La galaxia del cisne (NGC 7013)

Sabemos ya que cada constelación tiene sus objetos más “típicos”, pero luego podemos encontrar algunas sorpresas más alternativas que nunca esperaríamos encontrar en ese lugar. Las galaxias nos rodean por todos lados, en casi cualquier rincón del cielo que miremos con un telescopio lo suficientemente grande podríamos encontrar, al menos, un universo-isla. Son las estrellas y el polvo de nuestra galaxia los responsables de ocultar gran parte de ellas, interponiéndose como ocurre en las constelaciones de Sagitario, Casiopea o, en el que caso que nos ocupa hoy, el Cisne.

NGC 7013 es una galaxia que se deja ver tímidamente entre la inmensa cantidad de gas y polvo de la Vía Láctea, y lo hace con relativa facilidad a pesar de los impedimentos. Se encuentra situada a unos considerables 40 millones de años luz de distancia, muy cerca en el firmamento de la estrella zeta Cygni, que marca el final de una de las alas del ave. La galaxia podría pasar por una lenticular, aunque la mayoría de autores apuntan más hacia una espiral evolucionada. La causa de esta diversidad de opiniones radica en que sus brazos espirales no se encuentran bien definidos, debido principalmente a una baja densidad de estrellas (podríamos catalogar a NGC 7013 como una galaxia anémica). Presenta dos anillos más brillantes en sus regiones centrales, y es en ellos donde se engloba la mayor parte del hidrógeno neutro capaz de formar nuevas estrellas. Su diámetro se estima en unos 50.000 años luz, presentando una emisión electromagnética en su región central característica que la clasifica como una galaxia LINER  (low-ionization nuclear emission-line region). Estas galaxias tienen en su  centro agujeros negros  supermasivos que calientan el gas que los circunda, emitiendo esta particular energía (podríamos decir que son una versión menos intensa de las galaxias Seyfert).

Con una magnitud de 12, NGC 7013 fue descubierta por William Herschel en 1784. Cuando la observé con mi Dobson de 30 cm quedé gratamente sorprendido. En un primer momento, a bajo aumento ya pude apreciarla mientras movía el tubo como una mancha fantasmal y difusa, situada muy cerca de una estrella relativamente brillante. Poco a poco, la mancha fue perfilando una forma alargada, que alcanzaba en su eje mayor algo más de 3 minutos da arco. Decidí usar el ocular Cronus de 7 mm,, con 214 aumentos, y una buena dosis de paciencia, tras la cual pude sacar algo más de jugo a la galaxia. El centro era aparentemente estelar y brillante, rodeado de un destacado bulbo luminoso con forma ovalada que contrastaba de manera importante con el resto de la galaxia, un halo que se extendía fantasmagóricamente como si fuera una versión en miniatura de M31. Un buen número de estrellas la acompañaban en cortejo, envidiosas seguramente porque, a pesar de la distancia, la lejana galaxia se colaba entre ellas para llegar a nuestros ojos.

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Envuelta en llamas (la estrella de hidrógeno de Campbell)

Cuando uno piensa en los objetos de cielo profundo de la constelación del Cisne se imagina extensas y difusas nebulosas y ricos cúmulos estelares. Hoy vamos a ver un objeto distinto, más parecido a NGC 6888 que a cualquier otro. Se conoce como la Estrella de Hidrógeno de Campbell (Campbell’s Hydrogen Star), pero su nombre oficial es PK 64+5.1. En la siguiente imagen, obtenida con el telescopio Hubble, podemos contemplarla en todo su esplendor:

A smouldering star

La estrella que ocupa el centro de la imagen llamó la atención a finales del siglo XIX, cuando Willemina Fleming vio que tenía un espectro peculiar. En 1899 William Campbell descubrió que la estrella estaba cubierta por una débil y pequeña envoltura gaseosa, a modo de nebulosa planetaria, rica en elementos pesados como carbono y neón. La estrella de Campbell, como pasó a conocerse entonces, es una estrella de tipo Wolf-Rayet, algo que nos sonará si recordamos objetos como NGC 6888 o NGC 7635 (la Nebulosa de la Burbuja). Una estrella Wolf-Rayet es una estrella extremadamente masiva que genera fuertes vientos, produciendo una rápida pérdida de masa. De hecho, recientes estudios de este objeto han detectado vientos de hasta 700 km por segundo: no es de extrañar que produzcan la dispersión de sus capas más externas. La estrella de Campbell se encuentra a unos 4.000 años luz de distancia, así que no esperemos ver un objeto especialmente extenso.

Con una magnitud de 10.44, su principal dificultad estriba en su pequeño tamaño y en el brillo de la estrella central, que reluce con una magnitud de 11.3. La débil nubecilla apenas alcanza los 5 segundos de arco de diámetro, así que tendremos que usar elevados aumentos y disponer de una atmósfera estable y con la mínima contaminación lumínica. Podemos ubicarla a partir de la conocida Albireo, que se encuentra a unos 2 grados y medio de nuestro objetivo, al que tendremos que llegar saltando de estrella en estrella. Una vez en campo es probable que no veamos más que la estrella central: será el momento entonces de cambiar de ocular. A 429 aumentos la estrella parecía envuelta en el típico halo pequeño y difuso que aparece cuando la atmósfera está especialmente húmeda. Sin embargo, moviendo el tubo podía compararla con otras estrellas de brillo similar, pudiendo apreciar que dicho halo aparecía exclusivamente en la estrella de Campbell. Mucha gente refiere distinguir en esa pequeña esfera gaseosa un color rojizo o anaranjado (debido principalmente al carbono), pero en mi caso no pude ver más que una tonalidad grisácea (mis ojos, por otro lado, no son especialmente sensibles a los cambios de color). Aun así, no deja de ser un objeto interesante, una vez que tenemos en cuenta los violentos procesos que está sufriendo y las rápidas ráfagas que produce a su alrededor.

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La distancia a las estrellas (61 cygni)

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que la distancia a las estrellas era una incógnita, no habiendo medio alguno que sirviera como pista para conocerla. Uno de los primeros pasos en el camino para conocer las distancias estelares fue comprobar que algunas estrellas se movían más rápido que otras por el firmamento. Por ejemplo, el rápido movimiento aparente de la Estrella de Barnard hacía suponer que se encontraba más cerca que el resto de astros, aunque hacían falta nuevas herramientas para poder confirmarlo y poner números objetivos a las hipótesis. Una estrella de la constelación del Cisne fue crucial para entender la magnitud de las distancias estelares, y será la protagonista de la entrada de hoy: 61 cygni.

En 1792 Giuseppe Prazzi se dio cuenta de que 61 cygni, una bonita estrella doble, parecía haberse movido 3 minutos de arco con respecto a la última medida de que disponía, hacía ya 40 años. Estudiándola con detenimiento pudo comprobar su rápido movimiento aparente, surcando el cielo a razón de unos 5 segundos de arco cada año: 61 cygni fue conocida como la “estrella voladora de Piazzi”. A principios del siglo XVIII los astrónomos se lanzaron a la caza de estrellas cercanas para descubrir, por vez primera, la distancia real que las separaba del Sol. A falta de otros métodos más modernos, se basaron en la paralaje, un medio que nuestros propios ojos usan para que podamos apreciar el entorno en tres dimensiones. Podemos entender lo que es la paralaje con un sencillo experimento: cerremos un ojo y coloquemos el dedo de nuestra mano delante, a unos 20 centímetros. Ahora miremos con el otro ojo: el dedo parecerá haberse movido con respecto a los objetos del fondo. Sabiendo la distancia que hay entre nuestros dos ojos y el ángulo que forma el dedo con los objetos del fondo podremos obtener, mediante la más sencilla trigonometría, la distancia que nos separa del dedo. De la misma manera se pensaba que podríamos conocer la distancia a estrellas cercanas, comparando su posición relativa al resto de las estrellas desde distintas posiciones. En la Tierra, con un diámetro de unos 12.000 km, no podemos separarnos lo suficiente como para apreciar ningún movimiento en las estrellas (es como si nuestros ojos, en el ejemplo anterior, estuvieran prácticamente juntos y el dedo muy lejano). Hacía falta aumentar la separación entre los dos puntos de observación, algo que podía conseguirse si observásemos en distintos momentos del año. El 1 de enero, por ejemplo, la Tierra se encuentra en su punto más lejano al lugar que ocupa el 1 de julio, distando entre ambos puntos unos 300 millones de km, de manera que, observando en esos dos días extremos, podríamos agrandar la distancia entre “nuestros ojos”, permitiendo distinguir, en teoría, desplazamientos más pequeños.

Paralaje

Y así fue. Con la mejora de los instrumentos de medida, en 1838 Friedrich Bessel hizo historia al comprobar la paralaje de 61 cygni, convirtiéndose así en la primera estrella cuya distancia se conoció. Bessel comprobó que, desde puntos distantes, la estrella parecía moverse 0.314 segundos de arco con respecto al fondo, estimando que se encontraba a 10.4 años luz, distancia bastante parecida a la estimada hoy en día, 11.36 años luz. A partir de entonces la distancia a las estrellas dejó de ser un misterio y se abrió un nuevo mundo a ojos del ser humano, que fue consciente, bruscamente, de la inmensa magnitud del cosmos.

Pero vamos a estudiar ahora la composición de la estrella, ya que, como hemos apuntado con anterioridad, se trata de un sistema binario. La estrella primaria, de magnitud 5.21, se encuentra separada de la secundaria, de magnitud 6.03, por 30.7 segundos de arco. Ambas son enanas rojas de tipo espectral K, algo más pequeñas que nuestro sol, con una edad que ronda los 6 mil millones de años. Giran entre sí lentamente, tan lento que tardan 659 años en dar una vuelta completa, habiendo entre ellas un espacio de 84 unidades astronómicas. No se ha descubierto ningún planeta alrededor del sistema: de haberlo, la vida allí sería bastante improbable ya que 61 cygni B, la estrella secundaria, presenta erupciones periódicas de radiación que desintegrarían, literalmente, cualquier atmósfera planetaria.

Para el aficionado, 61 cygni tiene dos aspectos fascinantes que la hacen meritoria de, al menos, una visita. Por un lado, es una bonita doble con sus dos componentes claramente anaranjadas y una separación más que cómoda: de hecho, es posible distinguir ambas estrellas con unos simples prismáticos de 10×50, siempre y cuando tengan un soporte estable. En segundo lugar, su rápido movimiento propio las convierte en candidatas perfectas para seguirlas periódicamente, dibujando o fotografiándolas cada cierto tiempo para comprobar cómo se van moviendo entre las restantes estrellas. Un pequeño astro de magnitud 10.7 está en una situación idónea para servir de referente, muy cerca de ambas estrellas. Si visitamos 61 cygni dentro de un año o dos podremos comprobar cómo las dos gemas anaranjadas se han alejado ligeramente de la pequeña estrella, mostrándonos, de primera mano, que nuestra galaxia no es precisamente estática.

61 cyg

Messier en el cisne (M29 y M39)

La constelación del Cisne guarda una inmensa cantidad de objetos, cúmulos abiertos y nebulosas de distinto tamaño y brillo. Entre los cientos de ellos que podemos contemplar con un modesto telescopio hay dos que ya fueron observados por Messier en 1764, un año bastante provechoso para el buscador de cometas. Hoy hablaremos de estos dos objetos, sencillos de ver y brillantes, perfectamente asequibles para observar desde ciudad. Son tan brillantes que los observé desde Sierra Nevada, una noche en la que la calima cubrió Granada y tiñió el cielo de blanco, dejando ver sólo las estrellas más brillantes. No obstante, el Dobson de 30 cm atravesó la capa de polvo sahariano y pude obtener una bonita visión de estos dos cúmulos.

Comenzaremos por M29 (también conocido como NGC 6913), un cúmulo abierto muy cercano a Sadr, gamma Cygni. Puede pasar perfectamente desapercibido por su escasez de estrellas, más aun si tenemos en cuenta su localización, una zona en la que la Vía Láctea se recrea y se muestra por cada rincón. Es precisamente la gran cantidad de gas y polvo la causa de que M29 se vea tan apagado, pues brilla con gran intensidad. Hablamos de un grupo de unas 50 estrellas que han nacido en el seno de la asociación estelar Cygnus OB1, un conjunto de gas y estrellas en formación que se sitúa a una distancia de entre 4.000 y 7.200 años luz. Las cinco estrellas más brillantes de M29 son gigantes azules de tipo espectral B0, lo cual ha permitido estimar la edad del cúmulo en unos 10 millones de años. De hecho, sus estrellas todavía se encuentran envueltas en cierta nebulosidad, si bien es completamente invisible con nuestros telescopios.

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 Adam Block/Mount Lemmon SkyCenter/University of Arizona

Cuando observemos sus escasas estrellas, esparcidas por un área de 7 minutos de arco de diámetro, es posible que nos llevemos una decepción, y por eso el dato de su magnitud absoluta cobra especial importancia: a pesar de que su magnitud aparente ronda la séptima, su magnitud absoluta es de -8.2. Dicho de otra manera, si el cúmulo estuviera a 10 pársec (unos 32 años luz), el brillo conjunto del cúmulo alcanzaría la magnitud -8.2, similar a una luna creciente de tamaño considerable, deslumbrándonos y produciendo una contrastada sombra. Esas 50 estrellas, agrupadas en un volumen de 11 años luz de diámetro, alcanzan un brillo 160.000 superior al de nuestro sol: así es como la decena de estrellas que podemos observar por nuestros instrumentos adquieren un inesperado interés.

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Para el siguiente objeto vamos a viajar mucho más cerca, a poco más de 800 años luz. Se trata de M39, también conocido como NGC 7092, un cúmulo abierto que podemos encontrar fácilmente con unos prismáticos a partir de Deneb, beta Cygni. Charles Messier lo observó en 1764, si bien parece que Guillaume Le Gentil lo descubrió en 1750. Hay incluso quien dice que Aristóteles, allá por el año 325 a.C., lo describió como un objeto de aspecto similar a un cometa. Su edad es más avanzada que la de M29, contando sus estrellas con unos 300 millones de años a sus espaldas. Se estima que está formado por unas 30 estrellas, todas ellas en la secuencia principal. Las más brillantes están a punto de entrar en su etapa de gigante roja, por lo que dentro de varios millones de años el cúmulo se encontrará salpicado por algunos rubíes entre las estrellas blanquecinas.

Su magnitud aparente es de 5.5, con lo cual no es de extrañar que Aristóteles pudiera haberlo observado hace más de 2000 años. De hecho, no es algo difícil de conseguir, siempre y cuando nos alejemos de las luces contaminantes y sepamos donde mirar, pudiendo apreciarlo como un borrón con visión periférica. Con unos prismáticos se puede disfrutar más que con mayores aumentos, ya que tiene un tamaño de 32 minutos, similar a la Luna. Al telescopio es bastante más atractivo que M29, con una veintena de estrellas cuyos miembros más brillantes parecen adoptar una forma triangular, salpicada en el centro por algunas otras más débiles. Su mayor vistosidad se debe, sin embargo, a su cercanía a nosotros, pues su magnitud absoluta es de -2.5, empalideciendo frente a los -8.2 de M29.

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NGC 7048, una planetaria en el Cisne

En la entrada anterior disfrutábamos con una original planetaria en la constelación del Cisne. Hoy viajamos a la misma región del cielo para contemplar una nebulosa más clásica, una de las perfectas, en apariencia, burbujas que pueblan el cielo veraniego:

Foto NGC 7048

Richard Robinson and Beverly Erdman/Adam Block/NOAO/AURA/NSF

NGC 7048 fue descubierta por Édouard Stephan en el otoño de 1878 con un telescopio reflector de casi 80 cm de apertura. Stephan estuvo varios años barriendo el cielo en su punto más alto para descubrir nuevas nebulosas, y según él mismo pudo llegar a ver hasta 6000 de ellas. Es una nebulosa planetaria ya en fase avanzada que lleva expandiéndose varios miles de años, formando una esfera gaseosa cuya naturaleza se conoció a principios del siglo XX, gracias a la espectrometría. Estudios recientes sugieren, sin embargo, que también podría ser una planetaria bipolar que vemos de frente, con dos lóbulos que se superponen de manera similar a lo que ocurre con M57. Ni una cosa ni otra pueden asegurarse todavía, así que no nos queda otra que disfrutar de la vista de la nebulosa aparentemente anular. Se encuentra a unos 6000 años luz de distancia y su tamaño es de un minuto de arco de diámetro, habiéndose encontrado en la década de los 90 un tenue halo que la rodea a una distancia mayor, reflejo de la expansión de la atmósfera estelar en distintas épocas, difuminándose una a una conforme se alejan del centro.

Su magnitud ronda la 12, aunque el brillo superficial es relativamente bajo, por lo que tendremos que observarla bajo cielos oscuros y limpios. Un filtro OIII será nuestro mejor aliado si queremos obtener detalles interesantes. A 65 aumentos ya se dejaba notar en el Dobson de 30 cm como una pequeña nubecilla apenas perceptible con visión lateral, aunque el filtro OIII la hacía destacar mientras apagaba la mayor parte de las estrellas. A 300 aumentos el tamaño de la planetaria era considerablemente mayor, y con visión lateral se adivinaba una estructura anular, un reborde más brillante que, sin duda, es el toque final de esta delicada nebulosa.

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Una pequeña nube de estrellas (NGC 7062)

Más allá de la cola del Cisne, en dirección al Lagarto, podremos distinguir, si observamos con prismáticos bajo un cielo oscuro, una multitud de pequeñas manchas nebulosas, grandes familias estelares para todos los gustos. M39 es, probablemente, el cúmulo más grande y brillante de la zona, pero otros muchos esperan a ser conocidos. Hoy nos centraremos en uno que encontré por casualidad, mientras buscaba la nebulosa IC 5146. Fue el primero de muchos que pasaron tras mi ocular, pero su aspecto delicado me hizo querer capturarlo con el lápiz.

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Se trata de NGC 7062, un cúmulo abierto que se encuentra a unos 4800 años luz de distancia. Debemos su descubrimiento a William Herschel en 1788, gracias a un telescopio de 45 cm de apertura. NGC 7062 colinda con Cygnus X, la gran región de formación estelar que forma parte, al igual que el Sol, de la rama de Orión, esa franja de estrellas que comunica el Brazo de Sagitario y el de Perseo. Por tanto, al mirar hacia NGC 7062 estamos atravesando miles de años luz repletos de estrellas y nebulosas; tenemos suerte de poder distinguir objetos tras este frondoso bosque. Las estrellas de NGC 7062 se distribuyen por un área de unos 3.5 años luz de diámetro, que corresponden a unos 6 minutos de arco tras nuestros instrumentos. El núcleo del cúmulo parece estar sufriendo un lento colapso, como si algo estuviera apretando sus estrellas entre sí. Todo apunta como causante a una nube molecular que se acerca inexorablemente hacia el cúmulo, como si fuera una mano que amasa un puñado de arcilla. La inmensa cantidad de polvo que se interpone entre NGC 7062 y nosotros dificultad su estudio, aunque parece que cuenta con una masa equivalente a 1560 soles, un número nada desdeñable. Su edad se ha estimado en unos mil millones de años, la cual no deja de ser una cifra elevada si tenemos en cuenta la aparente concentración de estrellas que posee.

Al telescopio NGC 7062 no deslumbrará con el brillo de cien soles, ni tampoco destacará por su enorme tamaño o curiosa forma, no. NGC 7062 es uno de esos cúmulos cuyo encanto reside en su delicadeza, mostrándose como una débil nubecilla ovalada en la que chisporrotean, lejanas, numerosas estrellas titilantes. Cuatro de ellas son más brillantes y forman una especie de trapecio que parece enmarcar al resto, al menos una veintena, protegiéndolo de las restantes estrellas. Curiosamente, en sus alrededores no encontramos una gran densidad estelar, y es que el polvo en esta región de la Vía Láctea se deja ver en cada rincón, por lo que no es de extrañar que todo parezca un poco más apagado.

NGC 7062

Formación estelar en el Cisne (IC 5146)

Nos sumergimos de lleno en la constelación del Cisne para observar un objeto que aparece frecuentemente en fotografías. Se trata de IC 5146, conocida popularmente como la Nebulosa del Capullo.

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Julie and Jessica Garcia/Adam Block/NOAO/AURA/NSF

Es una región de formación de estrellas en la que conviven nebulosas de emisión, reflexión y de absorción en un armonioso popurrí cuyo colofón es un río de oscuridad que serpentea y desemboca en la nebulosidad. Fue descubierta por Thomas Espin en 1899, aunque hay quien atribuye su descubrimiento a E. Barnard en 1893, a la par que descubría Barnard 168, el “río” que forma parte de este paisaje celeste y del que hablaremos posteriormente. Sea como sea, IC 5146 pasó a formar parte del catálogo Caldwell con el número 19 y, posteriormente, del catálogo Sharpless, conocido como Sh2-125. Se encuentra a unos 4000 años luz de distancia, y en el entramado nebuloso se han encontrado hasta cuatro núcleos de mayor densidad, puntos de ebullición estelar que lideran la gestación de estrellas. En el centro destaca una estrella de magnitud 9, BD 46º 3474, que ha surgido del centro de la nebulosa y cuya emisión ha limpiado de polvo y gas el centro de la misma, esculpiendo su entorno y haciendo que el sobrenombre “del Capullo” tenga algún sentido.

Foto ic 5146 gran

Tom V. Davis

IC 5146 se ha asociado erróneamente a ambas estructuras, la nebulosa y el cúmulo de estrellas que ampara, si bien lo correcto sería denominar IC 5146 a la nebulosa y Collinder 479 al cúmulo, pues fue en este último catálogo cuando se hizo referencia a la agrupación estelar. Más de 100 estrellas se vislumbran en los 12 minutos de arco que mide la nebulosa, aunque el Spitzer ha revelado, en el infrarrojo, más de 200 fuentes emisoras que corresponden a objetos extremadamente jóvenes, como cuerpos Herbig-Haro u objetos T-Tauri. B168 forma parte de LDN 1055, una nube molecular que cuenta con unas 2500 masas solares. B168, oscura por carecer de estrellas que la iluminen, muestra su mayor opacidad a unos 20 minutos de arco de IC 5146, aunque su estela se puede seguir hasta el mismo centro.

Foto IC 5146 spitzer

No es difícil encontrar la nebulosa en la zona más oriental del Cisne, por encima de la brillante Deneb. Podemos guiarnos gracias a M39, que se encuentra especialmente cerca y servirá para maravillarnos y adaptar nuestra visión a la oscuridad. Una vez en el campo veremos, rodeando a un grupito de seis estrellas, una tenue nebulosidad que parece abrazarlas de una forma tremendamente sutil, sin una forma definida. Tendremos que hacer uso de nuestra paciencia para esperar tras el ocular, y un buen rato después, con visión periférica, comenzaremos a desentrañar este curioso objeto. Es mejor usar aumentos relativamente bajos, de otra manera el contraste disminuye y la nube se pierde difuminada en el cielo. Encontré algo de mejoría con el filtro UHC, lo cual no hacer más que corroborar que la mayor parte de la nebulosa es de emisión, mientras que el OIII oscurecía demasiado la imagen. La zona interna, libre de nebulosidad, se hizo patente a los pocos minutos, con algunas otras condensaciones que destacaban muy levemente. Los bordes, más engrosados, parecían otorgar al centro la forma del símbolo infinito, una imagen que me recordaba a la planetaria Jones 1. Media hora después estaba observando una imagen que recordaba a las fotografías que ya conocía, si bien tuve que hacer un esfuerzo importante para no perder detalle. No encontré la nebulosa oscura, pues no sabía con certeza su posición y, además, estaba usando aumentos demasiado elevados para verla. Bajo cielos oscuros bastan un par de prismáticos para poder distinguirla sin dificultad, aunque de ello hablaremos en otro momento.

IC 5146

Vida y muerte de una estrella a través de un pequeño refractor

Cuando tuve en mis manos el Nextar 102SLT pensé que estaba sujetando un juguete, acostumbrado a mi Dobson de 30 cm que tengo que transportar en varias partes. Nunca imaginé que iba a poder ver las cosas que he visto a través de este tubo de 10 cm y con el detalle que las he observado, y me ha hecho tener más claro aún que lo importante para disfrutar de la astronomía con plenitud es disponer de un cielo oscuro. En las siguientes líneas voy a hacer un repaso del nacimiento y la muerte de las estrellas, usando dibujos que he elaborado mirando por este refractor de 102 mm de abertura y 660 mm de focal. Los oculares empleados han sido un Panoptic de 24 mm, un Hyperion de 13 mm y un Kronus de 5 mm.

Comenzamos nuestro viaje a 4000 años luz de nuestro hogar, hacia una inmensa nube que recibe el nombre de M8 o, más popularmente, la Nebulosa de la Laguna. En el universo no existe el vacío de forma literal, encontramos nubes de hidrógeno poblando sus rincones, moviéndose a merced del viento que generan las estrellas más jóvenes o de los suspiros que exhalan las más ancianas. M8 es una inmensa región HII, una nebulosa en la cual se están gestando estrellas a partir del hidrógeno circundante, estrellas que podemos apreciar fácilmente si nos asomamos al ocular. La noche que observé M8 a través del telescopio me esperaba ver una nube poco definida y alargada, con algunas estrellas en el campo de visión, pero en seguida comprobé lo equivocado que estaba. Aparecían varias nubes principales alrededor del pequeño cúmulo de estrellas y de otras dos estrellas más brillantes a la izquierda. Estas dos se continuaban con la porción de nebulosa más brillante, estando separadas del resto por una franja oscura. Más que laguna, siempre he pensado que debería considerarse un río, y esa sensación la encontré fácilmente en el refractor. Otras zonas más densas destacaban también a ambos lados de este “río lóbrego”, expandiendo los límites de la guardería estelar. La mejor visión la obtuve con el ocular Hyperion de 13 mm, que me proporcionaba unos cómodos 50 aumentos. El filtro UHC exaltaba aún más cada uno de estos accidentes geográficos, magnificando un objeto ya de por sí inigualable.

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Conocido ya el entorno en el que se forman las estrellas, vamos a ver ahora el futuro que le espera a nuestro sol, así como a la mayoría de estrellas de masa similar. Una vez agotado el combustible (hidrógeno y helio, principalmente), la gravedad va comprimiendo la estrella cada vez más al mismo tiempo que su atmósfera se expande en todas direcciones, creando una burbuja de gas a su alrededor. En el centro queda una enana blanca, una estrella pequeña y extremadamente caliente que puede alcanzar los 150.000 grados de temperatura. Uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de objetos es M57, la Nebulosa del Anillo, en la constelación de Lyra. De nuevo la observé algo escéptico, pensando que iba a percibir un objeto extremadamente pequeño y que a duras penas conseguiría distinguir el anillo. Pues bien, un espectacular anillo de humo apareció en el ocular de 5 mm, a 132 aumentos, tan denso que se veía sobradamente con visión directa. Su tamaño no suponía ningún problema, adoptando una forma más bien ovalada, apreciándose incluso sus bordes más engrosados en los lados más estrechos. No necesité usar ningún filtro, ya la visión a través del ocular era, prácticamente, tan buena como la que he visto a través de mi Dobson de 30 cm. En este último puedo aspirar a observarla con un mayor tamaño, pero la diferencia de abertura hace que merezca la pena el pequeño refractor, en aras de un transporte más cómodo. La enana blanca no aparece en el centro del anillo, su magnitud la aleja de las posibilidades del 102SLT, pero no es difícil usar la imaginación para visualizarla allí, a 2283 años luz de distancia, exhalando su último suspiro.

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Ya sabemos lo que ocurrirá a nuestro sol, y vamos a terminar esta visita observando en un primer plano lo que ocurre cuando una estrella “grande” termina sus días. En este caso no es un suspiro, sino una verdadera explosión de dimensiones cataclísmicas lo que tiene lugar, lo que denominamos como supernova. En las estrellas con una masa 8 veces mayor que nuestro sol, cuando se quedan sin combustible, la gravedad colapsa la estrella tan rápido y con tanta fuerza que produce, en su núcleo, una densidad tan inmensa que la estrella explota, literalmente, esparciendo su contenido por todo el universo circundante. En el seno de esta explosión es donde se han creado algunos de los elementos químicos que forman parte de nosotros, como el calcio de nuestros huesos. Somos, pues, el resultado de la muerte de una gran estrella que tuvo lugar hace millones de años. Si miramos arriba en las noches de verano podemos ver los restos de una de estas supernovas, conocida como la Nebulosa del Velo, en la constelación del Cisne. Situada a 1500 años luz de distancia, es una enorme nebulosa que se formó hace unos 8000 años, tan grande que no es tarea fácil encuadrarla de una vez en el campo de visión. Cuando la observé a través del refractor tuve que ahogar un grito de emoción al contemplar su forma tan clara y definida. Observé una de las partes de esta “onda expansiva”, NGC 6992, la que se asemeja a la rama de un árbol con pequeñas ramificaciones en su extremo. El único requisito para disfrutar de esta nebulosa es contar con un filtro OIII, que hace aparecer, como por arte de magia, la nebulosa en toda su extensión. Con una forma curvada, posee numerosas condensaciones, algunos filamentos más brillantes que parecen salir del cuerpo principal y, cerca de uno de sus extremos, emite dos llamativas ramificaciones en ángulo recto. Con esta variedad de formas podemos sentir la fuerza de este evento que avanza por el cielo como una ola rompiendo contras las rocas, a miles de kilómetros por hora.

NGC 6992 C4.png

*Si quieres conocer mejor el proceso que tiene lugar en una supernova te recomiendo leer el siguiente artículo:

https://elnidodelastronomo.com/2015/12/04/seda-sobre-negro-ngc-6992-y-ngc-6960/

*Ficha técnica del telescopio Celestron 102SLT.

Odisea a Cygnus X

Si miramos al cielo desde un lugar alejado de la contaminación lumínica nos sorprenderá la nitidez y el brillo intenso que muestra la Vía Láctea en la constelación del Cisne. Si nuestros ojos fueran capaces de captar las ondas de radio contemplaríamos, sin duda, uno de los paisajes más extraordinarios que puedan existir.

Foto Cygnus X

No podemos observar en distintas longitudes de onda, pero nada nos impide ver fotos que muestren esas ondas de radio o rayos X, y comprobaremos entonces la gran riqueza que reina en la zona del cisne. Toda esa radiación tiene su epicentro en una zona conocida como Cygnus X, una inmensa región situada a unos 5000 años luz de distancia que actúa como fábrica inmensa de estrellas. Se halla inmersa en una estructura aún mayor conocida como la Superburbuja del Cisne, una gran esfera gaseosa que engloba en su interior a una multitud de nebulosas y cúmulos de estrellas supermasivas. Su origen no se conoce hoy en día, habiéndose propuesto como mecanismo de formación la explosión de múltiples supernovas en los últimos millones de años o los fuertes vientos generados por las estrellas recién nacidas. Sin embargo, un estudio de 2012 defiende la teoría de que su origen está relacionado con la explosión de una hipernova, el último suspiro de una estrella con una masa 40 veces mayor que la de nuestro sol. Sea como sea, Cygnus X es un inmenso bosque repleto de hidrógeno ionizado que se estructura en diferentes bloques o regiones OB. De éstas, Cygnus OB2 es la más importante, tanto en tamaño como en número de estrellas formadas, situándose a unos 5500 años luz de distancia. Como luego veremos, la aglomeración de objetos en esta zona del cielo hace difícil estimar su distancia. Esta riqueza de objetos se debe a que estamos observando, de manera directa, a través de la extensión de la rama de Orión. En la siguiente imagen se puede entender con más claridad, viendo esa rama de Orión que discurre entre los brazos de Perseo y de Sagitario (aconsejo leer esta página).

Foto brazo orion

Hoy vamos a centrarnos en la encrucijada del cisne y su entorno, comenzando por la brillante Sadr o gamma Cygni, la estrella de magnitud 2.23 que, como indica su nombre árabe, señala al pecho del Cisne. Es una gigante amarilla de tipo espectral F8, 150 veces más grande que nuestro sol. Se encuentra a unos 1700 años luz de distancia y no tiene, por tanto, nada que ver con la inmensa masa de gas que la rodea. La zona que hay a su alrededor puede ser un verdadero laberinto si no se tienen las ideas claras. Ya en la década de los 50, ante la enmarañada y aparentemente caótica estructura, se catalogó a toda la región como Sh2-109, la única entrada del catálogo Sharpless que alcanza unas dimensiones de 18 grados de arco. Foto IC 1318Ya su autor, Stewart Sharpless, indicó que “el gran tamaño y la estructura filamentosa de la nebulosa la apartan de cualquier región HII conocida… Evidentemente, esta nebulosa no puede ser considerada una región HII normal”. Y no se equivocaba, ya que se podría considerar, más bien, como una aglomeración de regiones HII. La zona que nos ocupa, la más brillante de Sh2-109, recibe su propia denominación en el catálogo como Sh2-108, y también se conoce como IC 1318 o, simplemente, la Nebulosa de Gamma Cygni. Situada a 4.800 años luz de distancia, presenta tres partes bien diferenciadas, alcanzando cada una los 50 minutos de arco de envergadura. Las zonas más cercanas a Sadr son IC 1318B e IC 1318C, ambas separadas por una gran fisura negra, una nebulosa oscura que se interpone entre ellas y nosotros, denominada LDN 889. El complejo de nebulosas se prolonga de manera que es imposible abarcarlo todo en el mismo campo, lo mejor es dejarse llevar y mover el tubo recorriendo sus entresijos, si bien la parte más interesante es este río oscuro que separa dos prominentes nebulosas de emisión. A bajo aumento hay tantas estrellas en el ocular que es imposible contarlas todas, adquiriendo el fondo incluso un tono blanquecino que corresponde a inmensos campos estelares, integrantes de esta metrópolis que es Cygnus X. Al colocar un filtro UHC la imagen mejora sustancialmente, delimitándose los bordes con mayor definición.

IC 1318

La razón de ser del gas interestelar es la formación de nuevas estrellas, y encontramos un claro ejemplo en el cúmulo abierto NGC 6910, a apenas 40 minutos de arco de la zona anterior. Forma parte de la región conocida como Cygnus OB9, una aglomeración de estrellas y gas de unos 100 años luz de diámetro, muy cerca de la mayor Cygnus OB2. NGC 6910 es un cúmulo muy joven, estimándose su edad en unos 7 millones de años, con más de 60 estrellas de tipo espectral O y B. Su estrella más brillante no supera la magnitud 9, y verdaderamente nos puede parecer un cúmulo de los “normales”, pero tenemos que tener en cuenta que el polvo que lo separa de nosotros hace disminuir su fuerza, tanto que, si no estuviera, sería casi 2 magnitudes más brillante. Con el ocular Hyperion de 13 mm, a 115 aumentos, el cúmulo ocupaba una tercera parte del campo, con unos 10 minutos de arco de diámetro. Destacan dos estrellas más brillantes y amarillentas que marcan los extremos de una letra “Y”, siendo el resto de las estrellas, al menos una treintena, bastante más débiles. Una de las estrellas brillantes, HD 194241, es una gigante roja de tipo espectral K7, mientras que la otra, V2118 Cyg, es una supergigante azul de tipo espectral B2. ¿Cómo puede ser, entonces, que ambas se vean de color amarillo? El culpable es el polvo que flota en el espacio, tan abundante en esa zona que produce un enrojecimiento natural de los objetos, de la misma manera que el sol adquiere un tono rojizo al ponerse tras el horizonte. Una leve neblina envuelve a las estrellas más brillantes, así como a la zona situada sobre la “Y”, en la que débiles estrellas asoman al ocular, probablemente ajenas al cúmulo.

NGC 6910

Tenemos que desplazarnos casi 2 grados de arco para llegar a otra zona bien distinta, una región dominada por nebulosas de reflexión, que en fotografías destacan del resto por su agradable tonalidad azulada. Situadas a una distancia de entre 5500 y 6000 años luz, esta vez el fondo rojizo corresponde a la región Cygnus OB2, mientras que las nebulosas de reflexión brillan al reflejar, como indica su nombre, la luz de cercanas estrellas jóvenes y azuladas. Encontramos tres nebulosas de esta naturaleza consecutivas, y quien busque en diferentes fuentes se puede encontrar con datos abrumadoramente distintos. Cuando uno se maravilla con estos parajes celestes lo que menos importa es el nombre, pero haremos hincapié en ello con vistas a una mejor orientación. La nebulosa más débil, que rodea a la estrella BD +41 3731, de magnitud 9.9 se denomina vdB 131 (del catálogo de nebulosas Van der Bergh). Al ocular aparece como una débil nebulosidad que rodea a la susodicha estrella, tan débil que parece la típica huella que la humedad deja a su paso en la lente. Algo más de una decena de estrellas débiles acompañan a la estrella, formando parte del cúmulo Dolidze 8.

Foto NGC 6914

*Cabe mencionar una curiosidad que el observador avezado habrá notado en la parte inferior izquierda de la fotografía anterior, una extraña estrella amarilla con una especie de corona a su alrededor. Se trata de V1515 Cyg, una estrella variable que pertenece a un tipo de objetos denominados FU Orionis. Son estrellas que, en un momento dado, aumentan su brillo bruscamente (hasta 5 o 6 magnitudes), probablemente debido a la transferencia de masa de un disco de acreción hacia una estrella compañera de menor masa. Esta etapa de mayor brillo dura varias décadas, y se presume que una estrella media sufre entre 10 y 20 erupciones de este tipo a lo largo de su vida.

A 5 minutos de arco de distancia encontramos otra nebulosidad mucho más evidente y atractiva, vdB 132, abarcando a dos estrellas de magnitud 9.3 y 10.6 separadas por unos 41 segundos de arco. Su forma es alargada, quedando las estrellas en uno de sus bordes, revelando con visión indirecta una mayor extensión. El uso de filtros como el UHC o el OIII no sirven para nada, ya que el brillo de la nebulosa no se debe a la ionización del hidrógeno o del oxígeno. De hecho, al usar dichos filtros la nebulosa prácticamente desaparece por completo. Por último, el parche de luz más brillante se denomina propiamente NGC 6914, y también envuelve en su seno a 3 estrellas más notorias. La nebulosidad es algo menos extensa que vdB 132 y parece salir hacia lado opuesto, dando una curiosa sensación de asimetría ordenada. A 115 aumentos todas estas nebulosas quedan englobadas en el mismo campo del ocular, y la gran cantidad de estrellas que pueblan la zona no hacen sino añadir aún más encanto a la estampa. Otras nebulosas más débiles, difusas y oscuras, pululan por los alrededores, pero necesitaremos mayor abertura y cielos oscuros para cazarlas. No hay ninguna prisa.

NGC 6914

Vamos a terminar esta sesión de observación alejándonos del centro del Cisne para ir a parar al lado de Deneb. A poco más de 3 grados de NGC 6914 tenemos, como no podía ser de otra manera, otra región HII, catalogada como Sh2-112. Tiene un diámetro de unos 15 minutos de arco que, a una distancia de 5600 años luz, corresponde a un diámetro real de unos 25 años luz. La estrella causante de su ionización se puede ver en este caso sin problemas, ya que brilla con una generosa magnitud 9.2. Se llama BD +45 3216, de clase espectral O8, y es unas 30 veces más grande que nuestro sol, emitiendo gran parte de su energía en radiación ultravioleta.

Foto Sh2-112.jpg

Fotografía realizada por Manuel J.

La observé sin conocer previamente nada sobre ella ni haber visto fotografía alguna, de manera que no pudiera sugestionarme y ver cosas donde no las había. Para mi sorpresa me encontré con una nebulosa brillante, especialmente al usar el filtro UHC, rodeando a una llamativa estrella que resultó ser BD +45 3216. La nebulosa se extiende, con visión periférica, por gran parte del ocular, con bordes difuminados, si bien su región central es mucho más definida, apareciendo dos bordes extrañamente rectilíneos que llamaron mi atención instantáneamente. Posteriormente pude comprobar que Sh2-112 se encuentra recortada sobre la negrura del cielo por nebulosas oscuras filamentosas que producen esa interesante forma de ángulo recto. No pude ver la débil nebulosidad que hay al otro lado de las franjas oscuras, si bien tampoco conocía de su existencia. Por tanto, podría ser un buen motivo para volver a verla en otra ocasión, esta vez dispuesto a sacarle todo el jugo posible.

Sh2-112

Terminamos así una rápida sesión por esta región de las maravillas y ni siquiera hemos contemplado una mínima fracción de lo que podemos ver, así que sólo queda coger un buen atlas, lápiz y papel y seguir explorando cada rincón del cielo como un navegante en un mar de escarpadas nubes rojizas.

 

Geografía astronómica (NGC 7000)

Una densa niebla puede no parecer tan espesa una vez que caminamos en su interior, siendo prácticamente una masa blanca si la observamos a distancia. De la misma manera, en el cielo hay grandes masas gaseosas cuyo brillo queda enormemente mermado si las observamos a aumentos elevados, necesitando un campo amplio para poder disfrutarlas con mayor facilidad. Uno de estos casos es, sin lugar a dudas, la archiconocida Nebulosa de Norteamérica o NGC 7000. Situada en un lugar privilegiado, junto a Deneb (alfa Cygni), puede ser fácil de observar o totalmente imposible dependiendo de las características del cielo. Cualquier atisbo de contaminación lumínica, ya sea urbana o de la luna, borrará los tenues contornos que forman esta nebulosa, mientras que bajo un cielo oscuro podremos disfrutarla incluso a simple vista. Recuerdo que en mis comienzos realicé bastantes intentos para distinguirla, siempre infructuosos, llegando a pensar que era un objeto limitado a la fotografía. Sin embargo, el único ingrediente necesario es alejarse del tumulto de las ciudades.

Foto ngc 70000

NGC 7000 es una de las nebulosas de emisión de mayor tamaño que podemos observar desde nuestro planeta. A una distancia estimada de unos 1600 años luz, su diámetro abarcaría unos 65 años luz de lado a lado. Sin embargo, NGC 7000 no se encuentra aislada, sino que forma parte de una región HII mucho mayor denominada Sharpless 2-117, la parte visible de una inmensa nube molecular en la que se están gestando estrellas. De hecho, es la luz de esas estrellas la que ioniza el hidrógeno que forma la nebulosa, excitando sus electrones y produciendo luz propia. Sin embargo, las dos únicas partes que podemos observar de esta inmensa nube son la Nebulosa de Norteamérica y, muy cerca, la Nebulosa del Pelícano (formada por IC 5067, IC 6068 e IC 5070). ¿Qué ha sido del resto de la nube molecular? La respuesta a esta pregunta la podemos obtener mirando a la Vía Láctea en una noche oscura. Veremos, sin ningún tipo de problema, una franja oscura e irregular que la divide en dos, como un río interno que nace en la constelación del cisne y continúa hacia el sur, ensanchándose aún más en Ofiuco. Esta franja, denominada la Gran Grieta (Great Rift), no es sino una inmensa concatenación de nebulosas oscuras situadas a unos 300 años luz que separa las inmediaciones de nuestro sol (el Cinturón de Gould) de las regiones más alejadas, en este caso la gran región de formación estelar Cygnus X (a más de 4000 años luz de nosotros). Estas nubes oscuras tienen la misma naturaleza que el resto de nebulosas de emisión, son lugares de proliferación estelar, pero sus estrellas “recién nacidas” no poseen todavía la energía necesaria para ionizar el gas circundante. En la siguiente imagen podemos ver, en rayos X, una zona amplia de estas nebulosas oscuras que pueblan la constelación del Cisne. Como podemos apreciar, poco hay de vacío a pesar de su oscura superficie.

Foto cygnus X Spitzer

Volviendo nuevamente a NGC 7000, podemos imaginarla como una porción de Sh2-117 que vemos a través de una ventana entre oscuras y densas nubes opacas. Estas nubes son las que han perfilado sus contornos de una forma tan caprichosa que se asemeja al continente americano, desde el Golfo de México hasta Canadá. Hasta hace poco se pensaba que Deneb era la causante del brillo de la nebulosa, pero estudios recientes han apuntado a J20555125+4352246 como la principal sospechosa. Esta estrella, de magnitud 13.5, puede parecer ridícula al compararla con el brillo y extensión de la nebulosa, pero debemos entender que se encuentra prácticamente oculta por la nebulosa oscura LDN 935. No en vano es una gigante azul de tipo espectral O5…

NGC 7000 guarda algunas sorpresas más, y es que encierra varios cúmulos abiertos en su seno, al menos de forma aparente. El más tenue de ellos se denomina Collinder 428 y se encuentra en su región más occidental, apareciendo a bajo aumento como una pequeña nubecilla compuesta por unas 20 diminutas estrellas que brillan en su interior, dispuestas de forma homogénea y circular. El otro cúmulo, NGC 6997, es más notorio, compuesto por una treintena de estrellas más brillantes y de mayor tamaño, alcanzando los 10 minutos de diámetro. Su edad se ha estimado en unos 100 millones de años, por lo cual, aunque se encuentra a una distancia similar a la nebulosa, no guarda ninguna relación con ella: si esas estrellas hubieran nacido de NGC 7000, el gas ya se habría extinguido hace tiempo.

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Fotografía tomada por Juan Francisco Salinas Jiménez

La fama de “difícil” que tiene la Nebulosa Norteamérica se debe únicamente a que cualquier farola cercana la debilita hasta el punto de volverla invisible, pero si disfrutamos de un cielo oscuro no encontraremos impedimento alguno para verla. Su localización no puede ser más sencilla, cerca de Deneb, y su situación en estas noches veraniegas es óptima. No obstante, tenemos que tener presente que buscamos un objeto extremadamente grande, así que no dejemos de ver la niebla por estar “dentro de ella”. Lo mejor es usar un ocular de bajo aumento, en mi caso fue suficiente con un Panoptic de 24 mm, que me proporcionaba unos 62.5 aumentos. La nebulosa no cabía en el campo de visión de una sola vez, pero con este ocular podía buscar detalles, así como resolver con mayor facilidad los cúmulos abiertos. De entrada la zona más impresionante es la correspondiente a la Bahía de México, perfectamente curvada y definida, destacando la negrura del “Océano Atlántico”. Toda la nebulosa está salpicada de una miriada de estrellas, algunas con un tono rojizo, y otras muchas en el límite de visibilidad del instrumento. Los límites de la nebulosa continúan hacia el norte del continente, ensanchándose a medida que va perdiendo definición. En su zona más alta destacan los dos cúmulos mencionados, siendo NGC 6997 el más fácil de apreciar. Algunas estrellas más brillantes sirven como guía si comparamos la imagen con una fotografía, aunque si el cielo está oscuro la silueta se ve con facilidad. Hacia el norte los bordes se van difuminando en un campo plagado de estrellas, y destacan algunas manchas negras, nebulosas oscuras de las que mencionábamos al principio, entre las cuales llama poderosamente la atención Barnard 352, una de las más opacas que podemos observar.

NGC 7000

Muy cerca de NGC 7000 encontramos la tenue Nebulosa del Pelícano, también visible con nuestros instrumentos, así como otras nebulosas oscuras dispersas, pero volveremos con ellas en otra ocasión. Por ahora nos contentaremos disfrutando de este continente celeste y todos sus recovecos, sus nubes oscuras, sus estrellas infinitas… En una noche oscura podemos perder fácilmente la noción del tiempo navegando por sus tierras, contemplando todas esas estrellas que, por primera vez, están viendo la luz.

NGC 7000 detalle