Recuerdo la primera vez que vi una estrella roja. Hasta entonces nunca había imaginado que se vería tan clara, tan intensa, y la sorpresa que me llevé aún la guardo hoy en mi memoria. Llevaba pocos días con mi nuevo Dobson de 30 cm y decidí explorar a bajo aumento la Vía Láctea, apenas visible desde los cielos suburbanos desde los que observaba. Miles de estrellas aparecían tras el ocular, cruzándolo de lado a lado, por la constelación del Águila, y entonces la vi: una perla roja que contrastaba enormemente con el resto de estrellas que había a su alrededor, emitiendo destellos anaranjados y amarillos como si estuviera en llamas (valga la redundancia). Aparté la vista del ocular para comprobar que me encontraba en la cola del águila, y busqué el nombre de la estrella, que resultó ser V Aquilae. Descubrí así que hay estrellas de colores, colores que verdaderamente se aprecian, que no todas las estrellas tienen la misma composición, que hay estrellas de carbono que otorgan al cielo un punto vista más variopinto…
Hoy vamos a hablar brevemente de esta estrella y de una nebulosa planetaria que ha ido a parar a sus inmediaciones. V Aquilae es, por tanto, una estrella de carbono, un término que recordaremos de esta entrada anterior. Resumiendo un poco, la estrella, una vez ha agotado su combustible, tiene la masa suficiente como para fusionar el helio y formar una abundante cantidad de carbono, que se va desplazando a sus capas más externas. El carbono es un elemento que absorbe las longitudes de onda más azuladas, de manera que los colores que deja pasar son de la gama del rojo, naranja y amarillo, que en suma producen esa tonalidad tan característica. V Aquilae, en concreto, se sitúa a unos 1825 años luz de distancia, y brilla con una luminosidad 14.000 veces mayor que la de nuestro sol. Supera a nuestra con un tamaño 620 veces mayor, si bien es bastante más fría, con una temperatura de unos 2500 grados centígrados. Es, además, una estrella variable, emitiendo pulsos con una periodicidad de casi un año, variando entre la magnitud 6.6 y 8.4. Cuando la observé, el 11 de Julio de 2016, su magnitud estaba cercana a su máximo, ya que parecía ligeramente más brillante que una vecina estrella de magnitud 6.9.
A bajo aumento ya se podía distinguir una pequeña mancha situada al otro lado del campo, redondeada y débil. NGC 6751 es una llamativa nebulosa planetaria situada a unos 6500 años luz de nosotros. Contrariamente a V Aquilae, la temperatura de su estrella central es extremadamente alta, llegando a los 140.000 grados centígrados. Es una planetaria joven y pequeña, de algo menos de un año luz de diámetro, que se está expandiendo a velocidades del orden de los 40 km por segundo. Tiene una bonita estructura anular, con algunas corrientes gaseosas más frías emitidas a alta velocidad que se dispersan radialmente, como los ejes de la rueda de un carruaje.
Visualmente NGC 6751 es una nebulosa muy interesante, apareciendo a bajo aumento como una esfera pequeña y tenue que descansa en un campo extremadamente rico de estrellas. Si la noche es estable podemos usar sin miedo altos aumentos, ya que no pierde definición. Con el ocular de 5 mm llegué a los 300 aumentos, sorprendiéndome al distinguir, con relativa facilidad, una delicada estrella central. Decidí probar a colocar el filtro OIII, que aumentó enormemente el contraste de la nebulosa, a costa de perder una importante cantidad de estrellas. Sin embargo, con visión indirecta comprobé emocionado que la esfera no era homogénea, sino que sus bordes aparecían engrosados y más brillantes que el interior, mostrando una débil estructura anular. Cuando uno descubre estas estructuras sin conocer nada del objeto en cuestión la satisfacción es aún mayor.
Una estrella roja como la sangre, un anillo de humo, un campo tan lleno de estrellas que incluso a elevados aumentos no dejan huecos libres entre ellas… Sin duda esta zona de la Vía Láctea merece la pena, y si navegamos sin rumbo por ella puede que nos encontramos con alguna que otra sorpresa.
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