de la inmensa magnitud del cosmos.
Pero vamos a estudiar ahora la composición de la estrella, ya que, como hemos apuntado con anterioridad, se trata de un sistema binario. La estrella primaria, de magnitud 5.21, se encuentra separada de la secundaria, de magnitud 6.03, por 30.7 segundos de arco. Ambas son enanas rojas de tipo espectral K, algo más pequeñas que nuestro sol, con una edad que ronda los 6 mil millones de años. Giran entre sí lentamente, tan lento que tardan 659 años en dar una vuelta completa, habiendo entre ellas un espacio de 84 unidades astronómicas. No se ha descubierto ningún planeta alrededor del sistema: de haberlo, la vida allí sería bastante improbable ya que 61 cygni B, la estrella secundaria, presenta erupciones periódicas de radiación que desintegrarían, literalmente, cualquier atmósfera planetaria.
Para el aficionado, 61 cygni tiene dos aspectos fascinantes que la hacen meritoria de, al menos, una visita. Por un lado, es una bonita doble con sus dos componentes claramente anaranjadas y una separación más que cómoda: de hecho, es posible distinguir ambas estrellas con unos simples prismáticos de 10×50, siempre y cuando tengan un soporte estable. En segundo lugar, su rápido movimiento propio las convierte en candidatas perfectas para seguirlas periódicamente, dibujando o fotografiándolas cada cierto tiempo para comprobar cómo se van moviendo entre las restantes estrellas. Un pequeño astro de magnitud 10.7 está en una situación idónea para servir de referente, muy cerca de ambas estrellas. Si visitamos 61 cygni dentro de un año o dos podremos comprobar cómo las dos gemas anaranjadas se han alejado ligeramente de la pequeña estrella, mostrándonos, de primera mano, que nuestra galaxia no es precisamente estática.
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