A finales de mayo, el día 22 concretamente, Marte estará en oposición con la Tierra, es decir, tendrá el mayor tamaño aparente visible hasta dentro de otros dos años. Por tanto, he decidido que ya es hora de ponerse manos a la obra para intentar entender un poco a este vecino tan cercano, que se deja ver incluso en estos días de luna, y al que nunca le he prestado la atención que merece. Así puestos, la noche del 15 de mayo me dispuse a observarlo con la inocencia del niño que nunca ha visto el mar, y fui entonces consciente de todo lo que este planeta tiene que ofrecer.
Como partía de un conocimiento casi nulo, voy a relatarlo tal cual lo viví esa noche, añadiendo las explicaciones pertinentes que luego he leído en libros y páginas web. Me desperté a las 2:30 de la madrugada y fui a la terraza, donde el telescopio esperaba ya montado, listo para apuntar a Marte. Me llamó la atención observarlo resplandecer sobre la constelación de Escorpio, que se levantaba por encima de los tejados, tan cerca del amarillento Saturno. Entendí en seguida el nombre de la estrella Antares, o alfa del escorpión, que proviene de «Anti-Ares», y no es más que la brillante estrella roja que era capaz de rivalizar con el mismísimo Ares, también conocido como Marte, el dios de la guerra. Ambos, planeta y estrella, se encuentran muy cerca en el cielo, y por un segundo me sentí identificado con el antiguo astrónomo que una vez contempló un espectáculo similar y decidió nombrar a Antares como tal. Sin embargo, en este mes de mayo de 2016 Marte brilla mucho más que la estrella, con un color rojo aún más intenso, de manera que Antares pareciera no estar a la altura de su enemigo. Si los dos estuvieran a la misma distancia otro gallo cantaría…
Una vez centrado en Marte, tras observarlo a bajo aumento, decidí saltar directamente al ocular de 5 mm, obteniendo unos cómodos 300 aumentos, aprovechando que la atmósfera parecía poner de su parte. La visión me sorprendió gratamente, ya que mis únicos recuerdos del planeta databan de unos meses atrás, cuando apenas medía unos 7 segundos de arco. Ahora ya llega a los 18 segundos de diámetro, con lo cual los detalles de su superficie son mucho más accesibles, necesitando simplemente la mayor estabilidad atmosférica posible. El intenso color rojizo de su superficie es, sin duda, el primer elemento que saltó a la vista, aunque algunas débiles sombras se intuían también en un rápido vistazo. Eso me hizo plantearme la primera pregunta. ¿De dónde viene ese color tan característico? La respuesta es sencilla: del óxido de hierro que rodea el planeta en forma de polvo. Esta respuesta, a su vez, proporciona dos datos interesantes. Por un lado, el polvo, que delata la existencia de continuos vientos que han ido erosionando la piedra marciana rica en hierro. Y, segundo, el óxido de hierro, que necesita invariablemente que exista oxígeno en la atmósfera para que tenga lugar el proceso. El aire marciano contiene, por tanto, oxígeno, principalmente unido al carbono en forma de CO2 (supone un 95% de la composición total), pero también en forma de O2, aunque tan sólo en un 0.15%.

Syrtis Major
El rasgo más llamativo de la cara que mostraba Marte esa noche era, sin duda, Syrtis Major, una vasta región oscura y alargada que, desde el centro, avanzaba hacia el sur. Presenta unos 1500 km de longitud y 1000 km de anchura, y es una meseta cuyo color oscuro se debe a que no está cubierta de polvo, con lo cual muestra la roca basáltica de la que está formada. Se considera un volcán en escudo, también llamado caldera volcánica, que viene a ser un volcán formado por capas superpuestas de lava solidificada, en forma de basalto, que han ido surgiendo a raíz de sucesivas erupciones. De esta manera se obtiene un volcán de gran extensión y laderas poco pronunciadas, elementos que caracterizan a Syrtis Major. De hecho, en su región más alta se han observado dos calderas responsables de algunas de las últimas erupciones, una de las cuales, Nili Patera, presenta en su interior minerales que han sido alterados por el agua, evidenciando la presencia, hace millones de años, de un sistema de aguas termales surgido a modo de respiradero. Hoy en día se ha descubierto que existen altas concentraciones de metano sobre esta zona, aunque todavía no se ha podido concretar si la fuente de producción es volcánica o biológica, por lo que nuestra imaginación dispone de libre albedrío.
Syrtis Major se continúa, en su lado meridional, con otra gran franja oscura que corre paralela al ecuador marciano. Su región central se denomina Mare Thyrrenum, también formada por terreno abrupto libre de polvo rojizo, presentando una prominencia algo más oscura llamada Syrtis Minor. Entre Mare Thyrrenum y Mare Cimmerium, a la izquierda, parece existir una lengua anaranjada que se interpone entre ellos a modo de estrecha bahía, que recibe el nombre de Hesperia Planum. Es una llanura situada a un nivel más bajo que los mares circundantes, que la superan en una altura de 200-800 metros. Su superficie es más uniforme y presenta una gran abundancia de pequeños cráteres dispersos a todo lo largo, lo cual permite datar su formación hace 3.700 millones de años. Este pronunciado entrante se produjo por la anegación de lava en un terreno ligeramente deprimido en una época en la que el planeta sufría una importante actividad volcánica. «Hesperia», como curiosidad, es un término clásico usado para referirse a las «Tierras del Oeste», nombre que los griegos y romanos daban a Italia. España, además, se conocía como «Hesperia Ultima», una referencia más al fin del mundo conocido que se atribuía a nuestro país.
Elysium Planitia es una gran región volcánica que se extiende a lo largo de 1700 km de anchura y 2400 km de largo, siendo la segunda zona volcánica más grande del planeta, después de Tharsis. En ella podemos encontrar algunos grandes volcanes, destacando, sin duda, Elysium Mons, una colosal elevación cuyo diámetro total de ladera abarca 240 km de terreno magmático y polvoriento. Su caldera, la boca del volcán propiamente dicha, mide unos apabullantes 14 km de diámetro, mientras que se eleva sobre la lava circundante unos 13,6 km. Pensemos por un instante en la magnitud de estos números, teniendo en cuenta que el Monte Everest, el más alto de nuestro planeta, mide 8848 metros. Y, aun así, no estamos hablando del mayor volcán de Marte… Al observar esta zona pude ver, no sin cierta dificultad, una mancha blanquecina que captó mi atención. Parecía como si un jirón algodonoso se situara sobre la superficie, e inmediatamente vino a mi mente la imagen de las nubes que podemos ver en nuestro planeta. Efectivamente, sobre este sistema de volcanes se producen continuamente lo que se conoce como «nubes orográficas», formadas en laderas de barlovento cuando llega un frente de aire que, al encontrar el obstáculo que supone la montaña, va ascendiendo, enfriándose rápidamente y llegando a tener una humedad relativa del 100%, momento en el que se condensa el aire y se forman las nubes. No hay evidencia de fuertes lluvias en el planeta como ocurren con las nubes orográficas en la Tierra, aunque estudios recientes apuntan a que las precipitaciones en Marte caen en forma de diminutas partículas de hielo. La actual masa nubosa que reina sobre Elysium Mons se formó hace más de un mes, y desde entonces ha ido disminuyendo su densidad y tamaño. No deja de ser apasionante poder seguir la evolución de sistemas nubosos en un planeta distinto al nuestro.

Hielo en Utopia Planitia
El último detalle que pude ver fue una región conocida con el poético nombre de Utopia Planitia, que en realidad es la cuenca de impacto más grande que podemos encontrar en nuestro sistema solar, con un diámetro de 3300 km. Es una región fría y menos oscura a la hora de observarla, y fue lugar de aterrizaje de la sonda Viking 2 en el año 1976. Tres años después mandó a la Tierra la fotografía previa en la que se aprecia claramente una fina capa de hielo sobre el terreno de la pedregosa llanura, fenómeno que ocurre cada 23 meses (equivalente a un año marciano) y que dura unos 100 días hasta derretirse. Este dato puede resultar chocante, pero tenemos que tener en cuenta que, como ya hemos comentado, hay una pequeña proporción de oxígeno en la atmósfera y, por tanto, pequeñas partículas de agua. Eso, sumado a las frías temperaturas que se pueden alcanzar en esta región boreal (por debajo de los 100 grados bajo cero) permite sin ningún impedimento que se forme hielo. No hay un consenso establecido acerca de su naturaleza como hielo de agua o hielo seco de CO2, aunque personalmente me parece increíble el hecho de su mera existencia. Dicha temperatura es aún menor si seguimos hacia el norte, donde podemos ver una pequeña línea blanca que corresponde al polo norte, denominado Planum Boreum. Tiene un diámetro de 1200 km y está permanentemente cubierto por una gruesa capa de hielo de agua, a la que en determinadas épocas del año se le añade hielo de CO2. Es un lugar frío y sacudido por fuertes vientos, cubierto a menudo por interesantes nubes con forma de ciclón que se forman por la noche y se disipan durante el día. Al final tenían razón los astrónomos que en su día pensaban que Marte tenía agua, si bien se equivocaron en cuanto al lugar.
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