Nubes al viento (Sh2-188)

Todas las constelaciones guardan secretos, objetos tenues y poco conocidos que esperan el momento de ser encontrados. El que nos ocupa hoy se encuentra en Casiopea y, a pesar de denominarse Sh2-188, no es una región HII. Más bien al revés, es una nebulosa planetaria excepcionalmente tenue, tanto que no fue descubierta hasta 1951 por el observatorio Simiez en Rusia, siendo catalogada posteriormente por Sharpless. En la siguiente imagen de Ken Crawford, del observatorio Rancho del Sol, podemos apreciar su espectacular despliegue:

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De entrada puede parecernos muy similar a Abell 21 o Sh2-274, la nebulosa de la Medusa, y puede que ambos objetos compartan más de un atributo. Sh2-188 fue considerada, al principio, un remanente de supernova, debido a la presencia en su parte más brillante de desgarrados filamentos que sugerían un evento especialmente catastrófico, y posteriormente se la consideró una región HII, momento en que fue incluida en el catálogo Sharpless. Sin embargo, años después se llegó a conocer su verdadera naturaleza gracias al espectro de su masa gaseosa, rica, entre otros elementos, en oxígeno ionizado. La estrella causante de tal espectáculo es una diminuta bola de gas cuya superficie supera los 100.000 kelvin. De hecho, en la anterior fotografía podemos verla, situada justo encima de la estrella anaranjada que ocupa el centro de la mitad izquierda de la nebulosa. Ese pequeño punto azulado es la estrella central.

Sh2-188 es una planetaria anular cuya estructura no ha sido especialmente distorsionada, ya que todavía podemos ver la forma anular principal, que comenzó a formarse hace más de 20.000 años. La característica más llamativa de esta nebulosa es la estela de gas que va dejando a su paso, algo que captó la atención de astrofísicos desde su descubrimiento. En la génesis de las nebulosas planetarias, según los modelos actuales, tienen una gran importancia los vientos estelares, de manera que durante la fase principal de la estrella, cuando se convierte en una gigante roja, va generando un viento a baja velocidad que es alcanzado por el viento rápido que la estrella genera posteriormente, cuando comienza a colapsarse por la gravedad. El viento rápido interactúa con el viento lento y se produce un frente de ionización, dando lugar a la forma característica que vemos en la mayoría de planetarias, una envoltura que se expande a unos 45 km por segundo. Y aquí entra a colación el motivo por el que Sh2-188 es especial. Normalmente los objetos se van moviendo a través del universo, porque como hemos visto en innumerables ocasiones el cosmos no es algo estático. La mayoría de nebulosas planetarias viaja a una velocidad entre 30 y 50 km por segundo, alcanzando algunas los 70 km por segundo. Sin embargo, Sh2-188 rompe estas barreras llegando a la vertiginosa velocidad de 125 km por segundo. De la misma manera que si sacamos la mano llena de harina por la ventanilla del coche los polvos van desperdigándose y formando una estela tras nuestro paso, el gas de Sh2-188 va quedando esparcido a su veloz paso a través del medio interestelar (conocido por las siglas ISM en inglés).

Visualmente no debemos esperar gran cosa, pues sólo podemos aspirar a atisbar la zona más brillante de la porción anular de la nebulosa, esa “onda de choque” que es la primera en golpear el medio interestelar. Sin embargo, conocer lo que estamos viendo convierte el desafío en algo excitante, aunque tendremos que disponer de cielos muy oscuros para intentarlo. La localización de Sh2-188 es extremadamente sencilla, cerca de Ruchbah o delta Cas, una brillante gigante blanca de tipo espectral A5 y magnitud 2.66, que se encuentra a unos 100 años luz de distancia. De ahí saltaremos a Chi Cas, una gigante amarilla de 4.68 de magnitud, y muy cerca podremos ver a la bonita gigante roja HD 9352, de magnitud 5.7 y un tono rojizo que delatará su presencia a bajo aumento. Muy cerca, a menos de medio grado de distancia, se encuentra Sh2-188, aunque para localizarla con exactitud será mejor tomar como referencia unas brillantes parejas de estrellas que hay un poco más lejos. Una vez conocida la posición exacta puede que no veamos nada, al menos si observamos con un telescopio “normal” en un cielo “normal”. Pero ya sabemos que, a veces, las cosas no son fáciles, así que es mejor ponernos cómodos y tener paciencia. El filtro OIII se hace imprescindible, a costa de sacrificar estrellas.

Nuestro objetivo será cazar la parte más brillante, la “proa”, la región que va golpeando en primer lugar la materia interestelar. Con mi Dobson de 30 cm, a 115 aumentos, apareció tras un largo rato como un tenue filamento alargado, sin bordes definidos, que desapareció en cuestión de segundos. Insistí y persistí, y de nuevo se dejó entrever por un espacio corto de tiempo. Allí, entre dos débiles estrellas, podía adivinarlo con visión periférica, extremadamente débil, extremadamente etéreo. Cuando la vista no muestra una imagen espectacular, nuestra mente debe encargarse de ello, así que no tardé en imaginarme ese filamento como la onda de choque de una inmensa nube de gas que atravesaba el espacio como un fugaz meteoro, provocando chispas de luz que ahora, 3150 años más tarde, llegaban a mi retina. Puede que mucha gente se pregunte si merece la pena tanto esfuerzo y frío para ver una mancha tan débil que roza la frontera con lo invisible; vaya si lo merece…

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Despidiendo estrellas (NGC 6804 y NGC 6842)

Hoy veremos dos nebulosas planetarias veraniegas que, aunque a priori no parezcan especialmente llamativas, cuentan con varias características interesantes. La primera se trata de NGC 6842, una de las pocas planetarias que tienen un puesto en el catálogo Sharpless, con la denominación Sh2-95 (este catálogo es un compendio, principalmente, de regiones HII). Se encuentra en la constelación de Vulpécula o la Raposa, a 5 grados de Albireo, y su magnitud de 13.5 no debe hacer que desestimemos en el intento. Al ser pequeña, de 1 minuto de arco cuadrado, no resulta tan complicado como pueda parecer. Se encuentra a unos 4000 años luz de distancia, protegida por miles de estrellas que sobrevuelan esa zona de nuestra galaxia. La planetaria se encuentra en plena rama de Orión, que vemos de frente, motivo por el cual hay tantas estrellas superpuestas. Eso, sumado a que una importante cantidad de polvo y gas bloquean parte de su luz, hace que no existan fotografías de alto detalle, apareciendo en la mayoría de ellas relativamente borrosa. Su estrella central, de magnitud 15.5, es ciertamente esquiva, ya que a su bajo brillo hay que añadir que queda disimulada por la superficie nebulosa.

Con todo esto, NGC 6842 se deja ver si observamos desde un lugar oscuro. A 115 aumentos ya se podía intuir en un campo densamente poblado de estrellas. Decidí usar mayores aumentos, definiéndose un poco más como un disco pequeño y difuso, aunque lo decisivo aquí es el filtro OIII, que realza “mágicamente” la nebulosa. Por supuesto, no pude ver ni rastro de la estrella central, que con mayores aberturas debe apreciarse sin problemas. También me resultó imposible detectar un engrosamiento muy leve de sus bordes que le proporciona una difusa estructura anular. Aun así, siempre es interesante ver estas burbujas de gas y pensar que, algún día, nuestro sol correrá la misma suerte.

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Nuestro siguiente objetivo es, visualmente, mucho más interesante, ayudado quizás porque se encuentra a medio camino entre el brazo de Sagitario y la rama de Orión, y puede verse menos afectado por el polvo galáctico. Se trata de NGC 6804 y es una de las planetarias más llamativas que podemos encontrar en la constelación del Águila. Descubierta por William Herschel en 1791, fue considerada durante mucho tiempo como un cúmulo abierto, en una época en que las nebulosas eran consideradas aglomeraciones de estrellas lo suficientemente débiles como para no ser resueltas. Así lo describe Herschel, e incluso William Henry Smith, afirmando “haber resuelto sus estrellas”, debido a la presencia de su estrella central y otras dos que aparecen embebidas en su superficie. En 1917, Frances G. Pease (famoso por descubrir Pease 1, la planetaria inmersa en M15) fue el que arrojó luz sobre su verdadera naturaleza al fotografiar el objeto con el reflector de 150 cm de Mount Wilson.

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NGC 6804, situada a 4900 años luz de distancia, presenta una estructura compleja formada por hasta 4 capas gaseosas superpuestas. La tercera es la más brillante, dispuesta a modo de torus alrededor de la estrella central, como si fuera un gran donut. La capa más externa forma una burbuja de más de un año luz de diámetro, muy débil pero visible en telescopios de gran abertura. Un vistazo en fotografías de larga exposición nos permitirá comprobar que hay cierta asimetría en el tamaño de sus capas, de manera que el lado hacia el sureste se encuentra más compactado que el opuesto. Este dato, sumado a que la velocidad radial de cada capa decrece del interior al exterior, ha llevado a la conclusión de que NGC 6804 está interaccionando intensamente con el medio interestelar, con si lanzamos una pompa de jabón contra la pared (aunque no llegará a explotar). Cada una de las capas es fruto de una época distinta, de un pulso de la estrella agonizante que, al fusionar helio, produce un súbito calentamiento y dilatación de sus capas más externas. Sin embargo, su destino ya está escrito. Cada vez soplará con menos fuerza y se transformará en una débil enana blanca, invisible a nuestros ojos.

Como adelantábamos, NGC 6804 es verdaderamente interesante a la hora de observarla a través del telescopio. Ya detectable con pequeños telescopios, gracias a su magnitud 12, con instrumentos de abertura moderada mostrará detalles muy llamativos. En mi caso, la mejor imagen la obtuve a 214 aumentos, apareciendo ante mis ojos un disco tenue en el que, de entrada, podía adivinar cierta heterogeneidad. Una visión más atenta puso en relieve la presencia de varias estrellas en su superficie. La estrella central, de magnitud 14, se adivinaba perfectamente como el eje de una lejana rueda, mientras que otras dos brillantes estrellas la flanqueaban con un ángulo de unos 150 grados. Tres astros más débiles, por último, rondaban la nebulosa a corta distancia. La nubecilla no era perfectamente redonda, sino que presentaba una forma ovalada, y en seguida saltaron a la vista dos condensaciones que marcaban sus bordes en polos opuestos, a modo de estructura anular dividida en dos partes. Una de las estrellas brillantes marcaba una de estas divisiones, mientras que la otra aparecía en realidad por fuera del borde. Me recordó a NGC 40, sólo que ella tiene sus bordes más finos, pero la imagen era ciertamente similar. El filtro OIII apenas proporcionaba mejoría evidente, en detrimento de las estrellas, así que decidí prescindir de él y disfrutar en directo de la nebulosa, imaginando cómo sería estar en esa “onda expansiva” que avanza a más de 50.000 km por hora.

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El final de las estrellas (NGC 7094 y Jones 1)

Las nebulosas planetarias tienen algo que nos fascina, quizás sea el hecho de poder contemplar una estrella despidiéndose, o conocer de primera mano cómo acabará sus días nuestro sol… Incluso las más pequeñas tienen algo de mágico, una pequeña esfera entre tanta estrella puntual, y resulta estimulante imaginar cómo sería su visión desde unos pocos años luz de distancia si pudiéramos viajar hasta ella. Hay una inmensa variedad en cuanto a forma, tamaño e incluso color, y todas ellas tienen un origen similar, comenzando el proceso cuando la estrella tiene unos cuantos miles de millones de años.

La estrella ha consumido el hidrógeno, su principal fuente de combustible, por lo que la gravedad gana terreno y comienza a contraer todo su volumen. Este colapso aumenta la densidad y, con ello, la temperatura, por lo que la fusión de hidrógeno se reactiva en las capas externas de la estrella y su atmósfera crece enormemente, convirtiéndose en una gigante roja. Al mismo tiempo, el aumento de la temperatura condiciona que, en el núcleo, el helio se pueda fusionar y dar lugar a oxígeno y carbono, elementos inservibles para una estrella de masa media (menor de 8 masas solares). El helio es un elemento bastante sensible a la temperatura, por lo que pequeños cambios de temperatura originan importantes aumentos en la intensidad de sus reacciones nucleares. Esto deriva en que la estrella comienza a emitir pulsaciones de energía, fuertes latidos que producen, paulatinamente, la expulsión de sus capas más externas de gas, formando una envoltura que recibe el nombre de nebulosa planetaria. Cuando la estrella pierde suficientes capas de su atmósfera deja en evidencia al brillante núcleo, que ha pasado a denominarse “enana blanca”, y su radiación ioniza los átomos de la envoltura gaseosa, que emite luz propia, fotones que llegan a nuestros telescopios y nos permiten maravillarnos con este interesante proceso. Proceso, además, extremadamente rápido, al menos en términos astronómicos, ya que la fase de nebulosa planetaria dura unos 10.000 años, tras los cuales el gas queda dispersa por el espacio, con una mínima densidad, y la estrella central, la enana blanca, se convierte en un silencioso espectador del cosmos que, poco a poco, se irá apagando en un completo anonimato.

Hoy vamos a ilustrar esta fase de la vida de una estrella con dos interesantes objetos que se encuentran en Pegaso. Esta constelación es famosa, principalmente, por sus numerosas galaxias, por lo que se agradece poder disfrutar en ella de dos nebulosas planetarias. La primera, la más pequeña, es NGC 7094, una esfera filamentosa situada a unos 5500 años luz de distancia, que comparte cielo muy cerca de M15, por lo que podemos aprovechar para observar el cúmulo globular de paso. NGC 7094 puede parecer una nebulosa relativamente normal, pero lo cierto es que muestra algunas características que la hacen especial. Su estrella central pertenece a una categoría denominada “estrellas PG 1159”, estrellas con altas concentraciones de helio, carbono y oxígeno, pero deficientes en hidrógeno, que representan un breve episodio de transición entre la estrella central de una nebulosa planetaria y una enana blanca que ha perdido su envoltura. Por lo tanto, NGC 7094 es una planetaria en vías de extinción, y su estrella, aunque brilla con una magnitud de 13, está apagándose a gran velocidad. El astro pertenece, concretamente, a un subtipo conocido como “estrella PG 1159 híbrida”, ya que muestra en su espectro líneas de Balmer correspondientes al hidrógeno. Sólo hay tres objetos que cumplen estos requisitos (siendo los restantes Sh2-68 y Abell 43, que veremos en otra ocasión) y las causas de su composición no se conocen bien aún. Estudiando NGC 7094 se ha encontrado la presencia de fuertes vientos estelares que pueden estar haciendo que pierda masa a una velocidad relativamente alta, así como una pequeña variabilidad de brillo y temperatura que podrían corresponder a los últimos esfuerzos de la estrella por mantener su compostura.

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Crédito: CHART32

Con un diámetro de 1 minuto y medio de arco, no es difícil de encontrar si disponemos de un mapa detallado, ya que a bajo aumento se distingue sin problema su estrella central, de magnitud 13, en un campo relativamente poblado teniendo en cuenta la zona del cielo en la que nos encontramos. La magnitud de la nebulosa se ha estimado en 13.7, pero su pequeño diámetro hace que podemos verla sin problema si usamos aumentos adecuados. En mi caso, con el Dobson de 30 cm, la mejor visión la obtuve a 214 aumentos, apareciendo la nebulosa como una pequeña esfera bien definida, con la estrella causante justo en el centro. El filtro OIII mejoraba mínimamente la imagen en detrimento de las estrellas, así que decidí disfrutar de ella sin más cristales de por medio (cuando el cielo es bueno, el uso de filtros se reduce muchísimo). Mirando el paisaje celeste que aparecía ante el ocular no podía dejar de maravillarme pensando que esa diminuta estrella, embebida en la nube de gas, dejaría de brillar en lo que dura un suspiro, mostrando una vez más que el cielo no es un cuadro indeleble, sino un lugar en constante movimiento y actividad.

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La segunda planetaria de la noche resultó ser una sorpresa mayúscula. Ya de entrada su nombre nos pone sobre aviso, ya que Jones 1 no es un nombre que relacionemos automáticamente con un objeto celeste. Dicho nombre hace referencia Rebecca Jones, la astrónoma que la descubrió en 1941. Se encuentra más cerca que la anterior, a 2300 años luz de distancia, por lo que su tamaño también es mayor, sobrepasando los 5 minutos de arco de diámetro. A la distancia estimada obtenemos un tamaño real de unos 3.5 años luz, convirtiéndose así Jones 1 en una de las mayores nebulosas planetarias conocidas. Hay varias estimaciones en cuanto a su magnitud visual, variando entre 13 y 15, si bien lo cierto es que presenta un brillo superficial extremadamente bajo. Su estrella central, de magnitud 16, se escapa en este caso a nuestro telescopio, aunque con mayor abertura y mejores cielos no debe ser muy complicada de ver.

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T.A. Rector/Univ.Alaska Anchorage, H. Schweiker/NOAO/AURA/NSF

Tiene una forma peculiar, esferoidal, aunque sus bordes son algo irregulares y engrosados en forma de letra C. Destaca en la imagen anterior una zona anaranjada justo bajo la planetaria que corresponde a una masa de hidrógeno, más bien característica de las zonas de formación estelar, por lo que es independiente de Jones 1. No podemos negar, sin embargo, que produce un llamativo contraste de color. Al telescopio, pude apreciar la nebulosa planetaria con el Hyperion de 13 mm, a 115 aumentos, como una nube informe y extremadamente tenue, tan sólo visible cuando movía ligeramente el tubo. Sin embargo el filtro OIII en este caso sí aportó una importante mejoría, apareciendo, como por arte de magia, una nubecilla de forma levemente ovalada. No pude ver ninguna estrella en su interior, tampoco contaba con ello, pero lo que sí pude apreciar fueron sus dos arcos más brillantes, situados en bordes opuestos, sobre todo con visión periférica. Aunque seguía siendo débil, conforme pasaban los minutos la veía con mayor facilidad, sorprendido por esa estructura de la que hace gala en las fotografías de larga exposición y preguntándome cómo no había oído hablar de ella con anterioridad. Por muchas noches que haya estado alguien bajo las estrellas y por muchos objetos que haya visto, siempre se pueden encontrar maravillas escondidas que requieren una búsqueda algo más intrincada. El resultado siempre merece la pena.

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Subiendo por las piernas de Casiopea (1ª parte)

Todos tenemos claro que los griegos tenían una imaginación extremadamente prolífica para ver figuras donde nosotros vemos estrellas. Algunas de estas constelaciones tienen una forma que recuerda a su nombre, pero hay otras que nada tienen que ver, destacando, entre otras, Casiopea, que es una antigua reina cuyo cuerpo está formado por cinco brillantes estrellas en forma de letra “M” o “W”, según cuando la observemos. Sin embargo, podemos encontrar una explicación a esa forma contorsionista. Casiopea, como ya sabemos, era la mujer del rey Cefeo, y ambos presumían de la belleza de Andrómeda, su hija, alegando que era mayor que la de las Nereidas. Nero, molesto por tal comparación, se quejó ante Poseidón, que envió a Cetus, la ballena, a destruir el reino de la pareja. La única manera de evitar al monstruo fue ofrecerle a Andrómeda como sacrificio, pero Perseo la salvó ayudado de la cabeza de Medusa. Hasta aquí, la leyenda más contada del cielo nos suena a todos, pero resulta que tras la unión de Andrómeda y Perseo, Casiopea, que buscaba el matrimonio de su hija con Fineo, mandó a cientos de guerreros para asesinar a su yerno. Éste, viéndose acorralado, sacó la cabeza de la Medusa y los petrificó a todos. No es de extrañar, pues, que los dioses castigasen a Casiopea colocándola en el cielo en una postura tan poco refinada, con las rodillas dobladas y moviéndose por el cielo con la cabeza hacia el suelo, como si estuviera zambulléndose en el agua (como escribió el poeta Arato: “nunca más volverá a reinar en un trono, pero se zambulle como un buzo con las rodillas dobladas”).

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Con la explicación mitológica a la contorsionada figura de la reina, vamos a recorrer una zona que corresponde a sus piernas, plagadas, como si fueran lunares, de decenas de cúmulos abiertos para todos los gustos. Comenzaremos en la estrella que marca su extremo, Epsilon Cassiopeiae, también denominada Segin (en la Nasa se conoce como Navi, en honor a Virgil Ivan “Gus” Grissom, uno de los astronautas que murieron en la misión Apolo I). Es una estrella de tipo espectral B3 y una magnitud de 3.38, situada a la considerable distancia de 442 años luz. A ambos lados de esta estrella se sitúan los dos objetos que vamos a ver hoy. El primero de ellos es una interesante y escurridiza nebulosa planetaria cuyo descubrimiento se atribuye a Wilhelmina Fleming, la primera mujer en dedicarse a la astronomía de manera profesional. Trabajó para Edward Charles Pickering y catalogó más de 10.000 estrellas en función de su tipo espectral, descubriendo además numerosas estrellas variables y nebulosas, destacando entre estas últimas IC 434, más conocida como la Nebulosa de la Cabeza de Caballo.

La nebulosa planetaria a la que nos referimos ahora es IC 1747, una pequeña planetaria de apenas 20 segundos de arco de diámetro que se encuentra a unos 30 minutos de Epsilon Cas, por lo que seguramente nos deslumbrará al principio cuando intentemos buscarla. Tiene una magnitud visual de 12, que sumado a su pequeño tamaño le proporciona un brillo superficial elevado. Su estrella central brilla con una magnitud de 15.8, situándola fuera de nuestro alcance, ya que la dificultad es aún mayor por el hecho de estar arropada por un fondo gaseoso. Se encuentra a 9600 años luz de nosotros y a unos 35.000 años luz del centro galáctico, no habiendo más datos de interés en los artículos publicados, que son muy escasos. Su forma, como tantas otras planetarias, es anular, con unos borde gruesos más marcados en dos lados opuestos.

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La primera vez que la observé la encontré con facilidad gracias a su cercana localización a la brillante estrella, apareciendo a bajo aumento como una estrella desenfocada. Al usar el ocular de 5 mm, a 300 aumentos, pude observar un bonito disco redondeado con bordes bien definidos. Por entonces no conocía su estructura, y tras varios minutos observándola me sorprendió notar, durante varios segundos, un agujero oscuro en su interior. Sorprendido, busqué entre mis apuntes a ver si tenía algo anotado sobre ella, pero sólo indicaba su nombre y su posición, así que volví al ocular. Cuando mis ojos se adaptaron nuevamente a la oscuridad comprobé que no me había equivocado, adquiriendo la nebulosa un aspecto anular tremendamente atractivo, con unos bordes más gruesos de lo que suele ser habitual en estas nebulosas. Sonriendo, la dibujé con paciencia, y cuanto más tiempo pasaba mirándola más fácilmente notaba ese anillo engrosado. La contemplé una vez más antes de irme, observando esa esfera de gas entre tantas otras estrellas, estrellas que tarde o temprano seguirán el mismo camino que su compañera.

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Cogí el atlas y comprobé que muy cerca, al otro lado de Epsilon Cas, había un cúmulo abierto, así que me fui directamente hacia él. Se trata de NGC 637, un cúmulo situado a unos 7000 años luz de distancia y compuesto por unas 30 estrellas de edad relativamente joven, contando tan sólo con 10 millones de años de vida. La nebulosa que les vio nacer ya se ha disipado, pero las estrellas persisten unidas entre sí en un espacio de unos 10 años luz de diámetro. Es rico en estrellas variables cefeidas, las estrellas que nos permitieron comenzar a intuir la verdadera envergadura del cosmos, como comentábamos en esta entrada. NGC 637 es un cúmulo pequeño, que no llega a los 5 minutos de arco de diámetro, y sus estrellas más brillantes adoptan la forma del número “2” mirando hacia abajo, con unas 12 estrellas más brillantes y algunas otras asomando tímidamente entre el resto.

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Enlaces relacionados a la galería del Nido del Astrónomo:

-Nebulosas planetarias-

-Cúmulos abiertos-

Sobre la Pipa (NGC 6401 y NGC 6369)

La visión de la Vía Láctea estival bajo un cielo estrellado lejos de las grandes urbes puede llegar a ser verdaderamente sobrecogedora. Mil formas se perfilan en su superficie, destacando en Sagitario la gran nube oscura que comienza en el Cisne. Esta grieta negruzca presenta salientes hacia ambos lados, y si la noche es oscura podremos ver una de estas prolongaciones que se encuentra a la derecha de M8 y por encima de la cola del escorpión, formando un triángulo recto. Nos llamará la atención que presenta una forma muy linear, especialmente con visión indirecta, contrastando con todas las curvas que predominan en la zona. Esta nube oscura es conocida como la Nebulosa de la Pipa, y la zona más rectilínea se corresponde a la cánula y a la boquilla, en el extremo, mientras que hacia el Este se abre un poco más y forma la “cazoleta”. La nube, que podemos recorrer con prismáticos para disfrutar de cada uno de sus recovecos, está formada por varias nebulosas oscuras, destacando Barnard 78 (B78), B67, B66, B65 y B59, constituyendo esta última la boquilla. Pero el interés que hoy tenemos en esta nebulosa es que nos sirve para orientarnos y encontrar los objetos que tenemos en lista, ya que se encuentran justo al norte de “la Pipa”, donde tres estrellas brillantes formando una curva nos ayudarán en la búsqueda.

Comenzaremos por NGC 6401, un débil cúmulo globular que se encuentra a unos 34.000 años luz de distancia. William Herschel y su hijo, en el siglo XVIII, lo confundieron con una nebulosa, lo cual ya nos da una idea de su elevada dificultad. A pesar de tener una magnitud de 7.4, su brillo superficial es extremadamente bajo y sus estrellas quedan fuera del alcance de nuestros telescopios. Destaca una brillante estrella de magnitud 11 que parece engarzada en la corona del cúmulo, pero no es más que un efecto de perspectiva, ya que dicha estrella se encuentra mucho más cerca de nosotros. Una vez localizado, NGC 6401 aparece como una esfera de unos 5 minutos de arco de diámetro, muy débil y de bordes difusos, aunque la visión lateral ayuda a verla con mayor facilidad. Su superficie, sin embargo, podría describirse como “granujienta”, dando la curiosa sensación de que, de un momento a otro, todas sus estrellas van a resolverse. Pero no, NGC 6401 permanece envuelto en el halo de misterio que le rodea y no soltará prenda a no ser que se fotografíe con una exposición lo suficientemente prolongada. Aun así, merece la pena echarle un vistazo y dejar que se nos insinúe con ese crepitar invisible de estrellas que se puede adivinar en su interior.

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Vamos a viajar ahora a unos 3.500 años luz de distancia para contemplar una espectacular nebulosa planetaria denominada NGC 6369, conocida también como la Nebulosa del Pequeño Fantasma. Es una joven planetaria con una llamativa estructura anular, cuyas capas externas se expanden a unos 24 km por segundo. Se encuentra inmersa en la nebulosa oscura Barnard 77, por lo que no nos debe sorprender la pobreza en el campo de estrellas una vez que estemos con el telescopio. Nuevamente, la estructura anular de esta planetaria no se debe a una forma esférica, como la lógica podría dictar, sino que posee una estructura cilíndrica en forma de reloj de arena que vemos de frente (estructura similar a M27, en cuyo caso la vemos de perfil). Por este motivo puede parecernos, en fotografías de larga exposición, que la estrella central se encuentra un poco descolocada del centro exacto.

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NGC 6369 se encuentra a medio camino entre dos brillantes estrellas, c Oph y b Oph, formando un triángulo muy abierto con ellas. A bajo aumento ya se puede apreciar como una estrella borrosa y algo engrosada, imagen que irá cambiando si nos acercamos. A 214 aumentos la nebulosa se aprecia redondeada y más grande, aunque no supera el minuto de arco de diámetro, y su magnitud de 11.4 se hace patente, siendo más débil que la mayoría de planetarias que estamos acostumbrados a ver por esta zona. Sin embargo se puede apreciar sin problemas siempre que observemos bajo un lugar alejado de la contaminación lumínica, y con visión periférica comenzará a dejarse ver su interesante estructura: un anillo de humo de bordes engrosados, bastante regular en toda su extensión, sin atisbo de estrella central que causa tal espectáculo. Ésta es una enana blanca cuya magnitud de 16 complica bastante su detección, pero no hace falta verla para disfrutar de las vistas.

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Vida y muerte de una estrella a través de un pequeño refractor

Cuando tuve en mis manos el Nextar 102SLT pensé que estaba sujetando un juguete, acostumbrado a mi Dobson de 30 cm que tengo que transportar en varias partes. Nunca imaginé que iba a poder ver las cosas que he visto a través de este tubo de 10 cm y con el detalle que las he observado, y me ha hecho tener más claro aún que lo importante para disfrutar de la astronomía con plenitud es disponer de un cielo oscuro. En las siguientes líneas voy a hacer un repaso del nacimiento y la muerte de las estrellas, usando dibujos que he elaborado mirando por este refractor de 102 mm de abertura y 660 mm de focal. Los oculares empleados han sido un Panoptic de 24 mm, un Hyperion de 13 mm y un Kronus de 5 mm.

Comenzamos nuestro viaje a 4000 años luz de nuestro hogar, hacia una inmensa nube que recibe el nombre de M8 o, más popularmente, la Nebulosa de la Laguna. En el universo no existe el vacío de forma literal, encontramos nubes de hidrógeno poblando sus rincones, moviéndose a merced del viento que generan las estrellas más jóvenes o de los suspiros que exhalan las más ancianas. M8 es una inmensa región HII, una nebulosa en la cual se están gestando estrellas a partir del hidrógeno circundante, estrellas que podemos apreciar fácilmente si nos asomamos al ocular. La noche que observé M8 a través del telescopio me esperaba ver una nube poco definida y alargada, con algunas estrellas en el campo de visión, pero en seguida comprobé lo equivocado que estaba. Aparecían varias nubes principales alrededor del pequeño cúmulo de estrellas y de otras dos estrellas más brillantes a la izquierda. Estas dos se continuaban con la porción de nebulosa más brillante, estando separadas del resto por una franja oscura. Más que laguna, siempre he pensado que debería considerarse un río, y esa sensación la encontré fácilmente en el refractor. Otras zonas más densas destacaban también a ambos lados de este “río lóbrego”, expandiendo los límites de la guardería estelar. La mejor visión la obtuve con el ocular Hyperion de 13 mm, que me proporcionaba unos cómodos 50 aumentos. El filtro UHC exaltaba aún más cada uno de estos accidentes geográficos, magnificando un objeto ya de por sí inigualable.

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Conocido ya el entorno en el que se forman las estrellas, vamos a ver ahora el futuro que le espera a nuestro sol, así como a la mayoría de estrellas de masa similar. Una vez agotado el combustible (hidrógeno y helio, principalmente), la gravedad va comprimiendo la estrella cada vez más al mismo tiempo que su atmósfera se expande en todas direcciones, creando una burbuja de gas a su alrededor. En el centro queda una enana blanca, una estrella pequeña y extremadamente caliente que puede alcanzar los 150.000 grados de temperatura. Uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de objetos es M57, la Nebulosa del Anillo, en la constelación de Lyra. De nuevo la observé algo escéptico, pensando que iba a percibir un objeto extremadamente pequeño y que a duras penas conseguiría distinguir el anillo. Pues bien, un espectacular anillo de humo apareció en el ocular de 5 mm, a 132 aumentos, tan denso que se veía sobradamente con visión directa. Su tamaño no suponía ningún problema, adoptando una forma más bien ovalada, apreciándose incluso sus bordes más engrosados en los lados más estrechos. No necesité usar ningún filtro, ya la visión a través del ocular era, prácticamente, tan buena como la que he visto a través de mi Dobson de 30 cm. En este último puedo aspirar a observarla con un mayor tamaño, pero la diferencia de abertura hace que merezca la pena el pequeño refractor, en aras de un transporte más cómodo. La enana blanca no aparece en el centro del anillo, su magnitud la aleja de las posibilidades del 102SLT, pero no es difícil usar la imaginación para visualizarla allí, a 2283 años luz de distancia, exhalando su último suspiro.

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Ya sabemos lo que ocurrirá a nuestro sol, y vamos a terminar esta visita observando en un primer plano lo que ocurre cuando una estrella “grande” termina sus días. En este caso no es un suspiro, sino una verdadera explosión de dimensiones cataclísmicas lo que tiene lugar, lo que denominamos como supernova. En las estrellas con una masa 8 veces mayor que nuestro sol, cuando se quedan sin combustible, la gravedad colapsa la estrella tan rápido y con tanta fuerza que produce, en su núcleo, una densidad tan inmensa que la estrella explota, literalmente, esparciendo su contenido por todo el universo circundante. En el seno de esta explosión es donde se han creado algunos de los elementos químicos que forman parte de nosotros, como el calcio de nuestros huesos. Somos, pues, el resultado de la muerte de una gran estrella que tuvo lugar hace millones de años. Si miramos arriba en las noches de verano podemos ver los restos de una de estas supernovas, conocida como la Nebulosa del Velo, en la constelación del Cisne. Situada a 1500 años luz de distancia, es una enorme nebulosa que se formó hace unos 8000 años, tan grande que no es tarea fácil encuadrarla de una vez en el campo de visión. Cuando la observé a través del refractor tuve que ahogar un grito de emoción al contemplar su forma tan clara y definida. Observé una de las partes de esta “onda expansiva”, NGC 6992, la que se asemeja a la rama de un árbol con pequeñas ramificaciones en su extremo. El único requisito para disfrutar de esta nebulosa es contar con un filtro OIII, que hace aparecer, como por arte de magia, la nebulosa en toda su extensión. Con una forma curvada, posee numerosas condensaciones, algunos filamentos más brillantes que parecen salir del cuerpo principal y, cerca de uno de sus extremos, emite dos llamativas ramificaciones en ángulo recto. Con esta variedad de formas podemos sentir la fuerza de este evento que avanza por el cielo como una ola rompiendo contras las rocas, a miles de kilómetros por hora.

NGC 6992 C4.png

*Si quieres conocer mejor el proceso que tiene lugar en una supernova te recomiendo leer el siguiente artículo:

https://elnidodelastronomo.com/2015/12/04/seda-sobre-negro-ngc-6992-y-ngc-6960/

*Ficha técnica del telescopio Celestron 102SLT.

Sorpresas en la Vía Láctea (V Aql y NGC 6751)

Recuerdo la primera vez que vi una estrella roja. Hasta entonces nunca había imaginado que se vería tan clara, tan intensa, y la sorpresa que me llevé aún la guardo hoy en mi memoria. Llevaba pocos días con mi nuevo Dobson de 30 cm y decidí explorar a bajo aumento la Vía Láctea, apenas visible desde los cielos suburbanos desde los que observaba. Miles de estrellas aparecían tras el ocular, cruzándolo de lado a lado, por la constelación del Águila, y entonces la vi: una perla roja que contrastaba enormemente con el resto de estrellas que había a su alrededor, emitiendo destellos anaranjados y amarillos como si estuviera en llamas (valga la redundancia). Aparté la vista del ocular para comprobar que me encontraba en la cola del águila, y busqué el nombre de la estrella, que resultó ser V Aquilae. Descubrí así que hay estrellas de colores, colores que verdaderamente se aprecian, que no todas las estrellas tienen la misma composición, que hay estrellas de carbono que otorgan al cielo un punto vista más variopinto…

Hoy vamos a hablar brevemente de esta estrella y de una nebulosa planetaria que ha ido a parar a sus inmediaciones. V Aquilae es, por tanto, una estrella de carbono, un término que recordaremos de esta entrada anterior. Resumiendo un poco, la estrella, una vez ha agotado su combustible, tiene la masa suficiente como para fusionar el helio y formar una abundante cantidad de carbono, que se va desplazando a sus capas más externas. El carbono es un elemento que absorbe las longitudes de onda más azuladas, de manera que los colores que deja pasar son de la gama del rojo, naranja y amarillo, que en suma producen esa tonalidad tan característica. V Aquilae, en concreto, se sitúa a unos 1825 años luz de distancia, y brilla con una luminosidad 14.000 veces mayor que la de nuestro sol. Supera a nuestra con un tamaño 620 veces mayor, si bien es bastante más fría, con una temperatura de unos 2500 grados centígrados. Es, además, una estrella variable, emitiendo pulsos con una periodicidad de casi un año, variando entre la magnitud 6.6 y 8.4. Cuando la observé, el 11 de Julio de 2016, su magnitud estaba cercana a su máximo, ya que parecía ligeramente más brillante que una vecina estrella de magnitud 6.9.

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A bajo aumento ya se podía distinguir una pequeña mancha situada al otro lado del campo, redondeada y débil. NGC 6751 es una llamativa nebulosa planetaria situada a unos 6500 años luz de nosotros. Contrariamente a V Aquilae, la temperatura de su estrella central es extremadamente alta, llegando a los 140.000 grados centígrados. Es una planetaria joven y pequeña, de algo menos de un año luz de diámetro, que se está expandiendo a velocidades del orden de los 40 km por segundo. Tiene una bonita estructura anular, con algunas corrientes gaseosas más frías emitidas a alta velocidad que se dispersan radialmente, como los ejes de la rueda de un carruaje.

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Visualmente NGC 6751 es una nebulosa muy interesante, apareciendo a bajo aumento como una esfera pequeña y tenue que descansa en un campo extremadamente rico de estrellas. Si la noche es estable podemos usar sin miedo altos aumentos, ya que no pierde definición. Con el ocular de 5 mm llegué a los 300 aumentos, sorprendiéndome al distinguir, con relativa facilidad, una delicada estrella central. Decidí probar a colocar el filtro OIII, que aumentó enormemente el contraste de la nebulosa, a costa de perder una importante cantidad de estrellas. Sin embargo, con visión indirecta comprobé emocionado que la esfera no era homogénea, sino que sus bordes aparecían engrosados y más brillantes que el interior, mostrando una débil estructura anular. Cuando uno descubre estas estructuras sin conocer nada del objeto en cuestión la satisfacción es aún mayor.

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Una estrella roja como la sangre, un anillo de humo, un campo tan lleno de estrellas que incluso a elevados aumentos no dejan huecos libres entre ellas… Sin duda esta zona de la Vía Láctea merece la pena, y si navegamos sin rumbo por ella puede que nos encontramos con alguna que otra sorpresa.

Círculos y cuadrados (NGC 6440 y NGC 6445)

Estamos habituados a observar la miríada de objetos de cielo profundo que van caminando por la Vía Láctea en la constelación de Sagitario, pero también hay otros objetos interesantes que se salen de esta vía. Hoy vamos a ver a dos de ellos que se localizan al noroeste de la constelación, a la derecha de M23, formando una interesante pareja: NGC 6445 y NGC 6440.

NGC 6445 es una nebulosa planetaria especialmente intersante, una de las más extensas que conocemos y que hace alarde de una forma totalmente peculiar. Está formada por un anillo interno que simula un rectángulo, con sus bordes más densos y brillantes, continuándose al exterior con difuminadas y tenues volutas de humo aparentemente anárquicas, fruto, probablemente, de primigenias expulsiones de gas. En su interior brilla una tímida enana blanca de magnitud 19, fuera del alcance de nuestros instrumentos. Su distancia se estima en unos 4500 años luz, midiendo por tanto 3 años luz de longitud y uno de anchura. Su avanzada edad conlleva una mayor variedad de formas debido a que los vientos estelares han tenido más tiempo para ejercer su acción, dando el aspecto de una nebulosa difusa. De hecho, William Herschel la observó en 1786 y la catalogó como “nebulosa difusa” (clase II) en vez de “nebulosa planetaria” (clase IV). Fue más adelante cuando se conoció su verdadera naturaleza, y hoy en día no sabemos si quiera cómo se ha formado realmente. Al parecer tiene una estructura bilobulada promovida por la expulsión inicial de material que adquirió forma de torus, de manera que la difusión posterior de sus capas externas tuvo lugar mayoritariamente por los dos polos. Los vientos estelares han jugado un papel muy importante, complicando el estudio a la vez que han esculpido una verdadera obra de arte celeste. La siguiente imagen, de Michael Sidonio, muestra a NGC 6445 a la derecha acompañada de nuestro siguiente objeto:

Foto NGC 6440.jpg

Fuente: Michael Sidonio 

NGC 6440 es ese cúmulo globular que, a bajos aumentos, comparte campo con NGC 6445. Se sitúa a 27.000 años luz de nosotros y su brillo se ha visto altamente reducido por todo el polvo galáctico que se interpone. Según escribió Harlow Shapley en 1918, Curtis lo consideró inicialmente una nebulosa espiral (nombre dado a las galaxias en una época en la que todavía no se conocía su naturaleza), ya que no pudo distinguir estrellas en la fotografía que estaba estudiando, lo cual nos da una idea de la debilidad de sus componentes. A pesar de ello, su magnitud visual es de 9.2, al alcance de cualquier instrumento, con un diámetro de unos 6 minutos de arco.

Con el Panoptic de 24 mm, a 62.5 aumentos, ambos objetos entraban perfectamente en el mismo campo, si bien no es la magnificación apropiada para estudiarlos en detalle. No obstante, su imagen es muy atractiva, apareciendo como dos pequeñas manchas nebulosas, destacando en NGC 6440 su centro más brillante. El cúmulo globular, a mayor aumento, muestra una esfera de bordes difusos y un núcleo más intenso, con alguna tímida estrella que, de vez en cuando, hacía su aparición en la periferia.

ngc-6440

NGC 6445 tiene más que ofrecer cuando usamos mayores aumentos. En mi caso, debido a las turbulencias, llegué a usar 214 aumentos, alcanzando la nebulosa un tamaño considerable, situada entre dos estrellas más brillantes. Me sorprendió la densidad del objeto, que era fácilmente observable incluso con visión directa, pero lo que más llamó mi atención fue la irregularidad que mostraba. Se podía apreciar perfectamente la forma del anillo interno, más bien cuadrangular, con los bordes más condensados formando una letra “C” con marcadas esquinas. El lado abierto de la “C”, en ocasiones, me parecía más difuso y ensanchado, como si continuase hacia el exterior, aunque no podría decirlo con seguridad.

ngc-6445

Rarezas en Sagitario (NGC 6822 y NGC 6818)

Hacía tiempo que no hablábamos de nuestro Grupo Local de galaxias, y hoy vamos a irnos precisamente a la constelación de Sagitario para conocer a uno de sus componentes más interesantes. Se trata de NGC 6822, una galaxia que nadie esperaría encontrar a través de la densa región del núcleo de nuestra Vía Láctea. Precisamente debido al gas y estrellas que se interponen en su camino, NGC 6822 es uno de esos objetivos que precisan un cielo bien oscuro. Una vez lejos de la ciudad no tendremos problema para verla, independientemente de la abertura de nuestro instrumento, pero la oscuridad es un requisito indispensable.

Foto NGC 6822.jpg

NGC 6822 también es conocida como la Galaxia de Barnard, debido a que fue éste, Edward Emerson Barnard, el que la descubrió en 1884. No fue, sin embargo, hasta los años 20, cuando Edwin Hubble pudo distinguir en esa débil “nebulosa” estrellas individuales, algunas de las cuales resultaron ser cefeidas. Gracias a la variabilidad de dichas estrellas Hubble pudo confirmar que NGC 6822, esa aglomeración de estrellas, no pertenecía a los dominios de nuestra galaxia, sino que se encontraba mucho más lejos, un hito en la historia de la humanidad, que de pronto vio los límites de su universo drásticamente ampliados. La historia de esta galaxia pasa por ser considerada como una nebulosa y, posteriormente, como un cúmulo abierto, habiendo algunos astrónomos que ni siquiera vieron la galaxia y pensaron que Barnard se había referido a una pequeña nebulosa que resultó ser una de las regiones HII que contiene NGC 6822. Hoy ya podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que NGC 6822 es una galaxia enana irregular, similar a la Pequeña Nube de Magallanes, que se sitúa a una distancia relativamente cercana, a 1.6 millones de años luz. Es muy pequeña, alcanzando un diámetro de apenas 7000 años luz, y se caracteriza por tener una barra central con mayor densidad de estrellas. A pesar de su antigüedad, NGC 6822 ha sufrido un brote estelar hace menos de 200 millones de años, y como muestra podemos apreciar algunas regiones HII dispersas en su disco galáctico, especialmente llamativas en fotografías y visibles al telescopio. Gran parte de estas nebulosas se deben a los vientos generados por estrellas Wolf-Rayet, un tipo de estrella relativamente frecuente en NGC 6822, que dispersaron el medio interestelar creando burbujas gaseosas parcialmente ionizadas. Estas regiones HII se han podido estudiar con detalle, y algunas son tan llamativas que poseen un nombre propio, como la Nebulosa del Anillo (denominada Hubble III). Otras dos regiones HII llamativas, las más brillantes, se denominan Hubble X y Hubble V, siendo la primera de ellas conocida también como IC 1308.

Para observar esta galaxia, como hemos dicho, el principal ingrediente es un cielo oscuro y armarse de paciencia. Aumentos bajos nos permitirán apreciar su estructura alargada, como una nube muy difusa, especialmente brillante en su región más central, en forma de barra. Es difícil precisar dónde termina (su bajo brillo superficial, cercano a 15, se encarga de ello), a pesar de tener una magnitud aparente de 9. Uno de los principales entretenimientos de esta galaxia consiste en visualizar sus principales regiones HII, para lo cual necesitaremos mayores aumentos. En mi caso, con el Dobson de 30 cm y el Hyperion de 13 mm pude encuadrar la galaxia entera en el campo y observar sin problema dos pequeñas manchas redondeadas, Hubble X y Hubble V, dos de las mencionadas regiones HII. Para distinguirlas era necesario usar visión indirecta y conocer su ubicación, pero no resultó excesivamente complicado, teniendo en cuenta que son regiones HII de otra galaxia distinta a la nuestra, algo que no vemos todos los días. Hubble III, la nebulosa del Anillo, también era visible a la izquierda de las anteriores, algo más débil y sólo tras una adecuada adaptación a la oscuridad. Muchas estrellas poblaban el campo, algunas de ellas casi imperceptibles, apareciendo sobre la débil neblina que conformaba a NGC 6822. Posteriormente a la observación leí que hasta 100 de las estrellas propias de NGC 6822 tienen una magnitud de entre 13.5 y 16, por lo que, aunque sería imposible decir cuáles, estoy seguro de que varios de esos diminutos puntos son en realidad enormes estrellas de esa “cercana” galaxia. Me atrevería a decir que esta galaxia es la más lejana en la cual podemos apreciar estrellas individuales, un dato más que tendría que bastar para que cada verano la disfrutemos con nuestros telescopios.

NGC 6822

No podemos observar NGC 6822 sin pasarnos por la vecina NGC 6818, a tan sólo 40 minutos de arco de distancia. En este caso volvemos “a casa”, a los dominios de la Vía Láctea, ya que NGC 6818 es una nebulosa planetaria que se encuentra a unos 6000 años luz de distancia. Su estrella central (que, en realidad, es un sistema binario), de magnitud 17, permanece invisible a nuestros instrumentos, pero su envoltura en expansión es bien asequible y fácil de encontrar a partir de la galaxia. Mide aproximadamente un año luz de diámetro y la nebulosa se formó hace unos 9000 años, edad respetable para una planetaria. La composición de la estrella central, a juzgar por su espectro, tiene bastantes similitudes con nuestro sol, siendo su radio casi la mitad del de nuestra estrella, si bien tiene grandes cantidades de carbono y nitrógeno. Si observamos fotografías de larga exposición realizadas con grandes telescopios observaremos dos capas bien diferenciadas, siendo la externa prácticamente esférica y la interna más bien ovalada. Cada una representa un momento distinto en la evolución de la estrella, y ambas están expandiéndose a grandes velocidades de Little gemhasta 30 metros por segundo. De hecho, es su dinámica la que hace a NGC 6818 peculiar, ya que comparte muchos rasgos con las estrellas Wolf-Rayet, desde su espectro hasta los fuertes vientos que genera su estrella y que otorgan a la nebulosa ciertas irregularidades en su estructura.

NGC 6818, con una magnitud de 9.3, es visible con prismáticos como una débil estrella, y comparte campo con NGC 6822 si la observamos al telescopio con un ocular de bajo aumento. Sin embargo, para poder atisbar algún detalle tendremos que usar mayores aumentos. En mi caso, a 214 aumentos encontré una buena relación entre definición y brillo, ya que algunas rachas de viento hacían difícil usar mayor ampliación. No obstante, la imagen obtenida fue enormemente sugerente. De entrada llamaba la atención su color azul claro, una pequeña esfera celeste de menos de un minuto de arco de diámetro, flotando en un campo relativamente pobre de estrellas. La estrella central, por supuesto, permanecía escondida en el centro de la nebulosa, pero otro elemento saltó a la vista cuando se me adaptó la vista completamente. Intermitentemente al principio, más constante a medida que pasaban los minutos, apareció ante mis ojos el anillo interno característico de esta planetaria, un pequeño óvalo alargado que destacaba muy levemente frente al resto de la nebulosa, especialmente con visión lateral y cuando la atmósfera, en un acto de generosidad, permitía que la imagen se estabilizara durante varios segundos.

NGC 6818

Profundizando en M27

Las nebulosas planetarias son uno de los objetos más fascinantes que podemos encontrar en el cosmos, el último suspiro de una estrella moribunda, y su enorme variedad de formas aseguran al aficionado largos momentos de disfrute. Hoy aprovecharemos la observación de M27, una de las planetarias más famosas, para hacer un repaso de estos interesantes objetos, qué son realmente y cómo se forman.

Antes de hablar de planetarias hay que tener clara la naturaleza de una estrella, que es, a groso modo, una inmensa bola de plasma, formada mayoritariamente por hidrógeno, en la que se ha alcanzado un equilibrio entre dos fuerzas: por un lado, en su interior tienen lugar continuas reacciones de fusión nuclear, produciendo ingentes cantidades de energía hacia el exterior; por otro lado, la gravedad hace que toda la masa tienda a empujar “hacia dentro”, comprimiendo la estrella. Conforme el núcleo va transformando el hidrógeno en helio la fuerza “interna” disminuye, ya que este último elemento necesita de mayor energía para su fusión, con lo cual la estrella va cediendo la victoria a la fuerza de la gravedad, que produce el colapso del astro. A medida que se condensa va aumentando nuevamente la temperatura, promoviendo la combustión del hidrógeno que había en las capas periféricas, de manera que esta envoltura se expande enormemente dando lugar a la formación de una gigante roja (el color rojo se produce por el enfriamiento que se produce en la estrella al aumentar el tamaño por el que tiene que distribuirse el calor). Mientras tanto, en el núcleo, más comprimido, el helio dispone nuevamente de energía y se fusiona dando lugar a elementos más pesados, como son el oxígeno y el carbono. La disposición final de esta etapa es un núcleo rico en estos últimos elementos, una segunda capa formada por helio, y las regiones más externas en las que predomina el hidrógeno. El helio tiene un comportamiento muy errático y dependiente de la temperatura, de manera que cualquier aumento de energía generada en el núcleo va a producir una expansión brusca de la capa media. Así, la estrella sufrirá varias pulsaciones en las que las capas externas se van expandiendo, perdiendo la estrella su atmósfera, que formará una inmensa burbuja de gas. En el centro queda lo que conocemos como enana blanca, una pequeña estrella muy densa y muy caliente, tanto que es capaz de ionizar el gas que ya ha expulsado, motivo por el que podemos disfrutar de sus brillantes fotones.

Foto planetarias

La forma de las nebulosas planetarias es muy variable, y la razón por la que se dan determinadas estructuras no es del todo conocida. En un universo perfecto sin ninguna alteración la forma de la nebulosa sería perfectamente esférica, ya que la envoltura de la estrella se expandiría en todas direcciones a igual velocidad. Sin embargo, también encontramos nebulosas bipolares, otras con espirales arremolinadas, con jets… La presencia de algunas de estas formas sugiere que la estrella central podría tener una compañera orbitando a su alrededor, o bien una estructura gaseosa en forma de torus (como un donut) que limite la salida del gas por dos lugares contrapuestos. También juegan un importante papel las fuertes corrientes que generan las estrellas a su alrededor, rápidos vientos que empujan el gas y pueden alcanzar velocidades de más de 100.000 km por hora. También se ha relacionado la forma de las nebulosas con la masa inicial de sus estrellas. Las que están situadas cerca del plano galáctico, a menudo correspondientes a estrellas jóvenes y masivas, suelen tener estructuras bipolares, mientras que las más alejadas, de mayor edad como nuestro sol y de masa media, adquieren una forma generalmente esférica. Todavía queda mucho por conocer sobre estos restos estelares tan llamativos y relativamente escasos. La fase de nebulosa planetaria tiene una duración poco mayor de 10.000 años, por lo cual no abundan este tipo de objetos en nuestra galaxia. Posteriormente el gas se va dispersando hasta dejar de brillar y hacerse completamente invisible. En la siguiente imagen en infrarrojo, obtenida con el telescopio Spitzer, podemos apreciar el gas en expansión de M27, a raíz de la estrella central.

Foto M27 spitzer

Tras esta introducción podemos hablar con propiedad del objeto que nos ocupa hoy, M27, también llamado NGC 6853 o la nebulosa Dumbell. Con una magnitud de 7.5 es la segunda nebulosa planetaria más brillante del firmamento, tan sólo superada por NGC 7293, la nebulosa de la Hélice. Sin embargo, el gran tamaño de ésta última hace que sea mucho más sencillo observar M27, además de su situación predilecta en el cénit en las noches de verano, en la constelación de Vulpecula (la zorra). M27 se encuentra a una distancia de entre 1000 y 1500 años luz, siendo las estimaciones más precisas, al parecer, de 1360 años luz. Tiene unos 3 años luz de diámetro, lo cual habla en favor de un estado avanzado de evolución. De hecho, se ha estimado su edad en algo más de 9000 años, siendo una de las planetarias más antiguas que se conocen. Sus bordes se expanden a velocidades de vértigo, alcanzando los 31 km/s, o lo que es igual, 110.000 km por hora. Si una onda expansiva saliera de nuestro sol a esta velocidad alcanzaría la tierra en menos de 2 meses, muy poco tiempo si tenemos en cuenta las grandes distancias del cosmos.

Foto M27

M27 presenta una estructura bipolar, con una curiosa forma que podría definirse como una manzana mordida, un diábolo o una pesa de halterofilia (de hecho, su apodo “Dumbell” significa pesa en inglés). La vemos completamente de perfil, de manera que si la observáramos desde arriba la veríamos, probablemente, como una esfera o estructura anular. La razón de su bipolaridad parece deberse a una pequeña estrella que orbita a su estrella central a corta distancia, aunque su magnitud de 17 la hace invisible a la mayoría de instrumentos de aficionado. La estrella central, la enana blanca que ha producido este espectáculo, tiene una magnitud de 13.5, y, por tanto, visible con telescopios de abertura moderada, aunque el alto brillo de la nebulosa no lo pondrá especialmente fácil. Dispersos a lo largo de la masa gaseosa podemos observar, en algunas fotografías de larga exposición, nódulos cometarios similares a los que había en la nebulosa de la Hélice. Son, generalmente, zonas más densas de gas que actúan como obstáculos ante la expansión de la envoltura estelar, de manera que la onda expansiva se encuentra con ellos y los “peina”, dejando una cola en dirección opuesta a la estrella. En la siguiente fotografía del Hubble podemos apreciar algunos de ellos.

Foto M27 knots

M27 es observable con prismáticos desde un lugar oscuro como una pequeña nebulosa difusa, pero es al telescopio cuando se muestra en todo su esplendor. Estamos acostumbrados a ver continuamente los objetos más famosos del firmamento, y precisamente son esos objetos los que solemos observar con menor atención, pensando que los conocemos sobradamente. Con este pensamiento en mente me decidí a dedicarle a M27 el tiempo que merece, pasando con ella más de una hora, y pude comprobar, asombrado, que tiene muchas sorpresas que ofrecer. La noche era especialmente oscura y transparente, por lo que decidí usar mayores aumentos que los que suelo utilizar con ella. Con el ocular Kronus de 7 mm obtuve 214 aumentos y unos 15 minutos de arco de campo aparente, de manera que la nebulosa ocupaba prácticamente la mitad.

Me llamó la atención desde un primer momento su elevado brillo, que la hacía visible con visión directa sin ninguna dificultad. La forma de diábolo quedaba perfectamente definida, así como los dos lóbulos o alas que parten hacia ambos lados. El interior de estas alas no era completamente transparente, sino que tenía un tono grisáceo con algunas pequeñas estrellas en su interior. La zona que mostraba más detalles era, sin duda, la región central, con algunos jirones nebulosos más destacados que el resto, así como las cuatro “esquinas” de la manzana bien marcadas, con dos de ellas, opuestas, especialmente brillantes y afiladas. La estrella central brillaba tímida en el centro, perfectamente visible, y con un poco de imaginación podía imaginarla con su compañera girando alrededor, removiendo el gas expulsado como una batidora gigante. Pude comprobar, asombrado, que en la zona del “rabillo de la manzana” había entrantes más oscuros en la nebulosa, que nunca antes había visto, dando aún más un aspecto irregular a la zona. M27 se merece, de vez en cuando, una visita en profundidad, y estas frescas noches estivales invitan sin duda a ello.

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