El universo está enormemente jerarquizado, y siempre hay una estructura que está por encima de otra. Hemos estado en varias ocasiones la nube molecular de Orión, y ahora vamos a conocer la región en la que se engloba. El complejo de nubes moleculares de Orión-Monoceros es una maravillosa estructura que abarca una gran área del cielo, cuya fascinante historia se remonta a la época en la que se extinguieron los dinosaurios.
Según numerosos estudios, hace 60 millones de años tuvo lugar un encuentro entre una nube de hidrógeno neutro (una masa de gas conocida como “high velocity H1 cloud” o nube de H1 de alta velocidad) y el disco de nuestra galaxia. La nube de alta velocidad tendría un diámetro de unos 1250 años luz y entraría en el disco galáctico desde el hemisferio sur, avanzando a la vertiginosa velocidad de 100 km por segundo (de ahí el adjetivo que las define). Esta colisión sería la que determinaría la formación, 20 millones de años después, de una inmensa nube molecular, formada también por hidrógeno, aunque en su forma molecular en vez de atómica (dos hidrógenos unidos entre sí). Esta gran estructura se vería esculpida, a posteriori, por las fuerzas de marea de nuestra propia galaxia, así como por la influencia de numerosas supernovas y los vientos de jóvenes estrellas supermasivas. El resultado final lleva a la disgregación del complejo molecular en nubes moleculares más pequeñas, formándose así sus principales componentes, las nubes de Orión A, Orión B y Monoceros R2.
Las nubes de Orión fueron las primeras en nacer, hace unos 30 millones de años, mientras que la de Monoceros se formó más adelante, hace unos 10 millones de años. Las primeras, más cercanas, se encuentran a unos 1500 años luz de distancia, situándose la de Monoceros a 2500 años luz, a pesar de lo cual están estrechamente relacionadas entre sí y comunicadas a través de filamentos. En el seno de la nube molecular de Monoceros R2 comenzaron a destacar algunos núcleos más densos, dando lugar a las nebulosas que nos ocupan hoy.

NGC 2170, fotografía de Adam Block
NGC 2170 fue descubierta por William Herschel en 1784, mientras que NGC 2149 permaneció oculta a la vista del hombre hasta cien años más tarde, cuando fue descubierta por Édouard Jean-Marie Stephan (el mismo que dio nombre al famoso quinteto de galaxias). Esta última se encuentra en el límite de las nubes de Monoceros R2 y Orión A, la cuales se encuentran unidas y formando una estructura anular, probablemente fruto de la burbuja en expansión producida por una supernova reciente. NGC 2170, la nebulosa más brillante de Monoceros R2, se encuentra a 3 grados y medio de su compañera. Al igual que ocurre con la Nebulosa de Orión, estas masas de gas ocultan tras de sí un enjambre de estrellas recién nacidas, así como otras tantas que están aún por nacer.

NGC 2149: Irida Observatory
NGC 2149 es la más débil de estas nebulosas, precisando un cielo relativamente oscuro. Su tamaño de 3 minutos de arco hace aconsejable usa aumentos elevados, siempre y cuando no perdamos demasiado contraste. Con mi Dobson de 30 cm llegué a apreciarla con mayor claridad a 214 aumentos, apareciendo como una nebulosidad extremadamente débil que se disponía alrededor de una pequeña estrella. Ligeramente alargada, la nubecilla desaparecía por complejo cuando fijaba la vista, aunque con mirada periférica se dejaba ver con relativa facilidad.
Mucho más brillante es NGC 2170, a pesar de contar con unas dimensiones similares. Aparece como una nebulosidad más densa en torno a una llamativa estrella, con dos prolongaciones que se disponen a ambos lados, abarcando otras dos estrellas como si fueran sus brazos. Con visión periférica se extienden algo más lejos, aunque no llegan a superar los 3 minutos de arco. Es emocionante pensar que estamos contemplando dos pequeñas cimas de un enorme iceberg que se encuentra oculto a nuestros ojos, haciendo patente, una vez más, que el universo se encuentra entrelazado e interactuando en todo momento.
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