El cisne, en plena vía láctea, es un verdadero museo estelar, contando en su haber con una incontable colección de objetos de todo tipo. Bajo una de sus alas, junto a los imponentes Velos, el cisne guarda dos joyas poco reconocidas, accesibles ambas a instrumentos de pequeña abertura.
El primero de ellos es una bonita nebulosa planetaria, el último suspiro de una estrella moribunda que ha querido dejar un recuerdo de su presencia para la posteridad (o, al menos, para los próximos 10.000 años). Se trata de NGC 6894, un objeto de bajo brillo superficial pero agradecido bajo buenos cielos. Es una nebulosa planetaria con forma de anillo que recuerda a la famosa M57. A su lado, en fotografías de larga exposición, presenta tres franjas de nebulosidad, paralelas entre sí y demasiado débiles para ser observadas a simple vista. Su orientación convierte en culpable de su presencia, según un estudio reciente, al medio interestelar (conocido por sus siglas en inglés ISM). Este medio interestelar hace referencia al espacio que hay entre las estrellas que, lejos de lo que se cree, no es vacío precisamente. Está formado por átomos de distintos elementos, con un 90% de hidrógeno, en estado principalmente gaseoso y algo de polvo (un 1% del total). Este ISM se clasifica según su temperatura en tres categorías, y cuando es más frío favorece el depósito de sus elementos y la aglomeración, siendo el germen de futuras nebulosas y posteriores estrellas. Además, está sujeto a los fuertes vientos electromagnéticos provocados por las estrellas y la rotación de la galaxia. Tendemos a creer que el espacio entre las estrellas es un oscuro desierto vacío, pero lo cierto es que es un mar de vientos y gases en constante movimiento.
Al mirar con el telescopio a NGC 6894 llama la atención el gran tamaño si lo comparamos con la mayoría de nebulosas planetarias, que son poco mayores que puntos en el cielo. El disco de esta nebulosa se aprecia perfectamente, débil al principio, más intenso conforme el ojo se va a acostumbrando a la oscuridad. Una vez adaptados, a partir de 125 aumentos, deja ver, intermitentemente, un borde más brillante, que le otorga un bonito aspecto anular. Con el filtro OIII esta característica queda bastante más contrastada, apreciándose como un débil anillo de humo, una réplica algo más tenue de M57. Es una imagen muy sugerente que se queda grabada en la retina.
El siguiente objeto, NGC 6940, es mucho más luminoso, un cúmulo abierto que se encuentra dentro de los límites de la constelación de Vulpecula (un nombre peculiar, pero preferible a “La Zorra”). A 2.500 años luz de nosotros, este cúmulo abierto es una gran aglomeración de estrellas azules y rojas que vagan juntas por el cielo. Con una magnitud de 6.30, debería ser visible a simple vista bajo un cielo oscuro.
Con prismáticos es una visión excepcional, una nube alargada con pequeñas estrellas hormigueando en su interior, flotando en medio de la vía láctea. Al telescopio es un espectáculo impresionante, no sólo por el cúmulo, sino por el marco de la imagen, con cientos de estrellas brillando a su alrededor. No en vano estamos apuntando a uno de los brazos de nuestra galaxia. Varias estrellas brillantes guardan entre ellas a NGC 6940, una concentración de un centenar de astros de diferentes brillos que rellenan un espacio de unos 15-20 minutos de arco. Hay tantas que es difícil, por no decir imposible, definir cuáles pertenecen al cúmulo, que en teoría posee unas 80. Un fondo que parece neblinoso deja de ser tal cuando se mira atentamente a 125 aumentos, dejando claro que la supuesta nebulosa no son más que estrellas, más aún de las que parecía. El cúmulo tiene una forma ligeramente alargada, diría que en “Y”, siendo el extremo central y uno de los lados más abundantes en estrellas. Justo antes de terminar me llamó la atención una estrella que ocupaba el centro del cúmulo, que brillaba con un intenso tono rojo. Personalmente, me considero una persona con baja sensibilidad al color, pero esta estrella la pude apreciar sin lugar a dudas. Luego, comparando con fotografías, pude comprobar que, efectivamente, una bonita estrella roja preside el conjunto, poniendo el broche de oro a este objeto.
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