El triple corazón de la Hidra (NGC 3621

Hidra es una constelación que esconde algunos tesoros bien conocidos (Messier 83, NGC 3242…), pero su baja posición hacia el Sur dificulta su exploración desde el hemisferio norte. No obstante, si disponemos de un cielo despejado podemos disfrutar de algunas de sus numerosas galaxias, como NGC 3621:

Situada a casi 22 millones de años luz de distancia, NGC 3621 es una galaxia relativamente grande que alcanza un diámetro de 100.000 años luz. Es una espiral con brazos que se arremolinan alrededor de un núcleo que, curiosamente, no muestra la presencia del clásico bulbo que caracteriza a estas espirales (una zona redondeada que, alrededor del núcleo, es rica en estrellas de edad avanzada). Sus brazos se encuentran poblados por multitud de bandas oscuras de gas y de cúmulos de jóvenes estrellas, dando a entender que NGC 3621 es un hervidero de estrellas en formación. En su núcleo reside un agujero negro con una masa equivalente a 20.000 soles, pero no se encuentra solo: ¡otros dos agujeros negros lo flanquean a corta distancia! Presentan una masa intermedia, pero aun así es suficiente para otorgar a esta galaxia un carácter único. ¿Por qué no tiene bulbo? ¿Cómo han podido formarse tres agujeros negros tan cerca? Son, sin duda, algunas de las preguntas interesantes que plantea este cuerpo celeste.

Visualmente, además, es una galaxia brillante, de la décima magnitud, de manera que podemos intuirla con unos simples prismáticos bajo un cielo oscuro, una vez nos guiemos a través de las débiles estrellas de esta región del cielo. Al telescopio es verdaderamente interesante, tanto que es de extrañar que Messier no la incluyera en su catálogo (su situación meridional influiría en ello). Se aprecia como una mancha ovalada que supera los 7 minutos de arco en su eje mayor. En el centro destaca un núcleo brillante y puntiforme rodeado de un halo más brillante, de unos 3 o 4 minutos de arco. A su alrededor, con visión periférica, se distingue una zona aún más extensa y débil que queda encuadrada por las cuatro estrellas más brillantes del campo visual, delimitando perfectamente la zona donde se esconde esta galaxia tan peculiar.

NGC 3621

La Galaxia del Pingüino (Arp 142)

La mayoría de objetos que tengo en mi lista de observación los encuentro a partir de libros o fotos de astronomía, pero el objeto de hoy lo incluí por culta de una fotografía. No sabía si conseguiría ver la forma de la galaxia, ni siquiera si podría adivinarlas, pero me lancé en su búsqueda.

NGC 2936 es una galaxia apodada “la Galaxia del Pingüino” que se encuentra en la constelación de Hydra, en una posición bastante baja desde el hemisferio norte pero asequible si disponemos de un buen horizonte. NGC 2936 fue antaño una típica galaxia espiral, pero su encuentro con la cercana NGC 2937 la ha transformado en una de las siete maravillas celestes. La interacción gravitatoria  ha deformado sus brazos espirales y ha moldeado una peculiar forma que asemeja, para mí, un colibrí con su largo pico y las alas en movimiento hacia abajo. Presenta una asimetría total, con los bordes más cercanos a NGC 2937 plagados de condensaciones azuladas que son el reflejo lejano de millones de estrellas jóvenes que acaban de formarse. Podemos ver, incluso, algunas zonas de gas rojizo que se han salido, literalmente, de la galaxia por el influjo gravitatorio de su compañera. Gran parte del gas y polvo usados para formar estrellas también ha sido removido y podemos verlo en forma de densos filamentos oscuros que se perfilan contra  el brillo posterior de la galaxia. La estoica NGC 2937 aparece, sin embargo, firme y sólida, como si el encuentro intergaláctico no fuera con ella. Es una galaxia elíptica con el tono amarillento que le dan las estrellas de avanzada edad. En apenas mil millones de años ambas galaxias se habrán fusionado formando una sola galaxia elíptica, más grande y brillante aún que NGC  2937.

Ambas galaxias fueron descubiertas en 1864 por el astrónomo alemán Albert Marth (descubridor de, entre otros, NGC 6052 o NGC 6956). NGC 2936 tiene una magnitud de 12.9, mientras que su elíptica compañera alcanza las magnitud 13.6, si bien es quizás más fácil de distinguir porque su brillo está recluido en un espacio más reducido. Su bajo brillo se debe a su gran distancia, que se ha estimado en unos 320 millones de años luz. Pero la pareja cuenta, además, con otro importante atractivo, UGC 5130, una galaxia irregular o espiral vista de perfil que parece el trazo azulado que un enorme pincel ha dibujado junto a NGC 2936. Se encuentra, a pesar de ser más tenue, algo más cerca, a 230 millones de años luz de distancia, y, personalmente, fui incapaz de distinguirla con mi Dobson de 30 cm. Quizás necesite cielos más oscuros para ello. NGC 2936 y NGC 2937, catalogadas también como Arp 142, sí resultaron fácilmente detectables desde un primer momento, si bien tuve que hacer un esfuerzo para distinguir algún detalle más. NGC 2937 brillaba con mayor intensidad, con unos marcados bordes redondeados. NGC 2936, por el contrario era mucho más difusa. Su región más brillante era relativamente circular, y desde ahí se abría como un abanico a medio cerrar y torcido, como si NGC 2937 tirase de ella. La vista era, sin duda, un vago reflejo de la espectacular fotografía que me había motivado a su búsqueda, pero superó con creces mis expectativas y me hizo prometer que volvería a verlas dentro de poco, en compañía de algún telescopio de mayor apertura, para poder apreciar a  al azulada UGC 5130, completando así el exótico cuadro que la Hidra nos ofrece.

NGC 2936.png

Geografía galáctica (Abell 1060, el Cúmulo de Hidra)

Hoy vamos a provechar para hablar sobre el entorno de nuestra galaxia a gran escala, indagando sobre los supercúmulos que nos rodean y sus movimientos relativos. El universo no es un conjunto de galaxias dispuestas de forma caótica: se ordenan formando una red, una estructura de filamentos en cuyos nodos se aglomeran numerosas galaxias formando cúmulos, cuya población puede abarcar desde decenas hasta miles de galaxias unidas gravitacionalmente. Nuestro Grupo Local rinde pleitesía al Cúmulo de Virgo, a 65 millones de años luz de distancia, y formamos parte, junto con otros grupos, del Supercúmulo de Virgo.

Supercúmulo de Virgo.jpg

Pues bien, el Supercúmulo de Virgo se une estructuralmente a otros supercúmulos para formar una estructura más grande aún, conocida desde hace unos pocos años como Laniakea. Laniakea es una agrupación que engloba hasta 500 cúmulos y grupos de galaxias (probablemente más) y que mide más de 500 millones de años luz en su eje mayor. Otros supercúmulos que forman parte de Laniakea son el de Centaurus-Hydra, Pavus-Indus y el Supercúmulo Meridional, que engloba algunos cúmulos ya estudiados como el interesante Cúmulo de Fórnax. El centro de masas de Laniake reside en el Cúmulo de Norma (Abell 3627), en una zona especialmente masiva que se conoce como el Gran Atractor. Como su nombre indica, nuestro Grupo Local, así como todos los cúmulos cercanos, se mueven en torno a esta zona de gran atracción gravitatoria. Pero en el universo siempre encontramos estructuras más grandes y lejanas, de manera que el Gran Atractor es atraído, paradójicamente, por el denominado Supercúmulo de Shapley, que se encuentra a 650 millones de años luz y supera en masa a todos los anteriores.

Resultado de imagen de shapley laniakea

Pues bien, tras esta dosis de geografía extragaláctica vamos a centrarnos en uno de los bloques que conforman Laniakea. Se trata del Supercúmulo de Hidra, una gran familia de galaxias que a menudo se han asociado con las del Supercúmulo de Centauro. Sin embargo, estudios recientes separan ambos supercúmulos como entidades bien diferenciadas entre sí. El Supercúmulo de Hidra mide unos 100 millones de años luz en su eje mayor y se encuentra presidido por Abell 1060, el cúmulo que nos ocupa hoy. Este cúmulo, conocido simplemente como el Cúmulo de Hidra, tiene un diámetro de unos 10 millones de años luz y cuenta con 157 galaxias brillantes, aunque un número mucho mayor de galaxias menores orbitan, con seguridad, a las anteriores. En el conjunto se ha detectado, así mismo, una importante cantidad de materia oscura, debido principalmente a que la materia visible, por sí sola, no es capaz de explicar los movimientos que se observan en sus galaxias.

El centro del Cúmulo de Hidra lo ocupan dos galaxias elípticas destacadas, NGC 3309 y NGC 3311, ambas descubiertas por William Herschel en 1835. Con una magnitud de 11.6, son fácilmente visibles con pequeños telescopios bajo cielos oscuros. NGC 3311 cuenta con el honor de ser una de las galaxias conocidas con mayor número de cúmulos globulares, superando incluso a M87: cuenta con 16.000 globulares orbitando a su alrededor. NGC 3312, cercana a ellas, es una espiral de considerable tamaño y brillante al telescopio: resulta espectacular si ampliamos la fotografía inicial sobre esta galaxia, pudiendo apreciar sus brazos irregulares y llenos de oscuro polvo con una periferia difusa, probablemente a raíz de interacciones intergalácticas. Estas tres galaxias superan los 150.000 años luz de diámetro, comparables, por tanto, a nuestra propia galaxia. Para ver más galaxias hay que buscar con ahínco, pero un buen número de ellas están al alcance de un telescopio de apertura media. PGC 31422, NGC 3307 y NGC 3308, en orden  reciente de brillo, se encuentran alrededor de la pareja de elípticas. La última es una elíptica de magnitud 12, mientras que NGC 3307, una galaxia espiral, se acerca a la 13,5. PGC 31422, con una magnitud de 15.3, supondrá un desafío para la mayoría de telescopios.

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NGC 3314, cerca de NGC 3312, es una verdadera curiosidad cósmica. Es el resultado de la superposición de dos galaxias totalmente independientes. LEDA 31531, a 117 millones de años luz, es una espiral que la perspectiva ha situado justo encima de LEDA 31532, que se encuentra a más de 140 millones de años luz, otra espiral inclinada que pertenece al Cúmulo de Hidra. Galactic Silhouettes.jpgEsta casualidad ha permitido estudiar con gran nivel de detalle el polvo disperso por la primera galaxia, pues su color oscuro contrasta enormemente con la brillante galaxia de fondo. Con telescopios normales no podremos apreciar más que un borrón de magnitud superior a 13, pero aun así no deja de ser un objeto interesante. No muy lejos, PGC 31542 es otra pequeña y débil galaxia de magnitud 15.3, otro buen reto para nuestra vista. NGC 3316, una lenticular de magnitud, casi parece un foco luminoso a su lado. Por último, PGC 31537 es otra galaxia elíptica cuya magnitud, lejos de lo que podría hacernos temer el catálogo al que pertenece, es de 13.8, aunque su brillo superficial es bajo y no será tarea fácil. Por último, aunque con una magnitud de 18 es totalmente invisible con telescopios normales, me gustaría llamar la atención sobre un objeto que se encuentra al lado de PGC 31542, a la izquierda de NNGC 3312 en la fotografía. Si ampliáis la imagen podréis ver “algo” azulado y con cierta forma ovalada, con los bordes más brillantes. Al buscar su identidad me he encontrado con que está formado, en realidad, por dos lejanas galaxias que parecen unirse por sus extremos, dando esa apariencia de lazo.

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No podría terminar este artículo sin hacer mención a las dos estrellas protagonistas que componen este cuadro, mucho más cercanas que todas las nubecillas que hemos visto. HR 4162 es la más brillante, con una magnitud de 4.8. Es una supergigagnte roja de tipo espectral M que se sitúa a 490 años luz de distancia. Tiene un color que llama poderosamente la atención, que la primera vez que la observé describí como ámbar. Su compañera, HD 91964, tiene una magnitud de 6.7, pero se encuentra a 1.000 años luz de distancia, con lo cual es de entender su menor brillo. No obstante, hace frente a HR 4162 con un interesante color nacarado, como si fuera un grano de arena que se ha quedado en el cielo. Estas dos estrellas no hacen más que añadir una nota de color y de interés a una familia tremendamente interesante, cuya única pega es su baja situación sobre el horizonte desde el hemisferio norte.

El último de la fila (NGC 5694)

A estas alturas no nos resultará extraño encontrar un cúmulo globular que no posea las características que se esperan de él, y es que la composición de estas familias de estrellas puede contarnos una larga historia de migraciones y eventos catástroficos. En el caso que hoy nos ocupa vamos a hablar de NGC 5694, uno de los globulares más lejanos que podemos observar en nuestra galaxia:

Foto NGC 5694

Se encuentra a la considerable distancia de 114.00 años luz de nosotros, distando del centro galáctico unos 96.000 años luz, a las afueras del halo galáctico y a una velocidad de 273 km/s. En un principio se pensó que estaba escapando de la Vía Láctea, aunque recientes estudios sugieren que recorre una órbita hiperbólica que lo aleja del centro galáctico para volver hacia el centro y completar su giro. Presenta una metalicidad muy baja, y sus propiedades hacen pensar que es uno de los cúmulos globulares más antiguos que se conocen. Sin embargo, su discordia radica en que la proporción de elementos que lo forman es ligeramente diferente a los globulares de nuestra galaxia, con lo cual tenemos que pensar en un pasado turbulento. Algunos estudios apuntan a que podría haberse formado en las regiones más internas del halo para, acto seguido, ser arrastrado hacia afuera por otra galaxia, probablemente por las Nubes de Magallanes, lo cual explicaría su altísima velocidad. Sin embargo, la diferente composición de sus estrellas hace pensar en que su origen ha tenido lugar en un lugar distinto, posiblemente en alguna de las galaxias enanas y difusas que orbitan alrededor de la Vía Láctea. NGC 5694 sería, en ese caso, un extraño que ha sido devorado por nuestra galaxia y retenido bajo su gravedad. Hacen falta más observaciones para poder concretar estos datos.

NGC 5694 fue descubierto por William Herschel, como la gran mayoría de objetos del catálogo NGC, y posteriormente se conoció también como Caldwell 66. Hasta 1932, sin embargo, no se conoció su naturaleza como cúmulo globular, lo cual da una idea del bajo brillo de sus estrellas. En efecto, a pesar de que su magnitud conjunta ronda la décima, su bajo brillo superficial hace verdaderamente difícil resolver sus múltiples estrellas. Se encuentra en el extremo más meridional de Hydra, justo por  debajo de Libra, y cinco estrellas brillantes parecen abrazar el cúmulo globular, ayudando a orientarnos sin mayor dificultad. Con unos 4 minutos de arco (que equivalen a unos considerables 140 años luz), aparece como una pequeña esfera luminosa, extremadamente débil, cuyo núcleo quiere resaltar ligeramente, brillando con mayor intensidad que su difusa periferia. Con visión lateral los bordes alcanzan un mayor tamaño, aunque no deja de ser una lejana y etérea nube. Por momentos quería dejarse ver una textura granulosa, aunque la noche en que lo observé no era la más propicia, pues una leve neblina cubría todo el cielo de manera casi imperceptible. No obstante, es agradable contemplar un cúmulo tan lejano y de aspecto delicado de vez en cuando; otras constelaciones saciarán nuestra sed de gigantes y brillantes globulares.

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El compacto Hickson 40

Paul Hickson, astrónomo canadiense con múltiples publicaciones, dio a luz, en 1982, a un catálogo de grupos compactos de galaxias, familias de más de cuatro miembros que se encontraban excepcionalmente cercanas entre sí. Su idea era elaborar un catálogo con el que estudiar el desplazamiento al rojo y las interacciones entre galaxias, pero a la par se convirtió en un desafío para el astrónomo aficionado, un catálogo más con el que poner a prueba nuestros instrumentos. De esta manera, el catálogo Hickson contiene 100 grupos galácticos dispuestos por todo el firmamento. El más famoso es, probablemente, el Quinteto de Stephan (Hickson 92), pero hay otros muchos al alcance de telescopios de apertura media.

Foto Hickson 40

Hoy vamos a ver uno de estos fascinantes grupos. Se llama Hickson 40 y se encuentra en la constelación de Hydra, esa larga agrupación de estrellas cuyos extremos cuesta delimitar y que los griegos relacionaron con el gran monstruo marino. Su situación meridional será uno de los principales impedimentos que encontraremos a la hora de observarlo. También se conoce como Arp 321 y VV 116. Hickson 40 es uno de los grupos más compactos del catálogo, y ninguna de sus galaxias pertenece a los catálogos convencionales (Messier, NGC, IC…), lo cual nos debe poner en preaviso de lo que buscamos. Son siete componentes los que forman esta familia, aunque el grupo compacto como tal muestra a cinco de ellas, con al menos tres de ellas en interacción, aunque probablemente todas tengan influencia sobre el resto. Los miembros, junto con sus magnitudes, son los siguientes:

-HCK 40a: MCG 01-25-009, magnitud 12.8 (elíptica).

-HCK 40b: MCG 01-25-010, magnitud 14 (lenticular).

-HCK 40c: MCG 01-25-008, magnitud 14.9 (espiral).

-HCK 40d: MCG 01-25-012, magnitud 14.2 (espiral).

-HCK 40e: MCG 01-25-011, magnitud 17.3 (espiral).

Como podemos ver, cuatro de ellas son visibles con telescopios de moderada apertura si las condiciones son adecuadas. Hickson 40 se encuentra a la no desdeñable distancia de 300 millones de años luz, de manera que podemos sentirnos afortunados de captar sus fotones. La más brillante es Hickson 40a, esa imponente elíptica que parece ocupar el centro de masas. Es la primera que pude apreciar al telescopio, como una pequeña mancha de un minuto de arco de diámetro. Casi inmediatamente entró en escena su compañera Hickson 40d, mostrando un perfil alargado, como corresponde a las espirales vistas de canto. Curiosamente Hickson 40b, que presenta una magnitud ligeramente superior, me resultó más difícil de captar, lo cual se puede explicar porque posee un menor brillo superficial. Con las tres principales galaxias vistas, me esforcé en esta última, al lado de la cual se disponen las dos galaxias restantes. Por supuesto, no contaba con ver Hickson 40e, su magnitud se escapa con creces al límite alcanzable de mi Dobson de 30 cm. No llegué a apreciar la forma definida de Hickson 40c, sino que por momentos aparecía ante mis ojos una fina y delicada nubecilla, probablemente el resultado de la suma de esas dos pequeñas galaxias, cuyos fotones estimulaban casi imperceptiblemente mi retina. Exhausto por forzar la vista con algo tan débil y pequeño, me aparté del telescopio y contemplé arriba la inmensidad del cielo. La primavera iba ganando terreno a pasos agigantados, con Júpiter, Spica y Arturo convirtiéndose en los indiscutibles protagonistas.

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Técnicas de observación

Este artículo está a escrito a modo de crónica para mostrar diferentes técnicas aprovechables en observación visual y, sobre todo, para demostrar que la paciencia es una de nuestras mejores herramientas. Está ilustrado con dibujos secuenciales de NGC 3242, la Nebulosa del Fantasma de Júpiter, correspondiendo cada dibujo a lo que veía unos 10 o 15 minutos después del anterior. La información sobre esta espectacular nebulosa la tenéis en esta entrada, así que aquí me limito a lo puramente observacional.

Hace dos semanas me encontraba bajo los (relativamente) oscuros cielos del Purche, una ladera montañosa de Sierra Nevada a pocos kilómetros de Granada. Las nubes se fueron despejando rápidamente, dejando un horizonte sur estrellado, así que decidí aprovechar y observar NGC 3242. La primera vez que la vi fue hace exactamente un año, y no me dejó ningún sabor de boca especial, tan sólo recordaba haber visto una nebulosidad redondeada con atisbos de un anillo más denso interno. Sin embargo, un año de práctica da para mucho, y especialmente para tener bien claro que lo que se ve tras el ocular es proporcional al tiempo dedicado. Comencé, pues, sin ninguna prisa, observando la nebulosa a 214 aumentos. La atmósfera parecía comportarse de manera bastante estable, así que usé el ocular de 5 mm, que me proporcionaba unos cómodos 300 aumentos. NGC 3242 me sorprendió como una esfera muy brillante, sin duda una de las planetarias más brillantes que he observado. Desde un primer momento pude apreciar su anillo interno, algo ovalado, especialmente con visión lateral. Viendo que las estrellas del campo aparecían puntuales me envalentoné y probé, por primera vez, el ocular de 3.5 mm, que agrandó aún más la nebulosa con unos respetables 428 aumentos. El seguimiento entonces se hizo más complicado, pero asumí ese pequeño inconveniente.

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Pasaron los minutos y el óvalo central fue haciéndose cada vez más patente, más grueso, con un estrechamiento a ambos lados. La visión lateral fue dando sus frutos, y a este nivel conviene matizar que la acción de ver algo de reojo tiene más ciencia de la que parece. En primer lugar, nuestro ojo no es perfectamente homogéneo. Dentro de que la mayoría de bastones (los receptores de luz) se disponen en la periferia de la retina, tenemos zonas de ésta más sensibles y otras menos receptivas, de la misma manera que no sentimos el mismo dolor en el dedo pulgar que en el meñique. Por tanto, a lo largo de la práctica astronómica tenemos que ir acotando la zona de mayor sensibilidad, de forma que algunos pueden ver mejor si dirigen su mirada a la derecha, o si miran hacia abajo. En mi caso, por ejemplo, obtengo mejor sensibilidad cuando hacia arriba y a la izquierda.

NGC 3242.2

Una vez visto el anillo interno con facilidad, decidí buscar más detalles. Probé a usar mi ojo “malo”, que, curiosamente, en nebulosas planetarias me suele dar buen rendimiento. Tenemos que conocer muy bien nuestro instrumento principal de observación, y para ello no hay otra que practicar. En mi caso, a los pocos minutos pude comprobar, con gran sorpresa, que los extremos del óvalo central parecían algo más engrosados. Primero pensé que sería sugestión, ya que no recordaba haber visto ninguna imagen similar en fotografías. Sin embargo, volví a mirar y comprobé que allí seguían esos extremos, como si el anillo, por dentro, estuviera relleno de algún material gaseoso. Me centré entonces en la respiración, ya que inconscientemente había estado reteniéndola, fallo común cuando queremos concentrarnos especialmente. Tenemos que respirar para que nuestros ojos y nuestro cerebro se oxigenen adecuadamente, de otra manera nuestra vista se nublará en pocos minutos. Me di cuenta, así mismo, de que tenía una postura muy forzada. NGC 3242 está relativamente baja, y puede ser un suplicio observarla sin una silla. Decidí, por tanto, ponerme de rodillas, notando un intenso alivio en la espalda. Cuando volví la mirada al ocular la imagen aparecía más definida todavía y los extremos del óvalo querían terminar de forma más aguda, aunque sentí, a los pocos minutos, que estaba forzando la vista demasiado.

NGC 3242.3

Me levanté entonces, respiré profundamente, y comencé a andar por la zona de observación, levantando la mirada al cielo estrellado. No había nadie conmigo salvo una enorme vaca que se había tumbado a unos 20 metros, así que me puse a hablar con ella para no asustarla. El asustado fui yo cuando me respondió en forma de un estruendoso mugido que hizo eco en las lejanas montañas, pero me relajé en seguida cuando comprobé que el dócil animal sólo quería conversación. Me acerqué de nuevo al telescopio, dando pequeños saltos y moviendo los brazos como si estuviera en el calentamiento de una clase de aerobic. De esa manera desapareció la tensión muscular generalizada que me estaba dominando y pude asomarme al ocular con renovadas energías. Y entonces, como por arte de magia, apareció en el centro de la nebulosa una débil estrella, la responsable de formar esa maravilla celeste. No es especialmente difícil de ver, pero el alto brillo de la nebulosa hace que pase fácilmente desapercibida. Al mismo tiempo que apareció la estrella central pude notar cómo los extremos del óvalo se extendían a modo de comisura de los ojos. De hecho, el aspecto final me recordó enormemente a un gran ojo cósmico, con esa pequeña estrella marcando el centro de la pupila, una imagen digna de recordar. Es en esos últimos minutos cuando todo el esfuerzo previo te demuestra que ha merecido la pena.

NGC 3242

El fantasma de la Primavera (NGC 3242 y U Hya)

Entre tanta y tanta galaxia primaveral podemos acabar sintiendo algo de vértigo, y por ello es de agradecer poder observar alguna nebulosa planetaria de nuestra propia galaxia. En este caso vamos a recurrir de nuevo a la constelación de la Hidra para abordar a NGC 3242, conocida como Caldwel 59 o el “Fantasma de Júpiter”. Pero antes aprovecharemos el camino para echar un vistazo a una estrella especialmente roja. Se trata de U Hydrae, una estrella de carbono que preside el lomo del monstruo marino. Tiene una magnitud de 4.92 y se encuentra a 680 años luz de distancia (es una de las estrellas de carbono más brillantes que existen). U Hydrae es una estrella que ha consumido todo su hidrógeno, y ahora, debido a la fusión del helio, presenta importantes cantidades de carbono que, por convección, acaban en su superficie formando parte de su atmósfera. El carbono, como ya sabemos, absorbe las longitudes de onda más azuladas, de manera que los rayos de la estrella que traspasan su superficie son los rojizos. La intensidad de este color rojizo es un dato que podemos confirmar con el Índice de color B-V. Este método consiste, básicamente, en mirar la estrella con dos filtros, uno de los cuales es sensible al ultravioleta y el otro no lo es. La diferencia entre ambos filtros será mayor cuanto más rojiza sea la estrella, y el número obtenido será indicativo de la intensidad del color. Por ejemplo, R leporis, también llamada Crimson Star, tiene un Índice de color B-V de 5.74, mientras que V Hydrae se le acerca con un índice de 5.5 (es otra estrella de carbono que veremos en otra entrada). La estrella que nos ocupa hoy, sin ser tan roja, tiene un respetable índice de 2.7. Al ocular destaca como una brillante estrella con un núcleo amarillo y una corona roja, como si estuviera rodeada por una atmósfera de fuego.

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No tenemos más que descender 6 grados para que entre en campo NGC 3242, una de las nebulosas planetarias más impresionantes que podemos contemplar con nuestro telescopio. Se encuentra a unos 1400 años luz, ronda la octava magnitud y fue descubierta por Herschel, quien la comparó con Júpiter debido a su tamaño y forma circular. Henry Smith la contempló un siglo después, compartiendo la apreciación de Herschel, aunque el nombre de “Fantasma de Júpiter” le sería dado posteriormente. Abordaremos su exploración desde el centro hacia el exterior, comenzando con el misterio que envuelve a su estrella central. Y es que, a pesar de tener una magnitud poco mayor a 12, no fue descubierta hasta que Angelo Secchi, astrónomo italiano, la observó con su telescopio en el siglo XIX. ¿Cómo pudo pasar desapercibida a los expertos ojos de Herschel, Smith y tantos otros? El problema principal radica en el alto brillo del disco de la planetaria, que disminuye enormemente el contraste con la estrella. Además, gran parte de su luz es emitida en longitud ultravioleta, y es por eso que su magnitud fotográfica es mucho más brillante que la visual. Al parecer, la estrella comparte el centro con otras dos compañeras: una enana marrón que prácticamente roza su atmósfera y la orbita a gran velocidad, y otra estrella más grande, similar a nuestro sol, situada a una distancia mucho mayor. El baile entre estas estrellas es el responsable, casi con total seguridad, de la asimetría observada en el gas circundante.

Foto NGC 3242

En fotografías realizadas a bajo aumento la nebulosa aparece redondeada, uniforme, con un anillo ovalado más brillante en el interior. Sin embargo, a medida que nos acercamos podemos apreciar que la envoltura gaseosa es de todo menos regular. El óvalo interno presenta dos protuberancias polares, como las asas de una taza, y en ambos extremos aparecen dos haces de luz rojiza denominados FLIERs. Como hemos visto en otras planetarias, estos FLIERs son el resultado de la expulsión de material por parte de la estrella que avanza a gran velocidad, encontrándose con la masa de gas y produciendo, al contacto, una elevada temperatura y la emisión de rayos X. Todas estas irregularidades pueden ser explicadas por la acción simultánea de las estrellas centrales. La rápida traslación de la enana marrón, por ejemplo, puede promover la expansión acelerada de la envoltura de la estrella principal, la enana blanca que va camino de consumirse lentamente. Observadores de un futuro a medio plazo tendrán material suficiente para ver la evolución de las nebulosas planetarias en el tiempo, y seguramente podrán entender su mecanismo de formación de una manera más directa.

NGC 3242 puede ofrecer grandes momentos de placer al observador paciente, sobre todo bajo un cielo oscuro y una atmósfera estable. La primera vez observé la nebulosa, hace más de un año, no llegué a percibir su estrella central. Simplemente la observé como una esfera difusa con un débil anillo interior, no dedicándole ni una fracción del tiempo que merece. Hace una semana, sin embargo, decidí observarla con toda la paciencia del mundo, aprovechando que el seeing no era especialmente malo. Comencé a 214 aumentos, apreciándola inmediatamente como una brillante nebulosa redondeada, con el anillo interno claramente distinguible, de forma algo ovalada. Decidí usar el ocular de 5 mm, obteniendo 300 aumentos, y la planetaria me mostró con más intensidad su anillo interno, más definido. No había ni rastro de la nebulosa, y tuve la sensación de que la atmósfera me iba a permitir usar mayores aumentos, así que usé por primera vez mi ocular Omegon de 3.5 mm, proporcionándome 428 aumentos. La nebulosa apareció entonces con un tamaño considerable, sin perder su elevado brillo. El anillo interno, ovalado, tenía sus extremos más marcados que la zona media, y tras unos minutos mostró dos engrosamientos que terminaban casi en punta, de forma similar a la Nebulosa Saturno. Sorprendido por esa nueva morfología que no conocía aún, persistí ante el ocular en busca de más información. Y entonces, sin esperarlo, me di cuenta de que la estrella central estaba allí, mirándome disimuladamente, visible sobre todo con visión periférica en el centro del óvalo. Permanecí mirándola, en total, casi una hora, obteniendo al final una imagen que casi podría definir como “fotográfica”. Tuve claro, una vez más, la importancia de la paciencia y persistencia a la hora de ver estas maravillas celestes, y dediqué un rato más a disfrutar de NGC 3242, ya plenamente consciente de todos sus detalles. Esta planetaria es, sin duda, un respiro cuando uno quiere descansar de la lejanía que suponen las galaxias de la estación y una oportunidad para comprobar la capacidad de adaptación que tienen nuestros ojos, nuestras más preciadas herramientas.

NGC 3242

Siguiendo migas de pan

La franja de la Vía Láctea es un hervidero de objetos que van apareciendo sucesivamente cuando navegamos a su través. Este hecho es más apreciable en la estación veraniega, cuando no hay lugar al que se mire en el que no se vea algún cúmulo o nebulosa. Sin embargo, la Vía Láctea invernal también está especialmente poblada de multitud de objetos que, en ocasiones, pasan desapercibidos. Hoy nos vamos a centrar en un objeto que se encuentra a mitad de camino entre M46 y M48, pero para llegar a él recorreremos un trayecto en el que podremos disfrutar de un agradable y variado paseo, viendo algunos objetos que ya comienzan a despedirse hasta la siguiente estación.

Comenzaremos por NGC 2610, una nebulosa planetaria ya conocida, pero que observé por segunda vez sin caer en la cuenta de que ya la había visto y dibujado unos meses antes. El error me sirvió para comprobar que el ojo va entrenándose y capta estrellas cada vez más débiles. Como recordatorio diremos que es una nebulosa planetaria de magnitud 12.8, situada a una distancia de entre 6.000 y 8.500 años luz, en la constelación de Hydra. Tiene una bonita estructura anular, sólo visible con potentes telescopios o en fotografías de larga exposición. Está formada por dos capas, a modo de cebolla, cada de las cuales ha sido expelida en distintas etapas, a modo de suspiros consecutivos que la estrella moribundo va lanzando al exterior. Dicha estrella tiene una magnitud 15.5, al alcance de un Dobson de 30 cm bajo unas condiciones ideales. Sin embargo, esa noche realicé la observación desde un pueblo cercano a Granada y, aunque el sur estaba relativamente oscuro, no tiene nada que hacer contra un lugar perdido en el monte. Aun así disfruté de su visión, así como del campo que la rodea. Una estrella está situada justo en su borde, dando la apariencia, como ya comentábamos con anterioridad, de un anillo con una pequeña gema engarzada. Una brillante estrella anaranjada la vigila a apenas 8 minutos de arco de distancia.

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Siguiendo hacia el oeste, entre una multitudinaria población estelar, daremos con el siguiente objeto, mucho más llamativo, que es NGC 2539, ya en la constelación de la Popa. También bajo la atenta mirada de una brillante estrella, 19 Puppis, es un cúmulo abierto situado a unos 4.000 años de distancia. Su edad es bastante avanzada, entre 600 y 700 millones de años, comparable a la de las Hyades. Como ya sabemos, las estrellas de los cúmulos se van esparciendo hasta que éstos desaparecen, por lo cual es difícil encontrar agrupaciones que superen los 500 millones de años. Hay excepciones, como M67 o Berkeley 17, pero NGC 2539 tiene una edad totalmente respetable. De hecho, si estuviera a la distancia del Pesebre, M44, sería uno de los objetos más llamativos del firmamento.

El cúmulo está formado por un número indeterminado de estrellas, refiriendo algunos autores una población de 60 componentes, mientras que otros le atribuyen más de 150. Tenga las estrellas que tenga, es un cúmulo muy atractivo si se observa desde un cielo oscuro. Una veinte de estrellas brillantes ocupan un área de unos 20 minutos de arco, con varias decenas más salpicando un área circular su alrededor. Cuento más de 50 estrellas, algunas tan débiles que aparecen en el límite de visibilidad del telescopio. La brillante estrella 19 Puppis, de tipo espectral K, domina el campo con una tonalidad amarillenta, dando un toque especial a esta interesante familia.

NGC 2539

El tercer objetivo es un objeto que difícilmente podríamos adivinar en esta región de la Vía Láctea: una galaxia espiral, denominada NGC 2525. Tiene una magnitud de 11.6 pero un brillo superficial bajo que nos hará sudar si las condiciones del cielo no son buenas. Es una galaxia espiral barrada situada a 73 millones de años luz de distancia. Cuenta con dos prominentes brazos en forma de letra “S” que se bifurcan en su camino al exterior, partiendo de una barra central amarillenta en la que se sitúan las estrellas más antiguas. Sus brazos, más azulados, no están al alcance de telescopios de aficionado. Con el Dobson de 30 cm se aprecia como una pequeña nubecilla redondeada, más brillante con visión periférica, que no muestra ningún otro detalle. Por la posición en la que se encuentra, probablemente haya una enorme cantidad de polvo y gas en su línea de visión, por lo que no debemos extrañarnos. El hecho de que podamos distinguir una galaxia a través de uno de los poblados brazos de la Vía Láctea debe ser suficiente motivo de asombro, más aún si esa mancha se encuentra a tan grande distancia.

NGC 2525

Y así, siguiendo migas de pan, llegamos a la casita de chocolate, que en este caso corresponde a un bonito cúmulo abierto denominado NGC 2506 o Caldwell 54, en la constelación del Unicornio. A 10.000 años luz de distancia, es un cúmulo bastante alejado del centro galáctico, lo cual ha servido para obtener datos interesantes. Normalmente se asocia la metalicidad de un objeto con su edad, de manera que se entiende que cuando un cúmulo se ha formado en un “universo temprano” su concentración de elementos pesados será menor, ya que en el ambiente predominaba el hidrógeno y el helio (se ha formado en una época en la que no ha habido todavía un número importante de novas, gracias a las cuales se forman los elementos más pesados). NGC 2506 tiene una edad de unos 2.000 millones de años, extremadamente elevada, pero superada por M67. Sin embargo, éste último cúmulo tiene más cantidad de elementos pesados que NGC 2506, lo cual va en contra de la asociación inversa metalicidad-edad. De este dato se puede concluir que la posición en la galaxia también es un determinante importante en la composición de las estrellas, siendo la metalicidad mayor cuanto más cerca del núcleo se encuentre el cúmulo abierto.

Después de este inciso teórico volvemos a mirar NGC 2506 como lo que es, una nube formada por 800 estrellas que nacieron y aún permanecen juntas, en un espacio de entre 25 y 35 años luz de diámetro. Nuestro sol, a su lado, es un triste lobo solitario. Lord Rosse y su hijo vieron en NGC 2506 una cierta estructura espiral, especialmente en cuanto a sus estrellas más brillantes, en una época en la que se pensaba que todas las nebulosas eran en realidad aglomerados de estrellas. Quizás pensaran que NGC 2506 era la primera “nebulosa espiral” que eran capaces de resolver. Personalmente no encontré una estructura espiral llamativa, aunque posteriormente, revisando el dibujo que hice, sí es cierto que se podría apreciar la forma, teniendo en cuenta las estrellas principales. Unas cuarenta estrellas quedan enmarcadas en un espacio de unos 10-15 minutos de arco, envueltas en un halo de nebulosidad que las arropa fantasmagóricamente. El campo está plagado de estrellas, como corresponde a esta zona inmersa en la Vía Láctea, y sólo por este detalle merece la pena echarle un vistazo desde un lugar oscuro.

NGC 2506

Tres colas tiene la hidra (M83)

La protagonista de hoy es la galaxia más meridional de las que catalogó Messier. Se trata de M83, y es, además, la primera galaxia foránea al Grupo Local en ser descubierta. Situada en la cola de la Hidra, la constelación del Cuervo indica su presencia bajo sus alas.

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M83 es una galaxia que se encuentra a unos 15 millones de años luz y fue definida por Messier como «extremadamente débil», de forma que «había que concentrarse enormemente para poder distinguirla». Forma parte del denominado Grupo de Centauro y M83, dominando junto con NGC 5128 un pequeño cúmulo de galaxias que se sitúan entre 10 y 20 millones de años luz. Es una galaxia que podríamos definir de tipo mixto, compartiendo rasgos de galaxias espirales y barradas. Presenta un núcleo muy intenso en medio de una barra formada por estrellas y gas en constante movimiento, y de sus extremos salen tres largos y abiertos brazos en el sentido opuesto de las agujas del reloj, que le han hecho merecedora del sobrenombre «Molinillo Austral». Dos de los brazos parecen superponerse, pero fotografías con suficiente detalle los muestran perfectamente diferenciados.

Con unos 40.000 años luz de diámetro, es un claro ejemplo de galaxia de brote estelar, estando salpicada por multitud de puntos azules y rojos. Los primeros, cúmulos de estrellas jóvenes que apenas cuentan con unos pocos millones de años de edad, poblados por abundantes supergigantes azules. Los segundos, las regiones HII que están dando lugar a la formación de estrellas. Como es típico de este tipo de galaxias, en ella son frecuentes las supernovas. Hasta hace poco, M83 contaba con el récord en cuanto a número de supernovas observadas, con 6 de ellas en poco más de un siglo. Sin embargo, recientemente se ha visto superada por NGC 6946, que cuenta con 9 de ellas, y empatada por M61. Más de 60 remanentes de supernova se han podido catalogar en M83, muchas de ellas visibles en las fotografías de larga exposición.

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Otro atributo interesante de esta galaxia reside en su núcleo, que es sede un agujero negro supermasivo, como tantas otras galaxias. Sin embargo, el núcleo es curiosamente doble, al igual que ocurría con el de M31. Apenas a unos años luz del núcleo propiamente dicho se encuentra un cúmulo abierto con una gran densidad de estrellas, que parece ejercer una gran relevancia en la dinámica central.

A la hora de observarla deberemos elegir la hora adecuada para que se encuentre en el punto más alto posible, justo a su paso por el sur. Para buscarla podemos localizar Gamma Hydrae, también denominada Cauda Hydrae (cola de la Hidra), por su posición en la constelación. Es una gigante amarilla de tipo espectral G, unas 13 veces mayor que el sol y a 132 años luz de distancia. Gamma Hydrae acaba de agotar sus reservas de hidrógeno, por lo que su núcleo está en proceso de condensarse al carecer de energía exotérmica suficiente. Cuando la densidad creciente en el núcleo aumente su temperatura hasta el punto de poder fusionar helio en carbono y oxígeno crecerá hasta convertirse en una gigante roja, unas 5 veces más gran que en el momento actual. Está a punto, por tanto, de “dar el estirón”. Encontraremos M83 si visualizamos un triángulo rectángulo cuyos vértices lo ocupan Gamma Hydrae, M83 y Pi Hydrae, una gigante anaranjada de tipo espectral K.

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Una vez en el buscador, M83 será visible como una mancha borrosa y redondeada, fácilmente distinguible si la noche es oscura. En objetos tan meridionales la atmósfera jugará un papel importante para poder disfrutarla como se merece. Al telescopio resalta fácilmente, recordando en un primer instante a una versión más brillante de M74, la galaxia en espiral de Piscis. Un radiante núcleo destaca en el centro, redondeado, y a su alrededor se dispone un halo difuso y heterogéneo. La región más cercana al centro es más brillante, con cierta forma alargada, mientras que las regiones más externas adquieren una silueta redondeada. Es en esta periferia donde se puede apreciar en primer lugar uno de sus brazos más prominentes, el más largo de ellos, que se extiende hacia unas 5 estrellas en forma de triángulo. Su comienzo no se puede apreciar con claridad debido al gran brillo de la zona central. Justo en el lado opuesto, con visión indirecta, aparece su contrapartida, otro brazo que, débilmente, se pierde en la lejanía, en sentido antihorario. A 125 aumentos, con una adaptación adecuada a la oscuridad, no es especialmente difícil detectar el tercer brazo, el más pequeño de todos y el más brillante en fotografías, si bien en visual se ve aplacado por el núcleo tan intenso. Se aprecia como una pequeña curva luminosa que se desarrolla al amparo del brazo más llamativo, adquiriendo una curvatura más cerrada que sus compañeros, conformando así una estampa sumamente atractiva. Desde cielos más australes debe ser, sin duda, aún mejor.

Sobre M68 y estrellas de bario

El peculiar cuadrilátero que conforman las principales estrellas de Corvus va pregonando la llegada de un ejército de galaxias a todo lo largo del cielo, así como de otros objetos peculiares que pueblan el cielo de primavera. Hoy vamos a abordar un interesante cúmulo globular que se encuentra por debajo de la constelación, y, estrictamente hablando, pertenece a los dominios de Hidra. M68 es un cúmulo globular descubierto en abril de 1780 por Charles Messier (su descubrimiento se atribuyó, erróneamente, a Pierre Méchain), y resuelto en multitud de estrellas, como casi siempre, por William Herschel poco después.

M68 es un globular peculiar por varios motivos. Por un lado, como los cúmulos globulares “invernales” está en una dirección opuesta al centro galáctico, diferenciándose claramente de la mayoría de ellos que rodean el núcleo a una distancia cercana. M68 se encuentra, por el contrario a 60.000 años luz del centro galáctico, y a unos 33.000 años luz de nosotros. Teniendo en cuenta que nos encontramos a 27.000 años luz del núcleo de la galaxia, podemos inferir que M68 se encuentra prácticamente a 180º. Presenta un bajo brillo superficial, ya que sus 100.000 componentes se encuentran poco concentradas, considerándose un globular de tipo X (en una escala del I al XII, según la concentración de sus estrellas).

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Los cúmulos globulares son, como ya sabemos, cuerpos extremadamente antiguos que se formaron casi a la par que la galaxia. De ahí que su contenido en metales (metalicidad) sea bajo, ya que se crearon a partir de una masa gaseosa y no se vieron influenciados por supernovas u otros cuerpos que desprenden elementos metálicos al espacio. Pero M68 presenta una metalicidad del 0.6% de nuestro sol, baja incluso al compararlo con el resto de cúmulos globulares. De ahí, además de por su movimiento algo atípico, se ha deducido que M68 es “un regalo” que nos dejó alguna galaxia que la Vía Láctea devoró en el pasado, el recuerdo de otro mundo con características químicas algo diferentes.

Para encontrar M68 podemos tomar como referencia beta corvi o Kraz, una supergigante amarilla que brilla con la magnitud 2.65 y que está catalogada como una estrella de bario. Normalmente, una gigante roja o amarilla (estrellas relativamente frías) no tiene la energía necesaria para formar bario a partir de la combustión de otros elementos. La razón de presentar este elemento es su interacción con una estrella de carbono que ha contaminado su atmósfera, presentando bario y, eFoto Barion ocasiones, circonio. De hecho, en la mayoría de estrellas de bario se han encontrado enanas blancas orbitando a su alrededor, vestigio de la estrella donante que ha ido perdiendo su materia. Sin embargo, Kraz carece de un segundo componente orbital, con lo cual desbarajusta los esquemas en torno a este tipo de estrellas. ¿Cómo ha podido formar ese bario? ¿Tiene una enana blanca pero es demasiado pequeña para verla? Otro misterio más que el tiempo acabará por aclarar.

Como decíamos, descendiendo algo más de 3 grados hacia el sur llegamos a HR 4803, una cerrada estrella binaria con sus componentes separados por tan sólo 1.4 segundos de arco. De tipo espectral F, la primaria es de magnitud 5.4, mientras que la secundaria es de magnitud 11.3. Justo al este de la estrella doble podremos adivinar, con unos prismáticos, una pequeña esfera nebulosa, con un centro brillante y los bordes difusos, que no es ni más ni menos que M68.

La observé a 2.500 metros de altura en una noche donde el viento apenas dejaba un respiro. La oscuridad del cielo era espectacular, pero la mala calidad de la atmósfera también, con turbulencias allí donde pusiera la vista. Aun así, pude disfrutar de este interesante cúmulo globular entre ráfaga y ráfaga. A bajo aumento ya resulta evidente su naturaleza globular, una esfera nebulosa más brillante en el centro, con diminutas estrellas que se dejan ver por toda su superficie, preferiblemente en la periferia. Decidí subir a 214 aumentos, y entonces el cúmulo adquiere mayor entidad. Ocupaba unos 7 minutos de arco, algo menos que los 11 indicados en las bases de datos, pero sus estrellas periféricas eran demasiado débiles para mostrarse esa noche. Sin duda, en latitudes más meridionales, el tamaño del cúmulo será algo mayor. La zona central era más brillante, con un fondo blanquecino, pero no había ningún gradiente brusco. En lugar de eso, el brillo iba decayendo poco a poco a medida que sus bordes se internaban en la negrura del cielo. Las estrellas se resolvían sin ningún problema en su superficie, tanto en el núcleo como en la periferia, donde chisporroteaban en el límite de su visibilidad. M68 es uno de “esos cúmulos globulares” que, ni grandes ni pequeños, dejan un buen sabor de boca al dedicarles un poco de nuestro tiempo. ¿Lo mirarían con el mismo recelo en la galaxia de la que proviene?

M68