Un cofre en Ofiuco (NGC 6633)

Ofiuco empieza a despuntar cada vez más temprano en estas noches primaverales, aunque aun así hay que trasnochar para poder disfrutarlo. La noche que vi MAXI J1820++0707 aproveché para busca algún cúmulo brillante que pudiera disfrutar sin problemas bajo cielos suburbanos y que no hubiera visto antes, y mi interés fue a parar a un llamativo cúmulo que se encuentra en Ofiuco:

NGC 6633 es una agrupación de estrellas que fue descubierta por Philippe Loys de Chéseaux en 1745, aunque, con una magnitud conjunta de 4.6, es visible a simple vista desde cielos oscuros: seguramente algunos ojos se fijaron en ella en el pasado. Caroline Herschel, 40 años después de Philippe, lo encontró de manera independiente y lo añadió a su catálogo, como también lo hizo su hermano William posteriormente. NGC 6633 es una familia de estrellas que cuenta con una treintena de componentes cuya distancia se ha estimado en unos 1.200 años luz, convirtiéndose en uno de los cúmulos abiertos más cercanos a nosotros. Sus estrellas tienen una edad de unos 600 millones de años, y su estrella más brillante es una gigante roja de magnitud 7.6.

Tiene un tamaño de 26 minutos de arco, comparable al de la luna llena, por lo que disfrutaremos más si lo observamos con pocos aumentos: de hecho, los prismáticos son ideales para contemplarlo. Con mi Dobson de 30 cm a bajo aumento me maravilló ver esa familia de estrellas tan brillantes que se disponían de forma alargada. Diez de ellas destacaban especialmente, y me sorprendió comprobar que apreciaba en ellas cierta tonalidad azulada. Sus estrellas son relativamente añosas, así que pudiera ser que el color azulado fuera fruto de las luces de la ciudad o de las nubes altas que impregnaban disimuladamente la atmósfera. Otra veintena de estrellas, más tímidas, brillaban entre medias ocupando la mitad del campo del ocular. NGC 6633 fue, sin duda, una sorpresa que ese puede disfrutar perfectamente desde cielos relativamente contaminados.

NGC 6633

Polvo de nieve (NGC 188)

Seguimos recorriendo el polo norte celeste, esta vez de la mano de uno de los cúmulos abiertos más antiguos conocidos: NGC 188.

También conocido como Caldwell 1, es una agrupación de 120 estrellas que se encuentra  5.700 años luz de nosotros. Está situado por encima del disco galáctico, uno de los principales motivos por los que no se ha disgregado con el paso del tiempo, algo habitual en la mayoría de cúmulos.  En el lugar donde se encuentra, NGC 188 está a salvo de los vientos estelares y supernovas que predominan en el disco de nuestra galaxia. Su edad ha sido motivo de debate desde que, en 1962, se estimara entre 14 y 16 mil millones de años, la edad atribuida al propio universo. Poco a poco, dicha estimación fue reduciéndose hasta que, en un estudio de 2009, se limitara a poco más de 6.000 millones de años, edad que sigue siendo especialmente alta para un cúmulo abierto. Entre sus estrellas se han encontrado hasta 21 rezagadas azules (blue stragglers en inglés), estrellas de gran brillo cuyo origen parece deberse a la interacción entre dos estrellas. El mecanismo por el que una estrella normal se vuelve, de repente, más brillante y azulada, parece ser la transferencia de materia de una estrella a otra, por lo que no resulta extraño que muchos de estos cuerpos formen parte de sistemas binarios.

La magnitud de este objeto es de 8.1, pero no debemos confiarnos: se ve muy afectado por la contaminación lumínica al tener un brillo superficial relativamente bajo. Tiene un tamaño de 14 minutos de arco, por lo que, si las condiciones son buenas, podrá incluso intuirse con un par de pequeños prismáticos. Con mi Dobson de 305 mm comencé a observarlo a bajo aumento, apareciendo en el ocular unas cuarenta estrellas débiles, de magnitud superior a 12, que se disponían en un área de unos 10 minutos de arco. Una especie de neblina, en el fondo, indicaba la presencia de más pequeñas estrellas escondidas en la lejanía, algo que pude comprobar cuando usé mayores aumentos y varias decenas de astros se añadieron a los anteriores.

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Vuelta a M46

Hace unos meses, la noche en la que estuve jugando con el pequeño Celestron Astro Fi 5, decidí apuntar con él a M46, un objeto que me ha fascinado desde siempre, con esa miríada de estrellas y la presencia de la cautivante nebulosa planetaria NGC 2438. Es un cúmulo grande, de casi 30 minutos de arco de diámetro, por lo que decidí usar el Panoptic de 24mm. Como comentábamos en esta entrada, el cúmulo tiene unas 500 estrellas con una edad de unos 300 millones de años, por lo que no sería de extrañar que alguna planetaria se dejara ver… Sin embargo, NGC 2438 no pertenece al cúmulo: se encuentra a unos 3.000 años luz de distancia, mientras que la familia de estrellas se encuentra 2.000 años luz más allá. Con el pequeño telescopio la planetaria se ve con facilidad como una nube pequeña y redondeada, apreciable con visión directa, que contrasta enormemente con el resto de estrellas puntuales.

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Sin embargo, hoy quiero añadir algo más de este objeto, y es que cuenta con una nebulosa protoplanetaria que realmente pertenece al cúmulo… ¿Protoqué…? Si quieres leer más en profundidad sobre estos objetos puedes entrar en este artículo, aunque, básicamente, las nebulosas protoplanetarias suponen la fase previa a la nebulosa planetaria. Próxima a su muerte, la estrella se desprende de sus capas externas y da lugar, tras convertirse en una gigante roja, a estructuras como las que podemos apreciar en las protoplanetarias. A menudo son bipolares, con dos chorros de gas saliendo disparados a gran velocidad. En el caso de la protoplanetaria que habita en M46, denominada popularmente como la Nebulosa de la Calabaza (su nombre menos poético es OH 231.84 +4.22) o la Nebulosa de los Huevos Podridos (por su alto contenido en azufre), el gas que se aleja de la estrella alcanza el millón de kilómetros por hora. En la siguiente fotografía podemos ver el gas expulsado, de color amarillo, interaccionando con el medio interestelar, que brilla con un fuerte color azulado. Dentro de unos pocos miles de años la estrella central ionizará el gas y entonces pasará a ser considerada una nebulosa planetaria, brillando a la par que NGC 2438 si se da prisa.

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Lo único malo es que la Nebulosa de la Calabaza se encuentra fuera del alcance visual de la mayoría de los telescopios, aunque hay quien afirma haberla intuido con un telescopio de 13 pulgadas bajo cielos perfectos. Sea como sea, necesitaremos apertura, buen cielo y una sobrada dosis de paciencia para encontrarla entre tanta estrella. Os dejo esta imagen obtenida en el Mount Lemmon Sky Center para que la encontréis y os sirva de referencias si alguna vez os animáis… ¿algún voluntario?

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La «Calabaza» brilla débilmente a la derecha y abajo de la brillante planetaria.

Navegando por el Escudo de Sobieski

Bajo el cielo oscuro de verano  la Vía Láctea reluce con la fuerza de miles de millones de estrellas brillando al unísono. A lo largo de todo el camino aparecen parches de luz y sombras que se alternan dibujando caprichosas formas. Las nebulosas oscuras forman lo que se conoce como “Great Rift”, un río opaco compuesto por una sucesión de nebulosas que si sitúan a unos 300 años luz de distancia y que se recortan contra la lechosa Vía Láctea. Bajo la constelación del Águila destaca sobremanera una nube blanquecina, más brillante aún que M24: la Nube Estelar de Sagitario. Se trata de la región del Escudo, el nombre abreviado de la constelación del Escudo de Sobieski. Sus estrellas no son especialmente brillantes, siendo la gran condensación de la Vía Láctea su principal atractivo a simple vista. El nombre de la constelación lo acuñó Johannes Hevelius en 1690 en honor al rey polaco Juan III Sobieski.

Hoy dedicaremos la entrada a ver en profundidad esta maravillosa región del cielo, tal y como se puede disfrutar con unos pequeños prismáticos desde un cielo realmente oscuro (para ello usé los pequeños Kite Lynx HD de 8×30 mm, que me daban un campo amplio y una nitidez espectacular). Nos perderemos entre las nebulosas oscuras que no hacen más que resplandecer en esta constelación, y vislumbraremos desde la distancia algunos de sus principales cúmulos abiertos, además de visitar una peculiar y explosiva estrella que ha dado mucho que hablar. Con todos ustedes, la región estelar por la que navegaremos en los siguientes minutos:

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Comenzaremos por la estrella central del campo de visión, e iremos poco a poco abarcando el resto de objetos. Esta estrella, que en apariencia no parece mostrar ninguna característica reseñable, es R Scuti. Sin embargo, esconde varios secretos. Es una supergigante amarilla con un diámetro 80 veces mayor que el del Sol, aunque su tamaño varía conforme la estrella emite pulsos internos. Se encuentra en un estado evolutivo bastante avanzado, y en su núcleo predomina el carbono y el oxígeno. De manera intermitente, R Scuti se expande y parte de sus capas externas se desprenden al exterior. La expansión produce un enfriamiento, con el consiguiente enrojecimiento de la estrella, y vuelve a sufrir una contracción para completar el ciclo, que seguirá de manera irregular hasta que la estrella comience su fase de nebulosa planetaria (en estas variaciones de brillo incluso el tipo espectral cambia de K a M). Estamos asistiendo, por tanto, a los últimos suspiros de una estrella moribunda. R Scuti pertenece a un tipo de estrellas variables conocidas como RV Tauri, siendo la más llamativa de ellas, pues su magnitud oscila de 4.5 a 8.8. Entre los mínimos más profundos la estrella sufre oscilaciones menores, que normalmente la sitúan entre las magnitudes 5 y 6. Otras tres estrellas forman con R Scuti una especie de cuadrilátero: nos servirán para poder estimar el brillo de nuestra estrella protagonista.

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Al lado de este grupo de estrellas aparece una pequeña mancha brillante que no es sino  M11, un cúmulo abierto extremadamente denso que fue descubierto por Gottfierd Kirch, director del Observatorio de Berlín, en 1681. Es, además, uno de los cúmulos más poblados, con casi 3.000 estrellas cuya edad se ha estimado en unos 220 millones de años. Se encuentra situado a 6.200 años luz de distancia, y su magnitud de 6.3 puede darnos una idea sobre la fuerza de todas esas estrellas en su conjunto. De hecho, es visible a simple vista desde cielos lo suficientemente oscuros. Al telescopio su aspecto es imponente, con centenares de estrellas ocupando un área de unos 15 minutos de diámetro, por lo que es mejor usar poco aumento para disfrutarlo. Sus regiones más densas dibujan varias estructuras, destacando una especie de letra V al este, como si fueran los guías de una bandada de patos. De hecho, Admiral Smyth fue el primero en realizar esa comparación, y de ahí que también se conozca como el Cúmulo de los Patos Salvajes.

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Justo al norte de R Scuti podemos ver la segunda estrella más brillante de la constelación, beta Scuti, si bien tiene una magnitud de 4,22. Es una supergigante amarilla cuya distancia se estima en unos 900 años luz.  En el mismo campo destaca también alfa Scuti, con una magnitud de 3.83 y una distancia de 200 años luz: es una gigante roja de tipo espectral K, algo que podemos intuir al observar su tonalidad anaranjada. Para llegar a ella sólo hay que seguir una hilera de astros que, de norte a sur, llaman sin duda la atención. Justo al lado de esta estrella podemos observar una pequeña y tenue nube: se trata de NGC 6664. Es un cúmulo abierto de estrellas dispersas que se sitúan a unos 3.800 años luz de distancia. Tiene una edad de unos 14 millones de años, con lo cual debería verse más azulado de lo que se ve en fotografías: sin embargo, estamos en zona con gran polvo interestelar que produce un enrojecimiento de los objetos.

Algo más al este, M26 se deja ver con más intensidad, aunque no tan brillante como M11. Rondando la octava magnitud, M26 es un cúmulo abierto que se encuentra a 5.000 años luz de distancia y ocupa un área de 22 años luz en el brazo de Sagitario. Con un telescopio puede contarse un centenar de estrellas, aunque con los prismáticos tenemos que conformarnos una pequeña esfera nebulosa. Y oye, no está nada mal, sobre todo cuando uno conoce las respectivas distancias y se imagina todo lo que ve en un plano tridimensional: entonces los objetos cobran vida y uno comienza a comprender las enormes dimensiones del cosmos más cercano.

Escudo

Ya conocemos los principales cúmulos y estrellas de esta zona, pero el Escudo de Sobiestki no sólo destaca por estos objetos: cuenta con todo un repertorio de nebulosas oscuras que crean pintorescas formas que contrastan con el blanco estelar de la Vía Láctea. En primer lugar volvemos a nuestra conocida beta Scu. Justo a su izquierda se hace patente una enorme nube negra como el carbón,  girando por encima de R Scu con una forma arriñonada. Se trata del complejo Barnard 111, compuesto a su vez por dos nubes menos densas conocidas como B110 y B113. A la izquierda de esta peculiar nube podemos ver otra más pequeña y menos opaca, B320. Al Este destacan otras dos formaciones oscuras, B119 y B126. Todas estas  nubes son parte de la misma masa gaseosa que forma el mencionado Great Rift, el Gran Cañón celeste que divide la Vía Láctea veraniega en dos. A unos 300 años luz de distancia, su densidad es tal que son capaces de ocultar las intensas estrellas que hay detrás. Por debajo de M11 podemos ver a B112, pequeña pero visible si la noche es oscura. Nos trasladamos ahora hacia el oeste para contemplar otra zona digna de ver con prismáticos: parece como si la Vía Láctea terminara abruptamente, como profundos acantilados de mármol que son esculpidos por un mar negro embravecido. Esa zona oscura que parece morder la Vía Láctea se llama B103 y también puede apreciarse a simple vista.

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Terminamos aquí esta aventura por el Escudo no sin antes recordar que muy cerca de M26 reside una atractiva y peculiar pareja de objetos: el cúmulo globular NGC 6712 y la esquiva nebulosa planetaria IC 1295, dos alicientes más para perderse en esta poblada zona del cielo.

Lagarto impostor (NGC 7243)

La constelación del Lagarto, Lacerta, dice más bien poco a la mayoría de aficionados: débiles estrellas que zigzaguean en una región del cielo que pocas pistas nos da para encontrarlas; la ausencia de famosos y brillantes objetos se encarga del resto. Sin embargo, no todo está perdido, pues podemos observar un buen puñado de interesantes cúmulos, e incluso algunas nebulosas planetarias y galaxias, sólo tenemos que darle una oportunidad. NGC 7243 es un cúmulo abierto que fue descubierto por William Herschel en 1788. Se encuentra a unos 2500 años luz de distancia y sus estrellas, jóvenes, apenas cuentan con una edad de 75 millones de años. lacertaSin embargo, la naturaleza de este cúmulo ha sido puesta en entredicho, sugiriéndose que no son más que una agrupación fortuita de estrellas que no guardan relación entre sí. Un estudio realizado a finales del siglo XX no encontró diferencias entre la abundancia de estrellas del supuesto cúmulo y el fondo. Se estudió el espectro de sus estrellas y tampoco coincidieron, dando a entender que, de haber un verdadero cúmulo, estaría formado tan solo por algunas estrellas dispersas.

Sin embargo, no podemos negar que NGC 7243 tiene algo especial, sea o no una familia de estrellas. Aunque el estudio de 1999 decía que no contenía más estrellas de las que se esperaban en esa  región del cielo, lo cierto es que si lo observamos bajo un cielo oscuro no nos cabrá duda de que en la zona indicada hay una gran cantidad de estrellas. Cierto es que todo el campo rebosa de diminutas estrellas, pero NGC 7243 presenta una mayor concentración de ellas, agolpadas en torno a una llamativa estrella doble que ocupa el centro. Este sistema, HD 211337, está formado por dos estrellas cuya magnitud ronda la 9.5, separadas entre sí por unos 9 segundos de arco (asequibles, por tanto, a cualquier telescopio). Unas cincuenta estrellas componen este ambiguo cúmulo, la mayoría de ellas de bajo brillo, contribuyendo a otorgar un cierto aire etéreo y delicado.

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Por las astas (las Híades)

La constelación de Tauro es huésped de uno de los cúmulos más fascinantes que podemos ver desde nuestro planeta, las Pléyades, pero también contiene entre sus dominios otra joya galáctica: las Híades. Conocidas desde hace miles de años, los griegos vieron en las estrellas de este cúmulo a las 5 hijas de Atlas, hermanastras de las Pléyades.

También conocidas como Melotte 25 o Collinder 50, es el cúmulo estelar más cercano a la tierra (si no tenemos en cuenta el Grupo de la Osa Mayor), situado a 153 años luz de distancia.  Su cercanía a nosotros ha permitido hacer uso del paralaje para estimar su distancia con exactitud. En 1869 Richard A. Proctor, astrónomo británico, se dio cuenta de que muchas estrellas del firmamento compartían el mismo movimiento y dirección que las Híades, lo cual hacía pensar que guardaban alguna relación. Posteriormente, en 1908, Lewis Boss confirmó  sus hallazgos, descubriendo que  las Híades estaban dejando un reguero de estrellas a su paso por el cielo, estructura que acuñó como Corriente de Tauro y que posteriormente sería conocida como Corriente de las Híades. Pero no acaban ahí las relaciones entre objetos celestes, y es que este cúmulo tiene la misma edad y metalicidad que las estrellas que forman M44, el cúmulo  del Pesebre. Además, también coinciden los movimientos de ambas agrupaciones, datos que han llevado a la conclusión de que las dos tuvieron un origen común en la misma nube molecular, separándose posteriormente.

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La edad de las Híades se ha estimado en unos 625 millones de años, una edad considerable para un cúmulo abierto. La mayoría de estos objetos se dispersan en menos de 100 millones de años, resistiendo tan sólo aquéllos con una masa especialmente elevada. La masa inicial de las Híades, concretamente, tenía que estar comprendida entre 800 y 1600 veces la masa del Sol.  De las cientos de estrellas que componen este cúmulo, cinco de ellas, las más brillantes, se encuentran a punto de convertirse en gigantes rojas: han consumido todo el hidrógeno que hay en sus núcleos y pronto comenzará la rápida expansión de sus atmósferas.

Las Híades se caracterizan por su curiosa forma en V, marcando el origen de los cuernos de Tauro. Sin embargo, bajo cielos oscuros es fácil darse cuenta de que sus estrellas más brillantes adoptan la forma de la letra Z. La estrella más brillante es Aldebarán, una de las más llamativas estrellas del cielo invernal y fácilmente reconocible por su tonalidad amarillenta, algo más anaranjada que Capella. Parece presidir el cúmulo, si bien su distancia es bastante inferior a la del resto de estrellas, apareciendo junto a ellas por simple efecto de perspectiva. 65 años luz nos separan de esta gigante roja de tipo espectral K5, cuyo diámetro es 44 veces mayor que el de nuestro sol. Forma un sistema doble con una enana roja que se encuentra a casi 2 minutos de arco de distancia y brilla con magnitud 12. El cúmulo mide unos 5 grados de arco de diámetro, que a la distancia estimada supone unos 33 años luz. Por tanto, para disfrutar su observación es preferible (casi indispensable) usar instrumentos de muy bajo aumento. Lo ideal sería disponer de unos pequeños prismáticos que posean un gran campo aparente.  En mi caso pude usar los 8×30 Kite Lynx HD que me prestó Leo, perfectos para este tipo de objetos. El cúmulo se encuadraba perfectamente dentro del campo, con sus decenas de estrellas brillando puntuales, dispersándose alrededor de las más llamativas.

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NGC 6939, entre fuegos artificiales

El principal motivo de que conozcamos a NGC 6939 es el lugar que ocupa en el cielo, pues forma una espectacular pareja con la famosa galaxia de los fuegos artificiales, NGC 6946. En la siguiente imagen podemos contemplar ambos portentos del cosmos, tan distantes entre sí a pesar de su aparente cercanía:

NGC 6939 fue descubierto en 1798 por William Herschel, a la par que su galaxia compañera. NGC 6939 es un ostentoso cúmulo abierto que se encuentra a unos 5.700 años luz de distancia, elevándose unos 1.500 años luz sobre el plano galáctico. Está formado por unos 300 miembros y, con solo verlo, uno puede intuir que no es especialmente joven. De hecho, su edad se ha estimado en unos 1.000 millones de años, bastante avanzada para ser un cúmulo abierto. La mayoría de estos objetos tienen una edad que oscila entre unos pocos millones y los 500 millones de años: por encima de esta edad se merecen un fuerte aplauso, ya que no debe ser precisamente fácil aguantar unidos tanto tiempo (aun así, siempre hay cúmulos más ancianos, como ocurría en el caso de Berkeley 17). La edad de NGC 6939 se ha podido estimar, entre otros, gracias a la presencia de una binaria de contacto. Este tipo de objeto,  cuyo prototipo es la estrella W Ursae Majoris, es un sistema doble en el cual las dos estrellas están compartiendo sus lóbulos de Roche. De hecho, están tan cercanas entre sí que su silueta se deforma, aparentando ser gotas de agua cuyo extremo apunta a su compañera. Para que se formen estos sistemas el cúmulo necesita un tiempo determinado: en los cúmulos más añosos, de más de 8.000 millones de años luz, podemos encontrar hasta 8 binarias de contacto. En el caso de NGC 6939 se  ha encontrado una pareja de este tipo, lo cual va en consonancia con su edad estimada en mil millones de años.

NGC 6939 es visible con prismáticos como una débil mancha que comparte campo con la galaxia NGC 6946, aunque será al telescopio cuando reluzca como se merece. Personalmente me recuerda enormemente a otros cúmulos como NGC 7789 o NGC 2359, objetos con una edad también avanzada (1.6 mil  millones y 2 mil millones de años, respectivamente). A bajo aumento aparece como una nube de unos 10 minutos de arco de diámetro en cuya superficie hierven multitud de estrellas, la mayoría de similar brillo. Al usar mayores aumentos se vislumbra una treintena de ellas con facilidad, si bien con un poco de paciencia muchas otras comienzan a hacer su aparición, de manera que a los pocos minutos tenemos un enjambre de hasta cien diminutas estrellas, todas en consonancia, habitantes de una antigua civilización del brazo de Perseo. Tres astros destacan en el extremo suroeste, pero en general se respetan entre sí, inmersas todas en un campo extremadamente rico.

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M103 y algunas dobles

Vamos a descansar un poco de globulares en Ofiuco para observar otro tipo de objeto, un cúmulo abierto que se encuentra en la poblada constelación de Casiopea. Nos referimos a M103, una de las últimas entradas del catálogo Messier y un objeto que fue descubierto por su compañero, Pierre Méchain, en 1781.

Lo observé hace unas semanas aprovechando que desde mi terraza se había quedado un cielo relativamente decente. Pensé entonces en sacar el refractor de 102 mm y echar un vistazo, además de observar algunas estrellas dobles, algo que siempre es agradecido a pesar de la contaminación lumínica. Encontrar M103 no supuso ningún problema, visible con prismáticos al lado de delta Cassiopeiaiae o Ruchabh, una binaria eclipsante que forma parte de la conocida figura de Casiopea (sus eclipses ocurren cada 2 años, variando su magnitud de la 2.68 a la 2.74). M103 es uno de los cúmulos abiertos más lejanos que podemos observar con un telescopio pequeño, situado a  una distancia de entre 8.500 y 10.000 años luz. Se han confirmado algo más de 70 estrellas, si bien otras muchas se encuentran superpuestas por perspectiva, dispersas sobre un área de unos 6 minutos de arco de diámetro, que corresponden a unos 15 años luz a la distancia estimada. Dos estrellas llaman la atención en este cúmulo: Struve 131, un sistema binario formado por la estrella más brillante del campo (magnitud 7.3), que presenta una compañera de magnitud 10.5 separada por 13 segundos de arco. Esta estrella doble no pertenece realmente al cúmulo, a diferencia de la gigante roja que ocupa el centro del cúmulo, una estrella de magnitud 10.8 y tipo espectral M6, visible con facilidad a través del telescopio.

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Debo confesar que no conozco más de diez estrellas dobles, mi fascinación por el cielo profundo me ha llevado a descuidar este tipo de objetos, a pesar de lo cual disfruto de ellas cuando se me presenta la oportunidad. Esa noche, desde el patio trasero de mi casa, decidí conocer algunas más, usando para ello la opción que viene integrada en la montura que muestra las principales estrellas dobles que se pueden ver. Mi lista de esa noche, escueta, se basó en las siguientes:

-Sigma Cassiopeiae: este sistema se encuentra a unos 5.000 años luz de la Tierra, formado por dos estrellas de tipo espectral B y magnitudes de 5.01 y 7.24. La primaria brilla con un tono amarillo pálido, mientras que la secundaria aparece blanca, separada de su compañera por unos 3 segundos de arco. A  90 aumentos pude separarlas sin ningún problema, aunque supongo que bajo una noche turbulenta puede resultar más complicado.

-Eta Cassiopeiae: también conocida como Achird, esta estrella está compuesta por dos componentes de magnitudes 3.44 y 7.51. La principal es de tipo espectral G, con un tamaño y temperatura muy similar a nuestro  Sol. La secundaria, de tipo espectral K, es más débil y brilla con una tonalidad rojiza, marronácea, que contrasta con su dorada compañera. Fueron descubiertas p por William Herschel en 1779 y completan una órbita completa en 480 años.

-Nu Draconis es una de esas estrellas dobles que se pueden definir como gemelas. Ambas estrellas blanquecinas brillan con una magnitud de 4.88 y se encuentran a casi 100 años luz de distancia. Los 6 segundos de arco que hay entre ellas convierten su separación en algo sencillo incluso a bajo aumento.

-Alfa Ursae minoris: conocida más popularmente como la estrella Polar, es una estrella doble que se encuentra a 431 años luz de nosotros. La principal, una supergigante amarilla, reluce con un brillo en torno a la segunda magnitud. A su alrededor orbita una cercana estrella invisible a instrumentos visuales (una doble espectroscópica), aunque sí podremos ver otra compañera más lejana, situada a 18 segundos de arco, que brilla con magnitud 8. Se encuentran separadas por 2.400 unidades astronómicas (unos 350.000 millones de km).

Messier en el cisne (M29 y M39)

La constelación del Cisne guarda una inmensa cantidad de objetos, cúmulos abiertos y nebulosas de distinto tamaño y brillo. Entre los cientos de ellos que podemos contemplar con un modesto telescopio hay dos que ya fueron observados por Messier en 1764, un año bastante provechoso para el buscador de cometas. Hoy hablaremos de estos dos objetos, sencillos de ver y brillantes, perfectamente asequibles para observar desde ciudad. Son tan brillantes que los observé desde Sierra Nevada, una noche en la que la calima cubrió Granada y tiñió el cielo de blanco, dejando ver sólo las estrellas más brillantes. No obstante, el Dobson de 30 cm atravesó la capa de polvo sahariano y pude obtener una bonita visión de estos dos cúmulos.

Comenzaremos por M29 (también conocido como NGC 6913), un cúmulo abierto muy cercano a Sadr, gamma Cygni. Puede pasar perfectamente desapercibido por su escasez de estrellas, más aun si tenemos en cuenta su localización, una zona en la que la Vía Láctea se recrea y se muestra por cada rincón. Es precisamente la gran cantidad de gas y polvo la causa de que M29 se vea tan apagado, pues brilla con gran intensidad. Hablamos de un grupo de unas 50 estrellas que han nacido en el seno de la asociación estelar Cygnus OB1, un conjunto de gas y estrellas en formación que se sitúa a una distancia de entre 4.000 y 7.200 años luz. Las cinco estrellas más brillantes de M29 son gigantes azules de tipo espectral B0, lo cual ha permitido estimar la edad del cúmulo en unos 10 millones de años. De hecho, sus estrellas todavía se encuentran envueltas en cierta nebulosidad, si bien es completamente invisible con nuestros telescopios.

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 Adam Block/Mount Lemmon SkyCenter/University of Arizona

Cuando observemos sus escasas estrellas, esparcidas por un área de 7 minutos de arco de diámetro, es posible que nos llevemos una decepción, y por eso el dato de su magnitud absoluta cobra especial importancia: a pesar de que su magnitud aparente ronda la séptima, su magnitud absoluta es de -8.2. Dicho de otra manera, si el cúmulo estuviera a 10 pársec (unos 32 años luz), el brillo conjunto del cúmulo alcanzaría la magnitud -8.2, similar a una luna creciente de tamaño considerable, deslumbrándonos y produciendo una contrastada sombra. Esas 50 estrellas, agrupadas en un volumen de 11 años luz de diámetro, alcanzan un brillo 160.000 superior al de nuestro sol: así es como la decena de estrellas que podemos observar por nuestros instrumentos adquieren un inesperado interés.

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Para el siguiente objeto vamos a viajar mucho más cerca, a poco más de 800 años luz. Se trata de M39, también conocido como NGC 7092, un cúmulo abierto que podemos encontrar fácilmente con unos prismáticos a partir de Deneb, beta Cygni. Charles Messier lo observó en 1764, si bien parece que Guillaume Le Gentil lo descubrió en 1750. Hay incluso quien dice que Aristóteles, allá por el año 325 a.C., lo describió como un objeto de aspecto similar a un cometa. Su edad es más avanzada que la de M29, contando sus estrellas con unos 300 millones de años a sus espaldas. Se estima que está formado por unas 30 estrellas, todas ellas en la secuencia principal. Las más brillantes están a punto de entrar en su etapa de gigante roja, por lo que dentro de varios millones de años el cúmulo se encontrará salpicado por algunos rubíes entre las estrellas blanquecinas.

Su magnitud aparente es de 5.5, con lo cual no es de extrañar que Aristóteles pudiera haberlo observado hace más de 2000 años. De hecho, no es algo difícil de conseguir, siempre y cuando nos alejemos de las luces contaminantes y sepamos donde mirar, pudiendo apreciarlo como un borrón con visión periférica. Con unos prismáticos se puede disfrutar más que con mayores aumentos, ya que tiene un tamaño de 32 minutos, similar a la Luna. Al telescopio es bastante más atractivo que M29, con una veintena de estrellas cuyos miembros más brillantes parecen adoptar una forma triangular, salpicada en el centro por algunas otras más débiles. Su mayor vistosidad se debe, sin embargo, a su cercanía a nosotros, pues su magnitud absoluta es de -2.5, empalideciendo frente a los -8.2 de M29.

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Una pequeña nube de estrellas (NGC 7062)

Más allá de la cola del Cisne, en dirección al Lagarto, podremos distinguir, si observamos con prismáticos bajo un cielo oscuro, una multitud de pequeñas manchas nebulosas, grandes familias estelares para todos los gustos. M39 es, probablemente, el cúmulo más grande y brillante de la zona, pero otros muchos esperan a ser conocidos. Hoy nos centraremos en uno que encontré por casualidad, mientras buscaba la nebulosa IC 5146. Fue el primero de muchos que pasaron tras mi ocular, pero su aspecto delicado me hizo querer capturarlo con el lápiz.

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Se trata de NGC 7062, un cúmulo abierto que se encuentra a unos 4800 años luz de distancia. Debemos su descubrimiento a William Herschel en 1788, gracias a un telescopio de 45 cm de apertura. NGC 7062 colinda con Cygnus X, la gran región de formación estelar que forma parte, al igual que el Sol, de la rama de Orión, esa franja de estrellas que comunica el Brazo de Sagitario y el de Perseo. Por tanto, al mirar hacia NGC 7062 estamos atravesando miles de años luz repletos de estrellas y nebulosas; tenemos suerte de poder distinguir objetos tras este frondoso bosque. Las estrellas de NGC 7062 se distribuyen por un área de unos 3.5 años luz de diámetro, que corresponden a unos 6 minutos de arco tras nuestros instrumentos. El núcleo del cúmulo parece estar sufriendo un lento colapso, como si algo estuviera apretando sus estrellas entre sí. Todo apunta como causante a una nube molecular que se acerca inexorablemente hacia el cúmulo, como si fuera una mano que amasa un puñado de arcilla. La inmensa cantidad de polvo que se interpone entre NGC 7062 y nosotros dificultad su estudio, aunque parece que cuenta con una masa equivalente a 1560 soles, un número nada desdeñable. Su edad se ha estimado en unos mil millones de años, la cual no deja de ser una cifra elevada si tenemos en cuenta la aparente concentración de estrellas que posee.

Al telescopio NGC 7062 no deslumbrará con el brillo de cien soles, ni tampoco destacará por su enorme tamaño o curiosa forma, no. NGC 7062 es uno de esos cúmulos cuyo encanto reside en su delicadeza, mostrándose como una débil nubecilla ovalada en la que chisporrotean, lejanas, numerosas estrellas titilantes. Cuatro de ellas son más brillantes y forman una especie de trapecio que parece enmarcar al resto, al menos una veintena, protegiéndolo de las restantes estrellas. Curiosamente, en sus alrededores no encontramos una gran densidad estelar, y es que el polvo en esta región de la Vía Láctea se deja ver en cada rincón, por lo que no es de extrañar que todo parezca un poco más apagado.

NGC 7062