Compartiendo el sur (NGC 247 y NGC 288)

Ya hemos podido comprobar que, pese a que la zona sur de Cetus se encuentra muy baja en el horizonte, esconde algunos objetos especialmente interesantes, como NGC 253 y NGC 246. A continuación vamos a ver otros dos objetos que, junto a NGC 253, completan un marco espectacular, al que lo único que le faltaría sería un fondo bien estrellado. Una galaxia y un cúmulo globular comparten los dominios entre Cetus y Escultor con la Galaxia del Escultor, convirtiendo esta zona en una verdadera mina poco transitada.

El primero de ellos, NGC 247, es otra galaxia que pertenece al grupo de galaxias del Escultor, del que NGC 253 es el centro gravitacional. Hasta hace poco se estimaba su distancia a nosotros en poco más de 12 millones de años, gracias a las variables cefeidas. Lo que no se había tenido en cuenta al hacer dichas estimaciones es que estas estrellas se encontraban parapetadas tras una densa masa de gas, sobreestimando así su distancia. Ahora podemos afirmar que NGC 247 se encuentra a 11.1 millones de años luz de la Vía Láctea, fuera de los dominios del Grupo Local. NGC 247 es una galaxia espiral, a veces considerada enana, con unos brazos muy difusos, que mide unos 50.000 años luz de diámetro. Presenta, en uno de sus lados, una región muy poco densa y oscura, que corresponde a la presencia de estrellas rojas, más antiguas y con un brillo más disminuido.

Foto 247.jpg

Visualmente, NGC 247 es apreciable con unos prismáticos 15×70, siempre que contemos con la estabilidad adecuada que proporciona un trípode. En ellos se ve como una mancha difuminada, alargada en sentido en vertical a partir de una estrella más brillante, por encima de NGC  253. Al telescopio esta galaxia es, claramente, una de «las grandes». A 125 aumentos ocupa gran parte del ocular, con unos 20 minutos de arco de longitud, y se muestra como una larga mancha blanquecina con un brillo irregular. Varias estrellas salpican su silueta, marcando uno de sus bordes laterales. En el centro destaca un núcleo brillante, irregular, que adquiere apariencia casi estelar en el punto más céntrico. Otra condensación es fácilmente visible muy cerca del núcleo, un poco hacia abajo. Tras unos minutos frente al ocular tuve la sensación de que su lado más inferior era menos denso, rodeado por partes más brillantes, hecho que pude comprobar posteriormente frente a fotografías. En definitiva, un objeto digno de ver, sobre todo bajo cielos oscuros en los que resalta sin dificultad, y de obligada visita al observar desde regiones meridionales.

NGC 247


NGC 288
es un cúmulo globular que, en oculares de gran campo, puede llegar a compartir escenario con la imponente NGC 253, conformando una imagen que, sin duda, quita el hipo. Situado a cerca de 30.000 años luz de nosotros, es un cúmulo de tipo X, lo cual da una idea de su baja concentracFamily of stars breaking upión de estrellas, algo que podremos comprobar fácilmente al verlo a través del telescopio. Tiene una edad relativamente joven, estimándose en 10.500 millones de años (poco si lo comparamos con los 12.000 millones de años de muchos de sus congéneres). En fotografías de gran aumento, como ésta del Hubble, se pueden apreciar perfectamente algunas estrellas azules, que corresponden a “Blue stragglers” o “azules rezagadas”, de las cuales ya hemos hablado en otros capítulos. Es curioso el efecto que producen entre el resto de estrellas más rojizas, características de los cúmulos globulares.

Esta gran masa de estrellas ya es apreciable en unos prismáticos bien estables, muy cerca de NGC 253. Con el Dobson 300 mm se aprecia perfectamente su baja densidad de estrellas, una nube redondeada de unos 10 minutos de arco con muchas estrellas salpicadas. A diferencia de otros cúmulos no se ve repleta de estrellas, sino que una treintena de ellas salpica toda la zona, de diferentes brillos, dando un interesante efecto de tridimensionalidad. A 214 aumentos pude apreciarlo de una forma mucho más clara una noche en la que el seeing era especialmente bueno, y la imagen es espectacular, a medias entre los grandes cúmulos globulares y los pequeños irresolubles. Sin duda, una zona a la que recurrir en estas noches frías de Otoño.

NGC 288

Una visita a Capricornio

Capricornio es una de esas constelaciones relativamente desapercibidas que a los observadores de cielo profundo nos dice más bien poco. Sus estrellas, ninguna especialmente brillante, forman una especie de triángulo que parece ir persiguiendo a Sagitario. Representa, mitológicamente, a Amaltea, una ninfa con cuerpo de pez y cabeza de cabra, que protegió a Zeus cuando era pequeño de su padre, Cronos (al igual que a Disney, a los griegos les encantaban las tragedias familiares). Zeus, agradecido, le hizo un hueco en los cielos para la eternidad.

Estas noches de Noviembre, a primera hora, Capricornio está en una posición relativamente apta para observarlo, en la región Suroeste del cielo. Si disponemos de un buen horizonte en esa dirección, relativamente libre de contaminación lumínica, podemos intentar cazar sus principales objetos de cielo profundo, entre los que se encuentran una galaxia y dos cúmulos globulares. La oferta será mucho más amplia si nos vamos a magnitudes menores, pero para una primera visita de rigor no está mal.

El primero de estos objetos es NGC 6907, una bonita galaxia cuya existencia desconocía por completo. Situada a unos 150 millones de años luz, es una galaxia espiral barrada con dos brazos muy bien definidos en fotografías. En uno de ellos se aprecia una condensación, que durante 150 años se asoció con una región HII, como tantas podemos observar en otras galaxias. Sin embargo, un estudio reciente con imágenes eFoto NGC 6907.jpegn infrarrojo descubrió que se trata de otra galaxia, NGC 6907, una pequeña galaxia elíptica que se superpone a su brazo. Además se comprobó que ambas se alejan de nosotros a una velocidad similar (algo más de 3.000 km por segundo), con lo cual se ha logrado saber que ambas están a la misma distancia y, de hecho, que están interactuando entre sí. NGC 6908 atravesó el disco de su compañera y ahora está frenando su velocidad, lo cual implica que está volviendo a ser arrastrada hacia el núcleo de NGC 6907. En un futuro no muy lejano ambas galaxias serán una sola.

Visualmente, NGC 6907 es fácilmente visible a bajos aumentos como una pequeña mancha alargada con un brillante núcleo redondeado y pequeño, como una estrella engrosada. Son necesarios mayores aumentos y una buena estabilidad atmosférica para poder distinguir, con visión periférica, uno de los brazos que sale de su extremo, girando en forma espiral. Una pequeña zona más brillante delata la posición de NGC 6908, tremendamente débil, apareciendo de forma intermitente. La mejor imagen la obtuve a 214 aumentos, ya que por debajo de ahí tan sólo llegaba a distinguir la forma ovalada del halo galáctico.

NGC 6907

Al otro lado de la constelación tenemos a M30, un cúmulo globular muy interesante, que comparte con M15 su gran densidad conforme avanzamos hacia el centro, denominado “core collapse” o colapso del núcleo. De esta forma, el núcleo de M30 es una gran aglomeración de estrellas que promueve las colisiones entre ellas, encontrando así las denominadas “Blue Stragglers” o azules rezagadas, que ya vimos en M3. Básicamente, son estrellas rojas, de edad avanzada, que al chocar con otras estrellas sufren un “rejuvenecimiento”, aumentan su temperatura drásticamente volviendo a adquirir un color azulado. Esta bola de estrellas se encuentra a 26.500 años luz de nosotros y tiene un diámetro de unos 90 años luz. Messier lo descubrió en 1764 y fue resuelto, como la mayoría de los globulares del catálogo Messier, por Herschel un siglo después.

M30 ya es apreciable con unos modestos prismáticos como una pequeña nube redondeada, al lado de una estrella relativamente brillante. Con el telescopio, bajo un cielo decente, 125 aumentos son suficientes para mostrar una chispeante nebulosidad redondeada con diminutas estrellas que aparecen en toda su superficie. A mayores aumentos destacan con mayor brillo, con un gradiente no especialmente marcado y un núcleo muy luminoso. Cerca de este núcleo salen tres ramificaciones de estrellas más brillantes que destacan sobre el resto. Es una bonita imagen, a medias entre los grandes globulares que ya conocemos y aquellos pequeños e irresolubles.

M30

Para terminar esta breve visita en la constelación vamos a ver algo más complicado, un cúmulo globular que pertenece al catálogo conocido como Palomar. Aunque dedicaremos un capítulo entero a este catálogo, como introducción cabe decir que es una lista de 15 cúmulos globulares que fueron encontrados muy recientemente, en la década de los 50, en placas fotográficas tomadas por el telescopio de 1,2 metros del “Palomar Observatory Sky Survey”, o el mapa del cielo del observatorio Palomar en California. Además, fueron descubiertos por personajes de sobra conocidos en el mundo de la astronomía, como Edwin Hubble, Halton Arp (nos sonará por el catálogo de galaxias peculiares Arp) o George Abell (igualmente, el catálogo de grupos de galaxias que lleva su nombre). Son un grupo de cúmulos globulares especialmente débiles, motivo por el cual no se descubrieron antes (excepto dos de ellos que pertenecen también al catálogo NGC e IC).

El que nos ocupa en esta ocasión es Palomar 12, un cúmulo globular situado muy cerca de M30, a más del doble de distancia de la Tierra, a 62.300 años luz. Su edad es un 30% menor que la de la mayoría de cúmulos globulares de nuestra galaxia. Recientemente se ha descubierto que este cúmulo perteneció una vez a la Galaxia Enana de Sagitario, siendo absorbido por las fuerzas de marea de la Vía Láctea, explicando de esa manera la diferencia etaria.

Palomar 12

Su poca densidad supondrá un desafío a la hora de verlo, si bien es fácil de encontrar a partir de M30. Con pocos aumentos el cielo de fondo era demasiado brillante como para distinguirlo, pero al usar el ocular de 7 mm, con 214 aumentos, mientras movía el telescopio por la zona, pude percibir un destello de luz difusa, muy débil, que al hacer vibrar el tubo podía percibir como una pequeña esfera blanquecina, apenas visible, cercana a un triángulo característico de estrellas más brillantes. Conforme iba dibujando el pobre campo de estrellas pude comprobar que dos débiles estrellas brillaban en el interior de esta tenue mancha, una de ellas en el centro y otra en la periferia. La adaptación fue ganando terreno hasta que pude ver la mancha sin ningún problema, con visión periférica. Ninguna estrella visible del cúmulo, ninguna forma especial, pero el hecho de ver uno de estos globulares ya debe ser motivo de alegría.

Un hervidero de estrellas en M15

M15 es, con más de 12 mil millones de años de edad, uno de los cúmulos globulares más antiguos que posee nuestra galaxia. Antes de hablar más sobre este objeto, vamos a indagar sobre cómo podemos conocer la edad de estos objetos, algo que seguramente no ha sido fácil descubrir. La Vía Láctea ha llegado a tener 10.000 cúmulos globulares orbitando alrededor de ella. ¿Cómo es posible que ahora sólo queden unos 150 de ellos? El espacio es, aunque a veces no lo parezca, enormemente dinámico. Estos cúmulos, en constante movimiento, han sufrido colisiones entre ellos que han ido dispersándolos, sumando sus estrellas al resto de la galaxia. Otros, por ejemplo, han sido expulsados de la galaxia y vagan sin rumbo alejándose de su atracción gravitatoria. Cuando un globular choca contra otro, sólo permanecen las estrellas más estables, las que tienen generalmente una mayor edad (las más jóvenes e inestables desaparecen o son salen disparadas del cúmulo. Las estrellas rojas son, por lo general, las más ancianas, que han perdido gran parte de su energía y son más frías que las azules. Si el cúmulo fuera joven no veríamos ninguna gigante roja, y esa regla de tres, enormemente simplificada, es lo que permite estimar la edad de estas agrupaciones de estrellas. M15 presenta una población de estrellas rojas que le convierten en uno de los globulares más antiguos que conocemos, coincidiendo prácticamente su edad con la de nuestra galaxia.

Es una enorme esfera compuesta por 100.000 soles dispersos en un diámetro de unos 175 años luz. Además, es uno de los cúmulos más densos conocidos, de forma que 30.000 de esas estrellas se encuentran en el centro ocupando un área de 22 años luz en las imágenes captadas por el Hubble. Acercándonos al núcleo, la densidad es aún mayor, considerándose la mayor concentración de estrellas que podemos observar a nuestro alrededor. De esta gran densidad central se desprende que debe haber algo con una masa increíblemente grande en ese lugar, y como hipótesis principal está la presencia de un agujero negro que atraiga con fuerza a todas esas estrellas.

Este cúmulo esconde otras curiosidades en su interior. La mayoría de fotos muestran una pequeña estrella azulada a medio camino de su núcleo, que con mayores aumentos se revela como una nebulosa planetaria, llamada Pease 1 o Kuster 648, convirtiendo a M15 en uno de los cuatro cúmulos globulares con nebulosas planetarias conocidas en su interior (otro de ellos era M22). Para ver esta planetaria hace falta, además de una abertura importante, una estabilidad atmosférica excepcional, que nos permita ver cada una de las estrellas lo más puntual posible. Conociendo las estrellas guía, podemos llegar a encontrarlo con un filtro OIII, como una estrella “engrosada” que se diferencia de las demás. Personalmente sólo lo intenté una vez y, aunque la noche era oscura, la atmósfera no me dejó usar aumentos adecuados, con lo cual tendré que intentarlo otra noche de estas.

Podemos encontrar a M15 siguiendo una de las patas de la constelación del Pegaso, que sale desde alfa pegasi o Markab. Siguiendo la línea de Enif o épsilon pegasi veremos con prismáticos, a pocos grados de distancia, una pequeña esfera de aspecto nebuloso, con un brillo relativamente. Esta observación la realicé desde cielos suburbanos con el Dobson 300 mm, y me dejó muy buen sabor de boca por su facilidad y la gran cantidad de estrellas que se llegan a resolver.

M15

A 125 aumentos ya se ve como un gran objeto, de unos 10 minutos de arco de diámetro, esférico, una nube plagada de estrellas que chisporrotean en su interior, más aparentes y densas conforme nos acercamos al centro. En la periferia se van perdiendo paulatinamente, haciendo intuir que debe ser más grande de lo que aparenta, y llegará a medir más en cielos oscuros. A 214 aumentos la imagen es espectacular, con un seeing bastante decente. Las estrellas contrastan más sobre el fondo del cielo. Tras ellas se adivina una nebulosidad más brillante hacia el centro, que con mirada periférica se adivina irregular, con algunas prolongaciones a los lados que plasmo en el dibujo. En el centro hay un hervidero de estrellas, con un gran brillo de fondo, llegando a individualizarse muchas de ellas. Igual que otros globulares inspiran delicadeza, como NGC 6934, M15 transmite fuerza y la sensación de ser algo “grande” que no deja indiferente.

Messier en Acuario

La constelación de acuario, en el sur del cielo otoñal, guarda agradables objetos a la vista del telescopio, como hemos podido comprobar con NGC 7392 y NGC 7009. Sin embargo, Messier también encontró en esta constelación tres objetos que incluyó en su lista, cada uno con unas particularidades concretas, que hoy vamos a ver. Esta observación la realicé desde mi casa bajo cielos suburbanos con el Dobson 305 mm, en una noche clara y sin luna, con un seeing relativamente bueno.

El primero de los objetos es… bueno, un asterismo, una agrupación de estrellas que no están relacionadas entre sí, salvo por efecto de la perspectiva. Charles Messier lo describió como un pequeño cúmulo de cuatro estrellas con una nebulosidad de fondo… La nebulosidad es difícil saber de dónde la sacó, porque lo cierto es que M73 es una simple agrupación de 4 estrellas brillantes (magnitud entre 10 y 12)sin rastro de nebulosidad, con algunas otras de fondo apreciables en fotografías. Bien es cierto que a pocos aumentos puede dar sensación, cuando se mueve el buscador, de ser un objeto algo nebuloso. Se ha debatido mucho sobre su verdadera naturaleza, disertando entre cúmulo abierto o asterismo. Estudios del espectro de sus estrellas más brillantes han inclinado la balanza hacia el asterismo, implicando ello que las estrellas no guardan ninguna relación entre sí, estando unidas desde nuestro punto de vista en la Tierra, sin gravedad que ejerza su influencia. M73 no deja de ser una simple curiosidad, pues no ofrece mayor satisfacción visual al observador.

M73

El siguiente objeto ya va arrancando motores, si bien no es precisamente el más brillante de su especie. M72, o NGC 2981, situado justo al lado de M73, es un cúmulo globular muy lejano que se formó hace relativamente poco tiempo, poco más de 9.000 millones de años (nuestro sol se formó hace 5.000 millones de años). Su distancia se estima en unos 54.000 años luz de nosotros, lo cual da una pista del porqué de su dificultad.  De hecho, es fácil que pase desapercibido a bajos aumentos. Lo noté por primera como un pequeño manchurrón que apareció en el ocular cuando movía el telescopio por la zona indicada en el atlas. Con la mirada periférica pude confirmar que había algo. A mayores aumentos, usando 125x y 214x, esta mancha circular se hacía más evidente, siendo aún difícil de distinguir sin mirar de reojo. Es un objeto pequeño, más que la mayoría de los globulares que he observado, con un diámetro aproximado de 3 minutos de arco. No fui capaz de sacar ningún detalle añadido, ni un destello en su interior. Su escaso gradiente luminoso va en consonancia con su categoría IX, lo cual significa que es bastante difuso.

M72

Desde mi terraza me resultó especialmente difícil, bastante más que NGC 2419. Quiero pensar que la noche no era especialmente buena, o que la luna llena, que estaba saliendo por el horizonte a esa hora, impregnaba el cielo con su brillo reflejado en la atmósfera. Aun así, ya tengo la excusa perfecta para apuntar a M72 desde cielos más oscuros. Sé que con el Dobson 305 debería resolverlo casi por completo, y así tendré un objeto más con el que comparar los efectos de la contaminación lumínica.

Para rematar la serie, M2 fue el premio de la noche, la guinda de esta tríada Messieriana. No muy lejos de los otros dos objetos, es otro cúmulo globular, que se encuentra de nosotros mucho más cerca, a poco más de 30.000 años luz, con un diámetro de 175 años luz, siendo uno de los mayores cúmulos globulares de nuestra galaxia. A diferencia de M72, tiene un gradiente perfectamente marcado, siendo clasificado como un globular de tipo II (muy concentrado). En su interior se han encontrado un total de 21 estrellas variables, siendo la mayoría RR lyrae (aquí puedes leer más sobre ellas). Cuenta también con tres cefeidas, otro tipo de estrella variable que se usa como candela estelar para conocer las distancias interestelares (su prototipo es delta Cephei, de la que ya hablaremos posteriormente).

M2

A 125 aumentos M2 ya destaca perfectamente como una intensa mancha redonda, que se corresponde al núcleo, y un halo que la rodea completamente, salpicado por multitud de estrellas que aparecen y desaparecen de forma intermitente, La mejor visión la obtuve con el ocular de 7 mm, a 214 aumentos. Con visión periférica y en momentos de estabilidad atmosférica pude resolver sin mayores problemas el núcleo del globular. Más allá del halo pude comprobar la existencia de estrellas muy tenues que salpimentaban la zona de la corona. No deja de ser emocionante su visión, más aún que muchos de los grandes globulares. La calidad de detalle para estar en cielo suburbano, más aún cuando venía de ver M72, me dejó sin palabras. Me enfrasqué para plasmar este agradable objeto, que bajo cielos más oscuros debe ser realmente espectacular. La luna se levantó sobre Sierra Nevada y decidí guardar el telescopio. Con el acortamiento de los días, todavía queda mucho tiempo para disfrutar de estos objetos otoñales que nos sorprenden cada noche.

Errante intergaláctico (NGC 2419)

En el espacio existente entre galaxias encontramos lo más parecido al vacío, regiones con un mínimo de átomos por metro cuadrado y algo de gas. Pero, a veces, nos llevamos sorpresas. El protagonista de esta entrada es un viajero sin precedentes, conocido como el «vagabundo intergaláctico». Normalmente los cúmulos globulares se disponen alrededor de la galaxia, más concentrados cerca del núcleo, alrededor del cual se pasan la vida girando (en general, a una distancia menor a 65.000 años luz). NGC 2419 es un cúmulo globular que rompe esta norma, encontrándose a la increíble distancia de 300.000 años luz del centro de nuestra galaxia y 270.000 años luz de nuestro sol (la luz que sale de sus estrellas zarpó cuando la raza humana estaba en pañales sobre la superficie del planeta). Tanto es así, que hasta finales del siglo XIX no se conoció su verdadera naturaleza, cuando Lord Rosse lo pudo resolver con su enorme telescopio de 1.80 metros. NGC es una gran bola de estrellas unidas por la gravedad, una de las mayores de nuestra galaxia, con un número que supera las 900.000, dispersas en un diámetro de poco más de 300 años luz, lo cual da una idea de su enorme densidad.

Durante mucho tiempo se ha debatido la pertenencia o no de Foto NGC 2419NGC 2419 a nuestra galaxia. Estudios recientes, basados en el análisis de estrellas variables tipo RR lyrae (hablábamos de ellas en esta entrada), han confirmado que, efectivamente, el cúmulo pertenece a la Vía Láctea, a la cual está unido, dando una vuelta alrededor de ella cada 3.000 millones de años. Si asumimos que se formó hace algo más de 12.000 millones de años, podemos suponer que el Vagabundo Intergaláctico está dando su cuarta vuelta a la galaxia. ¿Cuántas vueltas más dará? ¿Seguirá ahí cuando la galaxia de Andrómeda colisione con la Vía Láctea dentro de 5.000 millones de años?

Hablando de Andrómeda, desde allí verían a NGC 2419 como el mayor cúmulo globular  de nuestra galaxia, al igual que nosotros podemos ver a su globular G1 de una forma relativamente fácil. Con el siguiente esquema podemos hacernos una idea de la verdadera distancia de este cúmulo. Como podemos ver, supera en distancia incluso a las Nubes de Magallanes.

Foto 2419

Visualmente no seremos capaces de ver atisbo de sus estrellas individualmente, pero su visión es extremadamente sugerente. La realicé desde mi casa, bajo cielos suburbanos, sin ningún problema para localizarlo a partir de Castor, la brillante estrella de Géminis (estrella doble que podemos observar de camino, con sus dos componentes a unos 4’’, dos enormes gemelas amarillas. En realidad es un complejo sistema formado por 6 estrellas, pero ya hablaremos en otro momento de ella).

Ya desde bajo aumento era visible como una pequeña manchita redondeada, más definida con visión periférica, situada en un campo relativamente rico de estrellas (relativamente para ser un cielo mediocre), formando parte de un curioso asterismo que, personalmente, me recuerda a una flecha, siendo NGC 2419 su punta. A 125 aumentos obtuve el mejor rendimiento en relación al oscurecimiento del fondo y contraste del objeto, siendo fácil de ver, aunque fui incapaz de apreciar sus componentes. Alguna débil estrella ocupaba sus dominios, pero serían estrellas ajenas al cúmulo. Harían falta cielos extremadamente buenos para distinguir aunque sea un fondo granujiento. Aun así, el hecho de que sea el objeto más lejano que podemos observar de nuestra galaxia tiene ya algo de atractivo.

NGC 2419

La imaginación puede hacer el resto, imaginando a un habitante de NGC 2419 mirando en una noche clara. Vería, para empezar, una barbaridad de estrellas brillantes, como si tuviéramos cientos de estrellas como Sirio, brillando homogéneamente repartidas.

Más impresionante aún, una gran nube con forma ovoidea reinaría en el cielo, claramente visible a simple vista. Entre el brillo de las vecinas estrellas, podríamos atisbar sus brazos en espiral, perfectamente definidos. La Vía Láctea sería esa casa que vemos desde la distancia, sin saber muy bien qué puede haber en su interior. Al otro lado, la galaxia de Andrómeda también tendría un tamaño considerable, siendo más y más grande conforme pase el tiempo. En unos miles de millones de años seríamos testigo, en primera línea, de un verdadero espectáculo, cuando ambas galaxias se fusionen dando lugar, en primer lugar, a caprichosas formas, con desgarros nebulosos y jirones de luz y, posteriormente, a una grande y brillante galaxia elíptica. En esa época no sé si NGC 2419 estará ahí realmente para vernos, así habrá que disfrutarlo ahora mientras podamos.

Midiendo la distancia en M3

Los cúmulos globulares son peculiares en mil facetas de su historia y composición, y M3 no se queda atrás. Descubierto en 1764 por Charles Messier y catalogado con el número 3, fue en realidad el objeto que le hizo comprometerse con la elaboración de una lista de nebulosidades celestes para evitar confundirse en su búsqueda de cometas. Él sólo vio una nebulosa redonda sin nada en su interior, siendo William Herschel el primero en resolver sus estrellas.

M3 es un cúmulo antiguo, como la mayoría de su especie, datándose su origen en más de 11.000 millones de años (recordemos que el universo nació hace unos 13.700 millones de años y nuestro sol hace 4.500 millones de años. Se encuentra a casi 34.000 años luz de nosotros, más lejano incluso que el centro de nuestra galaxia,  lo forman unas 500.000 estrellas. Llama la atención, entre ellas, la presencia de un gran número de “blue stragglers”, cuya traducción aproximada sería “azules rezagadas”. Este tipo de estrellas parecen ser relativamente jóvenes, con un espectro azulado que contrasta enormemente con las anaranjadas y viejas estrellas que conforman el grueso del cúmulo globular. Se piensa que se han formado al interactuar con el núcleo denso de estrellas, perdiendo su envoltura externa (lo que viene siendo echar una cana al aire).

Es, además, el cúmulo con mayor número de estrellas variables, habiéndose observado casi 300 de ellas. Destacan 188 variables de tipo RR lyrae, que han tenido y tienen una gran importancia en la medición de distancias en el cosmos. Hay diversas maneras para conocer la distancia que nos separa de los objetos en el universo, que se han ido desarrollando con el transcurso de los años y mejoría de la tecnología. Uno de estos métodos se basa en este tipo de estrella variable, cuyo prototipo de estrella, la primera que se descubrió, es precisamente RR lyrae, en la constelación de Lira. Son variables de período corto de tiempo (desde horas a 2 días) y una variación pequeña en su brillo (menos de dos magnitudes entre el mínimo y el máximo). Son estrelFoto M3las que han pasado su fase de gigante roja y han consumido el hidrógeno en su interior, de manera que su principal fuente de energía es ahora el helio, que fusionan formando carbono y otros elementos más pesados. Presentan un volumen equivalente a la mitad de nuestro sol, y sufren periódicamente variaciones en forma de pulsos, la estrella se contrae y se expande a un ritmo relativamente rápido, cambiando de esa manera su brillo. El brillo no varía directamente por presentar un mayor volumen (el volumen adquirido es insuficiente para ser apreciable desde grandes distancias), sino porque se expande la temperatura en su interior disminuye, disminuyendo así su brillo. Cuando la estrella se contrae el volumen debe ocupar un espacio más reducido, aumentando su temperatura al igual que ocurre en una olla express (tenemos ejemplos para todo sin movernos de nuestro planeta).

Este curioso comportamiento es utilizado por los astrónomos porque hay una relación entre la magnitud absoluta de la estrella (el brillo total, que no depende de la distancia) y la frecuencia de los pulsos, de manera que, conociendo dicha frecuencia podemos conocer la verdadera magnitud de la estrella. Conociendo esta magnitud absoluta y la magnitud relativa (la que vemos desde la tierra), un sencillo cálculo nos permite averiguar su distancia a nosotros. De esta sencilla manera podemos calcular las distancias de M3 y de otros cúmulos y galaxias cercanas, convirtiéndose este tipo de estrellas en “candelas” estelares (al igual que las cefeidas y otros objetos que iremos viendo poco a poco).

Esta observación es de la pasada primavera, y he creído conveniente rescatarla para tener una oportunidad de despedirnos de M3, ahora que empieza a esconderse de nosotros por el horizonte al comienzo de la noche. Se encuentra a medio camino entre Arturo y Cor Caroli, siendo fácil de encontrar saltando de estrella a estrella desde la brillante alfa Bootis. Bien visible con prismáticos en casi cualquier condición, se aprecia perfectamente su forma redondeada y muy densa, sin estrellas resueltas.

M3

A 65 aumentos ya se nos muestra como uno de los más espectaculares cúmulos globulares del hemisferio norte. Es grande, con tantas estrellas salpicadas que es imposible contarlas todas. Su núcleo, muy denso, burbujea plagado de puntos luminosos, que se van difuminando en su camino a la periferia, sin una gran diferencia de gradiente como se puede apreciar en otros. La mejor imagen la obtuve a 125 aumentos, porque la atmósfera algo turbulenta no me permitía obtener una imagen completamente clara a mayores aumentos. Es un objeto digno de observar una y otra vez, y es de esas visiones que siempre consiguen arrancar una exclamación al invitado menos entusiasta.

Un enjambre y un suspiro (NGC 6712 e IC 1295)

El Escudo, también conocido como Scutum o Escudo de Sobieski, es una pequeña constelación que se encuentra entre Sagitario y Águila, conocido más bien por la inmensa condensación de la vía láctea que se llama popularmente “La Nube del Escudo”. En ese espacio encontramos también dos famosos cúmulos abiertos, M11 y M26. Lo que no podía imaginarme era lo que descubrí en él la otra noche, en uno de los mejores cielos que hay cerca de Granada, en el Camino de la Cabra. Me refiero a NGC 6712 e IC 1295, una peculiar pareja que han pasado directamente a formar parte de mi lista de objetos a enseñar.

NGC 6712 es un cúmulo globular peculiar en varios sentidos. Físicamente, por su gran cercanía al núcleo de la galaxia. Es un cúmulo que se localiza a 22.500 años luz de nosotros, pero roza el núcleo a tan sólo 1.000 kilómetros. En el interior de NGC 6712 no se han encontrado estrellas de masa menor a la del sol, probablemente debido a que las enormes fuerzas de marea que se producen en el centro galáctico han “arrastrado” consigo a las estrellas más pequeñas. De hecho, parece que estas corrientes han producido una especie de forma de cometa en el cúmulo, que no es apreciable desde nuestra situación.

NGC 6712 - IC 1295

A bajos aumentos ya se adivina que NGC 6712 no es una “nebulosa”. Algunas estrellas parecen titilar en esa nube redondeada, especialmente en su periferia. A 125 aumentos la visión es espectacular, resolviéndose ya la mayor parte de las estrellas. Es uno de esos cúmulos pequeños que son extremadamente sugerentes y delicados. Con visión periférica se evidencia una banda negra que lo atraviesa por uno de sus lados. Posteriormente lo he corroborado con fotografías y con testimonios de otros observadores, teniendo así otro aliciente para observarlo.

IC 1295 es una bonita nebulosa planetaria que se encuentra a apenas 25 minutos de arco de NGC 6712. Con oculares de bajo-medio aumento se ven ambos objetos en el mismo campo, proporcionando una agradable sensación a la vista. IC 1295 tiene una forma perfectamente redondeada y responde excepcionalmente bien al filtro OIII, quedando mucho más marcada y dejándose ver, con visión periférica, una disposición anular, soportando bien altos aumentos. En su centro brilla tenue una pequeña estrella. En fotografías de larga exposición o con grandes aberturas se aprecia una segunda cubierta externa más tenue que la interna, fruto de las distintas etapas en las que la estrella expulsa sus gases.

Ver al mismo tiempo dos objetos tan distintos entre sí es algo que no se puede olvidar fácilmente. Uno está compuesto por un millón de estrellas ancianas. El otro es una estrella que ha expelido su último aliento de forma silenciosa, como le ocurrirá a nuestro sol cuando nosotros ya no estemos aquí.

Viajando en el tiempo (M22)

Hoy vamos a hablar de un «gigante del pasado» con todas las de la ley, uno de los más brillantes cúmulos globulares que podemos ver desde la «estación espacial» que llamamos Tierra. Pero, para hablar de M22, antes tenemos que tener algunas nociones sobre los cúmulos globulares, para no limitarnos a ver con los ojos. Retrocedamos en el tiempo, concretamente 12.000 millones de años atrás, cuando el universo tenía apenas 2.000 mil millones de años de edad.

Vamos en nuestra nave espacial recién lavada, propulsada por antimateria, y el universo es tan distinto a como lo conocemos que nos perderíamos si no fuera por nuestro sofisticado sistema de navegación. Miramos por el gran ventanal de la sala de mandos. El gran vacío se abre ante nosotros, un vasto universo negro como el carbón con pequeñas islas de luz dispersas. Algunas tienden a agruparse, formando el caldo de cultivo de futuros cúmulos galácticos. Nos acercamos a una de estas jóvenes galaxias, un hervidero de estrellas en ebullición en el que predominan los tonos azules. En uno de los brazos nos sorprende la aparición súbita de un brillante punto de luz que nos deslumbra. La observamos maravillados, sonriendo por la gran casualidad que supone estar escuchando en ese mismo momento «Champagne Supernova» de Oasis. Esa estrella que acaba de explosionar será la responsable de la formación de un centenar de progenitores. Pero hay algo más que llama la atención. Rodeando a la galaxia hay pequeñas nubes redondeadas, dispersas, que se concentran sobre todo alrededor del núcleo. Dirigimos la nave hacia una de esas nubes y vamos viendo que está formada por cientos, no, miles de estrellas, densamente agrupadas. Están tan juntas en el centro que apenas pueden distinguirse individualmente. En unos minutos nos encontramos en sus redes, entre un millar de estrellas tan brillantes que proyectan nuestra sombra contra la pared. Me asombra pensar que esa inmensa formación de estrellas seguirá ahí en la época de la que venimos…

Así es, los cúmulos globulares son formaciones de estrellas que surgieron al mismo tiempo que se formaron las galaxias, son fósiles vivientes que han pasado entre 10 y 12 mil millones de años aislados, ajenos a los procesos de formación estelar de los brazos de las galaxias. De hecho, en ellos no quedan restos de las nubes y polvo que formaron sus estrellas, tan solo decenas o cientos de miles de astros, la mayoría en un estado evolutivo bastante avanzado. Estudiando sus componentes podemos conocer de primera mano cómo eran las estrellas primigenias que dieron lugar a nuestra galaxia, de ahí su gran importancia. Se piensa, además, que los cúmulos globulares más masivos llegaron a ser el núcleo de galaxias enanas que, al colisionar con la nuestra, terminaron por descomponerse. Sea como sea, es impresionante poder ver desde nuestro planeta a estos solitarios cuerpos que viajan a nuestro alrededor. Tras ellos sólo hay vacío, el inmenso vacío intergaláctico (que no es tan vacío como parece) y, después, más y más galaxias, hasta donde la imaginación esté dispuesta a llegar.

M22 se encuentra a tan sólo 10.600 años luz de nosotros, en dirección al núcleo galáctico. Tenemos que agradecer que su brillo no quede eclipsado por las enormes masas gaseosas que suelen poblar esta zona. Este cúmulo globular fue de los primeros en ser descubierto, en 1665, por Abraham Ihle. Es un monstruo formado por 83.000 estrellas, todas ellas hermanas que nacieron hace unos 12.000 millones de años. Su fuerte brillo lo hace visible a simple vista cuando la noche es oscura, sorprendiendo a cualquiera que se acerque a él mediante un telescopio. Realicé este dibujo desde el Puerto de la Mora, cerca de Granada, la noche en que la presencia de un jabalí me hizo recoger las cosas y volver a casa.

La mejor visión la obtuve con el Hyperion de 13 mm, que proporciona unos agradables 125 aumentos, más que suficientes para disfrutar de este espectáculo. Un fuerte núcleo repleto de estrellas perfectamente resueltas domina el centro de la imagen, con una región periférica también colmada de puntos brillantes. Una gran cantidad de estrellas se pierde, además, en una nebulosidad que se deja entrever tras las más brillantes. Destaca, en esta periferia, la agrupación de estrellas en forma de «salientes» radiales con origen en el núcleo. Es como si de la zona central salieran dos «espinas» hacia arriba. En el centro, de forma horizontal, se aprecia también una franja más brillante que termina sobresaliendo hacia la derecha. Una estrella centellea con una intensa tonalidad rojiza, como si fuera el guardián de ese cúmulo de joyas. Mayores aumentos tampoco desmerecen la imagen, destacando las brillantes estrellas del núcleo, tan juntas que parece como si fueran a fusionarse.

M22

Pero aquí no termina el interés de este objeto. En 1989 se describió la presencia de una nebulosa planetaria en su interior, convirtiéndose así M22 en uno de los cuatro cúmulos globulares en los que se conoce la existencia de estos cuerpos. Por otro lado, recientemente se ha corroborado, gracias a ondas de radio, que en su interior residen 2 agujeros negros, de una masa entre 10-20 masas solares. Además, los cálculos pertinentes parecen indicar la presencia de 5 a 100 de estos cuerpos dispersos en M22 (al final va a resultar que estamos rodeados de agujeros negros…).

Por si fuera poco (y por último), trabajadores del Hubble monitorizaron el brillo de las 83.000 estrellas cada 3 días durante 4 meses, y obtuvieron resultados interesantes. Pudieron comprobar que algunas estrellas alteraban muy levemente su brillo durante unas horas (una durante 18 días), debido al efecto de «microlentes» que produce la gravedad cuando altera el recorrido de la luz (ya hablaremos de ello en otro momento). Dicho estudio mostró la presencia de cuerpos de una masa 80 veces mayor que la de la Tierra que van «flotando» a través de M22 sin orbitar ninguna estrella en concreto. Son planetas «errantes», nunca mejor dicho, que parecen haber perdido la atracción por su sol. Imaginemos por un momento al habitante de uno de estos planetas gaseosos (si fuera posible el mantenimiento de su atmósfera) en su periplo a través de un cielo poblado por mil estrellas tan brillantes, e incluso más, como Venus. Él sí que se encontraría con una noche estrellada.

Nucleo m22

(Detalle del núcleo de M22, Hubble)

Los tres tesoros del Delfín

Hay constelaciones que pasan desapercibidas por no contener en su interior los objetos más observados, que están en un segundo plano sin llamar la atención. Sin embargo, a veces esconden tesoros dignos de ver con detenimiento y asombro. Es el caso de la constelación del Delfín, un pequeño grupo de estrellas cuya forma, más que al acuático mamífero, me recuerda a una cometa volando. Su presencia en el cielo obedece, según las leyendas, al delfín que encontró a Anfítrite, una nereida que escapaba de Poseidon, que finalmente accedió a casarse con éste. El dios de los océanos, agradecido con el delfín, lo colocó en el cielo estrellado.

La otra noche, en el Purche, decidí explorar esta constelación que tenía completamente olvidada. Apunté tres objetos para ver, aunque supongo que habrá muchos más. Comencé por NGC 6905, una planetaria conocida como Blue Flash o “Destello Azul”. Iba sin conocer ningún detalle previo, así que me sorprendí al encontrar una agradable nebulosa redondeada que, a 65 aumentos, brillaba en un rico campo estelar. Al usar más aumentos la visión mejoró, quedando patente algunos detalles interesantes. Una estrella brillaba tímida en pleno centro de la nebulosa, la culpable de formar esa bola de gas. Por otro lado se apreciaba una región más densa a un lado de la esfera. A 214 aumentos el disco de la nebulosa dejaba entrever, tras pasar un buen rato delante del ocular, ciertas irregularidades en el disco, como filamentos extremadamente débiles que a veces me hacían dudar de si realmente los estaba viendo. Al otro lado de la zona más densa se apreciaba otra pequeña condensación entre la estrella y la periferia. Con una gran motivación por dar con esta sorpresa, salté hacia el siguiente objetivo.

NGC 6905

NGC 6934 es un cúmulo globular descubierto por Herschel en 1785. Se encuentra de nosotros a 52.000 años luz, y conforme entra en el ocular de bajo aumento sorprende con la delicadeza de su periferia, en la que parece haber un centenar de estrellas espolvoreadas. A 125x y 214x la imagen es espectacular, resolviéndose una inmensa cantidad de estrellas, con un núcleo de aspecto “granujiento”. Conforme hacía el dibujo podía ver cómo el halo aumentaba de tamaño y se perdía de forma difusa. Con este tipo de objetos me ocurre como con los cúmulos abiertos: en ocasiones, los cúmulos más débiles me resultan mucho más sugerentes y atractivos que los “gigantes” en los que se ve todo perfectamente a la primera vista.

NGC 6934

Y hablando de objetos sugerentes, la tercera pieza del Delfín es NGC 7006, otro cúmulo globular bastante más tenue. Y no es para menos, porque se encuentra a una distancia mucho mayor, a 135.000 años luz, siendo uno de los más lejanos conocidos Al apuntar con el telescopio se aprecia como una mancha redondeada, con un núcleo más brillante y un gradiente importante con la periferia. A altos aumentos el núcleo muestra ese aspecto ya comentado, semirresoluble, como de un tazón con cereales (chocokrispies blanquecinos más bien).

NGC 7006

Los cúmulos globulares son verdaderos ancianos en la escala astronómica, habiéndose formado al mismo tiempo que las galaxias. De hecho, se piensa que son los potenciales núcleos de galaxias enanas que al final no consiguieron formarse. Su distancia se determinó gracias a estrellas variables (tipo RR y cefeidas) y dieron una idea de las dimensiones de nuestra galaxia, cambiando el concepto que tenían los astrónomos a comienzos del siglo XX. La observación de cúmulos globulares es siempre interesante. Personalmente me gusta compararlos con “lunas” que rodean a nuestra galaxia, formadas por su mismo material. Cuando alguien ve un globular por primera vez, su impresión queda plasmada, sin lugar a equivocaciones, en forma de exclamación (o el típico “oh…”).

PD: si hablamos de los tesoros del Delfín no podemos terminar la visita sin mencionar a Gamma Delphini, una de las estrellas dobles más bonitas y sencillas para ver durante el verano. Es un sistema binario formado por dos estrellas brillantes y amarillentas, separadas por unos 9’’, lo cual la hace asequible a pequeñas aberturas. Ya sí podemos poner el broche de oro a la visita, con este par que baila a 100 años luz de nosotros, completando una vuelta cada 3.249 años.