Navegando por el Escudo de Sobieski

Bajo el cielo oscuro de verano  la Vía Láctea reluce con la fuerza de miles de millones de estrellas brillando al unísono. A lo largo de todo el camino aparecen parches de luz y sombras que se alternan dibujando caprichosas formas. Las nebulosas oscuras forman lo que se conoce como “Great Rift”, un río opaco compuesto por una sucesión de nebulosas que si sitúan a unos 300 años luz de distancia y que se recortan contra la lechosa Vía Láctea. Bajo la constelación del Águila destaca sobremanera una nube blanquecina, más brillante aún que M24: la Nube Estelar de Sagitario. Se trata de la región del Escudo, el nombre abreviado de la constelación del Escudo de Sobieski. Sus estrellas no son especialmente brillantes, siendo la gran condensación de la Vía Láctea su principal atractivo a simple vista. El nombre de la constelación lo acuñó Johannes Hevelius en 1690 en honor al rey polaco Juan III Sobieski.

Hoy dedicaremos la entrada a ver en profundidad esta maravillosa región del cielo, tal y como se puede disfrutar con unos pequeños prismáticos desde un cielo realmente oscuro (para ello usé los pequeños Kite Lynx HD de 8×30 mm, que me daban un campo amplio y una nitidez espectacular). Nos perderemos entre las nebulosas oscuras que no hacen más que resplandecer en esta constelación, y vislumbraremos desde la distancia algunos de sus principales cúmulos abiertos, además de visitar una peculiar y explosiva estrella que ha dado mucho que hablar. Con todos ustedes, la región estelar por la que navegaremos en los siguientes minutos:

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Comenzaremos por la estrella central del campo de visión, e iremos poco a poco abarcando el resto de objetos. Esta estrella, que en apariencia no parece mostrar ninguna característica reseñable, es R Scuti. Sin embargo, esconde varios secretos. Es una supergigante amarilla con un diámetro 80 veces mayor que el del Sol, aunque su tamaño varía conforme la estrella emite pulsos internos. Se encuentra en un estado evolutivo bastante avanzado, y en su núcleo predomina el carbono y el oxígeno. De manera intermitente, R Scuti se expande y parte de sus capas externas se desprenden al exterior. La expansión produce un enfriamiento, con el consiguiente enrojecimiento de la estrella, y vuelve a sufrir una contracción para completar el ciclo, que seguirá de manera irregular hasta que la estrella comience su fase de nebulosa planetaria (en estas variaciones de brillo incluso el tipo espectral cambia de K a M). Estamos asistiendo, por tanto, a los últimos suspiros de una estrella moribunda. R Scuti pertenece a un tipo de estrellas variables conocidas como RV Tauri, siendo la más llamativa de ellas, pues su magnitud oscila de 4.5 a 8.8. Entre los mínimos más profundos la estrella sufre oscilaciones menores, que normalmente la sitúan entre las magnitudes 5 y 6. Otras tres estrellas forman con R Scuti una especie de cuadrilátero: nos servirán para poder estimar el brillo de nuestra estrella protagonista.

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Al lado de este grupo de estrellas aparece una pequeña mancha brillante que no es sino  M11, un cúmulo abierto extremadamente denso que fue descubierto por Gottfierd Kirch, director del Observatorio de Berlín, en 1681. Es, además, uno de los cúmulos más poblados, con casi 3.000 estrellas cuya edad se ha estimado en unos 220 millones de años. Se encuentra situado a 6.200 años luz de distancia, y su magnitud de 6.3 puede darnos una idea sobre la fuerza de todas esas estrellas en su conjunto. De hecho, es visible a simple vista desde cielos lo suficientemente oscuros. Al telescopio su aspecto es imponente, con centenares de estrellas ocupando un área de unos 15 minutos de diámetro, por lo que es mejor usar poco aumento para disfrutarlo. Sus regiones más densas dibujan varias estructuras, destacando una especie de letra V al este, como si fueran los guías de una bandada de patos. De hecho, Admiral Smyth fue el primero en realizar esa comparación, y de ahí que también se conozca como el Cúmulo de los Patos Salvajes.

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Justo al norte de R Scuti podemos ver la segunda estrella más brillante de la constelación, beta Scuti, si bien tiene una magnitud de 4,22. Es una supergigante amarilla cuya distancia se estima en unos 900 años luz.  En el mismo campo destaca también alfa Scuti, con una magnitud de 3.83 y una distancia de 200 años luz: es una gigante roja de tipo espectral K, algo que podemos intuir al observar su tonalidad anaranjada. Para llegar a ella sólo hay que seguir una hilera de astros que, de norte a sur, llaman sin duda la atención. Justo al lado de esta estrella podemos observar una pequeña y tenue nube: se trata de NGC 6664. Es un cúmulo abierto de estrellas dispersas que se sitúan a unos 3.800 años luz de distancia. Tiene una edad de unos 14 millones de años, con lo cual debería verse más azulado de lo que se ve en fotografías: sin embargo, estamos en zona con gran polvo interestelar que produce un enrojecimiento de los objetos.

Algo más al este, M26 se deja ver con más intensidad, aunque no tan brillante como M11. Rondando la octava magnitud, M26 es un cúmulo abierto que se encuentra a 5.000 años luz de distancia y ocupa un área de 22 años luz en el brazo de Sagitario. Con un telescopio puede contarse un centenar de estrellas, aunque con los prismáticos tenemos que conformarnos una pequeña esfera nebulosa. Y oye, no está nada mal, sobre todo cuando uno conoce las respectivas distancias y se imagina todo lo que ve en un plano tridimensional: entonces los objetos cobran vida y uno comienza a comprender las enormes dimensiones del cosmos más cercano.

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Ya conocemos los principales cúmulos y estrellas de esta zona, pero el Escudo de Sobiestki no sólo destaca por estos objetos: cuenta con todo un repertorio de nebulosas oscuras que crean pintorescas formas que contrastan con el blanco estelar de la Vía Láctea. En primer lugar volvemos a nuestra conocida beta Scu. Justo a su izquierda se hace patente una enorme nube negra como el carbón,  girando por encima de R Scu con una forma arriñonada. Se trata del complejo Barnard 111, compuesto a su vez por dos nubes menos densas conocidas como B110 y B113. A la izquierda de esta peculiar nube podemos ver otra más pequeña y menos opaca, B320. Al Este destacan otras dos formaciones oscuras, B119 y B126. Todas estas  nubes son parte de la misma masa gaseosa que forma el mencionado Great Rift, el Gran Cañón celeste que divide la Vía Láctea veraniega en dos. A unos 300 años luz de distancia, su densidad es tal que son capaces de ocultar las intensas estrellas que hay detrás. Por debajo de M11 podemos ver a B112, pequeña pero visible si la noche es oscura. Nos trasladamos ahora hacia el oeste para contemplar otra zona digna de ver con prismáticos: parece como si la Vía Láctea terminara abruptamente, como profundos acantilados de mármol que son esculpidos por un mar negro embravecido. Esa zona oscura que parece morder la Vía Láctea se llama B103 y también puede apreciarse a simple vista.

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Terminamos aquí esta aventura por el Escudo no sin antes recordar que muy cerca de M26 reside una atractiva y peculiar pareja de objetos: el cúmulo globular NGC 6712 y la esquiva nebulosa planetaria IC 1295, dos alicientes más para perderse en esta poblada zona del cielo.

Colgado de la percha (Palomar 10)

Volvemos con otro de los cúmulos globulares alternativos, en esta ocasión del catálogo Palomar (os prometo que después de esta entrada volveremos con objetivos mucho más brillantes y llamativos).

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Palomar 10, uno de los quince globulares que pueblan este catálogo, se encuentra en la constelación de la Flecha,  Sagitta, muy cerca del archiconocido Cúmulo de la Percha. Pertenece a la categoría XII en la lista de Shapley-Sawyer, lo cual, unido a que posee una magnitud de 13.2, no ayuda especialmente a la hora de observarlo. Se encuentra a 19.200 años luz de Sol y, curiosamente, a 20.800 años luz del centro galáctico, por lo que forma un triángulo isósceles casi perfecto. Su distancia no es muy grande, pero una gran cantidad de polvo interestelar se interpone en su camino y por eso se ve mucho más débil de lo que en realidad sería.

A la hora de observarlo tenemos que ir con la mentalidad de buscar un objeto relativamente extenso pero extremadamente débil. Aparece al ocular como una débil nubecilla de unos  3 minutos de diámetro, visible tan sólo con visión periférica. Después de observar otros como Palomar 6 parece incluso brillante, aunque es más tenue que la mayoría de globulares del catálogo NGC. Con un poco de paciencia logré vislumbrar algunas minúsculas estrellas que aparecían inmersas en su halo homogéneo y difuso, lejanos destellos que parecían reclamar un mínimo de atención.

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El fantasma extragaláctico (Terzan 7)

En ocasiones hemos hablado de los cúmulos globulares del catálogo Palomar, débiles objetos que ponen nuestros instrumentos, incluidos los ojos, al límite de su capacidad. Sin embargo, hoy vamos a tomar contacto con otro catálogo más oscuro aún, una lista que elaboró el francés Agop Terzan en 1968. Sus once componentes son cúmulos globulares que se encuentran en el disco galáctico, oscurecidos por la ingente cantidad de polvo y gas de la zona, motivo principal por el que han pasado desapercibidos durante tanto tiempo. Tendremos que armarnos de paciencia y buscar los cielos más oscuros posibles para tener alguna oportunidad de observarlos.

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Nos vamos a mover por Sagitario, una constelación bien conocida, aunque necesitaremos buenos mapas para encontrarlo. Terzan 7 es uno de los más brillantes cúmulos de este catálogo, aunque no por ello sencillo de ver. En esta entrada hablábamos sobre M54 y mencionábamos que su origen pertenecía a una galaxia enana en proceso de acreción por parte de la Vía Láctea. Pues bien, Terzan 7 es también un miembro de esta galaxia enana conocida como Galaxia Enana Elíptica de Sagitario (también aparece en la literatura como  Sagittarius Spheroidal Dwarf). Terzan 7 se sitúa a 75.000 años luz de nosotros, justo al otro lado de la galaxia y sus estrellas tienen una edad estimada en unos 8.000 millones de años, muy diferente a los globulares propios de nuestra galaxia.

Es un cúmulo extenso, sobre todo teniendo en cuenta que mide unos 7 minutos de arco de diámetro a una distancia tan lejana. Su magnitud aparente es de 12.0, aunque ya podemos imaginar que no será un objeto de elevado brillo superficial… Para tener la mínima posibilidad de observarlo debemos conocer a la perfección el terreno, teniendo clara su relación con las estrellas más cercanas. Desde los limpios cielos de Postero Alto no me pareció excepcionalmente difícil, aunque estoy seguro de que otro gallo cantaría si no fuera por la oscuridad del lugar. Terzan 7 era, de todas formas, una mancha fantasmagórica y etérea apenas visible con visión lateral ocupando unos 5 minutos de arco en el centro del Cronus 7 mm, a 214 aumentos. Cuando usaba menor aumento su sombra desaparecía conforme aumentaba el brillo de fondo, de manera que a 214 aumentos el ocular mostraba el contraste justo para distinguirlo.

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Fantasmas estivales (Palomar 6)

Hay que aprovechar las condiciones propicias para intentar ver más allá de nuestras posibilidades, y una de estas condiciones se dio el pasado verano, cuando me encontré bajo los oscuros cielos de la Sierra en Postero Alto, pudiendo observar estrellas que rondaban la magnitud 6.5. Además de disfrutar con llamativas galaxias y nebulosas, decidí aventurarme en las profundidades del polvo y gas de nuestra galaxia  para intentar desentrañar algunos de sus objetos mejor escondidos… Allí pude encontrar algunos cúmulos globulares verdaderamente débiles, que hacen justicia al término anglosajón obscure.

Hoy os hablaré de Palomar 6, uno más de la selecta lista que engloba a los 15 globulares que fueron encontrados a partir de fotografías obtenidas en el Observatorio Palomar. Ya había podido observar algunos de sus hermanos, como Pal 2, Pal 7, Pal 11 o Pal 12, y no quería perder la oportunidad de ampliar la familia. Palomar 6 se encuentra en los dominios de Ofiuco, aunque para llegar hasta él es más sencillo si salimos desde Sagitario. El cúmulo dista de nosotros algo menos de 20.000 años luz, especialmente poco para lo débil que aparece ante nuestros ojos. Sin embargo, la culpa de su debilidad estriba, como hemos apuntado hace un momento, en su situación especialmente cercana al centro galáctico (se encuentra, tan solo, a unos 2.000 años luz sobre el plano de la galaxia), oculto tras una densa maraña de polvo y gas. Palomar 6 brilla con una magnitud de 11.6 (su brillo superficial es mucho menor, sin embargo) y tiene un tamaño aparente de 1.2 minutos de arco. Para encontrarlo tenemos que prepararnos con una buena dosis de paciencia y adaptación a la oscuridad, aunque también es verdad que no es de los cúmulos Palomar más débiles que existen. Una vez lo tengamos en el campo del telescopio tenemos que respirar con calma y relajar la mirada, intentando encontrar la más mínima diferencia de brillo con respecto al fondo. No hay una gran cantidad de estrellas colindantes, lo cual ayuda a centrar nuestra atención. En mi caso, con el Dobson de 30 cm, comencé a notar su presencia a los pocos minutos de observarlo, a 115 aumentos. Aparecía como una mancha pequeña y apenas perceptible, en el umbral de la visibilidad, un fantasma redondeado que sólo se dejaba ver con visión lateral. A 214 aumentos la nube prácticamente desaparecía de la vista, aunque podía distinguir una decena de estrellas en su seno, diminutos habitantes de un lejano mundo.

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Lagarto impostor (NGC 7243)

La constelación del Lagarto, Lacerta, dice más bien poco a la mayoría de aficionados: débiles estrellas que zigzaguean en una región del cielo que pocas pistas nos da para encontrarlas; la ausencia de famosos y brillantes objetos se encarga del resto. Sin embargo, no todo está perdido, pues podemos observar un buen puñado de interesantes cúmulos, e incluso algunas nebulosas planetarias y galaxias, sólo tenemos que darle una oportunidad. NGC 7243 es un cúmulo abierto que fue descubierto por William Herschel en 1788. Se encuentra a unos 2500 años luz de distancia y sus estrellas, jóvenes, apenas cuentan con una edad de 75 millones de años. lacertaSin embargo, la naturaleza de este cúmulo ha sido puesta en entredicho, sugiriéndose que no son más que una agrupación fortuita de estrellas que no guardan relación entre sí. Un estudio realizado a finales del siglo XX no encontró diferencias entre la abundancia de estrellas del supuesto cúmulo y el fondo. Se estudió el espectro de sus estrellas y tampoco coincidieron, dando a entender que, de haber un verdadero cúmulo, estaría formado tan solo por algunas estrellas dispersas.

Sin embargo, no podemos negar que NGC 7243 tiene algo especial, sea o no una familia de estrellas. Aunque el estudio de 1999 decía que no contenía más estrellas de las que se esperaban en esa  región del cielo, lo cierto es que si lo observamos bajo un cielo oscuro no nos cabrá duda de que en la zona indicada hay una gran cantidad de estrellas. Cierto es que todo el campo rebosa de diminutas estrellas, pero NGC 7243 presenta una mayor concentración de ellas, agolpadas en torno a una llamativa estrella doble que ocupa el centro. Este sistema, HD 211337, está formado por dos estrellas cuya magnitud ronda la 9.5, separadas entre sí por unos 9 segundos de arco (asequibles, por tanto, a cualquier telescopio). Unas cincuenta estrellas componen este ambiguo cúmulo, la mayoría de ellas de bajo brillo, contribuyendo a otorgar un cierto aire etéreo y delicado.

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A las faldas de M22 (NGC 6638)

Como ya sabemos, no son pocos los objetos interesantes que aparecen situados junto a otros más llamativos que captan toda su atención (un ejemplo claro es M13 y la galaxia NGC 6207). Pues bien, justo en la tapadera de Sagitario encontramos otra muestra, un pequeño globular que se encuentra deslumbrado por el imponente M22.

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Estamos hablando de NGC 6638, un cúmulo globular que se sitúa a unos 2 grados de M22, muy cerca de la estrella Lambda Sagittarii. El cúmulo fue descubierto por William Herschel en el prolífico año de 1784, descrito como una nebulosa con sus estrellas resueltas. Para entender esta definición tenemos que pensar que William Herschel tenía la profunda convicción de que todas las nebulosas estaban formadas en realidad por multitud de estrellas, y que con el adecuado telescopio se podría resolver cualquiera de ellas. Fue su hijo, poco después, quien definió el objeto como como un cúmulo globular. NGC 6638 se sitúa a 31.100 años luz de nosotros y a apenas 7.000 años luz del núcleo de nuestra galaxia, Pertenece, por tanto, a la población de cúmulos del bulbo galáctico, generalmente de mayor metalicidad que los del halo. Es un globular de tipo VI en la clasificación de Shapley-Sawyer, lo cual nos habla de una concentración moderada, sin un prominente gradiente de brillo.

Es un globular relativamente pequeño, de unos 66 años luz de diámetro, que a la distancia estimada se manifiesta en un diámetro aparente de 7.3 minutos de arco (si bien al telescopio nos parecerá algo más pequeño). Con una magnitud de 9.2, ya es apreciable al buscador como una diminuta mancha que parece una estrella desenfocada. Con el Dobson de 30 cm pude apreciarlo sin ninguna dificultad, una agradable esfera cuyo núcleo, brillante, parecía relativamente heterogéneo. Al usar mayores aumentos pude notar algunas estrellas que salpicaban su superficie, la mayoría de magnitud 14 en adelante, mientras que el núcleo permanecía irresoluble. Algunas prolongaciones parecían proyectarse desde la zona central, pequeñas, con el típico aspecto granujiento de los cúmulos que están en el limbo de la resolución.

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Escribir una leyenda

 

Al centro de la Vía Láctea (M70)

Hace poco hablábamos de M69, un cúmulo globular que se encontraba a unos 29.600 años luz de distancia, muy cerca del núcleo galáctico. Pues bien, hoy apuntaremos nuestros telescopios a un vecino especialmente cercano, M70, otro cúmulo globular bastante similar al anterior que ya nos deslumbra en la siguiente fotografía:

Foto M70

M70 se encuentra situado a 29.300 años luz de nosotros, estando M69 a apenas 2000 años luz de distancia (son vecinos en toda regla, privilegiados además por las imponentes vistas que deben disfrutar recíprocamente). M70, también conocido como NGC 6681, fue descubierto por Charles Messier en 1780, aunque no sería hasta 4 años después cuando se resolvieran por primera sus estrellas, logro que podemos atribuir, como en tantos otros objetos, a William Herschel. El diámetro de este globular se ha estimado en unos 70 años luz, un tamaño estándar para este tipo de objetos. Como una quinta parte de los cúmulos de nuestra galaxia, ha alcanzado un estado que se denomina colapso del núcleo: ha ido perdiendo gradualmente sus estrellas más ligeras, que se han visto empujadas hacia la periferia, quedando en el núcleo las estrellas más pesadas, de manera que tenemos ante nuestros ojos un núcleo pequeño pero especialmente brillante y denso. Es llamativo también el hecho de que M70 permanezca tan bien «formado» a pesar de su situación: ha estado más de 12.000 millones de años orbitando el núcleo galáctico a una distancia tan cercana que es una suerte que haya soportado tan bien sus vaivenes y tirones gravitacionales.

Este cúmulo globular, a pesar de pertenecer al catálogo Messier, no es precisamente de los más brillantes. Con una magnitud que ronda la novena, se puede apreciar con un par de prismáticos si observamos desde un lugar oscuro. Al telescopio se muestra como una esfera nebulosa de unos 8 minutos de arco de diámetro, destacando su brillante núcleo en el centro, poco mayor de un minuto de arco. Algunas estrellas titilan en su región periférica, apareciendo la zona interior ciertamente grumosa. De vez en cuando, algunos valientes astros se asoman a pesar de la tremenda distancia que nos separa.

M70

Nueva visita a NGC 7009

Las noches que podemos disfrutar de los lugares más oscuros son perfectas para descubrir nuevos objetos, nuevos mundos, aunque haremos bien en volver a observar aquellos que ya conocemos en busca de otros detalles. Este verano, después de observar algunas nuevas galaxias desde Postero Alto, decidí hacer una nueva visita a una vieja amiga: NGC 7009, más conocida como la Nebulosa Saturno. En esta entrada podéis leer el informe que escribí sobre ella hace ya dos años, con un dibujo que mostraba sus dos características «antenas» que le otorgan su gran parecido con el planeta anillado. No obstante, tenía la sensación de que podía exprimirlo aún más, y por eso decidí dedicarle el tiempo necesario bajo los cielos de la sierra.ngc7009_nasa_esa_hubble

NGC 7009 fue descubierta en 1782 por William Herschel con un telescopio reflector de 30 cm de  apertura, convirtiéndose así en el primer objeto descubierto con un instrumento distinto a un refractor. Herschel fue, además, quien comparó la estructura de la nebulosa con un planeta, de donde procede el nombre actual de «nebulosa planetaria». Sin embargo, no fue hasta 1849 cuando Lord Rosse distinguió sus protuberancias y acuñó el nombre con el que se la conoce hoy en día. Las dos asas características son objetos conocidos como FLIERs, material que ha sido expulsado de la estrella central en forma de jets que estimulan el entorno y emiten una gran cantidad de radiación. Uno de los jets es fácilmente visible brillando como una débil estrella en una de las asas de la nebulosa, siendo el opuesto invisible a aperturas medias. El anillo central es fácilmente reconocible con visión lateral, formando un óvalo de brillo superior al halo, ligeramente más destacado que el de NGC 7662. La estrella central, de magnitud 13, no se encuentra lo suficientemente contrastada como para apreciarla con facilidad: en mi caso no conseguí verla, probablemente porque la nebulosa, de magnitud 8.5, eclipsa el brillo de la pequeña enana blanca. Otra sorpresa me deparó la oscura noche tras muchos minutos de observación: en fotografías de larga exposición puede apreciarse un brillante nódulo que forma parte de una especie de anillo más tenue que se dispone de manera perpendicular al otro anillo.  Pues bien, tras un tiempo ese nódulo se dejaba entrever poco a poco, y otro más débil hacia su aparición al otro lado, contribuyendo a la sensación de estar percibiendo dos anillos entrelazados. Terminé la observación de la nebulosa con la sensación de haber contemplado otro objeto bien distinto al de la otra vez, mucho más completo y detallado. No debemos perder la oportunidad de buscar más allá de lo que ya conocemos…

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El concentrado M75

No todos los objetos del catálogo Messier son cercanos y brillantes, (sin tener en cuenta, por supuesto, las distantes galaxias que lo componen): algunos, como el globular M54, se encuentran a más de 80.000 años luz de distancia. El objeto que nos ocupa hoy es el segundo cúmulo globular más lejano de la lista, así como el más concentrado de todos ellos. Se trata de M75, y usaremos la siguiente imagen del telescopio Hubble como carta de presentación:

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M75, también conocido como NGC 6864, fue descubierto por Pierre Méchain en 1780. William Herschel lo observó en 1799: aunque no consiguió resolver sus estrellas, lo describió como un cúmulo globular por su aspecto característico (unos años después pudo, por fin, confirmar su sospecha). M75 pertenece a la categoría I de la clasificación de Shapley-Sawyer, lo cual le otorga el privilegio de ser el globular de la lista de objetos Messier con una concentración más marcada en el núcleo, de manera que tenemos un importante gradiente del centro a la periferia. Su distancia se estima en unos 65.700 años luz, muy por detrás del núcleo de nuestra galaxia. Por suerte, la zona en que se encuentra no es tan rica en estrellas como ocurre en otras regiones veraniegas, un impedimento menos a la hora de observarlo a través de la distancia. Es un globular grande, con un diámetro de unos 150 años luz, que equivalen a unos 6.8 minutos de diámetro aparente.

A pesar de la distancia, M75 es relativamente brillante, con una magnitud de 8.5, visible incluso con prismáticos como una pequeña estrella levemente desenfocada. Al telescopio la vista es tremendamente sugerente, si bien no contemplaremos una enorme esfera plagada de soles: se encuentra tan lejos que no será tarea fácil resolverlo. A elevados aumentos aparece como una nubecilla redondeada, de unos 5 minutos de arco de diámetro, en la que podemos distinguir tres zonas de distinto brillo. El núcleo, el lugar más destacado de M75, es pequeño y muy brillante, mostrándose con una estructura estrellada. Justo alrededor se dispone un segundo nivel algo más débil que da paso a la periferia, una corona tenue cuyos bordes se pierden en el cielo. Es en estos dos últimos estratos donde se pueden adivinar múltiples estrellas tímidas que luchan desde la lejanía, tratando de hacerse ver. Dos o tres de ellas se muestran sin ninguna vergüenza, pero el resto se agolpan entre sí dejando entrever un delicado aspecto granujiento.

M75

Misma familia, padres diferentes (Abell 64 y Abell 72)

El cielo de verano nos ofrece un sinnúmero de oportunidades para observar objetos peculiares, y por eso quiero mostraros a esta pareja de miembros de la familia Abell, el catálogo de nebulosas planetarias que elaboró George Abell en la década de los 60. La primera de ellas se llama Abell 72 y es una bonita y débil nebulosa planetaria que se encuentra en la constelación del Delfín. No he encontrado ninguna información e la red acerca de sus características o su distancia, y eso fue una de las cosas que me animó a observarla cuando tuve la oportunidad este verano.

Tiene un tamaño considerable, con un diámetro de unos 2 minutos de arco, y presenta una forma ovalada repleta de arcos de diferentes densidades que le dan un aspecto filamentoso. Visualmente, no obstante, tendremos que contentarnos con distinguirla del fondo del cielo. A 115 aumentos ni siquiera podía apreciar un fantasmagórico resplandor, algo que cambió mágicamente cuando usé el filtro OIII. Entonces la nebulosa apareció entre un grupito de estrellas, bastante débil pero fácil de ver con visión periférica. Una brillante estrella de magnitud 8 relucía en uno de sus bordes, como si fuera un rubí engarzado en una distante geoda.

Abell 72

A continuación le toca el turno a otro objeto del catálogo Abell, un objeto que, contra todo pronóstico, no es una nebulosa planetaria. Su historia se remonta a 1965, cuando Zwicky y su equipo la incluyen en el CGCG (catálogo general de cúmulos de galaxias). Posteriormente fue observada por George Abell: no había datos sobre su desplazamiento al rojo, así que el astrónomo la consideró una nebulosa planetaria y la incluyó en su famoso catálogo. No fue hasta 1996 cuando se obtuvieron datos del objeto que mostraban su desplazamiento al rojo y lo situaban a una distancia insospechada: ¡a 127 millones de años luz! Abell 64 se convirtió, de la noche a la mañana, en una lejana galaxia que había engañado a numerosos astrónomos. Situada en la constelación del Águila, ronda la quinceava magnitud, aunque presenta un brillo superficial relativamente elevado que nos permitirá verla sin gran dificultad, siempre y cuando observemos desde cielos lo suficientemente oscuros. Se encuentra en un campo lleno de estrellas, como corresponde a esta área del cielo inmersa en la Vía Láctea. La galaxia se aprecia, con visión lateral, como una pequeña mancha alargada que apenas llega al minuto de arco de longitud. Por momentos desaparece de la vista, mientras los ojos luchan por recomponerse del esfuerzo, para luego volver a hacer acto de presencia de una manera extraordinariamente tímida: no olvidemos que se encuentra a 127 millones de años luz…

Abell 64