Por las astas (las Híades)

La constelación de Tauro es huésped de uno de los cúmulos más fascinantes que podemos ver desde nuestro planeta, las Pléyades, pero también contiene entre sus dominios otra joya galáctica: las Híades. Conocidas desde hace miles de años, los griegos vieron en las estrellas de este cúmulo a las 5 hijas de Atlas, hermanastras de las Pléyades.

También conocidas como Melotte 25 o Collinder 50, es el cúmulo estelar más cercano a la tierra (si no tenemos en cuenta el Grupo de la Osa Mayor), situado a 153 años luz de distancia.  Su cercanía a nosotros ha permitido hacer uso del paralaje para estimar su distancia con exactitud. En 1869 Richard A. Proctor, astrónomo británico, se dio cuenta de que muchas estrellas del firmamento compartían el mismo movimiento y dirección que las Híades, lo cual hacía pensar que guardaban alguna relación. Posteriormente, en 1908, Lewis Boss confirmó  sus hallazgos, descubriendo que  las Híades estaban dejando un reguero de estrellas a su paso por el cielo, estructura que acuñó como Corriente de Tauro y que posteriormente sería conocida como Corriente de las Híades. Pero no acaban ahí las relaciones entre objetos celestes, y es que este cúmulo tiene la misma edad y metalicidad que las estrellas que forman M44, el cúmulo  del Pesebre. Además, también coinciden los movimientos de ambas agrupaciones, datos que han llevado a la conclusión de que las dos tuvieron un origen común en la misma nube molecular, separándose posteriormente.

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La edad de las Híades se ha estimado en unos 625 millones de años, una edad considerable para un cúmulo abierto. La mayoría de estos objetos se dispersan en menos de 100 millones de años, resistiendo tan sólo aquéllos con una masa especialmente elevada. La masa inicial de las Híades, concretamente, tenía que estar comprendida entre 800 y 1600 veces la masa del Sol.  De las cientos de estrellas que componen este cúmulo, cinco de ellas, las más brillantes, se encuentran a punto de convertirse en gigantes rojas: han consumido todo el hidrógeno que hay en sus núcleos y pronto comenzará la rápida expansión de sus atmósferas.

Las Híades se caracterizan por su curiosa forma en V, marcando el origen de los cuernos de Tauro. Sin embargo, bajo cielos oscuros es fácil darse cuenta de que sus estrellas más brillantes adoptan la forma de la letra Z. La estrella más brillante es Aldebarán, una de las más llamativas estrellas del cielo invernal y fácilmente reconocible por su tonalidad amarillenta, algo más anaranjada que Capella. Parece presidir el cúmulo, si bien su distancia es bastante inferior a la del resto de estrellas, apareciendo junto a ellas por simple efecto de perspectiva. 65 años luz nos separan de esta gigante roja de tipo espectral K5, cuyo diámetro es 44 veces mayor que el de nuestro sol. Forma un sistema doble con una enana roja que se encuentra a casi 2 minutos de arco de distancia y brilla con magnitud 12. El cúmulo mide unos 5 grados de arco de diámetro, que a la distancia estimada supone unos 33 años luz. Por tanto, para disfrutar su observación es preferible (casi indispensable) usar instrumentos de muy bajo aumento. Lo ideal sería disponer de unos pequeños prismáticos que posean un gran campo aparente.  En mi caso pude usar los 8×30 Kite Lynx HD que me prestó Leo, perfectos para este tipo de objetos. El cúmulo se encuadraba perfectamente dentro del campo, con sus decenas de estrellas brillando puntuales, dispersándose alrededor de las más llamativas.

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El nacimiento de una estrella (NGC 1555)

Estamos acostumbrados a ver grandes nebulosas de emisión en cuyo interior brillan grandes estrellas con una edad de apenas unos pocos millones de años. Hoy, sin embargo, vamos a ir un paso más allá en la infancia de una peculiar estrella. Dirigiremos nuestra mirada a un punto muy concreto de la Nube Molecular de Tauro, una masa de gas que comprende una gran área del cielo, situada a unos 450 años luz de distancia. En concreto, el objeto que nos ocupa hoy es NGC 1555, una débil nebulosa que rodea a la estrella T Tauri. Pero empecemos por el principio…

Se dice que una estrella pertenece a la Secuencia Principal (main sequence en inglés) cuando comienza a producir la fusión nuclear del hidrógeno en su núcleo. Hasta ese momento la estrella no era más que el acúmulo de gas que, condensándose progresivamente por acción de la gravedad (atrayendo a la materia circundante), alcanza temperaturas más altas que la hacen brillar, de manera predominante en el infrarrojo. Hay un momento en el que la presión y la temperatura del núcleo son tan elevadas que tiene lugar la fusión nuclear, entrando la estrella en la Secuencia Principal. Pues bien, las  estrellas de masa menor a 2-3 masas solares que todavía no sufren la fusión nuclear se denominan estrellas T Tauri, un tipo de estrella, por tanto, extremadamente joven, que apenas llega al millón de años de edad. Estas estrellas están envueltas aún en el disco de polvo y gas del que se están nutriendo, un disco que va girando a su alrededor y evolucionando rápidamente, motivo por el cual las estrellas parecen cambiar su brillo de manera irregular.

El nombre de T Tauri se debe que el prototipo de este tipo de estrellas es T Tauri, un astro que normalmente brilla con la décima magnitud, colindante con las Híades. Se encuentra a una distancia de unos 460 años luz, 300 años más lejos que el conocido cúmulo abierto, por lo que su unión en el cielo es pura perspectiva. En la siguiente fotografía de larga exposición podemos comprobar el denso medio en el que la estrella se encuentra, una zona cubierta por densas nubes de polvo que oscurecen el fondo, dejando un resquicio para apreciar T Tauri. NGC 1555 es la porción de esta nube más cercana a la estrella, más brillante que el resto porque refleja su luz amarillenta.

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La estrella fue descubierta por John Russell Hind en 1852, brillando con magnitud 10 y acompañada de una nebulosidad en forma de arco. Sin embargo, a partir de 1861 la nebulosa fue apagándose hasta hacerse completamente indetectable en 1868: ¡los astrónomos de la época no podrían dar crédito! Luego, para asombro de todos, la nebulosa volvió a aparecer en 1890, desapareció y reapareció en 1920, quedando relativamente estable desde entonces. La propia estrella también variaba su brillo, bailando entre la magnitud 9 y la 14 sin seguir ningún patrón definido. Por si fuera poco, en 1860, Otto Struve descubrió otra pequeña nebulosa situada más cerca de T Tauri, a la que bautizó como NGC 1554 (Louis d’Arrest confirmó la existencia de este objeto): sin embargo, en unos pocos años ya había desaparecido por completo, motivo por el cual se vino a conocer como la Nebulosa perdida de Struve. Por lo que sabemos hoy en día, NGC 1554 tuvo que ser una pequeña porción de NGC 1555 que quedó iluminada transitoriamente por la estrella, como las nubes bajas y rápidas que pasan sobre una farola, iluminándose por momentos y apagándose al pasar. Y no acaba aquí el exotismo de T Tauri: en 1981 se descubrió que poseía una pequeña estrella compañera con la que formaba un sistema binario, con una separación entre ellas de unos 0.7 segundos de arco. Poco después una tercera componente hizo su aparición, conformando definitivamente un interesante sistema triple.

Cuando observemos NGC 1555 debemos tener en cuenta que estamos ante un objeto débil que requerirá cielos oscuros, más aún si la nebulosa ha sufrido un nuevo oscurecimiento. Una cercana estrella de magnitud 8.5 nos puede orientar para a la hora de estimar el brillo de T Tauri. Si tenemos un poco de paciencia y nuestros ojos están bien adaptados a la oscuridad podremos apreciar una débil nebulosidad, apreciable con visión periférica, que rodea a T Tauri por uno de sus lados, formando una especie de arco fantasmal. El uso de los filtros OIII o UHC hace que la débil nebulosidad desaparezca bruscamente, como ocurre con la mayoría de nebulosas de reflexión. A pesar de su debilidad, NGC 1555 es un objeto verdaderamente fascinante que deberíamos observar con apremio (a diferencia de lo que ocurre con galaxias y otros objetos de cielo profundo): no sabemos si el año que viene estará ahí para que podamos disfrutarlo.

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Buscando el límite (PGC 16865)

El ser humano siempre ha intentado ir más allá de sus posibilidades, probando nuevos límites, saltando al océano para descubrir nuevas tierras o forzando su razonamiento para comprender el universo. De la misma manera nosotros, astrónomos, podemos conformarnos con el límite de visión que nos imponen teóricamente los instrumentos, o podemos intentar superarlo y llegar más allá. Como prueba de ello vamos a basarnos en un cúmulo abierto situado en la constelación de Tauro, denominado NGC 1807. Forma una pareja con otro cúmulo, NGC 1817, aunque dejaremos éste último para otra ocasión. NGC 1807, como decíamos, es una agrupación formada por una treintena de estrellas, cuyos principales componentes, de magnitud por encima de 8, adoptan la forma de un rectángulo achatado, con su arista superior prolongada hacia los extremos a modo de alas. Unas quince estrellas más débiles salpican un área de 15 minutos de arco. Estudios recientes han observado que, al parecer, no se trata de un verdadero cúmulo, sino que las estrellas parecen estar unidas por efecto de la perspectiva.

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Esa «estrella» difusa que hay en el cuadrante infero-izquierdo es la intrusa.

Sin embargo, no es el cúmulo, falso o verdadero, lo que nos interesa ahora, sino un intruso que esconde en su interior: una inmensa aglomeración de estrellas que se agolpan formando una galaxia elíptica de 80.000 años luz de diámetro. Sin embargo, de entrada no veremos nada, ya que se encuentra a la vertiginosa distancia de 246 millones de años luz. Si tenemos en cuenta que M31 está a 2.5 millones de años luz y la mayoría de galaxias del cúmulo de Virgo a 65 millones, no nos será difícil comprender la vastedad de este número: 246 millones. Pero hay un dato más interesante con respecto a esta galaxia elíptica. La primera vez que la observé no era consciente de su magnitud visual, simplemente la vi en una fotografía, brillante y redonda, y decidí probar suerte. PGC 16865 era su nombre de pila. Efectivamente, aunque al principio no pude verla, a los pocos minutos de mirar en el sitio exacto llegué a apreciarla sin ninguna dificultad, con visión lateral. No le di mayor importancia hasta que, al día siguiente, se me ocurrió buscar algo de información sobre este objeto. Comprobé su distancia, que ya de por sí me parecía elevada, pero lo que más me asombró fue conocer su magnitud, que la página de la NASA estimaba en 15.7. Nunca había visto un objeto tan débil, en teoría, e hice una amplia búsqueda para confirmar el hallazgo. Apenas pude encontrar nada, pero en algunos sitios web le estimaban una magnitud de entre 15.3 y 16, así que no parecía estar tan equivocado. Fue entonces cuando comprendí que no se puede establecer una magnitud límite generalizada para una abertura determinada. Hay tantos factores implicados en el proceso que no tiene sentido.

NGC 1807

En el caso de un telescopio de 30 cm, como el mío, muchas fuentes coinciden en otorgar una magnitud límite de 14.5, mientras que unas pocas dicen que es de 15.1. Sin embargo, no podemos dejarnos llevar por estos números, siempre cuando podamos disfrutar de un cielo en condiciones. La atmósfera, la humedad, la práctica, el brillo superficial del objeto… Son tantas variantes que es imposible acotar una magnitud límite generalizada. Y eso sin tener en cuenta el tiempo empleado para ver el objeto, una de nuestras principales armas y sobre la que hablaremos en otro capítulo más específico, pero a modo de resumen, nuestro ojo  es capaz de captar más detalles conforme más tiempo pasamos delante de un objeto, como si fuera una cámara que va recogiendo más y más luz. Por eso, nuestra paciencia es un potente amplificador de luz que nos podrá ser útil en cualquier momento, y con un poco de práctica superaremos sin ningún esfuerzo este hipotético límite. Ésta es una llamada al atrevimiento, a intentar siempre ir más allá. Si vemos un objeto que está por encima de nuestras posibilidades teóricas y tenemos la opción de ir a un cielo oscuro, intentémoslo. Que seamos nosotros mismos los que pongamos un límite a nuestra capacidad. Si no podemos ver el objeto en cuestión, ya tendremos ese dato como referencia para futuras observaciones, e incluso puede que tengamos más suerte meses después, tras haber acumulado horas y horas de práctica. Si no podemos ver algo, un objeto o un detalle en concreto, apuntémoslo en una libreta. Al cabo de tiempo, cuando disfrutemos de unas mejores condiciones, revisemos la lista de observaciones pendientes, y puede que nos sorprendamos a nosotros mismos rompiendo los límites establecidos.

Un faro cósmico (M1)

En julio de 1054 una estrella apareció en el cielo refulgiendo con un brillo tan solo superado por el de la Luna, manteniéndose junto a las astas del toro durante dos años hasta que se fue apagando poco a poco. Los testigos de este enigma fueron astrónomos chinos y árabes, y gracias a sus manuscritos podemos desentrañar hoy ese misterio. La estrella que apareció esa noche envió sus fotones desde una distancia de 6.300 años luz, por lo que realmente los astrónomos la vieron tal y como era en el quinto milenio antes de Cristo. La estrella fue consumiendo todo el hidrógeno que la formaba, de manera que perdió su combustible principal y la gravedad ganó entonces la batalla, comenzando a comprimir toda su masa hacia el centro mientras los gases más superficiales eran expulsados al exterior. Sin embargo, hay un punto tan denso en el que los electrones se resisten a comprimirse más, de forma que el colapso se detiene. En una estrella de masa similar a nuestro Sol es el normal devenir, dando lugar a la formación de una enana blanca, muy densa y caliente. Sin embargo, la estrella protagonista de esta historia tenía una masa superior a 8 masas solares, por lo que la gravedad no cedió ante la resistencia de los electrones, sino que siguió comprimiendo el núcleo hasta que los electrones colapsaron con los protones de los átomos, dando lugar a la formación de neutrones y neutrinos, formando lo que se conoce como estrella de neutrones. La rápida condensación provocó una supernova, una gran explosión en la que la envoltura de la estrella salió rápidamente disparada hacia el exterior, alcanzando un brillo millones de veces superior al original. Ese fue el destino de la estrella que brilló esa noche de abril de 1054.

Volvamos a nuestra estrella de neutrones, esta vez con conocimiento de lo que estamos viendo. Imaginémosla como una esfera brillante con la masa de una estrella reducida a un diámetro de unos 25 kilómetros, lo cual nos da una idea de la enorme densidad a la que se encuentra. Foto neutronesDe hecho, un sólo centímetro de una estrella de neutrones puede llegar a pesar cientos de millones de toneladas. Algunas de estas estrellas se encuentran girando rápidamente sobre su propio eje, a velocidades vertiginosas, recibiendo entonces el nombre de púlsares. La estrella que brilló esa noche de 1054, ya hablando con propiedad, es un púlsar. Gira sobre su eje unas 30 veces por segundo, perdiendo masa que sale despedida en todas direcciones. Esta pérdida de masa va condicionando que poco a poco vaya perdiendo velocidad, pero lo hace de manera prácticamente imperceptible. Su interior es tan denso que termina por adquirir conductancia eléctrica, promoviendo la formación de campos electromagnéticos que moldean su entorno, junto a los fuertes vientos que se forman a su alrededor. De esta manera, y a modo de resumen, tenemos una gigantesca pelota hecha principalmente de hierro que gira rápidamente sobre su eje, formando un verdadero ciclón a su alrededor y emitiendo una gran cantidad de energía en todas las longitudes de onda medibles, desde ondas de radio hasta rayos gamma.

Foto M1

Ya desde 1949 se manifestó como una brillante fuente de ondas de radio, y en los años 60 se identificaron sus potentes radiaciones electromagnéticas emitidas en forma de breves pulsos. No es de extrañar que muchos especialistas admitieran la posibilidad de que la fuente tuviera su origen en una hipotética civilización extraterrestre. Posteriormente, y gracias a los importantes avances tecnológicos, se ha podido entender la naturaleza de esta estrella, ahondando en sus profundos secretos. De hecho se ha comprobado que sus zonas más internas evolucionan a una velocidad pasmosa, pudiendo apreciar cambios en las masas de gas de un mes para otro. En la siguiente imagen podemos comparar el centro de la nebulosa que envuelve a la estrella y los cambios que experimenta cada 2 meses:

Foto M1 cambios

Tras esta prolongada charla sobre una peculiar estrella ya podemos ponerle nombre, que no es ni más que menos que PSR B0531+21. Sin embargo, no es la estrella la que posee un nombre propio, sino la nebulosa a la que ha dado lugar, que recibe el sobrenombre de la Nebulosa del Cangrejo, acuñado por William Parson, tercer conde de Rosse. Vio en ella filamentos que le recordaban a las patas de dicho animal, si bien la observación de esos detalles está reservada a grandes telescopios o fotografías de larga exposición. Messier, en 1758, la incluyó como primera entrada en su popular catálogo, gracias al paso cercano de un cometa.

Una vez terminada esta aproximación teórica es hora de pasar a la práctica, y para ello nada más fácil que dirigir nuestro instrumento al asta izquierda de la constelación de Tauro. Es fácil de encontrar la estrella guía si prolongamos el cuerno izquierdo, el que termina con Aldebaran, unas 4 ó 5 veces su longitud. Allí, unos prismáticos en un cielo oscuro nos mostrarán un pequeño parche de luz difusa, apenas perceptible si la noche no es oscura. Elegí una noche especialmente nítida para observar M1 en profundidad con mi Dobson 305 mm, ya que, aunque es fácil de ver, es difícil de obtener detalles si no es con bastante paciencia. A bajos aumentos pude apreciar perfectamente una forma irregular, una mancha algo alargada con forma de «S», de brillo uniforme y bordes relativamente definidos. Varias estrellas aparecen inmersas en la nebulosidad, y el campo que tiene alrededor se encuentra bastante poblado. A 214 aumentos se apreciaba con un buen contraste, fácilmente visible con visión directa, aunque la visión lateral marca mejor los bordes. Tras adaptar completamente la vista conseguí percibir algunas irregularidades en las regiones centrales, claroscuros en posible relación con los filamentos que podemos apreciar en fotografías. No deja de ser sugerente, aunque no pudiera apreciar mayor detalle.

M1

El astro central, la estrella de neutrones responsable de estos jirones espaciales, es de magnitud 18, demasiado débil para verla. Sin embargo, no es difícil imaginarla en el centro de la nebulosa, y si nos esmeramos podemos incluso notar cómo gira 30 veces por segundo, emitiendo chorros de energía como si fuera un enorme faro cósmico que ilumina todo el cielo. M1 no es uno de los objetos más espectaculares que podamos contemplar con nuestros instrumentos, eso está claro, pero es, sin duda, uno de los que llevan a cuestas una historia más interesante e inusual.

Ese batiburrillo de estrellas…

Hay un objeto que ha sido observado desde que el hombre deambula la Tierra, que ha sido observado por las distintas civilizaciones y dado rienda suelta a su imaginación, un objeto que todo el mundo ha visto alguna vez con curiosidad desde la calle o el campo, preguntándose que serán esas estrellas tan juntas que, a primera vista, parecen una mancha emborronada en el cielo. Hablamos, por supuesto, de las Pléyades, ese increíble cúmulo que en estas noches se levanta rápidamente por el Este para alcanzar el cenit a medianoche. Desde cualquier lugar las Pléyades suponen una vista magnífica, y su cercanía y grandiosidad les ha servido como mérito para ser uno de los objetos más estudiados en la historia de la astronomía.

Ya están presentes en la manifestación artística Foto Nebra.jpgdel cielo más antigua que se conoce. Se trata del Disco Celeste de Nebra, encontrado en Alemania, un disco de bronce que data de hace 3.600 años en el que se pueden apreciar el sol, la luna, la barca solar (elemento religioso presente en toda Europa en la Edad del Bronce) y diversas estrellas, entre las que se encuentra una agrupación de siete astros que se relaciona con las Pléyades.

En la mitología griega, las Pléyades son las siete hijas del titán Atlas y la ninfa Pléyone, y hermanas, entre otras, de las Híades. Su nombre viene de la palabra “paloma” o “navegante”, y es que estas estrellas son visibles desde el mes de mayo hasta finales de año, marcando la temporada de navegación. Parece ser que el nombre de su madre, Pléyone, se inventó posteriormente y no al revés, para ir en concordancia con sus hijas. Según su mitología, cuando Atlas se vio obligado a cargar el mundo a sus hombros, Orión vio la oportunidad de asaltar a sus hijas y las persiguió durante años, incansable, hasta que Zeus las elevó en el cielo para ayudarles a escapar. Después de convertirlas en palomas, las transformó en estrellas, y de hecho todavía podemos ver a Orión, insistente, recorriendo la bóveda celeste tras ellas, en una persecución interminable.

Las Pléyades han guiado a través de muchas civilizaciones los períodos de siembra y recolecta, así como de la navegación, y cada pueblo tiene una historia para explicar su existencia. Una de mis favoritas es la de una tribu india, los Kiowa, que cuenta que hace tiempo un grupo de siete jóvenes estaba en el bosque y un oso les atacó, persiguiéndoles con furia. Cuando pensaban que no podían escapar, acorraladas, pidieron ayuda al Gran Foto torre diablo.jpgEspíritu, y éste levantó la tierra que había bajo sus pies y las elevó rápidamente hacia el cielo, dejándolas fuera del alcance del oso y convertidas en estrellas, permaneciendo por siempre a salvo. El animal intentó subir la montaña, sin éxito, y dejó en ella las marcas de sus garras. Lo más interesante de esta historia es que se asocia a un elemento de la geografía de Estados Unidos, cerca de Wyoming, que fue el que propició la leyenda. Es una intrusión ígnea, una elevación del terreno de 386 metros de altura formada por columnas basálticas, en cuyos laterales se aprecian largas grietas verticales. No es difícil imaginar a las jóvenes sobre la montaña y al temible oso dejando esas marcas en la dura piedra…

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Las estrellas del cúmulo reciben los siguientes nombres: Maya, Celeno, Alcíone, Electra, Estérope, Táigete y Merope, y no faltan en uno de sus extremos Atlas y Pleione, sus padres. Se menciona en diversas fuentes una supuesta disminución de brillo en Merope, que fue explicado por los griegos por ser la única de las siete hijas que tuvo relaciones con un mortal, lo cual la sumió en la vergüenza y desdicha. Se conoce hoy que esta estrella es variable, si bien sus diferencias en brillo son del orden de 0.1 magnitud, no apreciable a simple vista. ¿Podría haber disminuido su brillo tanto como para ser distinguible por los griegos? No llegaremos a conocer la respuesta, pero no sería de extrañar, conociendo las cosas que hoy conocemos del cosmos. Galileo fue el primero en observar sus estrellas con su telescopio de 3 cm de abertura, y sin duda quedó tan maravillado con lo que vio que realizó el siguiente dibujo:

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Este cúmulo no sólo ofrece una historia fascinante en sus múltiples vertientes mitológicas, sino que también nos puede ofrecer interesante información si indagamos acerca de sus características más científicas. Las Pléyades se encuentran a una distancia de unos 443 años luz de nosotros, distancia ampliamente discutida durante muchos años. Conocerla es de gran importancia gracias a su cercanía, ya que conociendo bien sus características se pueden extrapolar sus datos para calcular las distancias de otros cúmulos estelares. En resumidas cuentas, se trata de colocar en un diagrama a las estrellas del cúmulo clasificadas según su tipo espectral y su luminosidad. El espectro lo conocemos gracias a los espectrómetros, y la luminosidad o magnitud absoluta la averiguamos una vez conocida su distancia, de forma que sabiendo dicha distancia y la magnitud relativa (la que apreciamos desde la tierra) podemos inferir su magnitud absoluta. ¿Y qué aplicación tiene ese diagrama? Gracias al diagrama de Hertzsprung-Rusell (así se llama), conociendo el espectro de la mayoría de estrellas de un cúmulo podemos conocer su magnitud absoluta. Haciendo una cuenta de tres, comparando su magnitud relativa con su magnitud absoluta, obtendremos la distancia aproximada. Básicamente, la interpretación casera sería algo así: “si esa estrella, desde mi jardín, tiene una magnitud de 1.5, muy brillante, pero sabiendo su espectro el diagrama me dice que su magnitud absoluta es muy débil, de 12 por ejemplo, eso significa que la estrella está muy cerca de mí, y por eso la puedo ver tan brillante”.

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Pero claro, para conocer la distancia a las Pléyades no se pudo hacer uso del diagrama de Hertzsprung-Rusell porque todavía no se había desarrollado. En su lugar, gracias a la cercanía de sus estrellas, se pudo comprobar con bastante exactitud teniendo en cuenta el paralaje. En otro momento hablaremos de este método, aunque para salir del paso diremos que es un método que usa la trigonometría como principal herramienta, midiendo la posición de una estrella desde dos posiciones muy lejanas. Si hacemos una fotografía en verano y otra en invierno, hemos dado tiempo a que la Tierra se coloque en dos posiciones totalmente opuestas entre sí, y la estrella cercana parecerá que se ha movido respecto a las estrellas más lejanas. Haciendo uso entonces de la trigonometría, conociendo los ángulos y la distancia entre los dos puntos de observación, podemos calcular de una forma sencilla y efectiva la distancia a dicha estrella. Este método sólo es útil para objetos cercanos, y de ahí la importancia de las Pléyades, que nos permitieron usar este método para conocer su distancia.

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Dejando de lado este tema continuamos con la descripción de este objeto, que está compuesto por más de mil estrellas que se distribuyen en un espacio de 86 años luz de diámetro. Su núcleo, que contiene a las estrellas más brillantes, mide unos 16 años luz. Sus estrellas son, mayoritariamente, gigantes azules de tipo espectral B, astros jóvenes con una edad estimada de unos 100 millones de años. Sin embargo, hay una población de estrellas totalmente distinta a ellas, relativamente abundante, formada por enanas marrones. Estas estrellas, mucho menores que nuestro sol, apenas tienen energía suficiente en su núcleo como para dar lugar a reacciones de fusión nuclear, por lo que son extremadamente frías (alcanzan temperaturas de unos 3.500º C). Suponen un 25% de la población total de las Pléyades, si bien su masa total apenas llega al 2%. La mayoría de las enanas marrones no son capaces de fusionar litio, por lo cual se puede encontrar dicho elemento en su superficie. Sin embargo, aquéllas con una masa mayor de 65 masas jovianas sí consumirán litio a una velocidad constante, por lo cual se puede deducir la edad que poseen. De esta manera se ha podido calcular la edad de las Pléyades con relativa precisión.

Las estrellas del cúmulo se encuentran rodeadas por gases fácilmente visibles en cualquier fotografía. En 1859 Wilhelm Tempel descubrió la nebulosa que rodea a Merope, por lo que pasó a denominarse Nebulosa de Tempel o NGC 1435. En un principio se pensó que estos gases serían los restos de la nebulosa original que dio lugar a las estrellas, si bien posteriores estudios dictaminaron que, tras 100 millones de años (la edad estimada del cúmulo), dicha nebulosa debería haberse disuelto por completo. Además, el movimiento delas estrellas el espacio no coincide con el movimiento de la nebulosa, lo cual parece indicar que el gas es tan sólo una zona del cielo que las estrellas están atravesando en su camino (algo similar a lo que ocurría con IC 405). Dentro de 250 millones de años las Pléyades se encontrarán en una región cercana al pie de Orion, aunque para entonces se habrán dispersado y dejarán de formar un grupo compacto.

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Las Pléyades son un claro ejemplo de cómo un simple nombre puede llegar a deformar lo que vemos y damos por hecho. La cultura popular siempre las ha relacionado con el número 7 (las 7 hijas de Atlas, las 7 hermanas…). Sin embargo, hay 9 estrellas con una magnitud superior a 5.6, perfectamente visibles desde un lugar medianamente oscuro. Si además tenemos en cuenta una de sus componentes que se encuentre un poco más alejada, el número alcanza la decena. Esterope, nombre con el que se conoce a dos estrellas relativamente cercanas, tiene un miembro de magnitud 5.6 y otro de 6.4, por lo que desde un cielo aún más oscuro podemos alcanzar a ver 11 componentes con facilidad. Y, aunque va sonando a disparate, hay personas que han alcanzado a observar hasta 19 estrellas que forman parte de este espectacular cúmulo. El único secreto es disponer de un buen cielo y de paciencia, ayudando a la proeza estar recostado en un lugar cómodo desde el que poder observar el tiempo que haga falta. Personalmente, he observado 10 de ellas a simple vista, aunque todavía no he encontrado el momento de tumbarme bajo el cielo sin prisas, quizás el verano sea la mejor estación para ello.

Cualquier aficionado a la astronomía sabe que la mejor visión de este cúmulo se obtiene a través de unos buenos prismáticos, que nos ofrezcan un campo amplio o, en su defecto, a través del buscador de nuestro telescopio. La imagen es entonces digna de recordar, con varias decenas de estrellas pululando por cada rincón, rodeando a las principales estrellas. Si la noche es especialmente oscura podemos apreciar, rodeando a algunas de ellas, cierta nebulosidad, que será más fácil de observar con el telescopio. Este instrumento tiene, como ventaja principal, una inmensa cantidad de estrellas para mostrarnos, si bien el gran aumento hace más difícil poder disfrutar de todo el conjunto, ya que cubre más de dos veces el área de la luna llena. Este problema se puede solucionar con un ocular de bajo aumento de gran campo aparente. En mi caso observé a las Pléyades con mi Dobson de 305 mm, usando un ocular de 34 mm y 68º de campo aparente, con lo cual encajaban perfectamente en el campo de visión (un poco justas, todo sea dicho). Un centenar de estrellas pobló el ocular, de distintos brillos, con algunas dobles fácilmente resolubles. Llamaba desde el primer momento la gran nebulosidad que rodea a Mérope (NGC 1435), expandiéndose hacia el extremo del ocular y dando la sensación de estar viendo la cola abierta de un cometa. Esta imagen mejora al ocular con el filtro UHC, y entonces queda más patente aún que no sólo Mérope goza de este privilegio, sino que hay nebulosas envolviendo a Alcyone, Maya y Electro, las estrellas que forman el “cuadrado” interno. Fantasmales, como sábanas que emborronan el fondo, estas nebulosas se aprecian mejor con visión periférica, y sin duda recuerdan a uno la imagen que se puede ver en fotografías de larga exposición. Una hilera de estrellas discurre entre Mérope y Alcyone, como pudo comprobar Galileo con su telesopio.

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La visión de este grupo de estrellas no deja indiferente a nadie, ya sea con el telescopio, los prismáticos o con el instrumento de mayor campo que conocemos, nuestra vista. Aprovechemos estas noches frías para sentarnos bajo el cielo y dedicarles unos merecidos minutos a las hijas de un dios. ¿Cuántas seremos capaces de ver?