Seda sobre negro (NGC 6992 y NGC 6960)

El cielo parece un lugar tranquilo y sosegado, y en una noche clara nada hace pensar lo contrario. Las estrellas titilan en la distancia, con la Vía Láctea atravesando el escenario de un extremo a otro, fantasmal, con irregularidades en su contorno, fruto de nebulosas oscuras que nos ocultan algunas de sus estrellas… Nadie diría que en la constelación del Cisne ha tenido lugar uno de los eventos más catastróficos que podríamos imaginar, de proporciones tan grandes que un millón de bombas atómicas empalidecerían a su lado. Una de las más bellas imágenes del firmamento es la manifestación directa de esta enorme explosión, una supernova que dio lugar a lo que hoy conocemos como la Nebulosa del Velo. Antes de hablar sobre ella daremos unas pinceladas sobre la teoría de las supernovas y su origen.

La mayoría de estrellas, como hemos visto recientemente, terminan sus vidas en forma de nebulosa planetaria, convertidas en una solitaria enana blanca. Sin embargo, aquéllas con una masa mayor a 8 masas solares tienen un destino muy diferente… Tenemos que tener claro algunos conceptos. En una estrella hay dos fuerzas en oposición, en constante lucha: la gravedad, que empuja toda la masa hacia el centro, y las reacciones nucleares que liberan energía, ejerciendo fuerza hacia el exterior. La estrella va fusionando helio a un ritmo rápido, convirtiéndolo en helio y liberando energía. El helio, posteriormente, forma Carbono en el núcleo de la estrella, donde la presión ejerce más fuerza y permite que los núcleos se fusionen. En una estrella normal el proceso termina en este punto, pero en las estrellas más grandes la gravedad imprime tanta energía que puede hacer que el carbón se fusione nuevamente, creando elementos más pesados cada vez (oxígeno, azufre, magnesio…). El sol va, de esta manera, aprovechando cada último aliento para sobrevivir un poco más, haciendo un esfuerzo mayor a medida que los elementos son más pesados. Durante este proceso la estrella adquiere una disposición en “capas de cebolla”, con los elementos más pesados en el núcleo y los más ligeros hacia la periferia, con una capa de hidrógeno en la región más externa.

El gran cambio se produce cuando en la fusión nuclear se forma hierro. El hierro es un elemento distinto a los anteriores, ya que al fusionarse, en vez de desprender energía, “absorbe” energía, que la estrella no puede cederle. Por lo tanto el complejo sistema de fusión nuclear se detiene y el núcleo deja de respirar súbitamente. Imaginemos a cámara lenta este proceso, en el que todas las explosiones que estaban teniendo lugar en el núcleo ceden bruscamente, haciéndose un silencio sepulcral. Entonces la gravedad no encuentra ninguna oposición y se prepara para dar el último golpe. Toda la estrella, cada uno de sus átomos, sufren una atracción tan inmensa que en una fracción de segundo la estrella se colapsa hasta poseer un diámetro tan pequeño como nuestro planeta, con una densidad que alcanza los 1.000.000.000 kg/cm3. Imaginemos por un momento un centímetro de un material que llegue a pesar mil millones de kilos… Al encontrarse toda la masa colapsada a tal velocidad, no es difícil imaginar la energía producida al fusionarse tantos protones y neutrones, hasta el punto de que muchos de ellos se deshacen y pierden su estructura. El núcleo entonces sufre la mayor de las explosiones concebidas en el universo, una supernova, y el material de la estrella es expulsado con violencia hacia el medio interestelar, colisionando con todo lo que encuentra a su paso y brillando con la luz de millones de soles, tanto como una pequeña galaxia.

Foto supernova.jpg

En esa intensa reacción nuclear se forman elementos pesados como el oro que hoy en día forma parte de joyas, el calcio que da resistencia a nuestros huesos o el hierro que corre por nuestra sangre, por lo que podríamos decir que existimos gracias a un gran desastre natural que ocurrió hace miles de millones de años en nuestras inmediaciones. En esa explosión incluso los fotones adquieren tanta energía que destrozan núcleos de elementos más pesados como el hierro y provocan un aluvión de hidrógeno desprendiendo aún más energía. Una bomba de hidrógeno es 1.000 veces más potente que la bomba atómica que destruyó Hiroshima, y su mecanismo de acción es también la fusión de hidrógeno, pero reducida a menos de un metro cúbico de volumen. Imaginemos esa bomba multiplicada por los 300 millones o más kilómetros que puede alcanzar una estrella antes de colapsarse y nos podremos hacer, vagamente, una idea de las dimensiones de las que hablamos…

Foto velos

Una vez conocidos los cimientos de estos decesos estelares estamos ya en disposición de hablar de la Nebulosa del Velo, que es, ni más ni menos, el mejor y más impactante ejemplo de los restos de una supernova que tenemos a nuestro alcance. Una estrella explotó hace unos 8.000 años, en una época en que las personas se distribuían en pequeñas tribus cazadoras y recolectoras, y brilló en el cielo con una intensidad mayor que la luna llena, siendo apreciable durante el día a simple vista. Los gases que la estrella expulsó al colapsarse se han ido expandiéndose desde entonces, haciéndose cada vez menos densos, ocupando en el momento actual una longitud en el cielo de 3 grados, lo que equivale a 6 lunas llenas seguidas. A unos 2.000 años luz de distancia, sus gases alcanzan ya un diámetro de unos 100 años luz (recordemos, como referencia, que las nebulosas planetarias más antiguas apenas llegan a los 4 años luz).

Se conoce como Nebulosa del Velo a las regiones más brillantes de esta remanente de supernova, que son visibles con instrumentos de aficionado, siendo el resto del “anillo” demasiado débil y poco denso como para apreciarlo. Se compone, por tanto, de dos regiones principales, conocidas como NGC 6992 (la región más occidental) y NGC 6990 (las más oriental). Entre ambas hay otras zonas más débiles que veremos en otro momento. A pesar de su fama de difícil, para ver la nebulosa sin problemas necesitamos simplemente un filtro para nebulosas, preferiblemente el OIII (el UHC también es muy útil), y entonces resalta con cualquier instrumento. Es apreciable en noches oscuras con unos prismáticos bien fijos en un trípode, aunque para ver detalles consistentes tendremos que recurrir al telescopio. Es entonces cuando, al usar el filtro OIII, la nebulosa parece cobrar vida y mostrarse tal cual lo hace en las fotografías, constituyendo una de las imágenes imprescindibles del verano.

NGC 6960

NGC 6960 llama la atención por varios motivos. Por un lado, está en contacto con una bonita y brillante estrella en su porción media, que en ocasiones puede dificultar un poco la visión si la abertura es pequeña. Con mi Dobson 305 mm la imagen es espectacular con el ocular de 65x, apareciendo como el palo de una escoba de bruja, siendo más ancha en un extremo y agudizándose a medida que avanza hacia el otro lado hasta terminar en una delicada punta. Durante el recorrido de la misma aparecen volutas de humo que se entrelazan entre ellas, y queda patente el motivo del nombre con el que se la conoce, la Nebulosa del Velo. Realmente parece un pañuelo de seda colgado del cielo, y con visión periférica y un poco de paciencia se comienza a apreciar más detalles internos y algo de nebulosidad fuera de la porción principal.

NGC 6992

Tenemos que mover el telescopio hacia el lado opuesto, imaginando que NGC 6960 es parte de una circunferencia, y nos toparemos con otro espectáculo aún más impresionante, si cabe, que su compañera. Es NGC 6992, y a mí me gusta referirme a ella como la “Nebulosa de las Cascadas” o “de las ramas”, ignoro si alguien ha llegado a la misma conclusión. El cuerpo principal de esta porción también es ligeramente curvo, perdiéndose por el borde del ocular, y en su extremo es donde guarda mayores secretos. Dos ramificaciones salen en perpendicular como si fueran chorros de agua que caen de un río, con una tercera más débil que se adivina solitaria en el cielo oscuro. La mayor parte de la nebulosa se encuentra salpicada de claroscuros, pequeños salientes de diferentes densidades que contribuyen a otorgar una sensación de tridimensionalidad. El campo de infinitas estrellas adorna a este David de la astronomía y resalta su belleza, comparándose perfectamente la sensación visual a lo que se ve en fotografías. No sé con cuál de las partes me quedaría si tuviera que elegir, probablemente con las dos, o con ninguna, porque cada una es especial a su manera, y entre las dos logran cautivar a la mirada y consiguen que el tiempo parezca detenerse. Es difícil imaginar que esa imagen que vemos a través del ocular sea el vestigio de tanto caos, y sin embargo cualquiera que observe nuestro planeta con un potente telescopio imaginará un paraíso verde y azul sin ruidos, humo o violencia. Todo es cuestión de perspectiva.

9 Respuestas a “Seda sobre negro (NGC 6992 y NGC 6960)

  1. Pingback: Vida y muerte de una estrella a través de un pequeño refractor | El nido del astrónomo

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  3. Buenísimo artículo, Miguel, y he puesto un enlace a él en el foro del Observatorio http://observatorio.info/2017/09/nebulosa-del-velo-volutas-de-una-estrella-estallada/ (APOD en español.)
    Pero,¿ puedes aclarar algo para mí? Cuando escribiste «El sol va, de esta manera, aprovechando cada último aliento para sobrevivir un poco más» ¿quieres decir una estrella grande o el Sol sí mismo, el astro del sistema solar nuestro?

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  4. Muchísimas gracias Margarita, por tus palabras, el enlace, la página que llevas adelante y por tus preguntas. Al hablar de sol, en minúsculas, me refería a una estrella grande, pero es cierto que no se debería usar el término «sol» porque puede dar lugar a malentendidos, como en este caso. Efectivamente, fue un error el escribir NGC 6990 en vez de NGC 6960, gracias a ti ya puedo arreglarlo. ¡Un saludo y gracias de nuevo por tu interés!

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  5. Bueno. Sí, soy una verdadera aficionada de tu Blog (a «fan» en inglés!) Originalmente, lo leí así que podria mejorar mi vocabulario castellano astronómico, pero escribes con tan pasión por tu tema que ahora leo para el contenido y no como un ejercicio en español. 🙂

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