De vez en cuando, o a menudo si visitamos una zona densamente poblada del cielo, nos topamos sin quererlo con objetos que desconocemos y cuya visita nunca habíamos planeado. Cúmulos, nebulosas, galaxias… En algunas regiones del cielo es especialmente frecuente, como ocurre en la zona de Puppis o la Popa, al sureste de la brillante Sirio. En esta región me encontraba el otro día, visitando NGC 2452, cuando apareció en el buscador una brillante nube, de gran tamaño y plagada de pequeñas estrellas. Teniendo en cuenta su localización pude identificarlo como M93, uno de los últimos objetos que catalogó Messier, a finales del siglo XVIII.
M93 es un cúmulo abierto situado a unos 3.600 años luz de nosotros, con un diámetro de unos 25 años luz. Fue el primer objeto de cielo profundo que observó Caroline Herschel, y el que la motivó a compilar su catálogo. Podemos decir, por tanto, que M93 fue la primera luz que una mujer astrónoma vio a lo largo de historia. Con sus 100 millones de edad, está formado en su mayoría por brillantes gigantes azules de tipo espectral B, si bien hay algunas pocas estrellas anaranjadas y rojizas. La nebulosa que dio lugar a sus componentes ya se ha dispersado, de forma que no podemos verla. A pesar de su relativamente pequeño tamaño, el alto brillo de sus estrellas hacen que tenga una magnitud de 6, visible a simple vista cuando la noche es oscura. Al telescopio es preferible no usar demasiados aumentos, pues debido a su diámetro de 22 minutos de arco se perdería la sensación de cúmulo. A 125 aumentos, con mi Dobson 305 mm, ocupaba casi todo el ocular, mostrándose como una gran aglomeración de astros brillantes, contando alrededor de 100 componentes, en un fondo repleto de estrellas. Muchas de ellas forman alineaciones, parejas y tríos, aunque no conseguí ver ninguna forma característica. Es, sin duda, uno de esos grandes cúmulos que se aprecian mejor a bajos aumentos, incluso por un par de buenos prismáticos sujetos a un trípode.

A los pocos minutos de observar M93, pasó por el ocular, mientras movía el telescopio, una brillante nube que me hizo retroceder rápidamente para enfocarla. “Esto tiene que ser algo importante”, pensé. Y no me equivocaba. NGC 2467 es un quebradero de cabeza y una completa muestra de lo variada que puede llegar a ser una pequeña parcela celeste. Herschel descubrió NGC 2467 en 1784, catalogándola como una nebulosa planetaria, por su forma circular alrededor de una estrella brillante. Por tanto, si nos ceñimos a la historia, NGC 2467 no es un cúmulo abierto, como se indica en numerosos sitios, sino la nebulosa propiamente dicha, que no es planetaria sino una nebulosa de emisión, que también recibe el nombre de Sharpless 2-311 o Gum 9.

La confusión, probablemente, venga porque esta nebulosa (una región HII) comparte localización con varios cúmulos estelares que han coincidido en nuestra línea de visión, por lo que encontramos, en apenas 15 minutos de arco, dos cúmulos abiertos y una nebulosa de emisión (además de otras peculiaridades que iremos viendo a continuación). Sharpless 2-311 es, por tanto, una región HII en la que se están gestando estrellas, brillando con un tono rojizo intenso debido a la ionización del hidrógeno por las recién nacidas estrellas. En la siguiente imagen de la ESO podemos ver el corazón de esta nebulosa, en el que destacan pequeñas nubes negras que corresponden a glóbulos de Bok, en cuyo interior el gas se va condensando hasta que las altas concentraciones terminan formando los astros. Columnas de gas se perfilan desde la zona inferior, esculpidas por los vientos estelares, recordando enormemente a los Pilares de la Creación de M16. No en vano ambas zonas comparten la mayoría de sus características. El telescopio Spitzer ha descubierto unas 45 protoestrellas a lo largo de la nebulosa, una muestra más de su alta actividad proliferativa. La estrella central, HD 64315, es una brillante y joven estrella de tipo espectral O6, que preside este espectáculo desde un lugar privilegiado.

Muy cerca encontramos, como ya comentábamos, dos cúmulos estelares. El más tenue de ellos se denomina Haffner 19, a la derecha en la fotografía inicial. Está envuelto en lo que se conoce como Esfera de Strömgren, que es básicamente el halo de gas ionizado que rodea a una estrella que emite radiación intensa, en este caso un brillante astro de tipo espectral B. La existencia de estos cuerpos fue teorizada por Bengt Strömgren en 1937, y posteriormente pudo confirmarse, siendo uno de los ejemplos más claros la Nebulosa Roseta. Haffner 19 se encuentra a 20.900 años luz, algo más alejado que Sharpless 2-311, a 20.500 años luz. Su edad se estima en unos 2 millones de años.
El otro cúmulo visible es Haffner 18, aún más joven que su compañero, con una edad media que ronda el millón de años. Está situado algo más cerca que Haffner 19, aunque se les puede considerar un cúmulo binario. Sus estrellas casi se han despojado del gas que les rodea, pero hay una de ellas que delata su verdadera edad. Con el peculiar nombre de FM3060A se designa a una de las estrellas más jóvenes que podemos ver a través de nuestro telescopio. Nació hace apenas 40.000 años, cuando los primeros pobladores de Europa caminaban por sus llanuras. De hecho, todavía se encuentra recubierta por la envoltura de gas que la vio nacer, de unos 2.5 años luz de diámetro, y cuyos bordes se expanden a unos 20 kilómetros por segundo. Es el análogo perfecto de un zigoto que apenas lleva unos instantes de vida, lo cual no deja de ser asombroso. En “pocos” años su envoltura desaparecerá y FM3060A comenzará su infancia, pubertad, madurez, e inexorablemente terminará sus días volviendo a expulsar el gas que la compone. Todo, como en los seres vivos, no es más que la transformación de unas moléculas en otras y el reciclaje de los átomos imperecederos.
Open stellar cluster Haffner 18, perfectly illustrating three different stages of this process of star formation : in the centre of the picture, Haffner 18, a group of mature stars that have already dispersed their birth nebulae, represents the completed product or immediate past of the star formation process. Located at the bottom left of this cluster, a very young star, just come into existence and, still surrounded by its birth cocoon of gas, provides insight into the very present of star birth. Finally, the dust clouds towards the right corner of the image are active stellar nurseries that will produce more new stars in the future. Haffner 18 contains about 50 stars, among which several short lived, massive ones. The massive star still surrounded by a small, dense shell of hydrogen, has the rather cryptic name of FM3060a. The shell is about 2.5 light-years wide and expands at a speed of 20 km/s. It must have been created some 40,000 years ago. The cluster is between 25,000 and 30,000 light-years away from us.
Visualmente, la región que rodea a NGC 2467 merece un tiempo dedicado proporcionalmente a todo lo que tiene que contarnos. La brillante nebulosa es lo primero que llama la atención, de entre 5 y 10 minutos de arco de diámetro. Sus bordes se van perdiendo poco a poco, otorgando una forma circular, aunque con visión lateral la silueta es más difusa y de mayor envergadura. En su interior, la brillante estrella que la preside se encuentra rodeada de unas 20 estrellas mucho más débiles, inmersas en la nebulosidad.

Haffner 18 se encuentra justo debajo, y destaca su forma triangular, con las estrellas más brillantes formando las aristas principales. Está formado por unos 20 componentes, y en uno de sus extremos podemos apreciar a la recién nacida FM3060A. Con nuestros instrumentos no podemos vislumbrar la esfera de gas que la rodea, pero la imaginación no entiende de capacidades. Muy cerca, a apenas 5 minutos de arco de distancia, destaca Haffner 19, más claro cuando usamos mayores aumentos. En un primer momento se aprecia como una pequeña agrupación de 3 ó 4 estrellas muy unidas. Una exploración más minuciosa, usando mirada lateral, revela algunas estrellas más, al borde de la visibilidad, y una débil nebulosidad que rodea a la zona, perceptible tan sólo con una adaptación completa a la oscuridad.

Todo este conjunto de objetos queda realzado por el inmejorable marco que supone la Vía Láctea, que inunda cada espacio del ocular con una miríada de estrellas incontables. Sin duda, a veces merece la pena desviarse de la observación prevista y perderse en algunos de estos rincones perdidos.