La charca de los renacuajos (IC 410)

Ya hemos podido comprobar el gran potencial de Auriga, la gran cantidad de diferentes objetos que tiene para mostrar en estos meses invernales. Pero uno de ellos yace escondido en su región más céntrica, prácticamente desconocido y mucho menos disfrutado. Es IC 410, una enorme masa gaseosa que rodea a un bonito cúmulo abierto, NGC 1893. Pero vayamos por partes…

Si miramos desde un cielo oscuro a la constelación del Cochero, como también se llama a Auriga, nos llamará la atención una débil hilera de estrellas que parecen apuntar su centro desde uno de los bordes. Una visión con prismáticos nos revelará un bonito paisaje estelar, con varias estrellas brillantes y salpicado de un miríada de puntos más débiles. La hilera de estrellas brillantes, como podemos ver en fotografías de larga exposición, es la barrera que separa dos imponentes regiones nebulosas: a un lado, IC 405, una bonita nebulosa de reflexión que ya vimos con anterioridad. Al otro lado, el tesoro que nos aguarda hoy.

Foto IC 410.jpg

NGC 1893 es un cúmulo de más de una cincuentena de estrellas jóvenes que todavía se hallan bajo el amparo de la nebulosa que les ha dado a luz, una nebulosa que comparte zonas de emisión y de reflexión, sombreada parcialmente por zonas oscuras correspondientes a nebulosas oscuras. Su forma en Y, o como un águila con las alas abiertas, no es su característica más llamativa. Es posible que la nebulosa nos suene por haber aparecido en más de una ocasión como APOD de la NASA, y un vistazo rápido pone en evidencia el motivo por el que se conoce como la Nebulosa de los Renacuajos (“Tadpoles Nebula”). Esas dos pequeñas nebulosas llaman la atención en cualquier imagen, con esos dos núcleos brillantes que parecen mirar al centro de IC 410, como dos cabezas redondeadas, con sendas colas serpenteando tras de sí. La realidad supera en algunos casos el poder de la imaginación. El mayor recibe la denominación Simeis 130, mientras que el menor es Simeis 129. Foto IC 410 renacuajosEn el interior de estos renacuajos está teniendo lugar la gestación de estrellas, que poco a poco irán consumiendo el gas que las rodea hasta que termine por desaparecer. Estamos asistiendo, por tanto, al parto natural de unas jóvenes estrellas a unos 12.000 años luz de nosotros. Y eso no es lo más increíble, sino el hecho de que, en contra de lo que se podría pensar, está al alcance de un telescopio de 30 cm de diámetro.

La primera vez que vi IC 410 fue un accidente, navegando a la deriva por la región central de Auriga, buscando embelesado algunas estrellas dobles. De repente vi en el buscador una región nebulosa, débil, compuesta por finísimas estrellas apenas perceptibles. Miré entonces por el telescopio y quedé sorprendido por la riqueza del campo. Una tenue neblina se mostraba tras las estrellas, y no supe hasta que lo busqué en el atlas que era realmente una nebulosa y no estrellas irresolubles. Coloqué por curiosidad el filtro UHC y, de forma drástica, IC 410 revivió ante mis pupilas. La nebulosa, a 65 aumentos, muestra una forma de letra “Y”, con dos alas que se despliegan claramente hacia los lados, con forma redondeada y engrosada. En el centro de la nebulosa se dispone una estrella doble, y otras parejas estelares se pueden apreciar por toda la superficie, que engloba más de 20 minutos de arco de diámetro.

IC 410

Lo que nunca llegué a pensar es que sería capaz de ver con mis propios ojos a los famosos renacuajos, y unos días después leí acerca de algunos aficionados que los habían visto fácilmente con aberturas de 40 cm. Por tanto, la siguiente noche que tuve oportunidad me lancé a su búsqueda, esta vez conociendo la zona perfectamente. Una vez con la visión  adaptada a la oscuridad no tardé más de 30 segundos en captar al renacuajo más grande. Formando un triángulo rectángulo con la pareja central y otra estrella brillante hacia el noreste conseguí atisbar una pequeña nebulosidad redondeada que resaltaba sobre el fondo algo más oscuro, justo en el punto donde se localizaba Simeis 130. Comprobé varias veces, atónito, lo sencillo que me resultó, a pesar de las grandes turbulencias que azotaban la atmósfera. A 125 aumentos me resultó más sencillo aún, aunque a 214 el viento hacía totalmente incómoda la visita. Simeis 129 fue un poco más difícil, debido a su menor brillo y a que necesité 214 aumentos para verla con más claridad, haciéndose difícil la lucha contra el viento. Se encuentra formando parte de un débil hilera de 4 estrellas, disimulada entre ellas, pero visible con mirada periférica una vez la vista está descansada y bien adaptada. Conforme más tiempo pasaba ante el ocular más sencillo me parecía verlos, y la sensación de ver una fotografía aumentaba también progresivamente. ¿Cuántos objetos habrá tan exóticos como Simeis 129 y 130 al alcance de telescopios de aficionado? Probablemente muchos más de los que pensamos…

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