En 1929 Cuno Hoffmeisler descubrió una estrella que sufría grandes cambios de brillo, clasificada entonces como estrella variable: su nombre era, simplemente, BL Lacertae (se encontraba en la constelación Lacerta, el lagarto). No podía imaginar por aquel entonces la exótica naturaleza de ese pequeño punto cambiante, y es que aún faltaba que la tecnología diese algunos pasos de gigante. Medio siglo después la radioastronomía se fue abriendo un hueco en los observatorios, y en 1968 se pudo comprobar que la estrella en cuestión producía una gran cantidad de ondas de radio, destacando del resto de estrellas. Poco después, con la mejora de los instrumentos ópticos, se vio cierta nebulosidad a su alrededor, llegando a la conclusión de que la estrella no era tal sino el núcleo de una lejana galaxia. Su elevado brillo, así como la alta emisión de ondas de radio, supuso un misterio durante un tiempo más, sorprendiendo a los astrónomos de todo el mundo cuando se reveló su verdadera naturaleza. Hoy en día los términos “quásar” o “blázar” resuenan por doquier, y fue precisamente BL Lacertae la que dio nombre a estos últimos.
Estos objetos se engloban dentro de las llamadas Galaxias de Núcleo Activo (AGN por sus siglas en inglés) y son un grupo de objetos muy particulares. Básicamente están formados por una galaxia en cuyo núcleo hay un agujero negro supermasivo: de las características de este último, así como de su orientación, dependerá el nombre que le demos al objeto en cuestión. En los quásares el agujero negro emite chorros de partículas de alta energía; las galaxias Seyfert son de naturaleza similar, pero en ellas la energía emitida es menor; por último, y centrándonos en el tema de hoy, un blázar es una galaxia con un agujero negro cuyo chorro de partículas, denominado jet, apunta directamente hacia el observador, de manera que quedamos deslumbrados por la energía desprendida. Podríamos decir que quásares y blázares son un mismo objeto cuya definición depende de la orientación de su agujero negro. En los blázares, por tanto, el chorro de energía golpea directamente nuestra retina. El año pasado estuvimos hablando de estos objetos con el pretexto de observar CTA-102, el blázar en Pegaso que aumentó súbitamente su brillo. Y aquí tenemos una importante característica de los blázares, algo que los hace incluso más exóticos, y son sus rápidos cambios de brillo. En BL Lacertae esta variabilidad es prodigiosa, de manera que su brillo puede variar entre la magnitud 12.5 y la 17 en intervalos de tiempo extremadamente cortos. De hecho, se han registrado cambios de hasta una magnitud en períodos de tiempo menores a una hora, lo cual da una idea de su comportamiento tan extremo. La gran variabilidad de es los blázares se debe a que su región emisora es muy pequeña, prácticamente limitada al disco de acreción. La luz se produce en forma de radiación sincrotón, debido a la gran velocidad que adquieren los electrones al salir disparados por las regiones polares. Éstos, al alcanzar una importante fracción de la velocidad de la luz en un intenso campo magnético, generan este tipo de radiación tan intensa. Además, cada cierto tiempo el agujero negro despedaza y engulle a alguna despistada estrella, produciendo un súbito y sorprendente aumento en su brillo habitual.
En el momento actual BL Lacertae permanece relativamente quiescente, brillando con una magnitud que ronda la 13, fácilmente visible con equipos de 30 cm de apertura. Basta con conocer su situación, en la débil y misteriosa Lacerta, el lagarto, con lo cual es una buena excusa para conocer un poco esta constelación. Podemos encontrarla a partir de 6 lacertae, una estrella de tipo espectral B y magnitud 4.5, saltando de estrella en estrella hasta dar con nuestra particular galaxia. La veremos como una estrella más, disfrazada en un campo relativamente pobre de estrellas. Se encuentra flanqueada por dos estrellas: una de ellas tiene una magnitud visual de 12.9, mientras que la otra alcanza la magnitud 14.2. Entre ellas brilla el peculiar blázar, con una intensidad similar a la primera, con lo cual podemos estimarla rondando la treceava magnitud. Es fascinante pensar en la naturaleza de lo que estamos viendo, así como en la distancia tan grande a la que está para que algo tan grande parezca tan pequeño.
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