De casi todos es conocido el hecho de que nuestra galaxia acabará fusionándose con M31, la Galaxia de Andrómeda, dentro de unos 4.000 millones de años. Nosotros no estaremos aquí para verlo, y de ahí el interés de este par de objetos del que vamos a hablar hoy.
Se trata de Arp 271, una pareja de galaxias que están comenzando un proceso de interacción entre sí, aunque todavía no han sufrido ninguna deformación importante de sus discos. Descubiertas ya por William Herschel en 1785, ambas son galaxias espirales extremadamente parecidas entre sí. Se encuentran a una distancia superior a los 120 millones de años luz y tienen un tamaño relativamente pequeño, acaparando entre las dos una extensión de 130.000 años luz de lado a lado. NGC 5426 es la mayor de ellas, apareciendo inclinada desde nuestro punto de vista, lo cual no nos impide admirar su estructura espiral. NGC 5427, algo más pequeña que su compañera, despliega sus brazos totalmente de frente. Es una galaxia de tipo Seyfert II, con una importante emisión de radiación electromagnética desde sus regiones más centrales, promovida probablemente por la presenta de un agujero negro supermasivo. Entre ambas galaxias se aprecia un puente de material, gas azulado y algunas estrellas, que es indicativo de que el proceso de interacción ya ha comenzado, aunque según parece no se puede afirmar rotundamente que ambas galaxias vayan a fusionarse en un futuro cercano.
Ambas galaxias se encuentran en la constelación de Virgo, en una zona relativamente tranquila y alejada del tumultuoso Cúmulo de Virgo. NGC 5427, la más brillante, tiene una magnitud de 11.4, y será la primera que veamos al asomarnos al ocular. Se aprecia como una nubecilla redondeada de unos dos minutos de arco de diámetro. A su lado, con una magnitud de 12.1, brilla NGC 5426, algo más difusa y alargada, de forma ovalada y con un núcleo elongado también. En un primer momento, el único detalle que aprecié en NGC 5427 con mi Dobson de 30 cm de apertura fue un núcleo prominente y brillante, de aspecto estelar, pero tras varios minutos de adaptación comencé a notar alguna irregularidad en su disco redondeado. Con paciencia, llegué a distinguir dos de sus brazos espirales que se arremolinaban alrededor del núcleo y salían disparados hacia su compañera, como si quisieran agarrarla con más fuerza. Por momentos desaparecían del campo, pero tras relajar la vista volvían a intuirse en la lejanía. Entre ambas brillaba una tímida estrella de nuestra propia galaxia, dándose aires de privilegiada por contar con un asiento en primera fila. Con mayor apertura el espectáculo debe ser, sin duda, digno de ver durante horas.