El objeto que nos ocupa pertenece a la constelación de Casiopea, si bien se sitúa extremadamente cerca de la Jirafa, tanto que la mejor estrella que podemos tomar como referencia para encontrarlo es CS Cam, una supergigante blanco-azulada que se encuentra a 2.000 años luz de distancia (y que, por cierto, acabará sus días en forma de una brillante supernova). En la siguiente fotografía podemos apreciar nuestro destino de hoy:
Se trata de IC 289, una bonita nebulosa planetaria que dista de nosotros unos 4.200 años luz y que fue descubierta por Lewis Swift en 1888. En la imagen del Hubble podemos apreciar que tiene dos capas claramente distintas, una interna más brillante y un halo exterior redondeado y tenue. La región externa representa una de las primeras “exhalaciones” de la estrella, mientras que el óvalo interno fue expulsado a posteriori, destacando en este una especie de protuberancia que parece una burbuja a punto de escapar. Llama la atención la intensa tonalidad verdosa que domina la imagen, lo cual es debido a la presencia de oxígeno ionizado. Este tipo de gas ya se detectó en 1860 mediante espectroscopia, pensándose que sus líneas de emisión indicaban la presencia de un nuevo elemento químico. Sin embargo, poco después se llegó a la conclusión de que el gas no era otro que el oxígeno, que debido a la intensa radiación ultravioleta de la estrella central se ionizaba, emitiendo luz en una longitud de onda determinada, en torno a los 500 nm. La radiación de esta longitud de onda impregna nuestra retina y nos hace percibirla de color verde, y de ahí que IC 289, como tantas otras nebulosas planetarias, sea tan brillante en esta tonalidad. El filtro OIII, por cierto, es restrictivo para la mayoría de la radiación excepto para la longitud de onda en torno a los 500 nm, motivo por el cual las planetarias parecen resucitar cuando usamos este tipo de filtros.
Cuando apuntemos nuestros telescopios a IC 289 no seremos capaces de admirar el espectáculo que nos ofrece la primera fotografía, pero aun así esta nebulosa no deja de ser un interesante objeto. Presenta un diámetro de unos 35 segundos de arco y una magnitud en torno a 13, por lo cual necesitaremos cielos oscuros y aperturas de al menos 20 cm. Con mi Dobson de 30 cm, una vez encontrada su ubicación, no fui capaz de distinguir ningún atisbo de luz nebulosa, tan sólo un campo de estrellas en la que destacaba BD +60 0631, un astro de la décima magnitud. Por momentos, tras varios minutos de adaptación me parecía notar algo raro allí donde debería estar la pequeña nube, y entonces me decidí a probar el filtro OIII, apareciendo la planetaria ante mí como por arte de magia. Se dejaba ver como una tenue esfera fantasmal que desaparecía rápidamente con visión directa. No llegué a ver la estrella central, extremadamente débil incluso para telescopios de gran apertura, pero este tipo de objetos tiene algo especial, aunque no muestren más que una lejana y etérea nube a nuestros ojos: probablemente se deba a que nos enseñan que el universo no es un lienzo inerte sino un hervidero rebosante de vida; vida que, como todo, debe terminar algún día.
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