Lindando con NGC 7789

La observación de hoy es el complemento ideal para cuando abordemos NGC 7789, el maravilloso cúmulo abierto de Casiopea del que ya hemos hablado con anterioridad. Los compañeros elegidos se encuentran muy cerca del cúmulo, y son una estrella doble y una nebulosa planetaria.

La estrella doble es Sigma Cassiopeiae, un brillante sistema binario que brilla con una magnitud de 4.88, visible por tanto a simple vista junto a uno de los extremos de la constelación. Situada a unos 5.000 años luz de nosotros, sus estrellas son de tipo espectral B, azules, pero llama la atención su diferencia de magnitudes. Mientras que la principal es una gigante azul (8 veces más grande que nuestro Sol), de magnitud 5, su compañera es más pequeña, brillando con una magnitud de 7. Parece ser que constituyen un sistema múltiple físico, girando una alrededor de la otra, aunque se desconoce con exactitud su período. Varios miles de años tienen que pasar seguramente para que completen una vuelta. Tras el ocular presentan una separación de tan sólo 3.1 segundos de arco, y la secundaria no parece especialmente azul, sino que brilla con cierta tonalidad amarillenta, efecto de la diferencia de brillo entre ambas. La magnitud de 7 de la secundaria hace que no quede eclipsada por la principal, aunque si la atmósfera se encuentra turbulenta o la observamos cuando Casiopea se encuentra bajo la estrella polar, como fue mi caso, parecerá algo más difícil de lo que es. La mejor etapa para observarla es en verano y otoño, cuando la constelación se alza y alcanza su punto más elevado.

Sigma Cas.png

El otro objeto que acompaña a NGC 7789, algo más alejado, es una nebulosa planetaria que pertenece al catálogo Abell, con lo cual podemos tachar otra de esta peculiar lista de decesos estelares. Se trata de Abell 84, una planetaria de magnitud superior a 13 y brillo superficial muy bajo, que complica su observación para aberturas pequeñas. En fotografías de larga exposición puede apreciarse una interesante esfera con los bordes más engrosados, destacando una estrella que parece insertada en un extremo a modo de perla de un anillo. Recuerda a una versión más pequeña y difusa de Abell 33, que veremos en breve.

Foto Abell 84

Abell 84 no es un objeto sencillo de observar. Se puede encontrar sin problemas a partir de NGC 7789, a medio camino hacia la constelación de Pegaso. Si la noche es oscura y observamos a aumentos moderados, podremos percibir, una vez que nuestra vista se adapte a la oscuridad, cierta nebulosidad junto a nuestra estrella objetivo. Dedicándole más tiempo su forma redondeada se manifiesta algo más, aunque sigue siendo apenas un fantasma difuso. Es el filtro OIII el que finalmente permite captarla con mayor nitidez, y a pesar de ello necesitaremos hacer uso de visión lateral para contemplarla sin problemas. Su estrella central es completamente invisible a nuestros instrumentos, pero podemos imaginarla en algún lugar en medio de esa burbuja cósmica que tan tenue se nos muestra. La mayor parte de las 86 nebulosas del catálogo Abell son tan débiles que nuestra principal prioridad debería ser poder atisbar algunos de sus fotones.

Abell 84.png

Al este del Can Mayor

Hoy vamos a dedicarle otro capítulo al Can Mayor, una de las constelaciones estrella de esta temporada para aquéllos que cuenten con un horizonte sur despejado. En esta ocasión vamos a recorrer su vertiente más oriental, trazando un camino recto a la derecha de Murzim. Esta estrella, pese a ser la beta de la constelación, es la cuarta en brillo, y se sitúa a 500 años luz de nosotros. Es una estrella 10 veces mayor que nuestro sol, de tipo espectral B, es decir, joven y brillante con un tono blanco-azulado. Su nombre, árabe, significa “el heraldo”, y no podía ser más acertado, ya que su aparición en el cielo precede a la entrada magistral de Sirio. A medio camino entre ella y Beta monocerotis (podemos aprovechar para hacerle una visita) vamos a comenzar nuestro recorrido, con la estrella doble FR CMa.

Situada a más de 1.000 años luz, FR CMa es una estrella de magnitud 5.6, visible a simple vista en un cielo medianamente aceptable. Comparte con Murzim el tipo espectral, y su superficie arde a 25.500 grados centígrados (nuestro sol lo hace a “tan sólo” 5.000 grados). Es una estrella joven, de unos 14 millones de años de edad, pero cuando termine su vida lo hará probablemente en forma de supernova, ya que su masa es unas 12 veces mayor que la del sol. Su compañera es bastante más débil, de magnitud 9.7, y se encuentra muy cercana, a unos 3.9 segundos de arco. Con 125 aumentos ya puede apreciarse si la atmósfera permanece estable, apareciendo la secundaria de color blanquecino. No hay grandes contrastes aquí, pero no deja de ser interesante su cercanía y la gran diferencia de brillo. Por cierto, la estrella que aparece en el campo visual a la izquierda y arriba de FR CMa es HD 44394, una gigante roja de tipo espectral M que sí nos muestra un color rojizo mucho más vivo (se encuentra a 700 años luz).

FR CMa.png

Esta estrella doble es un buen punto de partida para encontrar IC 2165, una pequeña nebulosa planetaria que hace verdadero honor a su nombre. Está formada por dos capas principales de gas que han sido emitidas en distintas etapas de la evolución de su estrella central. Está dos veces más alejada que FR CMa, estimándose su distFoto IC 2165ancia a unos 2.500 años luz. Su magnitud es de 12.5, lo cual la pone al alcance de telescopios de pequeña-moderada abertura, si bien su observación presenta una desventaja, ya que su tamaño apenas llega a los 0.2 minutos de arco de diámetro. Por este motivo, a priori se confundirá con una estrella más, por lo que hay que conocer con precisión su localización. Una vez en el campo podemos interponer entre nuestro ojo y el ocular un filtro OIII, con lo que conseguiremos aumentar el contraste de la nebulosa, haciendo que el resto de estrellas disminuyan su brillo.

La noche que la observé pude notar su naturaleza “extraña” a 125x. Sigue presentando un tamaño mínimo, pero algo en su brillo la delata. Al poner el ocular de 5 mm, con 300 aumentos, pude apreciar ya sin ningún problema un pequeño disco perfectamente circular y homogéneo. Comprendí al instante la denominación “planetaria” que se les da a este tipo de objetos, porque esa pequeña esfera bien podría ser un lejano planeta similar a Neptuno o Urano. No alcancé a ver su estrella central, que brilla con magnitud superior a 15, pero siempre es agradable contemplar esta fase de la vida de las estrellas. Si estuviéramos más cerca de ella podríamos verla quizás muy parecida a NGC 1535, pero en la vida tiene que haber de todo, y para gustos los colores. No siempre vamos a ver anillos internos y formas extravagantes. De vez en cuando gusta ver una diminuta esfera flotando en el espacio.

IC 2165

Avanzamos ya hacia el sur, y a unos 2 grados de Murzim vamos a por el siguiente objetivo, aumentando así mismo la distancia de lo que vemos por el ocular. Ahora vamos a viajar a 8.600 años luz de la Tierra, topándonos con un bonito cúmulo de estrellas, NGC 2204, a las que su juventud todavía no ha dado tiempo de separarse. La familia sigue aún unida por la gravedad, esparcida por un espacio de unos 24 años luz. Al telescopio ocupa algo menos de 15 minutos de arco, y nos muestra unas 40 componentes de distinto brillo, con dos de mayor intensidad presidiendo el conjunto. El campo circundante plagado de estrellas y una débil neblina que se encuentra tras las estrellas del cúmulo hacen de NGC 2204 un objeto digno de visitar cuando recorramos estas zonas meridionales. La neblina, por cierto, no es la nebulosa que dio lugar a las estrellas, que ya se ha dispersado, sino el efecto conjunto de decenas de estrellas demasiado débiles y juntas para resolverlas con nuestros instrumentos.

NGC 2204

Vamos a finalizar la aventura dando un salto en el vacío, dejando a la Vía Láctea muy atrás para sentir el vértigo del cosmos, más concretamente a 90 millones de años luz. A esta distancia lo que vamos a ver, lógicamente, son galaxias, y en nuestro caso a una pareja de ellas, NGC 2211 y NGC 2212. Son dos galaxias elípticas de apenas 1 minuto de arco de diámetro. La más brillante es NGC 2211, con una magnitud de 12.7, mientras que NGC 2212, más débil, ronda la magnitud 13.5. NGC 2211 es la más evidente de las dos, y pude verla sin ninguna dificultad mientras buscaba NGC 2204, a 125 aumentos. NGC 2212 es más difícil de ver, tiene un brillo superficial más bajo. Para verla usé 214 aumentos, aumentando el contraste y apareciendo con visión periférica de manera más evidente, con una orientación perpendicular a su compañera, que con ese ocular muestra un núcleo más brillante y puntiforme.

NGC 2211

De dobles va la cosa

Hoy vamos a perdernos de nuevo realizando una pequeña excursión por los dominios del Can Mayor, tomando como punto de partida la estrella Tau Canis Majoris, rodeada, como ya hemos visto, por el espectacular cúmulo NGC 2362. Este artículo es el resultado de abrir el atlas y explorar con la mirada, señalando con un círculo los objetos que, en cierta manera, captaron mi atención.

Chart dobles CMa.png

El primer objetivo fue NGC 2367, pero no imaginé que su búsqueda iba a traer ante mis ojos una de las más bellas estrellas dobles que jamás he visto. Subiendo un poco hacia el norte a partir de NGC 2362, moviendo lentamente el tubo mientras disfrutaba del paisaje celeste, apareció ante mí una pareja deslumbrante que marcó mi retina con sus contrastados colores. Rápidamente busqué su nombre y comprobé que era 145 CMa o H3945. Conocida también como la “Albireo del sur”, está formada por dos brillantes componentes de magnitud 5 y 5.9. La más brillante de ellas es de tipo espectral K y posee un intenso color amarillento, casi anaranjado. A poco más de 25 segundos de distancia brilla la estrella secundaria, de tipo espectral F, con un tono de un azul claro que contrasta enormemente con su compañera. Ambas no son realmente un sistema binario, sino que están juntas por efecto de perspectiva, pero el ojo no entiende de tecnicismos cuando tiene un espectáculo semejante ante él. A pesar de estar relativamente baja en el horizonte, su alto brillo y su amplia separación la hace perfectamente asequible a cualquier telescopio, ocupando, sin duda, un lugar en el podio de las estrellas dobles.

145 CMa

Seguimos nuestro camino hacia el este, bajo la atenta mirada de Sirio. El siguiente objeto tras el ocular fue un cúmulo abierto, pequeño y poco llamativo, pero con dos curiosos detalles que le hacen merecedor de una visita. El cúmulo en sí es NGC 2367, una agrupación de apenas una veintena de estrellas, relativamente débiles, con forma triangular. Se encuentra a unos 5.000 años luz de nosotros y es pequeño, de unos 5 minutos de arco de longitud. Una visión atenta nos revelará, en su interior, a medio camino entre dos de las puntas del triángulo, una pequeña estrella doble de la novena magnitud, cuyos componentes, blanquecinos, se encuentran separados por 4.8 segundos de arco. Sin embargo, no es la doble más llamativa en el ocular, y es que muy cerca, a unos 20 minutos de distancia del cúmulo, podemos encontrar a HD 57190, una bonita doble que es la antítesis de la anterior 145 CMa. Sus dos componentes, lejos de presentar un gran contraste, son dos gemas idénticas, de magnitud 7.7 y un color blanco-azulado. Lo que más llama la atención, probablemente, sea lo cercanas que están una de la otra, separadas por tan sólo 3.8 segundos de arco. Sin duda, un agradable complemento que aporta valor añadido al pobre NGC 2367. El cúmulo se encuentra rodeado por una débil nebulosa de emisión, los restos de los gases que formaron a sus estrellas, detalle apreciable en fotografías de larga exposición. De hecho, esa difusa masa de gas forma parte de una inmensa estructura llamada “megaburbuja”, que es el desenlace de grandes explosiones de supernovas que ocurrieron prácticamente a la vez, expulsando todo el gas circundante en forma de una enorme esfera conjunta. Para ver esto no hay más remedio que usar la imaginación, pues no existe otra manera de verla.

NGC 2367

Continuamos nuestra ruta para terminar esta pequeña excursión con lo que podríamos definir, a simple vista, como un cúmulo doble. Estamos hablando de NGC 2383 y NGC 2384, dos cúmulos estelares situados a alrededor de 6.000 años luz de distancia. Miden unos 5 minutos de arco y se encuentran muy cerca cuando los vemos por el ocular. Sin embargo, las apariencias engañan. Estudios recientes confieren a NGC 2383 una edad de unos 200 millones de años, mientras que NGC 2384 tendría apenas unos 8 millones de años, mucho más joven. Además, el primero se encuentra 5.400 años luz y NGC 2384 está a 6.900 años luz de distancia. Una vez más la perspectiva es capaz de engañar a nuestros sentidos. Sin embargo, no por ello dejaremos de disfrutar de la imagen de dos familias de soles tan cercanas, cada una con unos 20 componentes de brillo más bien débil. En NGC 2384 podemos ver una bonita estrella doble similar a las previas, de miembros muy similares entre sí, blanquecinas y unos escasos 4.5 segundos de arco entre ellas. Estas pequeñas parejas tienen algo especial, capaces de convertir un objeto cotidiano en una curiosa muestra de lo caprichosa que puede ser la naturaleza.

NGC 2383

Paseo navideño por el Unicornio

Cerramos el año con una observación especialmente navideña, acorde con estas fechas, perfectamente adecuada a aberturas medias y sitios bien oscuros. Es un paseo por algunos de los objetos más reseñables de la constelación del Unicornio, que en estos días se eleva por el cielo persiguiendo a Orión. Comenzaremos el recorrido en su región más boreal, justo por debajo de los pies de Géminis. Allí, a simple vista, se aprecia una zona con estrellas que parecen difuminadas, un efecto claramente visible desde cielos alejados de grandes urbes. En ese batiburrillo de estrellas, una de las zonas más llamativas corresponde a NGC 2264, conocido, con acierto, como el Cúmulo del Árbol de Navidad. Es una agrupación de estrellas que rememoran a la perfección la imagen de un abeto navideño, a lo largo de unos 60×30 minutos de arco. En la base, la estrella 15 Monocerotis brilla con una magnitud de 4.2. Su espectro es de tipo O7, una estrella gigante azul especialmente joven y brillante, superando a nuestra estrella unas 8.500 veces en luminosidad. Toda la zona, perfilando la silueta triangular, se encuentra inmersa en una nebulosa de emisión, una gran región HII, el caldo de cultivo que, a 2.700 años luz de distancia, ha dado lugar a tantas estrellas.

Foto 2264

Visualmente es un objeto muy llamativo. Ya a través del buscador se puede apreciar la aglomeración de estrellas con forma de árbol, más brillante en su base y en su extremo. Al ocular es fácil que alguna parte se salga del campo si no es de gran aumento. La noche que apunté a NNGC 2264 me llamó la atención, desde el primer momento, la fuerte nebulosidad que rodea a 15 Monocerotis, la estrella de la base. Con visión periférica pude apreciar que la mayoría de estrellas de la zona se encontraban inmersas en una débil neblina, fácilmente contrastable al apuntar a regiones más alejadas del cúmulo. En su vértice superior se encuentra la conocida “Nebulosa del Cono”, una nebulosa oscura con forma cónica que parte de dicha estrella hacia arriba. Me dediqué a usar todas las técnicas que conocía para intentar distinguirla, pero al final tuve que darme por vencido, culpando a unas mínimas nubes que rondaban la zona. Lo máximo que alcancé a vislumbrar fue la nebulosidad en zonas adyacentes a la nebulosa oscura, pero no la forma característica que podemos apreciar en fotografías. Aun así no salí descontento con el intento, pues no contaba con ver la nebulosa que engloba al cúmulo y pude verla sin mayores complicaciones.

NGC 2264.png

El siguiente objeto se encuentra muy cerca, a poco más de un grado de la cima del árbol y el escurridizo cono. Se trata de NGC 2261, Caldwell 46 o la Nebulosa variable de Hubble, un objeto que necesita de una buena dosis de imaginación para ser totalmente comprendido. Esta nebulosa ha traído de cabeza a los astrónomos desde hace más de dos siglos. Hasta el siglo XX se había pensado que era una estrella variable (R Monocerotis) asociada a una nebulosa de reflexión con una peculiar forma de abanico. En la década de los 20, Edwin Hubble descubrió que la nebulosa también era variable, cambiando tanto su brillo como su longitud de forma totalmente irregular, distinta al período de la estrella, hasta el punto de cambiar en pocas semanas. El misterio no fue resuelto hasta hace muy poco, gracias a observaciones con el Hubble y otros grandes telescopios. La explicación a este enigma se achaca a una estructura gaseosa de forma toroidal que rodea a R Monocerotis, como si un gran donut envolviera a la estrella. Esta estrella, una gigante azul, desprende materia al espacio que, a consecuencia del torus, adquiere forma bipolar, con un chorro de gas hacia cada polo. Por eso vemos esa forma triangular en la nebulosa. “¿Y dónde está el otro chorro?”, podríamos preguntarnos. El chorro que vemos es el que sale hacia nosotros, mientras que el otro, expulsado hacia atrás, queda oculto por la nube de gases que rodea a la estrella. De esa forma, lo que podemos observar es realmente una de las mitades del conjunto. De hecho, la estrella que vemos en el centro ni siquiera es una estrella, ya que ésta se encuentra oculta tras el gas. Lo que vemos es la envoltura gaseosa fuertemente iluminada por la estrella, por muy puntiforme que parezca. La única manera de ver el astro es en longitudes de onda diferentes a la luz visible.

NGC 2261

Al telescopio NGC 2261 es especialmente fácil de ver, ya que presenta un gran brillo superficial. Se puede apreciar como una estrella (aunque ya sabemos que no es la estrella propiamente dicha), con una nebulosidad intensa de forma triangular, como si fuera un abanico. La nebulosa es más brillante en uno de sus bordes, disminuyendo progresivamente a medida que se aleja, acabando con cierta forma semicircular. Una estrella aparece por momentos inmersa en su superficie.

Hay que recorrer 2 grados hacia el suroeste para encontrar el siguiente objeto de este recorrido, llegando a una de las más conocidas imágenes del cielo profundo. La Nebulosa Roseta es una enorme región HII que se deja adivinar a simple vista a un palmo de distancia a la izquierda de Betelgeuse. La nebulosa se expande por una región del cielo de 130 años luz de diámetro, adoptando una imagen que recuerda a una rosa con su región central menos densa, englobando a un cúmulo de brillantes estrellas que son las que se han formado a raíz del gas circundante. Estas estrellas son, además, las que excitan los átomos de la nebulosa, haciendo que emitan radiación y reluzcan con brillo propio. Es una de las nebulosas más masivas que conocemos en nuestra galaxia, estimándose su masa en unas 10.000 masas solares. El cúmulo se denomina NGC 2244 o Caldwell 49, mientras que la nebulosa, Caldwell 50, recibe varias entradas del catálogo NGC (2237, 2238, 2239 y 2246) debido a su gran tamaño, que supera el grado de diámetro y alcanza una superficie similar a 5 lunas llenas. Ambos, cúmulo y nebulosa, se encuentran a unos 5.200 años luz de nosotros, el doble de la distancia que nos separa del cúmulo del árbol de navidad.

Foto 2237

Su intenso color rojo, debido al hidrógeno ionizado, recuerda a fotografías de la Nebulosa de la Laguna, compartiendo con ella su naturaleza y muchos de esos claroscuros tan típicos. Es una verdadera guardería estelar que todavía funciona a pleno rendimiento, condensando su gas en regiones concretas hasta alcanzar una temperatura tan alta como para emitir luz propia.

Visualmente la Roseta puede llegar a ser un objeto digno de admirar siempre y cuando contemos con un cielo suficientemente oscuro. He llegado a observarla fácilmente al colocar un filtro OIII sobre el buscador, apareciendo entonces perfectamente su forma circular englobando a NGC 2244. Éste es un cúmulo abierto, no especialmente poblado, pero con brillantes estrellas formando su esqueleto, destacando una decena de ellas que adquieren una disposición rectangular. A su alrededor se encuentran los bordes internos de la nebulosa, perfectamente marcados con cualquier ocular y un filtro, preferiblemente un OIII, aunque el UHC también resalta otros detalles diferentes. Para apreciar mejor la nebulosa es preferible usar un ocular de bajo aumento, y aun así tendremos problemas para enmarcarlo en el mismo campo. En mi caso, en el momento de la observación sólo disponía de un ocular de 24 mm, que proporciona en mi Dobson unos 125 aumentos y un campo de 30 minutos de arco, apenas suficiente para ver decentemente la mitad de la nebulosa. Sin embargo aproveché los “altos” aumentos para centrarme en detalles más concisos de la nebulosa, enfocando para ello a una zona especialmente rica en ellos. Parte del cúmulo quedaba en la parte superior derecha del campo, viéndose ampliamente rodeado por la nebulosa, y en algún punto estrechamente conectados por un débil resplandor. La parte interna se encuentra mucho más definida que el anillo exterior, que se pierde poco a poco de forma muy difusa. Destacan algunas islas oscuras que parchean el grosor de la nebulosa, con formas abruptas. El borde interno tampoco es liso, sino que presenta entrantes y salientes fácilmente destacables con visión periférica, añadiendo a la imagen una sensación de fotografía como pocos objetos son capaces de conseguir. Mi objetivo principal fue vislumbrar unas nebulosas oscuras a modo de filamentos que forman una especie de letra “Y” visible en fotografías de larga exposición. Ya en la zona, necesité de unos minutos de adaptación y visión lateral para conseguir verlos, pero allí estaban, una línea difusa y muy débil que dividía a la nebulosa en dos, bifurcándose en su camino hacia la periferia. Acabé agotado por intentar exprimir cada uno de estos detalles en los pétalos de una flor celeste, así que decidí terminar el paseo con un objeto más sencillo y agradecido.

NGC 2244

Beta monocerotis es la estrella más brillante de la constelación del Unicornio, con una magnitud de 3.74. Estamos habituados a ver estrellas dobles en las que sus componentes parecen gemelas en brillo y color. Lo que es tan habitual, como ocurre con esta estrella, es que sean tres las estrellas idénticas, y la imagen es lo suficientemente espectacular como para volcarse en ella cada noche de invierno. El sistema se encuentra a 690 años luz de nuestro sistema solar y sus estrellas son de tipo espectral B3, blanco-azuladas y jóvenes, con una edad que se estima en 34 millones de años (casi nada si lo comparamos con los 4.500 millones de años de nuestro sol).

Beta monocerotis

La principal, con una magnitud de 4.6, se encuentra a 7.4 segundos de arco de la estrella B. Ésta y C se encuentran mucho más unidas, a 2.8 segundos de arco. Ya resolubles a 125, su magnitud tan similar ayuda a poder diferenciarlas con gran facilidad. La imagen de dos soles tan cercanos que casi se tocan y giran uno alrededor del otro, con otra estrella algo más separada que también interactúa con ellos, no es fácil de olvidar. La estrella tarda 14.000 años en dar una vuelta completa alrededor de las otras dos, así que tenemos tiempo de sobra para deleitarnos con este baile cósmico interminable que no ha hecho más que empezar.

De cefeidas y magos (Delta Cephei y NGC 7380)

John Goodricke fue un astrónomo neerlandés que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII. Su muerte, prematura por una neumonía a los 21 años, no le impidió hacer grandes descubrimientos, destacando la hipótesis de que Algol, una brillante estrella de Perseo, veía su brillo alterado porque era en realidad un sistema binario en el que sus componentes se eclipsaban regularmente. Este atrevimiento le granjeó su entrada a la Royal Society, 4 días antes de fallecer. El prometedor astrónomo también descubrió que una estrella de Cefeo sufría alteraciones periódicas de brillo. Dicha estrella era Delta Cephei, y su brillo variaba de una magnitud 3.5 a 4.3 en un período algo mayor de 5 días y 8 horas. Su importancia entonces ni se podía sospechar, pero sería una de las piezas clave para entender las dimensiones de nuestro universo.

Otra astrónoma importante para la historia, Henrietta Swan Leavitt, que trabajaba en el observatorio del Harvard College, descubrió  en 1912 que las estrellas cefeidas, como se conocían a aquéllas con un patrón similar a Delta Cephei, guardaban una relación estrella entre su magnitud absoluta y la amplitud del período, de forma que las estrellas con mayor brillo intrínseco tenían un período de pulsación más largo. Poco después se determinó la distancia a algunas de estas cefeidas, lo cual sirvió para calibrar la relación período-luminosidad. El último paso en la historia particular de las cefeidas lo dio Edwin Hubble en 1924, cuando encontró, en la galaxia de Andrómeda, algunas de estas estrellas. Observando su período de variabilidad pudo conocer su magnitud absoluta. Una vez conocida ésta, no tuvo más que compararla con la magnitud relativa, el brillo con el que se observa la estrella desde la Tierra, para, con una regla de tres, obtener la distancia a la que se encuentra. De esa manera calculó que la estrella, y por tanto M31, se encontraba a 800.000 años luz, dejando claro que la Gran Nebulosa de Andrómeda no formaba parte, como se pensaba hasta entonces, de nuestra propia galaxia.

Las estrellas cefeidas son estrellas supergigantes de tipo espectral G, de color amarillento, que “pulsan” de forma regular, es decir, su radio se dilata y se contrae a un ritmo constante. Cuando se contraen su temperatura aumenta por la mayor densidad, con lo cual el brillo aumenta rápidamente. Luego, poco a poco, se va dilatando, con lo la temperatura va disminuyendo al tener una mayor superficie por la que distribuirse, perdiendo parte de su brillo. El radio de la estrella está relacionado con el tiempo que dura el período de variación, y esta relación, como hemos visto, es la que permite usar estas estrellas como candelas estelares para conocer distancias lejanas. Se conocen unas 400 cefeidas en nuestra galaxia, si bien hay unas 1.000 catalogadas en las Nubes de Magallanes.

Cefeida

Entendiendo ya su importancia, podemos echar un vistazo a la estrella responsable de la secuencia fortuita de descubrimientos que llevaron a desechar la idea de que las “nebulosas espirales” eran objetos que pertenecían a nuestra galaxia. Esta estrella es, como hemos adelantado, Delta Cephei, una estrella cuya magnitud varía entre 3.5 y 4.35, que se encuentra formando parte de una de las esquinas de Cefeo. Forma un triángulo von Dseta Cephei, de magnitud 3.3, y Epsilon Cephei, de magnitud 4.2. Como podemos ver, sus magnitudes son cercanas al máximo y al mínimo de Delta Cephei, gracias a lo cual podemos usarlas para estimar, a simple vista, su magnitud. La noche que la vi, el 2 de diciembre, su brillo estaba rondando el mínimo, alrededor de 4.3. Será interesante echarle un vistazo cada vez que salgamos estas noches invernales.

Además de su variabilidad, Delta Cephei esconde una sorpresa que, personalmente, no conocía hasta que apunté a ella con el telescopio. Ya lo pude vislumbrar por el buscador, pero fue al ocular del telescopio cuando quedé maravillado al comprobar que es en realidad un sistema doble, perfectamente resoluble con cualquier instrumento, formado por una brillante estrella amarilla y una secundaria que es de color azul verdoso, difícil de describir. Es de magnitud 7.5 y se encuentra situada a 40 segundos de arco. Ambas forman un sistema binario físico que hacen a uno preguntarse cómo sería vivir en un planeta con dos soles tan distintos…

Delta Cephei

Muy cerca de esta estrella, a unos 2 grados de distancia, encontramos otro interesante objeto que puede complementar a la observación del primero. Se trata de NGC 7380, un cúmulo abierto asociado a una nebulosa de emisión llamada Sharpless 2-142. El cúmulo, situado a 7.200 años luz de distancia, fue descubierto por un personaje que ya hemos conocido, Caroline Herschel, en 1787. Al telescopio llama la atFoto 7380ención una curiosa agrupación de estrellas, de una treintena de componentes, dispuestas en una formación triangular. Desde el principio llama la atención que el fondo del cúmulo parece especialmente “brillante”, y basta con usar el filtro UHC para que una bonita nebulosa destaque contra el cielo y enmarque a todas las estrellas. Esta nebulosa, que recibe el nombre de “Nebulosa del Mago” por su forma en fotografías de larga exposición, necesita un tiempo prudencial para mostrar todo su potencial. Inicialmente se aprecia sin problemas su forma triangular que parece proteger el cúmulo, pero varios minutos de observación bastan para mostrar otra prolongación junto a uno de los vértices. Más fácil de  ver resulta otra pequeña mancha que brilla solitaria a unos 5-10 minutos de arco del triángulo principal, claramente visible con visión lateral.

NGC 7380

La imagen, si bien es totalmente diferente a las fotografías, es bastante sugestiva, y la nebulosa es agradecida a unos ojos bien adaptados a la oscuridad. Acompañada del cúmulo, suponen una agradable visión en una zona repleta de objetos como es la constelación de Cefeo.

El placer de un viaje improvisado en Casiopea

Ésta es la historia de un viaje en el que, como suele pasar, el camino es más interesante que el final, un viaje en el que, a medida que se va recorriendo la ruta, aparecen pequeñas gemas escondidas que al final tienen un efecto mayor que el destino propiamente dicho. Este destino, la noche  del 2 de Diciembre, no era otro que una pareja de galaxias que pertenecen a nuestro Grupo Local, NGC 147 y NGC 185. Cogí el atlas para poder encontrarlas, y vi que sería fácil hacerlo desde una brillante estrella de Casiopea. A partir de ahí fue cuando comencé un viaje totalmente improvisado y lleno de sorpresas.

Chart Casiopea.png

La brillante estrella no era otra que eta cassiopeiae o Achird, una de las esquinas de la “W” que forma la constelación de Casiopea, junto a la brillante alfa cassiopeiae. Es una estrella que se encuentra a unos 19 años luz de nosotros, de clase espectral G y una magnitud de 3,5. Es una enana amarilla muy similar a nuestro sol tanto en tamaño como en brillo, con la peculiaridad de que cuenta con una estrella compañera orbitando junto a ella, una enana naranja de magnitud 7,5 a una distancia de 12.9 segundos de arco, lo cual la hace fácil de desdoblar con cualquier telescopio. De hecho como más disfruté de esta estrella fue a 65 aumentos, apreciándola perfectamente separada. La primaria, brillante y amarilla; la secundaria, con un tono rojizo que contrastaba de forma espectacular con su compañera. Fue un buen comienzo en el camino.

Al mirar el atlas pude comprobar que había una nebulosa planetaria muy cerca, Abell 2. “No pierdo nada por echar un vistazo”, pensé. Al fin y al cabo si no la veía ese día acabaría buscándola en cualquier otro momento. Seguí las tres estrellas tangentes a Achird me ubiqué en la zona. De entrada no pude ver nada, así que pensé que quizás estaría fuera de mi alcance. Sin embargo decidí tener un poco de paciente. Probé colocando el ocular de 7 mm, y a 214 aumentos, con visión periférica, alcancé a notar algo en la región donde debería estar. Miré entonces a través del filtro OIII y ahí estaba la planetaria, con una forma perfectamente circular y etérea como un fantasma, como si estuviera a punto de evaporarse. Al mirarla fijamente desaparecía rápidamente, volviendo a aparecer con visión lateral. Esta nebulosa también recibe el difícil nombre de PK 122-4.1, y fue descubierta en los años cincuenta por George O. Abell (su lista de nebulosas planetarias cuenta con 86 componentes de brillo relativamente débil). Aunque en algunos sitios Abell 2 aparece con una magnitud de 16.4, en otros refieren una magnitud de 14.1, lo cual me parece bastante más en consonancia con lo que pude ver.

Abell 2.png

(Desde aquí aconsejo, a todo aquel que no la conozca, una visita a NGC 281, la nebulosa Pacman. En esta entrada podéis leer sobre ella y, por su cercanía, bien merece la pena echarle un ojo)

Ya decidido a llegar a NGC 147 y NGC 185, miré nuevamente el atlas y fui saltando de estrella en estrella, de triángulos a cuadrados, guiándome por las formas que mi mente se encargaba de dibujar. Una de las que vi, a mitad del recorrido, vi que era doble. No tenía ninguna designación en el papel, pero me entró la curiosidad y me asomé al ocular. ¡Guau! No tenía nada que envidiar a eta cassiopeiae, si bien era completamente su antítesis. Dos estrellas de brillo medio, de color azulado, tan cerca que parecían tocarse y tan iguales entre sí que parecían dos perlas en el fondo del océano. De hecho, la visión más cómoda la obtuve con el ocular de 214 aumentos, en el cual quedaban perfectamente separadas pero extremadamente cercanas, y con razón, ya que se encuentran separadas por tan sólo 2,1 segundos de arco. La primera es de magnitud 7 y la secundaria de magnitud 8, y su visión me hizo preguntarme la inmensidad de estrellas tan increíbles que pasarán desapercibidas por nuestros telescopios. La estrella en cuestión se llama STF 59 ó HIP 3736 y ha pasado, sin duda, a ocupar un puesto privilegiado en mi (escueta) lista de estrellas dobles.

STG 59.png

Todavía maravillado por la azulada estrella doble y, viendo que estaba a punto de llegar a mi objetivo, decidí desviarme levemente y echar un vistazo a un cúmulo abierto cercano, no porque lo conociera, la verdad, sino por su curioso nombre, que captó inmediatamente mi atención: Alessi 1. Es un cúmulo abierto recientemente descubierto que fue pasado por alto por los grandes descubridores de los siglos pasados, algo que me parece extraño, ya que, sin ser uno de los más brillantes, es una agrupación que llama la atención. De hecho ya se apreciaba en el buscador como un manchurrón salpicado de estrellas débiles. Al telescopio tuve que usar 65 aumentos para que entrara en el campo de visión, ya que mide cerca de un grado de diámetro. Se encuentra a unos 2.500 años luz de nosotros, y el motivo por el que me pareció tan interesante fue su forma, que me recordó instantáneamente a un pájaro volando en el cielo, con las alas desplegadas a modo de dibujo infantil. Con una brillante estrella formando su cabeza, no pude menos que sonreír ante la curiosa silueta. Unas 40 estrellas, al menos, conforman este cúmulo, con algunas más débiles al borde del límite del telescopio.

Alessi 1.png

Todos los viajes llegan, de una u otra forma, a su final, y definitivamente me situé en los dominios de estas dos galaxias que orbitan a M31, la gran Galaxia de Andrómeda. NGC 147 es, sin duda, la más débil de las dos, ya que se encuentra más alejada de nosotros. Se encuentra situada a unos 2,53 millones de años luz, y es una galaxia enana esferoidal elíptica que se formó hace unos 10.000 millones de años, muy cerca de su compañera NGC 185. Esta última se encuentra a poco más de 2 millones de años luz, y comparte el mismo tipo de estructura. De hecho se ha podido comprobar que ambas galaxias están gravitacionalmente unidas y, además, comparten muchas de sus características. Las dos únicas parejas de galaxias conocidas en nuestro Grupo Local son las Galaxias de Magallanes y las que ahora nos ocupan. Las de Magallanes son, ambas, de tipo irregular, mientras que NGC 147 y NGC 185 son elípticas, lo cual hace pensar que el ambiente en el que se forma una galaxia es uno de los principales determinantes de su estructura final, como se ha descrito en recientes estudios al respecto.

Foto 147 185

NGC 147, sin embargo, es muy pobre en estrellas jóvenes. Su última oleada de formación se estima hace 3.000 millones de años, por lo que hoy queda en ella una población predominante de estrellas tipo 2, estrellas de edad avanzada y con baja concentración de metales, que se encuentran típicamente en cúmulos globulares, en el núcleo de las galaxias y, como acabamos de comprobar, en las galaxias elípticas, lugares “ancianos” por definición. NGC 185, sin embargo, cuenta con una población mucho más joven, rica en estrellas de tipo espectral O y B, haciendo gala, por tanto, de una población estelar tipo 1. Nuestro sol, sin ir más lejos, pertenece a esta subdivisión, que se caracteriza por edades más joviales y una alta metalicidad (esta abundancia en metales proviene de las explosiones de supernovas que predominan a estos niveles). Para perfilar este tema de las poblaciones estelares hay que mencionar un tercer e hipotético grupo, la población III. Teorizada hace apenas una década, sugiere la presencia de una población excepcionalmente joven de estrellas que habrían surgido poco después del Big Bang, siendo, por tanto, las primogénitas del resto de estrellas posteriores. En teoría serían estrellas compuestas por hidrógeno, helio y trazas de litio, enormemente masivas y brillantes, así como una vida excepcionalmente corta (de unos 2 millones de años). Su gran masa les llevaría a colapsar y explotar rápidamente en forma de supernovas que darían lugar a elementos más pesados y siguientes generaciones de estrellas. Hace unos meses un equipo, usando grandes telescopios, visualizó una galaxia tal y como era 800 millones de años después del Big Bang. No pudieron resolver sus estrellas debido a la gran distancia, pero sí pudieron detectar su abundancia en los gases descritos, sobre todo en hidrógeno, con una ausencia absoluta de metales. En los próximos años podremos conocer mucho más de estos antepasados primigenios.

Vuelvo a dar un salto en el tiempo a la noche del 2 de Diciembre de 2015, visualizando a NGC147 y NGC 185 tal y como eran hace 2 millones de años, una época en la que el Homo Rudolfensis poblaba las llanuras de África y descubría que si afilaba una piedra podía despedazar con más facilidad a sus presas. NGC 147 es grande, ocupando un área de unos 10 minutos de arco, pero extremadamente difusa. A 125 aumentos se aprecia como una mancha redondeada, algo ovalada, muy tenue, aumentando el brillo de forma gradual hacia el centro, hasta terminar en un núcleo más brillante y de aspecto puntiforme. Varias estrellas es adentraban en el halo de la galaxia, como si quisieran engañarnos y hacerse pasar por astros lejanos de ese mundo. Ningún detalle más se puede apreciar, pero eso es algo a lo que las galaxias elípticas nos tienen acostumbrados.

NGC 147

NGC 185 tiene una apariencia más “galáctica” que su compañera, si bien tampoco tiene gran cosa que ofrecer. Es más brillante, con un gradiente bien definido del centro a los bordes, perdiéndose por un área similar a NGC 147, de unos 10 minutos de arco. Se encuentra salpimentada por una decena de estrellas débiles que se superponen en su halo, con tres de ellas excepcionalmente cerca del intenso núcleo.

NGC 185

Tras disfrutarla durante unos momentos pude comprobar, en el atlas, que una débil galaxia se encontraba muy cerca, casi en contacto con NGC 147, llamada UGC 378. Decidí probar suerte, aprovechando que tenía la vista bastante adaptada a la oscuridad. En un primer instante no vi absolutamente nada, tan sólo una débil hilera de 4 estrellas junto a las que debería aparecer la galaxia. No obstante, intenté exprimir la vista hasta más no poder. Tras varios minutos usando diferentes oculares, durante un segundo, conseguí ver algo, una mancha alargada apenas perceptible. Fue su forma alargada la que me hizo confirmar que era lo que estaba buscando, y luego pude confirmarlo con imágenes en Internet. Su imagen impregnaba mi retina durante pocos segundos antes de desaparecer y fue, sin duda, uno de los objetos más débiles que he conseguido “adivinar” con el telescopio. Sin embargo, no he conseguido encontrar información sobre ella, así que, como dice alguna canción, sólo sé su nombre. La he incluido en el dibujo a 125 aumentos, como una mínima mancha en la región inferior derecha, aunque para verla fue imprescindible aumentar a 214.

Tras este último descubrimiento di por finalizada la travesía por esta zona de Casiopea, replanteándome lo útil y sugestivo que puede ser explorar el cielo con la única ayuda de un buen atlas impreso en papel. Habrá objetos que estén fuera del alcance de nuestro instrumento, pero con un cielo bien oscuro y paciencia las posibilidades de verlos serán mucho más altas. Galaxias, nebulosas, cúmulos, estrellas dobles… El cielo está plagado de la mayor variedad posible de formas y colores, y tenemos implementado el instrumental más interesante para abordarlo, dos buenos ojos. Y nos basta con uno.

Entre nube y nube (NGC 1245, M76 y Gamma Andromedae)

El otoño trae objetos muy variados, pero también esporádicos ejércitos de nubes con los que hay que lidiar para aprovechar la noche. Ayer fue uno de esos días con una previsión del tiempo optimista que se tuerce cuando llega la hora de observar y ese 10% de nubes que marca el tiempo ocupa realmente una franja de más de 80% del cielo. Aun así había claros con estrellas brillando en un cielo bastante limpio. Las siguientes observaciones las realicé desde mi casa en el Barrio de la Vega, un pueblo a diez minutos de Granada con un cielo relativamente decente.

Tras comprobar que la calidad del cielo era adecuada, comencé con un cúmulo abierto que tenía en mi lista de asuntos pendientes. NGC 1245, o Melotte 18, está situado en Perseo, en pleno centro de la constelación, lindando con Melotte 20, la brillante agrupación estelar que rodea a Mirfak, o  Alpha Persei. Se encuentra en una zona ricamente poblada de estrellas, como corresponde a su localización en plena vía láctea otoñal. Sus estrellas tienen una media de edad de mil millones de años, 5 veces más jóvenes que nuestro sol, y flotan en el espacio a más de 8.000 años luz, distancia nada despreciable.

NGC 1245

Con 65 aumentos ya es visible como una mancha blanquecina de unos 10 minutos de arco, inmersa en un triángulo formado por tres brillantes estrellas. En esta especie de nebulosa resaltan pequeñas estrellas titilando tímidamente, y otras aún más tenues se adivinan. Mayores aumentos aumentan el número de estrellas visibles de forma más clara, pero la sensación de fondo neblinoso no llega a desaparecer. Llegué a contar una treintena de astros, aunque intuyo que bajo cielos oscuros debe ser impresionante.

Mi siguiente objetivo era M76, pero no pude evitar hacer una parada en Almach y leer sobre ella (de hecho, las nubes que iban y venían invitaban a leer tranquilamente esperando que dejasen libre la estrella). Almach, o Gamma Andromedae, es la tercera estrella más brillante de la constelación de Andrómeda, una de las protagonistas de esta estación, tanto por su situación como por ser huésped de M31 (además de otros objetos interesantes de los que ya hablábamos con anterioridad). Se encuentra a una distancia de unos 350 años luz y, personalmente, ocupa el podio de las estrellas dobles, junto con unas pocas más. Forma uno de los extremos de la constelación, una estrella que brilla con una magnitud de 2,26 y tono amarillo-naranja intenso, siendo de clase espectral K3. Es una gigante naranja con un diámetro 96 veces mayor que nuestro sol y una temperatura de 4.200ºC (básicamente, una estrella que se encuentra relativamente cerca de su final, el paso siguiente que le espera al Sol, cuando a empiece a hincharse y volverse rojizo). Cualquier aumento es suficiente para desdoblar su compañera, una bonita estrella azul a 9.6 segundos de arco de la principal. Juntas suponen una magnífica visión en cualquiera de los oculares. Esta segunda estrella es de clase B9, lo que la sitúa en el extremo opuesto del ciclo de la vida, una estrella muy caliente y joven que completa un giro a la primaria en 67 años. Guarda, además, otra sorpresa, y es que la estrella secundaria está formada en realidad por tres estrellas, tan cercanas que quedan fuera del alcance de telescopios de aficionado. El resultado final: una estrella cuádruple de variadas formas y colores.

El término Almach deriva del nombre de un animal arábigo, una especie de tejón o lince. Pero, lejos de ser un animal solitario, Almach es una pequeña familia, y ver las dos estrellas principales a través del ocular es una de las visiones más agradables de las que podemos disfrutar en las noches frías de otoño. El resto lo hará la imaginación, vislumbrando la vida en un planeta en el que cuatro soles juegan al escondite. Uno, enorme y brillante, llega a deslumbrar al resto, pero cuando se está poniendo tras el horizonte y adquiere un tinte aún más rojo, se puede ver otro sol de un color azul que se confunde con el agua, rodeado por otras dos pequeñas estrellas blanquecinas. Pocos planetas podrían presumir de una puesta de sol más bella.

Almach

Finalmente llegamos a M76, entre cúmulos y cirros que atraviesan rápidamente el cielo. Tradicionalmente se ha considerado uno de los objetos más difíciles de observar del catálogo Messier. Personalmente discrepo de esa afirmación, encontrando muchas otras galaxias más tenues y desafiantes. M76 es una nebulosa planetaria descubierta por Pierre Mecháin en 1780, muy cerca del límite entre Perseo y Andrómeda. Herschel fue el primero en distinguir su naturaleza bilobulada, pero habría de pasar más tiempo para vislumbrar sus dos lóbulos bien definidos, a modo de orejas o alas de mariposa. Su curiosa forma ha sido objeto de investigación, e incluso hoy en día no se tiene seguridad acerca de su mecanismo de producción. Estudios recientes hacen referencia a que el material que eyectó la estrella ha escapado principalmente por su región ecuatorial, formando una especie de torus que, visto de perfil, es el responsable de su estrambótica forma, que recuerda enormemente a la de M27. Su estrella central va camino de convertirse en una enana blanca, y los gases que la rodean se irán diseminando poco a poco hasta desaparecer por completo, dando lugar, en el mejor de los casos, a la gestación de nuevas estrellas.

M76

Es un objeto fácilmente visible ya desde bajos aumentos, a pesar de que lo observé desde un cielo suburbano. A 65x se aprecia una especie de rectángulo bilobulado, con los dos extremos más brillantes. A mayores aumentos esta forma se acentúa, estrechándose algo en el centro. El verdadero desafío es captar los dos lóbulos que salen de los extremos, y para ello, en un cielo de calidad normal, hay que recurrir a la visión periférica. La otra noche tardé unos minutos en comenzar a notar la salida de una de estas “orejas” en la región superior, mejorando la imagen en momentos de buen seeing. En la parte inferior también se aprecia el origen de otro de los lóbulos, menos definido que el anterior. Los filtros no ayudaron especialmente, si bien se podía notar nebulosidad difusa rodeando al cuerpo principal, especialmente a su derecha (anoche la observé desde cielos bastante más oscuros y pude apreciar los dos lóbulos perfectamente, con un poco de esfuerzo pero con claridad). No deja de sorprender la inmensa variedad de formas que pueden adquirir las estrellas a la hora de su muerte. ¿Qué figura nos mostrará el sol cuando llegue su hora? ¿Será un anillo o regalará caprichosas formas a los extraterrestres que nos examinen desde la distancia?